sábado, 10 de julio de 2010

AMOR O INTERES : CAPITULO 1

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 1
BPOV
—¿Con Edward Cullen? — mire a mi "abuelo" con sorpresa, un abuelo que había sido un extraño para mi, excepto en su reputación—. A cambio del dinero que necesito, ¿esperas que me case con Edward Cullen?
—Exactamente —me sonrió.
Intente controlar mis emociones mientras trataba de recuperar la voz para enfrentarme a mi abuelo.
Cullen, el magnate italiano que había tomado las riendas del moderadamente exitoso negocio de su padre y lo había transformado en una corporación que competía con la de mi abuelo, el hombre que cambiaba de mujer más rápido que de coche.
—¡No puedes estar hablando en serio! —levante mi mirada sentí como se apretaban mis dientes. La sola idea me enfermaba—. La familia Cullen fue la responsable de la muerte de mi padre…
Los desprecio tanto como a mi abuelo. Y a todo lo italiano.
—Y por esa razón, se cortó mi descendencia —dijo mi abuelo con dureza—. Quiero que la familia Cullen tenga el mismo destino. Si él se casa contigo, no tendrá descendencia.
Deje de respirar del shock. Mi abuelo lo sabía. De algún modo lo sabía. Me puse pálida, se me cayó la carpeta que tenía en la mano, y se desparramaron papeles por todo el suelo de mármol, apenas me di cuenta cuando los vi.
—¿Sabes que no puedo tener hijos?
¿Cómo era posible que lo supiera si yo lo había mantenido en secreto?, me pregunté.
Lo miré mi respiración era agitada me sentía vulnerable. Desnuda ante un hombre que, a pesar de tener mi misma sangre, había sido un extraño desde que era una niña. Un hombre que me miraba con satisfacción. Alessandro Swan, mi abuelo.
—Yo me ocupo de saber todo de todo el mundo. La información es la llave del éxito en la vida.
Trague saliva. Mi abuelo era cruel.
Hacía mucho tiempo que había aceptado la idea de que no me casaría. Mi futuro me depararía cualquier cosa menos el matrimonio. ¿Cómo iba a casarse una mujer en mi posición?
—Si realmente sabes todo sobre mí, entonces también sabrás la razón por la que estoy aquí. Debes saber que mi madre está cada vez más enferma… Que necesita una operación.
—Digamos… que sabía que vendrías.
Me sentí furiosa, ese momento confirme algo que sentía Lo odiaba.
Mire a mi abuelo, a quien acababa de conocer y me estremecí de repulsión. Tenía dolor de cabeza, y ahora me dolía el estómago, algo que me recordaba que había estado demasiado nerviosa como para comer en los pasados días.
Me jugaba mucho en todo esto. El futuro de mi madre estaba en mis manos, en mi habilidad para negociar algún tipo de acuerdo con un hombre que era un monstruo.
Mire alrededor con desagrado. Aquel despliegue de riqueza me mareaba.
Aquel hombre no tenía vergüenza. ¿Sabía que yo tenía que tener tres trabajos para poder dar a mi madre los cuidados que necesitaba? Cuidados de los que él tendría que haberse hecho cargo durante los pasados quince años.
intenté calmarme esto no me llevaría a ningún sitio. Pero me daban ganas de marcharme y dejar solo a este tirano. Pero no podía hacerlo. Tenía que permanecer allí, concentrada en la tarea que tenía en mis manos.
Nada me distraería del motivo por el que estaba allí. Aquel hombre había ignorado las necesidades de mi madre durante quince años; había negado su existencia, pero yo no permitiría que me ignorase también a mi . Era hora de que se enterase de lo que era la familia.
—Borra esa expresión de tu cara. Tú has acudido a mí, ¿no lo recuerdas? Eres tú quien quiere el dinero —dijo Alessandro con dureza.
Me puse rígida tenia mucho coraje.
—Por mi madre.
