sábado, 10 de julio de 2010

AMOR O INTERES CAPITULO 5

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.

Capitulo 5

BPOV
Dos semanas más tarde, estaba en la enorme cocina de la casa. Edward apareció y exclamó:
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? Te he estado buscando por todas partes. Nadie sabía dónde estabas.
Sentí excitación al verlo.
Hacía quince días que no lo veía, y parecía un cachorro que se reencuentra con su dueño después de una separación.
Una sola mirada a ese cuerpo y esa cara, y mi pulso empezaba a latir aceleradamente.
Una sola mirada y me asaltaban los recuerdos de los momentos de pasión con él.
Y por si eso fuera poco, me sentía contenta simplemente porque él estaba en casa finalmente.
Abrumada por aquella intensa reacción, me di la vuelta hacia el fregadero. No quería demostrarle cómo me sentía ante su presencia.
Evidentemente, su encuentro sexual conmigo lo había aburrido. Mientras que para mi, que no tenía experiencia, él era un dios en la cama. Y el saberlo, me humillaba.
Deseaba poder dar marcha atrás en el tiempo.
Quince días atrás no había notado su firme boca, el brillo de sus ojos, ni la perfecta musculatura de su cuerpo. No me había fijado en él como hombre.
—No sabía que me habías estado buscando —dijo, distante, hurgando en el frigorífico hasta que estuve segura de haber recuperado el control.
Saque un plato con aceitunas y lo puse encima de la mesa.
—Y la respuesta a tu pregunta es que me estoy preparando la comida.
—¿Por qué? —Edward entró en la cocina y me miró.
—¿Por qué no?
—Porque tengo empleados para eso. Y su trabajo es preparar comidas para ti para que no tengas que perder tiempo y puedas salir de compras.
Me encogí. Su opinión de mi era muy baja. Pero no podía culparlo. Yo misma había creado esa impresión.
—Tengo todo el tiempo que necesito para salir de compras, ya que no te he visto desde el día de nuestra boda. Y los empleados de la casa tienen mejores cosas que hacer que hacerme la comida.
Edward me miró, sorprendido.
—No sé por qué me miras así. ¿No te has preparado nunca la comida?
—Sinceramente, no. Ni esperaba que tú lo hicieras. ¿Te preparas la comida a menudo en la cocina de tu abuelo?
Me quede petrificada. Había vuelto a meter la pata.
—No me gusta tener camareros que me sirvan —al ver que él me seguía mirando con curiosidad, puse los ojos en blanco y agregue—: ¿Y ahora qué?
—Simplemente, que siempre me sorprendes —respondió Edward—. Cuando me parece que ya te conozco, haces algo que se sale totalmente del perfil.
Lo miré con desprecio.
—Tú no sabes nada de mí.
—Evidentemente, no —murmuró él—. No obstante, a los empleados les parecerá un poco raro que estés aquí, preparándote la comida.
Me mordí el labio y me guarde de contarle que había entablado una relación de tuteo con el chef y que habían intercambiamos intercambiado recetas.
—Ellos son tus empleados.
—Tú eres mi esposa.
Mi cuerpo sintió un cosquilleo.
—Perdona que me olvide de eso, pero es que no nos hemos visto desde el día de la boda. Creí que te habías mudado a otra casa…
Lo había odiado por no aparecer por allí.
—No me he dado cuenta de que me ibas a echar tanto de menos. Y no fue el día de la boda, sino la noche de bodas —me corrigió, mirándome achicando los ojos—. Me viste la noche de bodas. Otra ocasión en la que me sorprendiste… No esperaba tener una virgen en mi cama.
Me puso roja.
—No sé a qué te refieres…
—Debiste decírmelo… Los italianos somos muy posesivos, amore. Tendría que haber aumentado el precio de la compra de haberlo sabido. Te lo has perdido.
—Yo estoy satisfecha con el acuerdo.
—Estoy empezando a creer que yo también debería estarlo —Edward se acercó a mi—. Fuiste muy sensible a mis caricias.
