martes, 28 de septiembre de 2010

MI HIJO? CAPITULO 5

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 5

BPOV


—No puedo creer que vayas a hacerlo.

Alice estaba en mi despacho, frente a mi escritorio. Tenía el ceño fruncido y se frotaba las manos en el regazo, nerviosa.

—Lo sé, yo tampoco me lo creo del todo —dije, sin dejar de mirar la pantalla del ordenador.

—Pero es que, Jasper y yo… Bueno, nosotros nunca esperamos que pasara esto. Sabíamos que te estábamos pidiendo mucho, pero…

Suspirando, me volví hacia mi hermana.

—Ya lo sé, Alice. Nadie podría haber predicho cómo iban a ir las cosas.

Cuando mi hermana levantó la mirada, me sorprendió ver que tenía los ojos húmedos.

—Oye, no te pongas así. Todo va a salir bien, ya lo verás.

—Entonces, ¿no nos odias?

No me había dado cuenta, pero hasta aquel momento me sentía un poco resentida. No por tener que casarme con Edward, sino porque el embarazo de Alice daba al traste con todos mis planes y me colocaba en una posición difícil en todos los sentidos. Pero enfrentada a las lágrimas de mi hermana, no podía seguir enfadada.

—¿Cómo voy a odiaros?

—Pero ahora tienes que casarte con Edward y tú… lo odias.

—Qué manía con el odio. Yo no odio a Edward, Alice. Es un buen chico.

Y lo era. Me había dado cuenta de lo distorsionada que había sido mi primera impresión de Edward Cullen.

—Es majo, ¿verdad? —sonrió Alice.

—Sí, así que no tienes por qué preocuparte. Todo va a salir estupendamente bien —sonreí—. Ningún problema —añadí, para convencerme a mi misma.

—Te he traído una cosa… para la ceremonia —dijo mi hermana entonces, sacando una bolsa de una tienda de ropa femenina—. Espero que te lo pongas.

—Oh, Alice…

—Sé que para ti ésta no es una ceremonia de verdad, pero de todas formas deberías ponerte algo bonito. No es un vestido de novia de verdad ni nada de eso —rió Alice, nerviosa—. No Bella no es un vestido de novia, no te preocupes solo es algo bonito que ponerte.

—Te lo agradezco, pero pienso ponerme lo que llevo.

—Por favor, Bella. Deja que te regale esto. Nunca me dejas que te haga ningún favor.

—Pero es que no es necesario…

—Es importante para mí.

Con desgana, tomé la bolsa y saque el vestido que había dentro. Era de corte imperio y con varias telas superpuestas, de color blanco, unos centímetros arriban de la rodilla, strapless con pedrería abajo del busto. Muy femenino. La clase de vestido que sólo me pondría para darle gusto a mi hermana .

—Ya sé que tú no sueles ponerte vestidos así, pero es que hace juego con las joyas.

Resignada, metí la mano en la bolsa, pero sabía lo que iba a encontrar antes de tocarlo: una hermosa caja de terciopelo azul donde se encontraban unos pendientes, una gargantilla y un broche para el cabello que Alice había llevado en su propia boda. Eran de Renée, mi madre adoptiva, los había llevado también el día su boda.

—No puedo aceptar esto.

—¿Por qué no? A Renée le habría hecho ilusión.

No, Renée quería que se lo pusiera Alice, no yo.

Durante los diez años que vivimos con ellos, nunca me lleve bien con Renée y Charlie, su marido, los padres adoptivos a los que Ali adoraba y a los que yo no podía soportar.

—Por favor, hazlo por mí. Así sabré que nos has perdonado.

¿Cómo iba a decir que no?

—Además —siguió Alice, con una sonrisa en los labios—. No puedes ponerte eso. Pareces una camarera.

Miré mis pantalones de crepé negro y la camisa blanca.

—¿Una camarera, ¿eh?

De modo que me rendí. Alice me estaba mirando con los ojos tristes otra vez. Curioso, Alice era la hermana mayor, pero yo siempre había sido la más fuerte, la más independiente.

Como siempre había sido la más fuerte, no podía soportar ver a mi hermana disgustada. Y eso era precisamente, pensé, mientras entraba en el cuarto de baño para ponerme el vestido, lo que me había metido en aquel lío.

Alice sacó un cepillo, unas horquillas y un kit de maquillaje del bolso, en veinte minutos, ya llevaba el cabello elegantemente recogido y un maquillaje muy natural. Después me coloco los pendientes, la gargantilla y el broche en el cabello, me mire al espejo. Estaba embarazada de quince semanas, pero aún no se me notaba.

