Ni los personajes ni la historia me pertenecen yo solo realizo la adaptacion
Capitulo 7
EPOV
Bella ya se había tardado mire mi reloj y volví a caminar por el dormitorio de un lado a otro. Nunca antes había dudado de mi juicio, pero había cosas de mi esposa que no tenían sentido.
Era heredera de uno de los hombres más ricos de la tierra, había pedido una cuantiosa suma de dinero el día de nuestra boda, que había desaparecido inmediatamente, y no había señales de que hubiera gastado en nada. Había llevado una existencia de privilegios y no obstante me la había encontrado preparándose la comida vestida con unos vaqueros viejos… Había algo que no cuadraba…
Cuando me había casado con Isabella Swan había esperado una mujer aburrida, mimada y rica. Lo único que había significado un aliciente había sido su cara, su cuerpo y su aparente deseo de mostrarlo. Lo que no había esperado era aquella complejidad.
Miré la puerta cerrada del baño. Llevaba una hora allí. ¿Qué estaría haciendo?
Finalmente, se abrió el cerrojo. Al contemplar a la chica que salió del cuarto de baño, tuve que controlarme para no quedarme con la boca abierta.
Estaba espectacular. Atractiva. Hermosa.
Reprimí un gruñido de deseo mientras la miraba de arriba abajo con ojos desvergonzados.
No debía haber tenido aquel aspecto con la ropa que yo había elegido. Debía haber parecido una prostituta barata. Sin embargo, se las había ingeniado para parecer inocente con una falda más corta que un cinturón. Sus piernas eran larguísimas y hermosas. La blusa dejaba al descubierto parte de su abdomen. Me quede sorprendido. Y sentí ganas de quedarme en el dormitorio.
Era una suerte tener un grupo de guardaespaldas, pensé. Quería mantener a los hombres alejados de ella. Me sorprendí por aquel pensamiento posesivo.
—Has sido tú quién insistió en que me pusiera esto, así que deja de mirarme con esa cara. Y te lo advierto, no estoy acostumbrada a llevar tacones tan altos. Así que, a no ser que quieras que me rompa un tobillo, tendré que agarrarme a tu brazo.
Sorprendido por aquella candida confesión, registre un detalle más que no encajaba.
—No me queda más remedio que agarrarme a ti. Si no, me voy a caer. De no ser así no te tocaría por nada del mundo. Espero que tengas un seguro. Si piso a alguien mientras bailo con estos zapatos, causaré serios daños.
La mire y me di cuenta de que el brillo de inocencia de su cara le venía de dentro. Nada que llevase puesto se lo borraría y la transformaría en una ramera barata, porque ella emanaba clase.
"Una mujer codiciosa, pero muy bien disimulada" pensé.
No debía olvidar el motivo por el que ella se había casado conmigo, me dije.
BPOV
Sentada en el asiento de piel de la limusina, me mire los pies envueltos en zapatos de diseño con una fascinación casi infantil. Casi se me escapa una burbuja de risa, pero la pare a tiempo. Me encantaban los zapatos. Eran sexys y tenían estilo. Nunca había tenido nada frívolo en mi vida. Y me encantaba la ropa. Y los cosméticos. Nunca había tenido dinero para gastar en cosméticos. No tenía experiencia en aplicármelos, que era por lo que había tardado tanto en el cuarto de baño.
Me sentía un poco incómoda. Pero también guapa.
Cruce las piernas y vi con satisfacción la mirada de deseo de Edward al ver parte del muslo.
Me deseaba.
Resistí la tentación de sonreír y sonreír. Me deseaba. Y seis horas en la cama conmigo quería decir que no era tan indiferente como intentaba demostrarme.
Un flash me sorprendió y distrajo de mis pensamientos.
—Paparazzi —maldijo Edward—. No los van a dejar entrar en el club. Así que sonríe y no hables.
—¿Por qué los hombres italianos siguen en la edad de piedra? Siempre me dicen que no hable —Agarre mi bolso—. No sé si sabes que en la actualidad las mujeres pueden opinar.
Edward me agarró el brazo y me impidió bajar del coche.
—Eric te abrirá la puerta. Eso evitará que la prensa se acerque demasiado. Y para tu información, soy muy moderno en lo concerniente a las mujeres. Puedes hablar cuando quieras. Pero no a la prensa.
"¿Moderno?". Reflexione. Edward no se conocía nada.
Se abrió la puerta del coche antes de que yo pudiera responder. Los hombres de Edward nos rodearon y nos llevaron al club nocturno en medio de una explosión de flashes y fotógrafos pidiéndome que mirase a la cámara. Un fotógrafo se acercó demasiado y uno de los guardaespaldas de Edward le impidió el paso.
Miré alrededor, confundida.
—No comprendo por qué están tan interesados en mí de repente.
—Porque me he casado contigo, amore. Y nuestras familias han estado en guerra durante generaciones. Los periódicos y revistas del corazón están encantados. Nuestras fotos se venderán en todo el mundo por un buen pellizco.
¿La gente iba a pagar por mis fotos?, me preguntó . No podía comprenderlo.
—¿Cómo ha hecho tu abuelo para mantenerte alejada de la prensa todos estos años?
—Yo… Yo… He llevado una vida muy privada —dije vagamente.
Los guardaespaldas nos rodearon hasta que entramos en el club.
Me quede sorprendida al ver el lugar. Mi ropa no desentonaba.
—Este lugar está lleno de gente que no lleva más que ropa interior —alce la voz para que Edward me escuchase por encima de la música alta.
Edward alzó una ceja en respuesta, y sonrió.
—Bailar da mucho calor…— respondió.
Abrí la boca para decir que jamás había estado en un club nocturno, pero me calló a tiempo. Si lo decía iba a levantar sospechas de Edward. Aquél se suponía que debía ser mi hábitat natural.
Estaba fascinada viendo aquella gente bailando, las luces de colores… De pronto sentí ganas de estar en la pista de baile. Quería divertirme.
—Quiero bailar…
—¿Con o sin los zapatos?
Me daba igual. Sólo quería moverme.
—Empezaré con los zapatos y luego veremos… —al ver que todavía estábamos atrayendo atención, mire alrededor frunciendo el ceño—: ¿La gente no deja nunca de mirar?
—Tú eres la nieta de uno de los hombres más ricos del mundo. Como yo, debes estar acostumbrada a ello. La gente siempre mira, ya sabes.
Edward me llevó a la pista.
La música vibraba. Cerré los ojos y descubrí que me encantaba bailar. Me gustaba el movimiento de mi cabello sedoso, el balanceo de mi cuerpo moviendo mis caderas al ritmo de la música.
Finalmente la música se hizo más lenta y Edward me apretó contra él con gesto posesivo, algo que debió molestarme, pero curiosamente me hizo sonreír.
Era el hombre más atractivo de aquel lugar, y las mujeres no dejaban de mirarlo. Era como un Ferrari en un aparcamiento de bicicletas. Y aquella noche estaba conmigo, reflexione.
Lo mire y vi al multimillonario, guapo y vibrante, sofisticado de los pies a la cabeza.
Bailamos hasta que nos dolieron los pies. Y finalmente acepte descansar y beber algo.
Respondiendo a un impulso, lo abrace espontáneamente antes de dejar la pista de baile.
—¡Oh, Edward, gracias! —con los ojos brillantes y riendo agregue—: Esto es fantástico. Me lo estoy pasando muy bien —note que él se ponía rígido y miraba mis mejillas rosadas.
—Te comportas como si nunca hubieras estado en un club nocturno.
—Y así es, quiero decir, no he estado nunca en uno como éste —me corregí.
Edward me miró con curiosidad.
Sabía que tenía que parecer aburrida, como si me pasara la vida en sitios como aquél, pero simplemente no podía. Tenía demasiada adrenalina en mis venas, demasiada excitación…
—¿Qué? Me estás mirando porque tengo la cara roja, ¿es eso?
—Te estoy mirando porque es la primera vez que te veo sonreír.
—Bueno, me lo estoy pasando bien —dije.
Miré la pista y, olvidando mis defensas agregue—: ¿Crees que…?
—No —Edward me agarró la mano y me llevó a una mesa—. No podríamos. Necesito beber algo.
Me di cuenta de que me dolían los pies y los puse encima de una silla. Me sentía cansada y ridículamente feliz. Estaba descubriendo una parte nueva de mi misma. Siempre había pensado que era diferente a otras chicas. Que no me gustaba la ropa de fiesta, ni las cosas que les gustaban a otras mujeres. Y lo cierto era que me encantaban. Por primera vez podía ser indulgente conmigo misma y divertirme.
—¡Edward! ¡Has venido! —exclamó una mujer con un vestido escotado, acercándose a nuestra mesa—. ¡Cuánto me alegro!
—Victoria —Edward se puso de pie y le dio un beso en cada mejilla a la mujer—. Es estupendo. Creo que el lugar será todo un éxito.
La mujer miró satisfecha hacia la pista de baile.
—Cautivador, ¿no? Y estiloso. Ya hemos tenido que restringir la entrada —agarró el brazo de Edward posesivamente. Sus uñas rojas brillaron como una advertencia—. Me alegro de que hayas venido. Te he reservado la mejor mesa.
—Gracias —dijo Edward, mirando los labios rojos de la mujer.
—Realmente necesito tu consejo para los negocios —Victoria se sentó al lado de Edward, sin mirarme—. Hemos tenido algunos problemas y es posible que necesite tus influencias —Edward bajó la voz y se acercó más a él, rodeándole el cuello con un brazo, como para que la conversación pudiera mantenerse en privado.
Al ver aquello, perdí la poca alegría. Era evidente que la relación con aquella mujer era algo más que amistad. ¿Sería alguna de sus amantes? Y si era así, ¿sería una amante del pasado o del presente? La idea de que compartiera con otra mujer lo que compartía conmigo me dio náuseas. Si me había parecido que para él lo que habíamos compartido sólo era sexo, ahora tenía la prueba. Y lo que era peor, la mujer ni me había mirado. Como si yo no existiera.
Me puse triste y bebí varios sorbos de mi copa, esperando ser incluida en la conversación, que Edward me presentase… Pero la mujer parecía excluirme a propósito. Y Edward se mostraba cómodo con aquello.
Noté las miradas de la gente. Era normal. Se suponía que estábamos recién casados y él parecía haber olvidado mi existencia.
Ignorada y abandonada, empecé a enfadarme.
¿Por qué iba a quedarme a un lado, fingiendo ser invisible?
Sin mirarlos, me puse de pie y agarrándome a la mesa para recuperar el equilibrio, decidí ir en dirección a la pista.
Una vez más la música me llegó al alma y floté envuelta en el ritmo, dejando que mi cuerpo lo siguiera.
A los pocos minutos, un hombre alto se acercó a mi y bailó. Era agradable estar bailando con alguien. Sonreí y acoplé mis movimientos a los de él. No importaba nada en aquel momento, me dije. Sólo quería divertirme.
Baje las pestañas en silenciosa invitación y me acerque más al hombre.
Pero entonces sentí unos dedos en el hombro, que con gesto posesivo me llevaban nuevamente a la mesa. Perdí el equilibrio y casi me caí. Pero él me sujetó. Alce la mirada y me encontró con unos ojos verdes. Edward le dijo algo en italiano al hombre que estaba bailando conmigo, y aunque no entendí nada, el tono fue amenazador. El hombre miró a Edward y se esfumó entre la gente.
—¡Qué cobarde! ¡Podría haberse quedado hasta que terminase el baile!
—Ha sido sensato —Edward me miró con fuego en los ojos—. Estamos en un lugar público. Y se supone que tú no debes ser parte del entretenimiento. Si quieres bailar, baila conmigo.
Lo miré y dije:
—Estabas ocupado.
—Entonces has debido esperar.
—¿A qué? ¿A que te cansaras de esa mujer?
—Esa mujer es la dueña de este club —me miró achicando los ojos—. Ella es la razón por la que hemos venido esta noche. Necesitaba mi consejo.
—No me tomes por estúpida —exclamé acaloradamente—. Estaba encima de ti. Si tú puedes seducir a otras mujeres en público, yo puedo bailar con quien me apetezca.
Edward me agarró la mano. Me estremecí al sentir su calor.
—Vuelve a coquetear con otro, y te enterarás de lo que es estar casada con un italiano.
Con el corazón latiendo aceleradamente y las rodillas temblando, lo mire, impotente. Hice un gesto de disgusto. Intente soltarme, pero él me sujetó más firmemente.
Pensando en que Edward se había pasado casi toda la noche con otra mujer, aprete los dientes y dije:
—Ya sé cómo es estar casada con un italiano, Edward. Se sufre una gran soledad y frustración. Te casaste conmigo y desapareciste durante quince días sin decirme nada. Luego vuelves y sales conmigo una noche y te pones a coquetear con otra mujer. Te odio.
Y lo que más odiaba era que él me importaba.
—Yo no estaba coqueteando —dijo él.
—Sí lo estabas haciendo. No dejabas de mirarla, y ella no dejaba de tocarte y tú te has olvidado completamente de que yo estaba allí. Bueno, ¡me niego a que me ignores! Tú has querido traerme aquí, y luego has sido un grosero. Y lo peor es que todo el mundo nos estaba mirando —de pronto me sentí mareada y me agarré a él para sujetarme—. Y ahora estoy un poco mareada.
—¿Has bebido?
—Nunca bebo.
—Te has bebido la copa de un trago.
—Tenía sed.
—Entonces debiste beber agua —comentó él agarrándome firmemente—. Para tu información, el alcohol no es lo mejor para quitar la sed.
Apoye la frente en el pecho de Edward, y deseé que la habitación dejase de girar.
—Lo único que he bebido es la limonada que tú me has dado. Es posible que esté mareada de dar vueltas. Ese hombre era muy buen bailarín.
—La bebida era vodka con un poco de limón —dijo él—. Y creo que no se te puede dejar más de cinco minutos sola. Eres como una niña en su primera fiesta.
—Y tú eres horrible —lo miré—. Me haces todas esas cosas en la cama, y luego te marchas y no me dices nada agradable. Ni una sola cosa. No comprendo por qué las mujeres piensan que eres tan fabuloso. Haces cosas sin sentido… Y no creo que pueda seguir fingiendo que soy la persona que crees que soy. Es agotador.
—Repite lo que has dicho…
Hubo algo en su tono que a me advirtió de que no iba por buen camino. Pero mi cabeza estaba confusa para deducir qué era.
—No me dices nunca nada agradable cuando estamos en la cama… —repetí.
—Esa parte, no. La otra… La de que no eres capaz de seguir fingiendo…
—Bueno, no soy esa estúpida heredera descerebrada que tú piensas… Y sinceramente, es una lucha fingir que lo soy —respondí—. Jamás he usado un vestido de diseño en mi vida. Nunca he tenido tiempo de ir a fiestas, y tú crees que soy una especie de prostituta, y ni siquiera… — me quede callada.
—¿Y? —me animó a seguir—. ¿Ni siquiera…?
Tuve el presentimiento de que había dicho algo que no debía decir, pero no sabía exactamente qué. Lo único que quería era dormir.
—Bueno, no soy una prostituta —repetí—. Aunque me gusta la ropa que llevan. Salvo que los zapatos me hacen daño —volví a apoyar la cabeza en el hombro de Edward.
Entonces escuche jurar a Edward, y después sentí que él me levantaba en brazos.
—Hueles tan bien —dije—. Pero no volveré a la cama contigo hasta que aprendas a decir algo agradable. Me haces sentir muy mal.
Él no contestó, pero noté que su mandíbula se tensaba y que daba pasos más largos.
Sentí el aire frío en las piernas al salir del club. Luego Edward me dejó en el asiento del coche. Se sentó a mi lado y le dio instrucciones al chofer.
—No voy a volver a bailar. El mundo da vueltas sin parar…
—Eso es el efecto del alcohol, no del baile. Y no puedo creer que hayas llegado a los veintidós años sin saber qué se siente al emborracharse.
—He llegado a los veintidós años sin conocer muchas cosas —le confesé, soñolienta—. Estas semanas he vivido muchas experiencias nuevas. Algunas buenas y otras malas. Lo peor es que tú…
—"… no me digas cosas agradables en la cama" —repitió él—. Me lo has dicho varias veces. Ya he comprendido el mensaje.
Lo miré.
—En realidad iba a decir "has coqueteado con otra mujer" —dije mirando sus facciones duras—. Pero me gustan los zapatos y la ropa. Y bailar ha sido estupendo… Quiero que me vuelvas a traer. Quizás mañana.
Edward me miró achicando los ojos:
—Mañana, tengo otros planes para ti.
De momento sólo quería dormir.
—Bueno, supongo que por la mañana te habrás ido, como siempre…
—Esta vez, no —murmuró él—. Voy a llegar hasta el fondo de la persona que eres, amore. Mañana tú y yo vamos a empezar a conocernos realmente.
Desperte con dolor de cabeza.
—Bebe esto —.
—No puedo beber cualquier cosa…
—Te ayudará —Edward deslizó un brazo por debajo de sus hombros, la levantó y le dio el vaso.
—Sabe mal —dijo ella al probarlo.
—Créeme, te ayudará.
bebí espere que mi estomago dejara de protestar.
—Tienes razón, me siento mejor.
—Bien. Porque tienes menos de una hora para prepararte -Edward se incorporó y me dio cuenta de que estaba vestido y calzado.
—No más clubes nocturnos —le dije.
—Es la hora de comer —me hizo señas hacia la ventana—. Así que no habrá clubes nocturnos. No suelen abrir hasta la medianoche. No lo sabes, ¿verdad? Puesto que no has estado nunca en ninguno, ¿no?
Note algo en su tono de voz. No recordaba casi nada de la noche anterior.
—Yo… No he dicho exactamente que no había estado en un club nocturno…
—Sí, lo has dicho. Además de otras cosas, que no veo la hora de explorar con más detalle —Edward miró su reloj—. Tengo que hacer unas llamadas importantes antes de marcharnos. Aprovecha para ducharte mientras, pero no te vuelvas a dormir. Mi piloto nos recogerá en menos de una hora.
—¿Tu piloto? —me volví a sentir mareada.
—Exacto —él abrió la puerta—. Nos vamos de luna de miel. Mejor tarde que nunca…
—¿De luna de miel? Si no íbamos a tener luna de miel… Me dijiste que no querías pasar mucho tiempo conmigo.
—Eso fue porque pensé que una sola noche contigo sería suficiente. Me he equivocado. Lo he intentado todo: Duchas de agua fría… Evitar verte… Pero no me ha servido de nada. Así que intentaremos un acercamiento diferente.
Me quedé con la boca abierta.
—¿Has intentado evitarme? ¿Es por eso que has desaparecido durante dos semanas?
—Sí, pero no ha funcionado. He aceptado las cosas tal cual son. Estamos casados. Es normal que pasemos tiempo juntos, y yo necesito cansarme de ti.
—¿Y cómo vas a hacerlo?
—Acostándome contigo interminablemente, amore —sonrió él—. Dentro de una hora nos marcharemos a una isla privada donde estaremos sólo tú y yo. Así que no te molestes en hacer el equipaje. No necesitarás ni ropa interior.
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