Lo recordé y me excité.
—Me pagaste para actuar en la cama. Así que eso es lo que he hecho.
Él se rió forzadamente.
—Perdiste el control totalmente, amore, ¿y quieres que me crea que estabas actuando?
Edward estaba demasiado cerca. No podía respirar. No podía pensar.
Sin mirarlo, corté el queso en trozos y lo puse en un plato.
—No ha sido elección mía introducir el sexo en nuestro matrimonio. A mí me habría gustado otro tipo de matrimonio —dije.
—¿Uno en el que yo te pagase por no hacer nada?
—Tú no me has pagado por sexo. Me has pagado para quedarte con la empresa de mi abuelo.
—Para tu información, esa empresa me está llevando todo el tiempo que tengo —le dijo él—. Tu abuelo ha hecho un desastre con esa empresa. Puedes echarle la culpa a él de que no me hayas visto.
—Sería mejor agradecérselo. No deseo pasar tiempo contigo. Y ahora, si me disculpas, me voy a comer.
Y llamar por teléfono a mi madre.
Aquélla había sido una ventaja de la ausencia de Edward. Había estado en contacto diario con mi madre.
—No. No te disculpo.
Cometí el error de mirarlo. Nuestros ojos se encontraron, e inmediatamente perdí el aliento.
La mirada de Edward era de deseo, y sabía que su mente no estaba pensando en algo tan aburrido como la comida.
Edward me miró los pechos, luego siguió por mi vientre, que mis vaqueros dejaban una parte al descubierto.
—No vuelvas a llevar pantalones. Tienes unas piernas muy bonitas. Quiero verlas.
—Eres un machista. ¿Siempre les dices a tus mujeres lo que tienen que llevar puesto?
—Las mujeres no suelen salir conmigo como si fueran a desatascar una tubería.
—Me gustan mis vaqueros. Son cómodos.
—La ropa interior también —contestó él con voz sensual—. Y yo la prefiero.
A mi se le debilitaron las piernas.
—Yo usaré lo que quiera usar…
—En compañía mía, no. Llevarás la ropa que yo quiera.
—Eso es ridículo.
—Debiste pensar en ello antes de venderte.
Lo miré sin poder creerlo.
—¿Quieres que ande por la casa en ropa interior?
—Si yo te lo digo, sí. He pagado mucho por ti. Es mejor que vea lo que he comprado.
Me di la vuelta para que él no viera las lágrimas en mis ojos. Me hacía sentir tan rastrera.
—Bien. Llevaré mis vaqueros cuando no estés aquí, o sea, la mayor parte del tiempo, afortunadamente. Y ahora, si no te importa, quisiera comer.
Antes de que pudiera adivinar sus intenciones, Edward me rodeó la parte de cintura que quedaba al aire y tiró de mi.
Atrapada por su mirada, mi corazón empezó a latir desesperadamente y mi mente empezó a marearse.
Edward me agarró la cara.
—¿Estás embarazada?
La pregunta me sorprendió.
—No —respondí.
—Bien —sonrió maliciosamente y me levantó en brazos—. Habrá que probar otra vez.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté. Quise soltarme, pero él me besó.
Fue un beso muy erótico. Y como alguien privado de comida durante meses, me entregue.
Su lengua se abrió paso por entre mis labios poseyéndome totalmente. Perdí el sentido de la realidad. Levante mis brazos y le rodee el cuello, tocando su pelo sedoso.
Nos devoramos mutuamente, mordiéndonos, lamiéndonos, intercambiando gemidos y exclamaciones, alzando un calor entre nosotros casi insoportable.
Besándome, Edward me bajó al suelo, y me acorraló contra una pared. Noté la excitación de Edward contra mi cuerpo. Respiré profundamente.
Un ruido en el corredor nos sobresaltó.
—¡Dios mío! ¿Qué estamos haciendo? —él miró alrededor sin poder creerlo—. Ésta es la cocina, un lugar en el que no suelo entrar.
Cerré los ojos, incómoda.
—Podría haber entrado alguien… —dijo.