Alessandro me costaba mucho sentirlo como mi abuelo, pronunció un gruñido de desprecio y respondió.
—Podría habérmelo pedido ella misma si tuviera agallas.
Sentí rabia.
—Mi madre está muy mal…
"Mi abuelo" me miró fijamente y sonrió con desprecio.
—Y ésa es la única razón por la que estás aquí, ¿verdad? Nada más te induciría a traspasar el umbral de mi casa. Me odias. Ella te ha enseñado a odiarme —se inclinó hacia delante—. Estás furiosa, pero intentas ocultarlo porque no quieres arriesgarte a ponerte en mi contra por si te niego mi ayuda.
Incapaz de creer que pudiera ser tan despiadado, le dije:
—Ella era la esposa de tu hijo…
—No me lo recuerdes —respondió Alessandro, serio, sin remordimientos ni lamentos—. Es una pena que no seas un chico. Me da la impresión de que has heredado el espíritu de tu padre. Incluso te pareces un poco a él físicamente, al margen de ese pelo oscuro y esos ojos café. Tendrías que haber sido un chico y parecerte a tu padre, y si mi hijo no hubiera sido seducido por esa mujer, tú tendrías el estatus que te mereces, y no habrías vivido los últimos quince años de tu vida en el exilio. Todo esto podría haber sido tuyo.
Miré "todo esto". El contraste entre mis circunstancias y las de mi abuelo era impresionante. La prueba de su riqueza estaba en todas partes, desde las ostentosas estatuas que vigilaban casi todas las entradas de su mansión a la enorme fuente que presidía el patio.
Pensé en mi hogar, un piso pequeño en una planta baja en una zona marginal de New York, que había adaptado a la minusvalía de mi madre.
Pensé en la lucha de mi madre por la supervivencia, una lucha que aquel hombre podría haber suavizado.
Apreté los dientes e intenté controlarse nuevamente.
—Estoy contenta con mi estatus. Y me encanta New York.
—¡No me contestes! —me miró, furioso—. Si me contestas, él jamás se casará contigo. Aunque no tengas aspecto de italiana, quiero que tu comportamiento sea totalmente el de una italiana. Serás obediente y dócil, y no darás tu opinión sobre ningún tema, a no ser que se te pregunte. ¿Me oyes?
Lo miré, incrédula.
—¿Hablas en serio? ¿De verdad crees que voy a casarme con Cullen?
—Si quieres el dinero, sí —Alessandro sonrió desagradablemente—. Te casarás con Edward Cullen y te asegurarás de que él no se entere de tu infertilidad. Yo me encargaré de que los términos del acuerdo lo aten a ti hasta que tengáis hijos. Como tú jamás tendrás un heredero, él se verá sujeto a un matrimonio sin hijos para siempre —se echó hacia atrás y se rió—. El justo castigo. Siempre se dice que la venganza es un plato que se sirve frío. He esperado quince años este momento. Pero ha valido la pena. Es perfecto. Tú eres la herramienta de mi venganza.
Lo miré, horrorizada. No me extrañaba que mi madre me hubiera advertido que mi abuelo era el mismo demonio.
—No puedes pedirme que haga esto.
No podía casarme con Edward Cullen. Tiene todas las características que desprecio en un hombre. No podía pedirme que compartiese la vida con él.
—Si quieres el dinero, tendrás que hacerlo.
—Está mal…
—Se trata de justicia. Lo justo hubiera sido castigar a la familia Cullen hace mucho tiempo. Los italianos siempre vengan a sus muertos y tú, aunque sólo seas medio italiana, deberías saberlo.
Me sentí impotente. No podía decir nada que pudiera indisponer a mi abuelo contra mí. Haría cualquier cosa por conseguir el dinero para mi madre. Y tener a este hombre de enemigo no me convenía. me reí de mi propia ingenuidad: ya eramos enemigos. Lo habíamos sido desde que mi madre había sonreído a mi padre y había conquistado su corazón, estropeando los planes de Alessandro de boda con una buena chica italiana.
