Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 9
BPOV
Cuando llegue a casa el viernes por la tarde, Edward se había ido a trabajar y no volvería hasta medianoche. Normalmente, trabajaba con horario de mañana, pero aquel día estaba haciendo el turno de un amigo.
Paseé por la casa, inquieta, sin saber qué hacer. Me sorprendió haberme acostumbrado a su presencia. Aunque no pasábamos mucho tiempo juntos, me acostumbre a verlo por allí.
¿Qué pasaría cuando todo aquello terminara y Edward se fuera para siempre?, me pregunté.
No tendría al niño, no lo tendría a él…
Esa idea me entristeció de forma inexplicable.
Por mucho que me recordara a mi misma que ni el niño ni Edward eran míos, no podía dejar de desear… ¿desear qué?
Quedarme con el niño estaba fuera de la cuestión, aunque secretamente lo anhelaba. Además, había sido independiente toda mi vida. No me apoyaba en nadie más que en mí misma y así era como me gustaba. Era la única forma de saber que nadie iba a engañarme, que nadie iba a hacerme daño.
De eso ya había tenido más que suficiente durante mi infancia.
Pero no podía dejar de preguntarme cómo sería si Edward y yo fuéramos una pareja de verdad. Sin duda, lo esperaría despierta y prepararía algo romántico para cuando volviera del trabajo, me pondría un conjunto sexy de ropa interior…
Dejé escapar un suspiro. No tenía sentido soñar despierta, pensé, mientras abría la nevera. Había pensado hacerme un sándwich, pero encontré una fiambrera con una nota de Edward:
No te preocupes, esto es muy sano: lasaña de verduras. Pero podrías tomarte el bollo de chocolate como postre.
Sonreí. El hombre estaba empeñado en cuidar de mí. Además, eso era mucho más sano que un sándwich, me dije. De modo que metí la fiambrera en el microondas y me tomé un plato de lasaña con un vaso de leche mientras leía los periódicos.
Después, intenté dormir un rato en el sofá, pero no podía ponerme cómoda. Y mi cama era peor… entonces recordé lo que Edward había dicho de su colchón de látex.
Decidida, tome la almohada de mi cama y entré en su habitación.
No había entrado allí desde que Edward llevó sus cosas, pero su cama era enorme, ocupaba casi toda la habitación. No la había hecho esa mañana, de modo que el edredón azul marino estaba echado a un lado, dejando al descubierto unas sábanas de color crema algo arrugadas.
Había libros, discos, un sillón de cuero… Todo muy masculino. Definitivamente, era su espacio. Y yo estaba invadiéndolo.
Si no necesitara unas horas de sueño desesperadamente nunca se me habría ocurrido hacerlo, me dije.
Edward no volvería hasta muy tarde y no tendría por qué enterarse. Lo dejaría todo tal y como estaba, como si no hubiera entrado nadie.
Suspirando, me tumbé de lado y enterré la cara en la almohada. Las sábanas olían a Edward, a esa colonia suya tan agradable…
Y, por primera vez en mucho tiempo, me quede profundamente dormida.
EPOV
Cuando llegue a casa después de medianoche, todas las luces estaban apagadas.
La casa estaba en silencio y la puerta del dormitorio de Bella estaba cerrada. Quizá, por fin, había logrado conciliar el sueño, pensé.
Para no despertarla, entré en la cocina de puntillas y me hizo un sándwich. Sonriendo, comprobé que se había comido la lasaña… pero no el bollo. En fin, al menos estaba haciendo ciertos progresos.
Después de darme una ducha rápida pensaba leer un rato antes de cerrar los ojos, pero cuando entré en mi habitación me encontré con algo completamente inesperado: un bulto en mi cama.
Bella.
No, no iba a poder leer un rato.
Me acerque con cuidado para no despertarla. Estaba hecha una bola a un lado, la mano metida bajo la barbilla, como una niña. Su pelo castaño extendido sobre la almohada. Sólo podía ver su hombro desnudo y la tirita de un camisón blanco.
Era mi mujer.
Estaba esperando un hijo mío.
Y estaba durmiendo en mi cama.
La misma cama en la que yo había estado despierto innumerables noches, pensando en ella. Y, si era sincero conmigo mismo, deseándola.
Sin hacer ruido, me desnude y me puse el pantalón del pijama. Iba a salir por la puerta cuando la escuche emitir un sonido suave, como un quejido.
Me di media vuelta para comprobar si la había despertado… Aún no estaba despierta del todo, pero cuando iba a tumbarse de espaldas abrió los ojos. Y me vio allí, al lado de la cama.
—Ay, perdona…
—No pasa nada.
—No, es que… no quería quedarme dormida, sólo quería descansar un rato y como me dijiste que tu cama era tan cómoda…
—No te preocupes, no importa.
Se había puesto colorada y tenía un aspecto delicioso.
—Pero yo no…
—En serio, no pasa nada —sonreí, sentándome a su lado.
—¿Qué hora es?
—La una.
—He dormido cuatro horas. ¿Cómo puedo seguir tan cansada?
Sin pensar, levanté una mano para acariciar su pelo.
—¿Desde cuándo no duermes ocho horas seguidas?
—Hace semanas —suspiró ella, levantándose—. Bueno, me voy a mi habitación.
—Espera —dije, tomándola por la muñeca—. Puedes quedarte aquí. Parece que aquí duermes mejor que en tu propia cama.
—Pero… ¿dónde vas a dormir tú?
—Ya veré.
—Pero si tú no duermes bien, yo no podré pegar ojo.
—Bueno, si no te duermes enseguida nos iremos a bailar.
Ella rió bajito mientras volvía a meterse en la cama. En cuanto puso la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos se quedó dormida de nuevo.
Me quede mirándola un momento. Había algo muy íntimo en mirar a una persona dormida. En ese momento, estaba viendo una parte de Bella que poca gente habría visto.
Suspirando, iba a tomar un libro de la estantería cuando ella volvió a abrir los ojos.
—¿Lo ves? Ya te dije que no podría dormir.
—Te has despertado otra vez al darte la vuelta.
Ella enterró la cara en la almohada.
—Es una tontería que me preocupe tanto por dormir de espaldas, ¿verdad? Al niño no le puede pasar nada malo.
—No, pero supongo que la advertencia del ginecólogo se te ha quedado grabada a fuego.
—¿Cuánto tiempo he estado dormida esta vez?
—Nada, diez minutos.
Entonces tuve una inspiración. Me metí en la cama con ella y la abrace por la espalda.
—Edward!
—Calla, tonta. Sólo quiero ayudar. Así podrás dormir sin miedo a tumbarte de espaldas, ¿no?
—Pero…
—Nada de peros. Duérmete.
—Pero es que…
—Te aseguro que puedes confiar en mí. Prometo no aprovecharme.
—Eso no me preocupa —replicó Bella—. Ningún hombre decente se aprovecharía de una mujer que está embarazada de cinco meses. Pero ésta es la clase de intimidad que no deberíamos tener.
—Yo no se lo contaré a nadie —sonreí.
Sacudiendo la cabeza, ella cerró los ojos y, poco a poco, empezó a relajarse.
—Es que quiero hacer las cosas bien.
—Ya lo sé.
—Quiero que el niño nazca sano… y fuerte. No quiero que Alice y Jasper se lleven… una desilusión —ya le costaba trabajo formular una frase completa—. Y tú tampoco.
¿Una desilusión, yo? Espere para ver si explicaba aquel críptico comentario, pero Bella se había quedado dormida.
Intente relajarme, pero no era capaz. Con el olor de su pelo, el calor de su cuerpo, su redondo trasero apretado contra mi entrepierna, dormir era completamente imposible.
Iba a ser una noche muy larga.
BPOV
Desperté sintiéndome completamente descansada por primera vez en semanas. No sólo descansada, sino con una sensación de seguridad, de paz.