—No. Si lo hubieran hecho, los habría despedido —dijo Edward, rodeando mi cintura y llevándome de la cocina—. Valoro mucho mi intimidad, y mis empleados lo saben.
—¿Adónde vamos?
—A algún sitio donde no haya cacharros —respondió él, yendo hacia la escalera.
Subió tan rápidamente que tuve que correr para ir a su paso.
—Edward… —dije cuando llegamos al dormitorio.
Me había prometido darle un bofetón si algún día él se acercaba. Entonces, ¿por qué no me podía mover?
Lo observe quitarse la corbata con aquellos dedos elegantes. Desabrocharse la camisa sin dejar de mirarme, quitársela, y mostrar un pecho perfecto.
—Es hora de que te quites los vaqueros —Edward miró mi cara roja—. Hazlo tú misma, o lo haré yo.
Me quede inmóvil. No podía dejar de mirar su cuerpo. Era perfecto. No me extrañaba que se paseara desnudo con tanta tranquilidad.
Sin toda la sofisticación que solía ocultarlo, su masculinidad era gloriosa.
El deseo se apoderó de mi.
Edward se acercó a la cama y me quitó la ropa con una serie de movimientos precisos.
—Así es como te prefiero, amore —me dijo Edward mirando mi cuerpo desnudo, temblando de deseo.
Me olvidé de mi decisión de no volver a dejar que me tocase. Ardía de pasión por él, y lo peor era que él lo sabía.
Edward se rió, satisfecho, y me lamió un pecho.
Ella me apreté contra él. Edward entonces respondió a mis súplicas deslizando una mano por el centro de mi ardor. Gimió al encontrarlo.
—Quince días de abstinencia tienen sus beneficios. Es muy agradable tener una esposa tan ardiente.
El insulto me llegó directamente. Edward levantó sus caderas y entró en mi enérgicamente.
—¿Es esto lo que quieres? —me movió y se internó más profundamente en mi.
Dejé escapar un gemido.
Mi cuerpo explotó en un orgasmo y Edward me besó, acallando mis sollozos con la presión de su boca y sellando mi respiración con la intimidad de su lengua.
Me penetró rítmicamente y luego se derrumbó encima de mi cuando alcanzó la cima del placer. Finalmente dejó de besarme y respiró profundamente.
Nos miramos a los ojos, y luego Edward se echó a un lado, y me apretó contra él.
—Ha sido impresionante —comentó él—. Aunque un poco rápido. Así que ahora lo haremos otra vez. Lentamente.
Temblando aún por la fuerza de mi climax, exclamé en estado de shock. Luego lo miré, incrédula, y finalmente desee que sus dedos magistrales se deslizaran dentro de mi. Él me acarició y jugó conmigo íntimamente. Luego me colocó encima de él con la seguridad de un hombre que sabe lo que quiere.
Cuando me di cuenta de que iba a hacerlo otra vez, hundí mi cara en la almohada y gimí, mientras él me levantaba y me ponía de rodillas y se acomodaba detrás.
Iba a protestar cuando él me sorprendió con aquella sensación caliente en mi femineidad. Inconscientemente, moví mis caderas como invitándolo, y lo escuche murmurar algo en italiano antes de que sus manos se aferrasen a mis caderas para acomodarme para su empuje.
Ardí en llamas. Nunca en mi vida había imaginado una sensación tan increíble, tan indescriptible. Aún dolorida por mi primera relación sexual, mi cuerpo se contrajo y escuche a Edward decir algo y explote en otro orgasmo segundos más tarde de su penetración. Perdí totalmente el control, grité y sollocé, rogué y gemí, totalmente desinhibida y llevada por la pasión. Mi cuerpo temblaba.
Sentí la fuerza masculina de los empujes de Edward, escuche su exclamación por no poder creer aquello, y lo vi perder el contacto con la realidad en el momento en que dejó escapar la tensión de mi cuerpo. Volví a sentir el éxtasis.
Por un momento ambos estuvimos suspendidos en el aire. Y luego finalmente cedió aquella sensación salvaje, dejándonos temblando después de una experiencia increíble.