—Cullen jamás aceptará casarse conmigo —le dije fingiendo serenidad.
Yo no tendría que pasar el resto de mi vida con un hombre que me habían enseñado a odiar. Edward Cullen era un mujeriego, me consolé. No le interesaba el matrimonio.
Además, ¿cómo se iba a casar conmigo, si nuestras familias estaban enfrentadas?
—Ante todo, Cullen es un hombre de negocios. Y el incentivo para que se case con mi nieta será demasiado tentador como para que lo rechace.
—¿Qué incentivo?
Mi abuelo sonrió con desprecio.
—Digamos, simplemente, que yo tengo algo que él quiere, lo que es la base de cualquier negociación. Y también es un hombre que no puede dejar pasar una mujer atractiva sin intentar seducirla. Por alguna razón, tiene preferencia por las morenas, así que estás de suerte, o lo estarás cuando te quitemos esos vaqueros y te pongamos ropa decente. Y si quieres ese dinero, no harás nada para ahuyentarlo. Y ahora, recoge esos papeles que has tirado al suelo.
«¿De suerte?», pensé. ¿Mi abuelo realmente pensaba que atraer a ese arrogante y despiadado italiano era una suerte?
Con mano temblorosa, recogí automáticamente los papeles que se me habían caído. ¿Qué alternativa tenía? No tenía otra forma de conseguir el dinero que necesitaba, me dije. Y se consolé diciendo que no sería un matrimonio en el verdadero sentido de la palabra. Probablemente, apenas hablaríamos.
—Si lo hago, si digo «sí», ¿me darás el dinero?
—No… Pero, Cullen te lo dará. Te dará una suma de dinero todos los meses. En qué te lo gastes, será decisión tuya.
Me quedó con la boca abierta. Mi abuelo había planeado un acuerdo en el que ni siquiera tenía que poner su dinero.
Edward Cullen no sólo iba a tener que casarse con la nieta de su peor enemigo, sino que tendría que pagar por ese privilegio.
¿Por qué aceptaría una idea tan disparatada?
¿Cuál era exactamente el incentivo al que se había referido mi abuelo?
Pero una cosa estaba clara: si quería el dinero, tendría que hacer algo que me había prometido no hacer jamás: tendría que casarme. Y no sólo eso. Sino que me casaría con el responsable de la muerte de mi padre. Un hombre al que odiaba.

EPOV
—¿Por qué acude a nosotros Alessandro Swan? — me pregunte, caminando a lo largo de la terraza de mi casa. Luego me detuve para estudiar la expresión de mi padre; pero no noté nada. El hombre había aprendido desde muy joven a ocultar sus emociones—. La enemistad entre nuestras familias se remonta a tres generaciones.
—Al parecer, ésa es la razón de su acercamiento —dijo Carlisle Cullen mi padre —. Cree que es hora de arreglar las cosas. Públicamente.
—¿Y cómo es que Alessandro Swan quiere arreglar las cosas? Es un hombre malicioso y despiadado.
El solo hecho de que mi padre estuviera dispuesto a encontrarse con aquel hombre me sorprendía. Pero mi padre se estaba haciendo viejo, pensé con pena, y la pérdida de la empresa familiar hacía muchos años siempre había sido una espina clavada en su corazón.
Mi padre suspiró.
—Quiero que termine este odio, Edward. Quiero jubilarme en paz con tu madre, sabiendo que lo que es nuestro por derecho ha vuelto a nosotros. Ya no estoy para peleas.
Afortunadamente, yo no las temía. Si Alessandro Swan pensaba que podía intimidarme, descubriría que había dado con la horma de su zapato.
Mi padre recogió unos papeles.
—El acuerdo que ofrece es sorprendente.
—Razón de más para sospechar de sus motivos —dije.
Mi padre lo miró con cautela.
—Serías un necio si no escuchases lo que quiere decirte —dijo mi padre—. Será lo que sea Alessandro, pero es italiano. Y es un halago que te ofrezca reunirte con él.
—El halago sería que desaparezca para siempre —respondí mirando a mi padre.
De pronto me di cuenta de que mi padre había envejecido. Que la tensión de aquella eterna enemistad lo había ido consumiendo.
—He aceptado la reunión en nombre tuyo —mi padre me miró, cansado.
Esto lo haría por mi padre.
—Bien. Dime qué ofrece —pregunte.
—Va a devolvernos la empresa —mi padre se rió con desprecio y puso los papeles sobre la mesa—. Aunque sería mejor decir «nuestra empresa», puesto que lo era antes de que Swan estafase a tu abuelo.
"¿Swan ofrece devolver la empresa?", pensé, ocultando mi sorpresa.
—¿Y a cambio de qué? —pregunté.
Mi padre desvió mi mirada.
—A cambio de casarte con su nieta.
—¡Estás de broma! —esto era increible—. ¿En qué siglo estamos?
Sin mirarme, mi padre movió los papeles frente a mi y respondió:
—Lamentablemente, ésas son las condiciones.
—No estás bromeando, ¿verdad? —dije, petrificado, con expresión seria – En ese caso, te diré que no hay nadie menos atractivo para mí como potencial consorte que un miembro de la familia Swan.
Mi padre se pasó la mano por detrás del cuello para aliviar la tensión.
—Tienes treinta y cuatro años, Edward. En algún momento te tienes que casar con alguien. A no ser que quieras pasarte la vida solo y sin hijos.
—Quiero tener hijos. Me apetece mucho. Es la esposa el problema. Lamentablemente, no encuentro una mujer con las cualidades que exijo. No deben existir.
Recordé a las últimas mujeres con las que había salido: una gimnasta, una bailarina… Ninguna había despertado mi atención más de unas semanas.
—Bueno, si no puedes casarte por amor, entonces, ¿por qué no por razones de negocios? —dijo mi padre—. Si te casas con la chica, la empresa es nuestra.
—¿Así de sencillo? —pregunté —. No puede ser tan sencillo.
—Es un hombre viejo. La empresa tiene problemas. Swan sabe que tú eres un brillante hombre de negocios. Con la boda protege a su nieta económicamente, si quiebra la empresa. Y sabe que contigo a la cabeza, la empresa se salvará. Es una oferta generosa.
—Eso es lo que me preocupa. Alessandro Swan no es una persona que haga ofertas generosas.
—Ofrece un incentivo considerable por casarte con la chica.
—Yo necesito un incentivo considerable para casarme con una mujer a la que no he visto siquiera —dije, cavilando.
No podía comprender por qué Swan me ofrecía la empresa. Ni por qué quería que me casara con su nieta.
—Es hora de dejar a un lado las sospechas y aprender a confiar. Swan empezó ese negocio con mi padre y luego se lo arrebató. Dice que se arrepiente del pasado y que quiere enmendarlo antes de morirse.
—¿Y tú lo crees?
—Nuestros abogados tienen un borrador del acuerdo. ¿Qué razón tendría para no creerlo?
—Que Alessandro Swan es un megalómano malicioso que sólo actúa por interés propio —me quitó la corbata de seda y la tiré encima de una silla. Sentía la adrenalina correr por mis venas—. ¿Es que te tengo que recordar sus pecados contra nuestra familia?
—Es un hombre viejo. Quizás se esté arrepintiendo.
—¿Arrepentirse? Ese mal nacido no sabe siquiera el significado de esa palabra. Estoy tentado de seguir adelante con esto sólo para saber qué está tramando — hice señas discretamente a un empleado para que me trajera algo de beber mientras me desabrochaba los botones de arriba de la camisa. El calor en Cerdeña en julio era insoportable—. ¿Y por qué no puede conseguirse un marido su nieta? Swan ha mantenido la existencia de la chica en silencio. Nadie sabe nada de ella. ¿Es fea o tiene alguna enfermedad que puedan heredar mis hijos?
