viernes, 16 de julio de 2010

NO TE ENGAÑE CAPITULO 5

Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .

Capitulo cinco

BPOV

El bello palazzo Cullen había sido el hogar de André Cullen durante más de setenta y cinco años, estaba en el centro de la ciudad en una zona magnífica del Gran Canal.
Era posible ir desde casa de Edward por el agua, utilizando las impresionantes entradas al canal de ambos palazzos, pero a mi me complació que él prefiriera andar. Había echado de menos pasear por el laberinto de calles estrechas, siguiendo canales y cruzando puentes. Aunque había vivido en Venecia bastante tiempo, descubría algo nuevo casi en cada paseo y siempre me había gustado investigar zonas nuevas.
En ese momento que caminaba junto a Edward con cierta aprensión, me había dicho que su abuelo era un anciano frágil, pero yo sabía que André había sido un formidable hombre de negocios la mayor parte de su vida. Edward hablaba de él a menudo, con respeto pero también con mucho cariño.
Sabía que Edward había ido a vivir a palazzo Cullen con su abuelo siendo un niño, cuando sus padres murieron en un accidente. Estaba claro que André era muy importante para él, al igual que esa visita. Esperaba que las cosas fueran bien.
No tardamos mucho en llegar al palazzo barroco, miré con asombro la impresionante fachada, ornamentada con columnas y estatuas de mármol.
–Y ésta es la entrada de atrás –comentó Edward deteniéndose a mi lado–. La que da al canal es increíble.
Sonreí sorprendida. El había crecido en ese histórico palacio, pero no había dejado de admirarlo y era obvio que se sentía orgulloso de su linaje. Lo miré de reojo y por un momento me pareció el Edward que había conocido antes. Parecía relajado y casi feliz, como si ir al palazzo Cullen fuera como volver al hogar. Tuve la sensación de que le apetecía mucho versu abuelo y darle la noticia.
El me dio la mano. Era un gesto que podía tomarse tanto como un símbolo de posesión o de afecto, yo volví a recordar lo importante que era que hiciese bien mi papel. El ama de casa dijo que André estaba descansando en la cama y subimos a verlo a la segunda planta.
En cuanto entramos en el dormitorio, presentí que algo no iba bien. Edward se tensó a mi lado en cuanto vio a su abuelo; me soltó la mano y fue rápidamente hasta la cama.
–¿Nonno? –Edward se inclinó para hablarle al oído–. ¿Te encuentras bien?
Me quede junto a la puerta, sin saber qué hacer, El ama de llaves había dicho que André estaba descansando, no que estuviera mal. Desde donde estaba, no sabía qué había provocado esa reacción en Edward. André parecía viejo y cansado, pero tal vez Edward, al conocerlo tan bien, había captado algo más preocupante.
–¿Edward? –la voz sonó débil, pero el anciano había reconocido perfectamente a su nieto–. Estoy cansado, nada más.
–Voy a llamar al medico –dijo Edward– No me gusta el aspecto que tienes.
–Bah –rezongó André–. No hace falta que te guste mi aspecto, no soy una de tus mujeres.
Sonreí al oír la respuesta. El comentario sobre las mujeres de Edward era inquietante, pero era obvio que el anciano estaba lúcido. Y también que era un hombre de temperamento, aunque estuviera confinado en la cama.
Edward se había inclinado más y hablaba a su abuelo con voz firme pero amable. Era obvio que el anciano significaba muchísimo para él.
Se me cerró la garganta y derramé una estúpida lágrima al recordar a Edward hablándome así a mí. Ya no lo hacía. Me di la vuelta, intentando no pensar en lo distinto que era todo.
Para distraerme admire la impresionante decoración de las paredes. La ornada decoración era espléndida, muy apropiada para el dormitorio principal de un importante palazzo del Gran Canal.
La habitación no habría quedado fuera de lugar en uno de los magníficos palacios venecianos abiertos al público. Y el que no se viera ninguna evidencia de tecnología moderna era como retroceder en el tiempo a una era más elegante.
Capté un movimiento y me di la vuelta; Edward vino hacia mi, me tomó del brazo y me condujo al pasillo.
-Ahora no es buen momento para que conozcas a mi abuelo –me dijo, guiándome hacia la escalera.
-¿Puedo ayudar de alguna manera? –pregunte automáticamente, aunque conocía a Edward lo suficiente para saber que él ya lo tendría todo cubierto.
–No. Vete a casa. Te veré después –giró sobre los talones, volvió al dormitorio y cerró la puerta.
Me quede consternada. Entendía que Edward estuviera preocupado por su abuelo, pero no me gusto la sensación de que me despidiera así.
