martes, 28 de septiembre de 2010

MI HIJO? CAPITULO 3

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.

Capitulo 3

BPOV


Llamé al timbre del apartamento de Edward y esperé, temblando como una hoja.

—¿Podemos hablar? —le espeté cuando abrió la puerta.

Edward me miró durante largo rato sin decir nada.

El suficiente para que recordara lo guapo que era. Lo masculino. Por supuesto, no me ayudó nada que hubiera salido a abrir con el torso desnudo.

Pero lo que realmente llamó mi atención, lo que hizo que mi corazón se detuviera durante una décima de segundo, fue que su estatura, la anchura de su torso y los marcados bíceps me hicieran sentir femenina. Delicada, frágil casi.

Y no me gustaba en absoluto. Alice y Jasper podrían haber elegido a otro donante de esperma. Alguien que no me hiciera sentir nada.

Alguien que no pareciera recién salido de la cama, despeinado, con esos ojitos verdes de sueño…

—Perdona. Volveré en otro momento. O mejor, olvida que he venido —murmuré, dándome media vuelta.

—Espera, espera. Ya me has sacado de la cama, así que dime lo que querías decir.

—Pues…

Edward tiró de mi brazo suavemente para obligarme a entrar en el apartamento.

—Pues verás…

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal o algo?

O algo.

—Sí, bueno, estoy un poco mareada.

No era mentira del todo. El torso desnudo de Edward me mareaba bastante.

—Siéntate. ¿Quieres un té, una manzanilla? No, espera, leche. ¿Quieres un vaso de leche?

Genial. Allí estaba yo luchando contra una repentina atracción y él insistía en hidratarme.

—No, nada. Mira, perdona que te haya interrumpido. Debería haber llamado antes de venir.

—No has interrumpido nada —contestó él, poniéndose una camisa—. Estaba durmiendo. Solo.

—Ah, ya veo.

Pero no veía. Era viernes por la noche. Las nueve y media exactamente. ¿Qué hacía durmiendo? ¿Solo?

—Tengo que ir al parque de bomberos muy temprano – dijo Madre mía este hombre me podía leer la mente.

—Ah, ya. Entonces, perdona…

—¿Por qué no dejas de disculparte y me cuentas qué querías?

Asentí con la cabeza.

—Pues verás, es que…

—Dilo de una vez.

—¿Quieres casarte conmigo?

EPOV

Pensé que era un sueño cuando abrí la puerta de mi departamento y encontré a Bella, estaba guapísima con ese traje blanco tan aburrido y su cabello recogido en un moño, parecía recién salida de una sala de corte.

Me quede atónito cuando la escuche decir "¿Quieres casarte conmigo? me quede helado.

—¿Qué? —pregunté, levantando la voz.

—Tengo que casarme y tú me ofreciste tu ayuda. Dijiste que harías todo lo estuviera en tu mano…

—Me refería a ayudarte con la colada, con las cenas. No pensé que querrías casarte.

—Pero dijiste que estabas dispuesto a ayudarme.

—Sí, ¿pero casarme? ¿Quieres casarte conmigo?

—Sería un matrimonio de conveniencia, un matrimonio en blanco, naturalmente. Sólo hasta que nazca el niño. Quizá ni siquiera hasta entonces.

—A ver si lo entiendo… ¿Hace cuatro días no aceptabas ni que te acompañara al supermercado y ahora quieres casarte conmigo?

—Sí. Bueno, no exactamente —suspiró Bella—. Verás, es que existe una pequeña posibilidad de que me despidan si tengo este niño sin estar casada.

—¿Una pequeña posibilidad? ¿Cómo de pequeña? Dame un porcentaje.

—Un cuarenta… un noventa por ciento.

—¿O sea, que hay un noventa por ciento de posibilidades de que te despidan y no se te ha ocurrido mencionarlo hasta ahora?

—Antes de que Alice y Jasper se quedaran embarazados, no era un problema —suspiró ella, que luego me contó brevemente sus problemas con el juez Volturi—. Así que ya ves, ser una madre de alquiler para una hermana que no puede quedar embarazada sería considerado un gesto noble, pero decir que eres una madre de alquiler para una hermana que está más embarazada que tú resultaría ligeramente sospechoso. Además, el juez Volturi va a por todas. Usará lo que tenga más a mano para destrozar mi reputación.

—¿Crees que alguien se daría cuenta de que Alice y tú están embarazadas al mismo tiempo?

—Te aseguro que sí. El juez Volturi es un buitre.

—Pues entonces, lo mejor sería que explicaras la situación, ¿no?

—Eso no serviría de nada. Con sacar el tema ante los otros siete jueces del distrito y decir que yo sería un mal ejemplo, los demás se acobardarían. Nadie quiere parecer demasiado liberal cuando hay un candidato que defiende los valores morales de la familia.

—Yo no creo que ese tipo pueda echarte así como así.

—No debería, pero te aseguro que puede. Podría convocar una rueda de prensa y cuestionar mis valores morales. Un par de quejas de algunos ciudadanos ultraconservadores sería suficiente.

—¿Y tú crees que haría eso?

—Creo que es más que posible.

—Pero no se puede despedir a una mujer por estar embarazada, esté casada o no.

—Cuando hay por medio una campaña electoral basada en los supuestos valores morales, te aseguro que sí. Tendría que enfrentarme con él, contar mi vida públicamente… con la reelección a la vuelta de la esquina, ¿cuántos jueces crees que me apoyarían?

No conteste inmediatamente.

—Es una vergüenza.