Jamás habría elegido ese vestido. Era demasiado femenino. Exactamente el tipo de vestido con el que me sentía ridícula. Miró mis pantalones y camisa descartados. Quizá parecería una camarera, pero sería yo misma.

Mientras Alice y yo atravesábamos el parqueo para llegar al Juzgado de familia, casi esperaba que los pajarillos me rodeasen con sus trinos, como en la película de Disney.

En la puerta estaba Mike esperando.

—¡Bella!

—No se te ocurra decir nada sobre el vestidito.

—Iba a decir que estás guapísima. ¿Esto ha sido idea tuya, Alice?

—Por supuesto.

—Pues me parece estupendo.

—Déjate de bobadas —intervine, empujando la puerta.

—No, no, espera. No puedes entrar ahí.

—¿Por qué no?

—Porque a lo mejor no están preparados.

—¿Quién no está preparado?

Mike y mi hermana se miraron.

—No puedes entrar todavía o el novio te verá antes de la ceremonia y eso trae mala suerte.

—Pero si vamos a celebrar la ceremonia ahora mismo. ¿Cómo quieres que no me vea? —replique.

—Espera, voy a ver si está —mi hermana desapareció en el interior del Juzgado y abrí la boca para protestar, pero no dije nada porque Mike me estaba mirando fijamente.

—¿Qué miras?

—Es que estás muy guapa.

—Espero que no hayáis preparado nada porque…

Antes de que pudiera terminar mi amenaza, Alice abrió la puerta de par en par y me entrego un ramo de fresias y Lilas susurrándome al oído que era de parte de Edward.

Había esperado ver a cinco o seis amigos íntimos como máximo en la sala del juez Stanley, pero había docenas de personas. El juez esperaba detrás de su escritorio, que habían limpiado de papeles para colocar varios jarrones con lilas, mi flor favorita. A la izquierda del juez estaba Edward, tan guapo que tuve que tragar saliva.

No había visto a Edward Cullen con traje desde la boda de mi hermana, pero fue su expresión lo que me dejó helada. Me miraba con un brillo tal de admiración en los ojos que no pude evitar sentirme femenina. Por un momento, casi me había parecido un hombre enamorado.

Y entonces lo estropeó todo guiñándome un ojo.

Y, así, de repente, la burbuja de emoción explotó.

Para él, todo aquello era una broma. Para mí, una obligación indeseada. Un incordio, no una celebración.

En cuanto a los amigos que habían aparecido en la ceremonia… los estaba engañando a todos.

De repente, me pareció bien que Alice me hubiera obligado a ponerme este vestido. Era el disfraz perfecto para la farsa.

Las flores, los invitados… todo era una mentira.

—Sonríe —me dijo Edward en voz baja—. Nadie se lo va a creer si sigues mirándome como si quisieras matarme.

Sonreí con lo que podría pasar por una sonrisa de «novia nerviosa» o «romántica empedernida».

Ya lo mataría más tarde.

EPOV

—Yo os declaro marido y mujer.

La expresión de Bella era forzada, pero la mayoría de los invitados pensaría que eran los nervios, algo normal en aquellas circunstancias. Sin embargo yo, no sabía cómo se comportaban los hombres en esas circunstancias desde luego, llevaba nervioso todo el día.

Excepto cuando vi a Bella en la puerta. En ese momento, todo me pareció perfecto, como si estuviéramos destinados a casarnos. Y eso era alarmante.

—Puede besar a la novia —dijo el juez entonces.

Miré a los invitados, que esperaban ansiosos, y luego miré a Bella, que parecía o a punto de marearse o a punto de clavarme el tacón del zapato en el pie.

Pero, le gustase o no, tenía que besarla.

Y besar a Bella no sería nada difícil. De hecho, había pensado en ese momento desde que acepté casarse con ella… quizá incluso antes.

Nuestro primer beso.

Quizá nuestro único beso.

Y si iba a ser nuestro único beso, tendría que hacerlo bien. ¿Por qué no? De todas formas, Bella iba a matarme…

De modo que la tomé por la cintura con una mano y con la otra levanté su barbilla un instante antes de buscar sus labios. En sus ojos vi un brillo que decía claramente: «no te atreverás». Pero si me atreví.

Sus labios eran suaves, cálidos. Y ella no se apartó, seguramente por la sorpresa. En cuanto empezamos a besarnos, sentí el deseo de apretarla contra mi pecho, de seguir besándola, de comérmela.

Tuve que hacer un esfuerzo para apartarme, pero conseguí hacerlo. No quería que me besara por obligación. Quería que lo hiciera por voluntad propia. Quería…

Demonios, la deseaba entre mis brazos, esa era la verdad.

Pero lo más curioso de todo era que mi esposa era la única mujer a la que no podía tener.

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