—También serían sus hijos —señaló mi padre—. Y tú no has sido capaz de encontrar esposa.
—No la he buscado. Y no quiero a una elegida por mi enemigo.
La idea casi me daba risa. La heredera de Swan tenía que tener algún problema, si no, se habría casado hacía mucho tiempo.
—Estoy seguro de que es una chica encantadora —murmuró mi padre.
Alcé una ceja en señal de burla.
—No lo creo. Si fuera guapa, Swan no la habría tenido oculta, y la prensa la habría acosado como a mí. Al fin y al cabo, es una mujer joven extremadamente rica.
—La prensa te persigue porque les das motivos… Mientras que la heredera de Swan ha estado en Estados Unidos.
—Estados Unidos tiene la prensa rosa más indiscreta del mundo —murmuré frunciendo el ceño—. Si la han dejado en paz, será porque es un monstruo y no tiene personalidad.
—Evidentemente, lleva una vida discreta. No como tú. La chica estuvo en un internado americano. Su madre era americana, si recuerdas.
—Por supuesto que lo recuerdo — acabé mi copa, recordando—. También recuerdo que su madre murió cuando explotó nuestro barco. Junto con su marido, que era el hijo único de Alessandro Swan.
Recordé a una criatura sin vida en mis brazos mientras la llevaba hasta la superficie… Caos, horror, sangre, gente gritando…
—La nieta perdió a sus padres y Swan nos culpa por ello. ¿Y ahora quiere que me case con su nieta? Tendré que dormir con un arma debajo de la almohada, si acepto. Estoy sorprendido de que hayas aceptado su sugerencia con tanta ecuanimidad.
—Nosotros también perdimos familia en aquella explosión. Y el tiempo ha pasado. Es un hombre viejo.
—Es un hombre muy malo.
—Nosotros no fuimos responsables de la muerte de su hijo. Tal vez el tiempo le haya dado la oportunidad de reflexionar y ahora se dé cuenta —Mi padre se pasó la mano por la frente, visiblemente afectado por los recuerdos—. Él quiere que su nieta tenga un marido italiano. Desea volver a tener descendencia.
—¿Y la chica? ¿Por qué iba a querer aceptar semejante matrimonio? Ella es la nieta de Swan. No creo que siéndolo tenga la estabilidad emocional que yo desearía en una esposa.
—Al menos, conócela. Siempre estás a tiempo de decir «no».
Era cierto que deseaba tener hijos. Y siempre había querido recuperar Industrias Swan.
—¿Qué consigue ella? Swan consigue descendencia. Yo consigo nuestra empresa e hijos… ¿Y ella?
—Edward…
—Dime…
—El día de la boda vas a tener que ingresar dinero en su cuenta personal —mi padre volvió a mirar los papeles— Una sustancial suma. Y esa suma se repetirá todos los meses durante el matrimonio.
Hubo un largo silencio, esto era increíble lo único que pude hacer es reírme
—¿Dices en serio que la heredera de Swan quiere dinero por casarse conmigo?
—La parte económica es una parte importante del acuerdo.
—La mujer es más rica que Midas —dije—. Y no obstante, ¿quiere más?
Mi padre carraspeó.
—Los términos del acuerdo son muy claros. Ella recibe dinero.
Camine hacia el extremo de la terraza y miré la ciudad que tanto amaba.
—Edward…
—No sé por qué dudo —me di la vuelta con gesto de desprecio—Todas las mujeres están interesadas en el dinero. El hecho de que ésta quiera más que la mayoría no cambia nada. Al menos, es sincera, algo que la honra. Como has dicho tú, éste es un negocio.
—La haces ver dura e interesada, pero, ¿por qué no te reservas el juicio? —me dijo su padre—. Cualquier pariente de Alessandro va a estar acostumbrado al dinero y un estilo de vida extravagante. Su requerimiento de fondos tal vez no tenga nada que ver con su carácter. Ella podría ser dulce.