Poco a poco, miré alrededor… y recordé dónde estaba.
Y dónde estaba Edward.
Y lo peor fue que no salté de la cama inmediatamente para preservar mi dignidad. Estar tumbada al lado de Edward era más que agradable.
Con la espalda apoyada sobre su torso, los brazos de él descansando sobre mi abdomen y aquel peculiar olor suyo tan masculino mareándome, mi fuerza de voluntad me abandonó por completo.
Lo oí respirar rítmicamente, note su aliento en mi cuello… y también note algo más: que sus brazos y su torso no eran las únicas partes duras de su cuerpo.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que me desperté al lado de un hombre? En ese momento me parecían años. O a lo mejor eran años de verdad. Tanto tiempo que había olvidado cómo era dormir con otra persona.
El sexo de los sábados por la mañana siempre había sido mi favorito. Sin prisas, relajado, tomándome mi tiempo…
Antes de poder dejarme llevar por la tentación empecé a moverme, pero Edward me sujetó entre sus brazos.
—No te vayas.
—¿Estás despierto?
—A medias.
Sonaba medio dormido, pero no como si acabara de despertarse en ese mismo instante.
—¿Desde cuándo estás despierto?
—Desde que te has despertado tú.
—¿Y por qué no has dicho nada?
—Porque estaba muy cómodo.
—Pues deberías…
Justo en ese momento el niño dio una patada, justo bajo las manos de Edward.
—Ay, Dios mío. ¿Eso ha sido…?
De nuevo, intenté apartarse.
—Mira, tengo que…
Pero Edward me tumbó de espaldas y puso la oreja sobre mi abdomen, como si fuera un apache.
—No vas a poder oír nada.
—Calla.
—Se supone que no debo estar tumbada de espaldas.
—Sólo será un segundo.
Tenía las manos apoyadas en mi abdomen. Si las bajaba un poco, cinco o seis centímetros, me estaría tocando íntimamente. Y mi cuerpo traidor deseaba desesperadamente que lo hiciera.
Sería tan fácil levantar las caderas…
—Edward, de verdad no creo que…
El niño volvió a moverse y aquella vez los dos contuvimos el aliento.
—Lo he sentido.
—Y yo —dije.
—¿Era la primera vez?
—No, qué va.
—¿Desde cuándo se mueve?
—Desde hace tres semanas. Quizá cuatro, no me acuerdo.
El ginecólogo había dicho que sentiría como un cosquilleo, como un aleteo de mariposas, pero no era así en absoluto.
—¿Y cómo es?
Me miraba tan de cerca que tuve que tragar saliva.
—Pues es… como un espasmo muscular. ¿Sabes cuando estás muy nervioso o has corrido mucho y tu corazón late con tanta fuerza que casi puedes verlo saliéndose del pecho? Pues así.
—Sí, te entiendo.
Por un momento, se me quedó la mente completamente en blanco, perdida en su mirada. Toda mi existencia pareció concentrarse en él. En aquel momento. En la mano de Edward sobre mi abdomen, en el brillo de sus ojos, en los latidos de su corazón.
—Así es, como los latidos del corazón, pero no de una forma rítmica.
—Es asombroso —murmuró él.
—Sí, asombroso.
Lo era. No sólo la sensación de tener un niño moviéndose dentro de mi, sino cómo me miraba Edward.
Nadie me había mirado así nunca. Como si yo fuera asombrosa. Y nunca en toda mi vida me había sentido tan cerca de otro ser humano.
Me sentía parte de algo más grande, más trascendental que cualquier otra cosa en la vida, más que el deber, la justicia, el honor. Cosas que, para mi, siempre habían sido las más importantes, pero que parecían nimias en comparación con el niño y la conexión que había creado entre Edward y yo.
Casi se me rompió el corazón al pensar que todo aquello no era más que una ilusión. La conexión que sentía era falsa.
Porque el niño no era mio. Y tampoco era de Edward.
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