Edward se movió, y rodó conmigo gimiendo, satisfecho.
Me quede tumbada con los ojos cerrados, agotada y en estado de shock. No podía creer que hubiera sido capaz de comportarme de aquel modo, de que hubiera sido tan desvergonzada. Y no podía creer que hubiera sido mejor que la vez anterior. Ahora sabía lo que él era capaz de hacerma sentir, el placer al que podía llegar con él.
—Bueno, esto ha estado bien después de una mañana de reuniones —dijo Edward con los ojos cerrados aún, tumbado boca arriba—. Si hubiera sabido lo caliente que eras no habría dudado en firmar esos papeles. Vales cada céntimo que me quitas.
Volví a la dura realidad con aquellas palabras hirientes. Con los ojos cerrados, deseé que él se hubiera quedado en las reuniones. Así no me habría abandonado a un hombre que claramente me despreciaba.
—No entiendo cómo puedes hacerme el amor cuando es evidente que me odias —dije.
—Porque no hacemos el amor —Edward me miró a los ojos—. Tenemos sexo, Bella. Y, afortunadamente para ti, el tener sexo no requiere una relación afectiva. Si no, los hombres no usarían los servicios de prostitutas.
—¿Me estás comparando con una prostituta? —pregunté, ofendida.
—En absoluto —Edward sonrió cínicamente—. Tú eres mucho más cara.
—Realmente te odio, ¿lo sabes? —humillada, me acurruque y me tape con la sábana, consumida por un poderoso desprecio—. No quiero que vuelvas a acercarte a mí.
Él sonrió.
—No es verdad —se acercó a la cama, se inclinó hacia delante y puso ambos brazos a cada lado del colchón de forma que su cara quedó a centímetros de la mia—. ¿Crees que no sé cuánto me deseas? Es posible que me odies. Pero tu cuerpo, afortunadamente para ambos, no tiene escrúpulos, y en cuanto lo toco, eres mía.
Levanté una mano para darle un bofetón, pero él me la agarró en el aire, advirtiéndome con la mirada de que no lo hiciera.
—Eso no está bien, esposa mía —murmuró suavemente.
—Quiero que me dejes sola…
—No es posible eso… —Edward miró mi boca un momento. Luego se irguió y agarró el teléfono que había al lado de la cama, sin dejar de mirarme. Habló en italiano.
Minutos más tarde golpearon discretamente la puerta y Edward fue a abrir. Volvió con una bandeja.
—Incorpórate. Tienes que comer o te caerás encima de mí más tarde.
—No tengo hambre —me quede debajo de la sábana.
—Acabamos de tener sexo sin parar durante seis horas. Tú no has comido esa comida que te estabas preparando, y vas a saltarte la cena. No quiero que te desmayes en el club nocturno.
"Seis horas?", pensé. Lo miré asombrada. Había perdido totalmente la noción del tiempo y de la realidad haciendo el amor con él.
—¿Un club nocturno? ¿Qué club nocturno? —pregunté con voz temblorosa.
—Uno al que vamos a ir esta noche. Es una aventura empresarial de un amigo. La sociedad de Milán decidirá si es un lugar de moda o no.
—No me apetece salir —comenté, agarrada a la sábana.
—Tus deseos al respecto no tienen importancia. Quiero hacer una aparición pública con mi esposa.
—No voy a vestirme.
—Entonces, te llevaré desnuda —me prometió—. Ha sido decisión tuya. Eres mi esposa y parte de tu papel es tener vida social.
—No tengo ropa…
Edward suspiró.
—El día de nuestra boda te transferí una gran suma de dinero, para agregar a tu importante fortuna —me recordó—. Sin duda te has pasado estas dos semanas de compras.
Trague saliva. No sabía qué decir.
—No… No me he comprado nada.
—No queda un céntimo en tu cuenta —comentó él, mirándome con desconfianza—. Retiraste todo el dinero, mi querida y caliente esposa. Así que no me digas que no has estado gastando, porque no te creo.
—Yo… He comprado varias cosas…
¿Cómo había sido tan ingenua como para pensar que él no se daría cuenta?
Edward me miró, incrédulo. Y fue al cuarto ropero que había dentro del dormitorio.
Cerré los ojos. Hubo un largo silencio. Luego Edward volvió al dormitorio y agarró nuevamente el teléfono. Dio unas órdenes en italiano con tono autoritario.
Decidí que estudiaría italiano.
Edward debía haber visto que mi ropero estaba vacío. Sin embargo no había dicho una palabra. ¿Qué ocurría?
—Dúchate. Para cuando termines, la ropa ya estará aquí.
—¿Qué ropa?
—La ropa que acabo de pedir que te envíen.
Me marche al cuarto de baño y mientras me duchaba, pensé qué excusas podía darle para haberme gastado todo el dinero.
Me miré el cuerpo, por primera vez consciente de él. Era como si Edward lo hubiese marcado a fuego con aquel modo de hacerle el amor. Y toda el agua del mundo no borraría el desprecio que sentía por mi misma.
Salí del cuarto de baño y encontré varias prendas colgadas en una percha.
—¿De dónde ha salido esto? —pregunte—. No has tenido tiempo de ir de compras…
—Si eres rico, las tiendas vienen a ti. Pero siendo la nieta de Swan me extraña que me lo preguntes.
Trague saliva.
Había una selección de cosméticos caros encima de una mesa. Al parecer, Edward no había dejado nada al azar.
Me acerque al perchero tratando de disimular que no estaba acostumbrada a cosas así. Nunca había tenido ni la oportunidad de mirar ropa de aquella calidad y diseño, y menos, de usarla. Impresionada, mire una falda de seda tan corta que era indecente.
—Buena elección —dijo él—. Esa prenda lleva el cartel de "ramera", y como eso es lo que eres, es mejor que lo anuncies.
Me di la vuelta y le respondí:
—Si yo soy una ramera, ¿tú qué eres?
—Un hombre sexualmente satisfecho —se burló él, quitándome la toalla con un solo movimiento.
Exclame, sorprendida, y agarre la toalla, pero él la mantuvo fuera de mi alcance, y achicando los ojos miró mi cuerpo desnudo.
—Realmente tienes un cuerpo impresionante —murmuró Edward, tocándome un pecho.
Mis pezones inmediatamente se endurecieron y él se rió burlonamente.
—Y tú realmente me deseas, ¿no es verdad? Si tuviéramos tiempo, te llevaría directamente a la cama otra vez, y probaría otra posición contigo.
Me puse colorada, intente volver la cara, pero él me la agarró y me obligó a mirarlo.
—No se te ocurra coquetear con nadie más esta noche. Es posible que seas una ramera, pero eres sólo mía. Yo no comparto estas cosas.
No podía creer lo que estaba escuchando.
Jamás había coqueteado con nadie, y no pensaba empezar a hacerlo. Por mi situación siempre había evitado ese tipo de contacto con los hombres. Había evitado relaciones que fueran más profundas que la amistad.
Edward extendió la mano y agarró una blusa del perchero.
—Ponte esto con la falda —me ordenó—. Sin sujetador.
Miré la ropa, escandalizada. Jamás había llevado algo así.
—No puedo ir… sin sujetador.
—¿No quieres mostrar tus curvas? Mucha gente anda preguntándose por qué me he casado contigo. Mi intención es mostrárselo.
—¿Estás seguro de que no prefieres que vaya en ropa interior? —le pregunté, sarcásticamente.
—Esto es más sexy incluso que la ropa interior, créeme.
—¡No puedes hacerme usar esa ropa!
—Estás agotando mi paciencia, Bella… —me advirtió.
—Bien… —le quite la ropa de las manos, recogí los cosméticos y agregue—: Si quieres que todo el mundo se entere de que te has casado con una ramera, es decisión tuya. Anunciémoslo, ¿quieres?
Me metí en el cuarto de baño y cerré la puerta de un portazo.

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