—Las chicas dulces no piden grandes sumas de dinero de futuros esposos. Y si ella es una Swan seguramente tenga cuernos y cola, como todos los demonios…
—Edward…
—Como tú, yo quiero recuperar la empresa, así que la veré porque estoy intrigado. Pero no te prometo nada —le dije, dejando mi copa vacía sobre la mesa—. Si ella será la madre de mis hijos, por lo menos no tendrá que darme dolor de estómago verla.

BPOV
—No hablarás. Y tienes que mantener esos ojos relampagueantes fijos en el suelo. Tienes que ser dócil y obediente, como una buena chica italiana. Si mantienes la boca cerrada hasta la boda, todo irá bien. Para entonces será demasiado tarde para que Cullen cambie de parecer —dijo mi abuelo mirándome mientras el helicóptero se dirigía a la plataforma de aterrizaje.
Cuando el helicóptero aterrizó, me relaje. Aquel océano inmenso debajo de nosotros me daba miedo. Siempre le había tenido miedo al agua. Y todavía me costaba creer que hubiera aceptado aquel encuentro.
—¿Y qué pasa si él se entera de que no puedo tener hijos?
Si mi abuelo había descubierto que el accidente que había tenido de pequeña le impedía tener hijos, ¿cómo podía estar segura de que Edward no se hubiera enterado de lo mismo?
—No lo sabe. Ni siquiera conocía de tu existencia hasta ahora. No lo sabrá hasta que esté casado contigo —sonrió cínicamente.
Me encogí de repugnancia. Todo aquello era repugnante.
Pero, ¿estaba tan mal hacer aquello? Después de todo, Edward Cullen y toda su familia eran tan corruptos como mi abuelo. Y dada su falta de interés en el compromiso con una mujer, no debía tener interés en ser padre. Y de serlo, sería un padre terrible. Dar un hijo a un hombre semejante sería injusto. Tal vez fuera mejor para ambas familias que la línea hereditaria se truncase. Así se enterrarían sus disputas con ellos.
Y ambas familias estaban en deuda conmigo. Entre las dos eran responsables del accidente que había hundido a mi familia. Era hora de que pagasen.
El día de nuestra boda Cullen ingresaría una suma de dinero que se repetiría todos los meses. Y mi madre recibiría la operación que tanto necesitaba. Se terminarían mis preocupaciones; el tener tres trabajos y la angustia de que el dinero no alcanzase.
Siempre y cuando Cullen no descubriese que mi madre estaba viva. Porque entonces él se daría cuenta de que mi abuelo no sentía el más mínimo cariño por mi, y empezaría a sospechar de aquel acuerdo.
Me detuve en la puerta del helicóptero, sofocada por el aire caliente que me llegó. Sentí la tentación de preguntarle a mi abuelo cómo era que siendo medio italiana era incapaz de soportar el calor. Pero en aquellos días había aprendido que la mejor manera de manejar la relación con mi abuelo era permanecer callada.
—Y recuerda: ahora eres una Swan.
—Pero tú no permitiste que mi madre usara ese nombre. Y ahora, cuando te viene bien, esperas que yo lo use.
—Cullen va a casarse contigo porque eres una Swan —me recordó mi abuelo con una sonrisa desagradable—. Si supiera que eres una don nadie, ni se acercaría a ti. Y deja de tirar de ese vestido.
Apreté los dientes y solté el bajo de la prenda.
—Es indecente. Apenas cubre nada.
—Precisamente. Cullen querrá saber lo que está comprando. Recuerda todo lo que te he dicho. Cullen tiene un cerebro tan afilado como una cuchilla, pero es un italiano de sangre caliente. Una sola mirada a ese vestido le hará olvidar los negocios, te lo aseguro. Llévalo puesto como si te vistieras siempre así. No menciones la existencia de tu madre. No digas por qué necesitas el dinero.
—El querrá saber por qué me voy a casar con él.
—Edward Cullen tiene un ego tan grande como el mundo. Y las mujeres, por alguna razón insondable, no lo dejan en paz. Probablemente porque es rico y atractivo, y las mujeres suelen ser demasiado estúpidas como para resistirse a esa combinación —mi abuelo hizo un gesto de desprecio—. Se pensará que eres una más de sus admiradoras que quiere acceso a sus millones.
Me estremeció. Edward Cullen debía ser terriblemente arrogante. Ser considerada tan cabeza hueca como para valorar a un hombre por su aspecto y su cartera me parecía un insulto.
—No creo…
—¡Muy bien! —Exclamó mi abuelo—. No quiero que pienses. Y él tampoco. No se te pide que pienses. Sólo se te pide que te acuestes con él cuando él lo desee. Y si te lo pregunta, simplemente le dices que deseas este matrimonio porque es uno de los solteros más cotizados del mundo y tú quieres volver a descubrir tus raíces italianas. E intenta no quemarlo con esa mirada que tienes. Un hombre no quiere confrontación en su cama de matrimonio.
Sentí un revoltijo en el estómago. "¿Cama de matrimonio?", resonó en mi cabeza. Hasta entonces no había pensado en las implicaciones más profundas de mi matrimonio. Luego recordé lo que se decía de él. Si los medios no se equivocaban, tenía como tres queridas a la vez. No creía que tuviera ganas de compartir la cama conmigo, dada su falta de interés en el compromiso. Y a mi me parecía muy bien. Siempre que depositase la suma de dinero en mi cuenta todos los meses.
Si no hubiera sido porque mi abuelo me hizo salir del helicóptero, me habría echado atrás y le habría pedido desesperadamente al piloto que me llevase de regreso.
Una figura borrosa parecía observarme desde la distancia. Y de pronto me sintió abrumada por la situación.
Con paso inseguro, tanto por aquella sensación terrorífica como por los tacones que había sido obligada a ponerme, avancé por la plataforma.
Me tambaleé, y de no haber sido por unos brazos poderosos que me sujetaron, me habría caído.
Incómoda por la situación y en estado de shock, di las gracias. Aferrada a unos bíceps firmes, intenté recuperar el equilibrio. Vi una cara digna de una hermosa escultura delante de mi, y por un momento, fije mi mirada en los ojos verdes de aquel hombre. Una extraña sensación se apoderó de mi, un calor en la pelvis. Y sentí que me ponía roja.
—¿Señorita Swan?
Tardé un momento en reaccionar y darme cuenta de que se estaba dirigiendo a mi, puesto que aquel apellido hasta entonces me era poco familiar.
—¡Ponte de pie, muchacha! —el tono impaciente de mi abuelo sobresaltó mis pensamientos—. A los hombres no les gusta que una mujer se quede agarrada a él. ¡Y por el amor de Dios, habla cuando se dirigen a ti! ¿De qué te ha servido esa educación tan cara que has recibido si no eres capaz de formar una sola oración?
Me sentí acalorada y humillada. Recupere el equilibrio y eche una mirada a mi rescatador.
—Lo siento, yo…
—No hace falta que se disculpe —dijo con tono frío y medido.
Pero la mirada que me dedicó a mi abuelo me hizo estremecer.
—Torpe… —mi abuelo me miró impacientemente—. Aunque parezca mentira, cuando quiere, mi nieta sabe caminar. Pero como todas las mujeres, tiene la cabeza vacía.
Baje la mirada para no mostrar la rabia que sentía.
Tenía que olvidarme del odio a mi abuelo, a la familia Cullen, y de todo. Lo único que importaba era que Edward Cullen se casara conmigo.
Fuese como fuese, tenía que salvar a mi madre.

1 comentario:

  1. me encanta esta historia parece ser que es buena al menos ya de entrada te deja muy interesada en el desarroyo,gracias por darnos estas historias ademas de tu tiempo y esfuerzo.

    ResponderEliminar