—Desde luego que sí. Pero el condado de Williamson es uno de los más conservadores del país.

—Sigo sin entender de qué iba a servir que nos casáramos. ¿Qué pasará cuando nos divorciemos y tu hermana adopte a tu hijo? ¿No se cuestionarán entonces tus valores morales?

—Cuando tenga el niño, en noviembre, las elecciones habrán terminado y Volturi no tendrá que usarme como peón. Sólo será hasta noviembre, Edward.

Después de estudiarla un rato, sacudí la cabeza.

—Mira, ya sé que la situación es muy desagradable, pero…

—Dijiste que me ayudarías.

—Ya lo sé, pero…

—Dijiste que harías lo que hiciera falta —repitió Bella.

—Ya, y tú dijiste que no confiabas en mí, que te dejaría plantada a la primera de cambio.

—Pues demuéstrame lo contrario.

—¿Por qué crees que yo sería un marido decente?

—No tienes que ser un marido. Yo sólo necesito una ceremonia y un anillo.

Solté una carcajada esta mujer era increíble y muy convincente.

—Parece que has bajado mucho el listón, ¿eh?

—Por favor, no me lo pongas más difícil.

—¿Por que no? Tú no me lo pusiste fácil.

—Porque me sorprendió tu oferta.

—«¿Estás loco?» Me parece que dijiste eso exactamente —le recordé.

BPOV

No parecía dolido, ni enfadado. Todo lo contrario, parecía divertido.

—¿Es que no te tomas nada en serio?

—Muy pocas cosas —contestó él.

—¿Ni siquiera que alguien cuestione tu estabilidad mental?

—Me han dicho cosas peores.

Me di la vuelta.

—Mira, déjalo, esto no puede funcionar. No eres tú el que está loco, soy yo.

Pero antes de que pudiera salir, Edward me tomó del brazo y me obligó a sentarme de nuevo en el sofá.

—Cálmate, era una broma.

—Pero es que esto es muy serio.

—Si tú lo dices…

—¡Pues claro que es serio! Si vamos a hacer esto, tenemos que poner reglas, límites.

—Vaya, qué aburrimiento.

—Hablo en serio, Edward.

—Lo sé, lo sé. Por eso tiene tanta gracia.

—¿Qué tiene gracia? —replique.

—No te enfades.

—No me enfado.

—Estás enfadada.

—No estoy… mira, ésta es precisamente la razón por la que necesitamos establecer unas reglas.

—¿Por? —preguntó Edward, levantando una ceja.

—Esto —contesté, señalando a uno y a otro—. Si queremos que funcione no podemos seguir con este… coqueteo.

—¿Crees que estoy coqueteando contigo?

—Yo creo que lo haces con todas las mujeres —suspiré—. Pero no quiero que lo hagas conmigo. Eso le aportaría demasiada intimidad a nuestro matrimonio.

—Demasiada intimidad a nuestro matrimonio —repitió Edward—. Mira, ésa es una frase que no se escucha a menudo.

—Y ya que hablamos del tema… – me aclaré la garganta—. Por supuesto, no habría ninguna intimidad entre nosotros. Eso debe quedar claro.

Edward movió los labios como si estuviera intentando controlar la risa.

—¿Quieres decir que nada de coqueteos? Eso ya lo has dicho antes.

—No, me refiero a auténtica intimidad —conteste, poniéndome colorada. Maldición, ¿por qué me lo estaba poniendo tan difícil?

Lo dije como si no fuera nada importante, pero en mi mente se habían formado unas imágenes de los dos juntos, desnudos, revolcándonos entre las sábanas…Eso me sorprendió. Yo no deseaba a Edward Cullen. No podía desearlo. No en esta situación. Ni en ninguna.

Lo único que me sorprendió más que mi reacción fue el brillo en los ojos de Edward.

—¿Crees que no podríamos aguantar? ¿Crees que cuando estuviéramos viviendo juntos nos dejaríamos llevar por la tentación a menos que hubiéramos establecido unas reglas?

—Desde luego que no. Pero es que me parece más sensato… espera un momento. ¿Quién ha dicho nada de vivir juntos?

—¿Para qué vamos a casarnos entonces? —Preguntó Edward—. Lo malo es que en mi casa sólo hay una habitación. Y puede que esté dispuesto a dejar mi vida social durante unos meses, pero no estoy dispuesto a dejar mi cama.

¿Quería que viviéramos juntos? ¿Cómo iba a vivir con él? ¿Cómo iba a mantener el equilibrio y la sensatez viviendo bajo el mismo techo que Edward Cullen?

—No, de eso nada —conteste—. No podemos cohabitar.

—Pero si vamos a casarnos para que el juez Volturi te deje en paz, tendremos que hacerlo bien —protestó él—. Si nos casamos, pero cada uno vive en su casa parecerá sospechoso, ¿no crees? Volturi pensará que hay algo raro.

Me quede un momento pensando.

—Tienes razón —suspiré por fin—. Bueno, ¿entonces qué?

—Tendremos que casarnos.

—Sí, bueno, eso ya lo sé.

—No tiene que ser por la iglesia si no quieres, pero ha de ser una ceremonia con amigos. Tendremos que inventar una historia de cómo nos conocimos y por qué vamos a casarnos tan repentinamente… Podemos hablar del niño si quieres, pero no deberíamos decir que ésa es la única razón para casarnos.

—No esperarás que la gente crea que estamos enamorados, ¿verdad?

—Eso es exactamente lo que espero que crean. Si quieres que esto funcione, tenemos que hacer que lo crean.

No hay comentarios:

Publicar un comentario