Baje lentamente por las escaleras, pensando de nuevo en cuánto habían cambiado las cosas. El antiguo Edward nunca me habría pedido que encontrara sola el camino de vuelta a casa. De hecho, al principio me había costado mucho convencerlo de que no me pasaría nada si paseaba sola por la ciudad. Nadie antes se había preocupado tanto por mi, y me había emocionado que él lo hiciera.
Volvi hacia el palazzo de Edward, sorprendida por lo familiar que me resultaba todo a pesar de mi estancia en Londres. Iba casi en piloto automático, recorriendo el laberinto de callejuelas sin pensar.
De repente me detuve ante una concurrida heladería. No había necesidad de volver directo a casa solo porque Edward lo hubiera dicho.
Me uní a la cola para comprar un helado y poco después estaba sentada junto a un canal bajo el sol de la mañana, contenta de haber recuperado el apetito y poder disfrutar de una de mis cosas favoritas.
Los escalones que bajaban al canal eran un buen sitio donde sentarse, alejada del paso de peatones y observando el agua chocar contra los edificios de otro extremo del canal.
Saboreé el helado lentamente. Cuando lo acabe deje que mi mente volviera a centrarse en la situación en la que me encontraba con Edward.
Todo había ocurrido muy rápido desde que irrumpió en mi presentación la mañana anterior. Su propuesta me había pillado por sorpresa, pero había accedido a casarme con él por el bien del bebé, sería mejor que creciera siendo parte de una familia tradicional, con padre y madre.
Además, en el fondo, no podía olvidar lo maravilloso que había sido todo entre nosotros antes de que me echara. Tal vez viviendo juntos las cosas volverían a ser como habían sido.
Pero Edward creía que lo había engañado y que el bebé no era suyo. Por eso estaba tan enfadado y me trataba con tanta brusquedad.
No tengo ni idea de qué le había llevado a pensar eso. Por más que lo pensaba no se me ocurría nada que pudiera haber dicho o hecho para hacerle llegar a esa conclusión. Habíamos pasado noches separados, pero siempre por algún viaje de negocios de él, nunca había pasado una noche fuera del palazzo sin Edward.
De repente, supe lo que debía hacer. Si podía demostrarle a Edward que no le había sido infiel, tal vez volvería a confiar en mi. Aunque había herido mis sentimientos por su falta de fe en mi, debía tener sus razones. Habría sido mejor que hubiera tenido la cortesía de decirme cuáles eran, pero estaba demasiado airado.
Si le pidiera la prueba de paternidad a Edward, cuando él se convenciera de la verdad, quizás todo volvería a la normalidad. Sería lo mejor para nosotros y, lo que era más importante, para el bebé.
Me levante llena de energía. Había encontrado la solución, pronto se arreglaría todo.
Edward regresó al palazzo aprimera hora de la tarde. Lo esperé en el dormitorio; la conversación que pensaba mantener requería privacidad. Le preocupaba tanto que alguien sospechara algo irregular sobre nuestros planes de boda que no agradecería que le hablara de pruebas de paternidad en una habitación donde algún empleado pudiera oírme.
–¿Cómo está tu abuelo? –pregunte, levantándome cuando entró en la habitación.
–El medico piensa que está bien. Bueno, tan bien como suele estar –la expresión de Edward indicaba que él no estaba de acuerdo–. Yo no estoy tan seguro. Le veo algo raro. Tal vez sea un principio de gripe...
–Tiene suerte de tenerte cerca –dije –. Se que te asegurarás de que reciba los mejores cuidados.
Edward no contestó. Pensativo, abrió el armario y sacó uno de sus muchos trajes. Talvez iba a ir al despacho, entonces tendría que hablar rápido si noquería perder la oportunidad.
Parecía tan preocupado por su abuelo que desee confortarlo. Pero sabia que no aceptaría consuelo de mi parte, no mientras siguiera creyendo lo peor. Titubee, sabiendo que podía parecer insensible mencionar una prueba de paternidad en ese momento. Pero, por otra parte, si conseguía arreglar las cosas entre nosotros, podría apoyarlo durante la enfermedad de su abuelo.
–Edward – tome aire y me prepare para una conversación difícil–. ¿Tienes unos minutos para hablar?
EPOV
Me volví hacia ella, con un traje gris oscuro en una percha, fruncí el ceño. Lo último que quería en este momento era hablar.
–Que sea rápido –dije, colocando el traje en la cama y volviendo al armario a elegir una camisa – Tengo una reunión dentro de media hora.
–Seré rápida. Pero tienes que escucharme bien.
Apreté los dientes y me volví hacia ella. Solo llevaba un día de vuelta en mi vida y ya empezaba a impacientarme.
–Estás molesto conmigo porque crees que te fui infiel –dijo, echándose el cabello hacia atrás.
–¿Molesto? –repetí, incrédulo, contemplando como su precioso pelo volvía a asentarse. Tal vez pretendía distraerme con malas artes femeninas– ¡Dios! Los ingleses domináis el arte del eufemismo.
–No voy a dejar que tu acusación siga en pie –dio Bella. Su voz sonó serena, pero vi que sus manos temblaban – No te fui infiel. Y no sé por qué lo piensas. Nunca he hecho nada que haya podido darte esa idea.
Me pregunte cómo podía sonar tan sincera cuando yo sabia que era culpable.
–Tienes razón – admití – Cubriste tu rastro muy bien. Pero eso no cambia el hecho de que sepa que me traicionaste.
–No lo hice –protestó Bella – Y el que te atrevas a pensar eso de mí supone la misma traición. Pero no quiero seguir así. Quiero una prueba de paternidad que demuestre que eres el padre del bebé.
La mire y se me hizo un nudo en el estómago. Quería una prueba de paternidad, justo lo que yo más temía. Pero sabia que llegaríamos a este punto antes o después. Aunque Bella debió acostarse con dos hombres a la vez, confiaba en la posibilidad de que yo fuera el padre.
Para Bella una prueba de paternidad era una lotería. Pasaría un tiempo antes de que pudiéramos realizarla y estaba dispuesta a apostar por su suerte. Era un riesgo que merecía la pena correr; ella no tenía nada que perder, dado que yo ya la creía infiel.
Pero yo tenía mucho que perder. Para mi la prueba no tendría un buen resultado. No podía ganar. Sabía que no era el padre porque no podía tener hijos.
–No habrá prueba de paternidad – aprete los puños. No me sometería a una prueba física y pública de que no era el padre del hijo de Bella. Si mi abuelo descubría que el bebé no era un auténtico Cullen, su felicidad quedaría empañada para siempre.
Esa era la razón para casarme con Bella. Y tenia que aguantar hasta que llegara el momento de poder librarme de ella y del bebé. Aunque ella seguía sin admitir haber hecho algo malo, era la forma perfecta de que yo aportara un heredero a la familia e hiciera feliz a mi abuelo antes de su muerte.
Y había otra razón por la que no me sometería a la prueba. La razón que me helaba la sangre. No podía soportarlo, era incapaz de que enfrentarme de nuevo a mi incapacidad de ser padre.
–¿Por qué no? – exigió Bella – ¿Por qué no hacer una prueba de paternidad y dejar esto atrás?
–Si el padre fuera yo, eso no demostraría tu fidelidad –gruñi.
Solo mi ex esposa, Heidi, y su experto en fertilidad, conocían mi incapacidad. El recuerdo de la expresión desdeñosa de Heidi agitando el informe medico ante mi cara me dolía casi tanto como mi infertilidad. Nunca admitiría mi carencia ante nadie, y menos aún ante Bella.
BPOV
–Pero... – me detuve al ver su expresión. Había algo diferente, que no había visto antes. Pero no tenía tiempo de analizarlo. Había sido difícil iniciar la conversación y aún no había acabado. Me debía a mí misma intentar llegar a Edward. Y él me debía una explicación adecuada.
–¿Dónde nos deja eso? Si no tenemos confianza, hacia dónde podemos ir?
–Esto no se trata de nosotros –repuso Edward con frialdad – Se trata de salvar a tu bebé de una vida miserable como hijo ilegítimo.
–No puedes negarme una prueba de paternidad sin decirme por qué no me crees –insisti – ¿Cómo puedo defenderme si nosé qué pruebas crees tener en contra mía?
–Lo que has hecho es injustificable –Edward agarró el traje y la camisa y fue hacia la puerta– No tengo por qué darte más información para que tejas tu telaraña de mentiras a su alrededor.
Salió y me dejó sola y compungida. Los últimos dos días habían sido un cúmulo de hechos desconcertantes. Empecé a temblar.
Me senté en una silla y mi mano se posó en algo cálido y suave. Lo levante, era el suéter negro de Cachemir, me lo lleve a la cara y lo aprete contra mi piel, inhalando el aroma de Edward.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar la última vez que me había abrazado llevando ese suéter. Había vuelto de la ciudad neblinosa con una noticia que darle. Me había sentido segura en sus brazos, creí que le importaba y que me protegería de todo. Pero había sido una ilusión vana.
Cinco minutos después, se había vuelto contra mi. Desde entonces mi vida era un torbellino de miseria y tristeza que escapaba a mi control. Y esa última discusión había sido la peor, con Edward negándose a darme la información que necesitaba para defenderme.
Estaba harta. Tal vez no pudiera debatir la acusación de Edward pero si podía controlar algo. Dejaría de pensar en la especial relación que creí tener con Edward. Intentaría concentrarme en el futuro y sacar el mejor partido posible de mi nueva vida.
Mire el suéter negro que seguía en mi regazo. Era un recuerdo de cuánto había cambiado mi vida con Edward. Un recuerdo que no necesitaba.
Me levante, cruce la habitación, abrí la ventana y lance el suéter al canal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario