Capitulo dos
BPOV
Abrí los ojos, mire el reloj adormilada y maldije. Era tarde.
–¿Aún no estás levantada? –preguntó Alice, ya vestida para el trabajo y acercándose desde la cocina americana–. Creí que tenías esa presentación esta mañana. Ya sabes..., la que puede decidir tu futuro.
–Sí, es a las nueve – me senté en el sofá. Le agradecía mucho a mi amiga que me hubiera acogido cuando Edward me echo, pero este sofá no era especialmente cómodo para dormir.
–Dios, tienes un aspecto horrible –dijo Alice–. Creía que las náuseas matutinas solo duraban las primeras semanas.
–Eso creía yo –me moví e inspire lentamente, intentando controlar mi estómago.
–Toma –Alice puso un vaso de leche en la mesita de café–. Que tengas suerte esta mañana –me deseó, ya camino de la puerta.
Abrí los ojos, mire el reloj adormilada y maldije. Era tarde.
–¿Aún no estás levantada? –preguntó Alice, ya vestida para el trabajo y acercándose desde la cocina americana–. Creí que tenías esa presentación esta mañana. Ya sabes..., la que puede decidir tu futuro.
–Sí, es a las nueve – me senté en el sofá. Le agradecía mucho a mi amiga que me hubiera acogido cuando Edward me echo, pero este sofá no era especialmente cómodo para dormir.
–Dios, tienes un aspecto horrible –dijo Alice–. Creía que las náuseas matutinas solo duraban las primeras semanas.
–Eso creía yo –me moví e inspire lentamente, intentando controlar mi estómago.
–Toma –Alice puso un vaso de leche en la mesita de café–. Que tengas suerte esta mañana –me deseó, ya camino de la puerta.
Tome un sorbo de leche. Estaba fresca y me asentó el estómago lo suficiente para poder darme una ducha rápida y prepararme para el trabajo. Era una suerte que Alice hubiera recordado que una de sus colegas decía que la leche había sido milagrosa para controlar las náuseas durante su embarazo.
Cuarenta y cinco minutos después, baje de un taxi que no podía permitirme y, parada en la acera londinense, mire el imponente edificio de acero y cristal que era sede de Empresas C&H. Era una compañía subsidiaria del imperio Cullen, y me estremecí al pensar que Edward pudiera estar dentro. Pero si hubiera creído, ni siquiera un momento, que él podía estar cerca, no habría accedido a hacer la presentación.
Tome aire, aferre el asa del pesado maletín y entre al edificio. Un rizo castaño bailó ante mis ojos y me lo puse detrás de la oreja. Por falta de tiempo, me había conformado con recogerme el pelo en la nuca, pero ya empezaba a demostrar su rebeldía.
Era importante tener éxito esa mañana. Aún no había encontrado el trabajo fijo que necesitaba desesperadamente. Si tenía suerte, ése seria mi día. Mi antiguo jefe de la empresa de programas informáticos en la que había trabajado antes de conocer a Edward, me había ofrecido una oportunidad, como favor personal. Si podía venderle a Empresas C&H su programa de conferencias por web, me pagaría comisión y me buscaría un puesto fijo.
–¿No fue Jessica Stanley quien hizo la oferta? –había preguntado, pensando en la atractiva rubia que había ocupado mi puesto cuando renuncie para trasladarme a Venecia con Edward.
–Cierto –había concedido Emmett, mi antiguo jefe–. Pero, la verdad, Bella, ella fracasaría. Empresas C&H es dura de pelar. Créeme, Jess se alegrará de que hagas túla presentación, incluso intentó convencerme de que me encargara yo.
–¿Y por qué no lo haces? –había sonreído, comprendiendo que estaba arriesgando un posible empleo al decirlo.
–Porque tú eres mejor –había contestado Emmett con toda sinceridad. Aunque era un genio de la programación y su empresa era un éxito, las ventas no eran su fuerte–. Tú sabes lo que haces –me entregó todos los documentos necesarios para la presentación–. Y no dejarás que esos ejecutivos estirados te hagan perder el Norte.
Así que allí estaba, entrando en las oficinas de una empresa de Edward Cullen, el hombre que me había echado a las calles de Venecia, como si fuera basura, por haber cometido el error de quedarme embarazada.
Habían pasado seis largas semanas desde ese horrible día de marzo, pero seguía atónita por cómo me había tratado. Me había asombrado mi suerte por estar con un hombre tan maravilloso y había creído que todo iba bien entre nosotros. Hasta descubrir, de la peor manera, que no era en absoluto maravilloso, cuando me abandonó sin pensarlo en el momento en que necesite su apoyo.
Hice un esfuerzo para enterrar los recuerdos de Edward y de cómo me habia tratado. Me concentre en la tarea que tenía entre manos, fui al mostrador de recepción y di sus datos. Así había conseguido sobrevivir las últimas seis semanas, negándome a pensar en la brutal traición de Edward, hacia mi y a mi bebé.
No tenía otra opción. Necesitaba mantener la cordura porque necesitaba un trabajo para crear un hogar para y para mi hijo.
–La esperan –dijo la recepcionista sin sonreír, entregándome un pase de visitante–. Peter la llevará a la sala de reuniones.
–Gracias – sonreí y me puse la tarjeta en la solapa del traje de lino color marfil. Vi que un joven de cara seria se acercaba y supuse que era Peter.
Lo seguí hasta el ascensor, subimos a la planta ejecutiva y él me condujo a la sala de reuniones.
Edward había descrito Empresas C&H como uno de sus negocios menores. Pero la sala de paredes de cristal, con una enorme mesa con sobre de cristal ahumado y sillas de cuero negro no daba la impresión de algo en absoluto menor.
Acababa de acomodarme cuando escuche una voz.
–La señorita Stanley, ¿supongo?
Esboce una sonrisa radiante y gire para ver a unhombre alto y casi rubio vestido con un traje oscuro. Lo reconocí por su foto en la página web de la empresa: era el director de Comunicaciones.
– Isabella Swan, de hecho –dije, ofreciéndole la mano–. Encantada de conocerlo, señor Newton.
–Parece que han decidido echar el resto, ¿eh?–sonrió Newton, sujetando mi mano más del tiempo estrictamente necesario.
–Podría decirse eso, supongo –sonreí. Una de las reglas más importantes en tratos comerciales era aparentar una gran confianza, incluso ante una broma de mal gusto. Retire la mano y controle el deseo de limpiármela en la falda– Empresas C&H es, potencialmente, un cliente muy importante, y yo tengo la experiencia necesaria para explicar nuestro producto en detalle.
–Hum –Newton no pareció en absoluto impresionado–.
–Parece que han decidido echar el resto, ¿eh?–sonrió Newton, sujetando mi mano más del tiempo estrictamente necesario.
–Podría decirse eso, supongo –sonreí. Una de las reglas más importantes en tratos comerciales era aparentar una gran confianza, incluso ante una broma de mal gusto. Retire la mano y controle el deseo de limpiármela en la falda– Empresas C&H es, potencialmente, un cliente muy importante, y yo tengo la experiencia necesaria para explicar nuestro producto en detalle.
–Hum –Newton no pareció en absoluto impresionado–.
Empecemos entonces –dijo, sentándose ante la enorme mesa de cristal mientras un grupo de ejecutivos entraba en la sala. Una mujer, que lucia unos tacones altísimos, hablaba por el móvil con voz alta e insistente. Otro, un joven de poco más de veinte años, se sentó, abrió el ordenador portátil y empezó a consultar su correo electrónico.
Mire al grupo, preguntándome si debía dejar que la mujer concluyera su llamada antes de empezar. Era un grupo arrogante y había aprendido a no esperar mucha cortesía de ese tipo de gente; si no captaba su atención rápidamente, pronto estarían todos hablando por teléfono o mirando sus ordenadores.
–¿A qué espera? –ladró Newton–. No tenemos todo el día.
Enderece los hombros, sonreí y empecé mi presentación.
EPOV
Atravesé el edificio con un humor de perros. No podía quitarme de la cabeza mi última visita a mi abuelo.
André Cullen siempre había sido importante en mi vida, cabeza de familia, modelo a seguir y, sobre todo, una figura paterna cuando mis padres en un accidente.
Pero en la actualidad era un hombre enfermo que se aferraba tenazmente a sus últimos meses de vida.
–Hazme feliz antes de que muera, Edward –había dicho.
–Nonno, sabes que haría cualquier cosa por ti
–Nonno, sabes que haría cualquier cosa por ti
Me había sentado a su lado y agarrado la frágil mano. Me había asustado notar la debilidad y temblor de sus dedos.
–Dime que mi apellido no se perderá.
Había apretado la mano de mi abuelo, pero había sido incapaz de hablar. Sabía lo que me pedía, pero no podía hacerle una promesa que no cumpliría.
–Tienes treinta y dos años. Es hora de que te asientes –había afirmó –. Vas de mujer en mujer como si nada, pero tienes que parar y pensar en el futuro. Tengo los días contados. Antes de morir, quiero saber que mi bisnieto está en camino.
Me había levantado para mirar los barcos que navegaban en el Gran Canal. Mi abuelo era testarudo. A pesar de su mala salud, se había negado a abandonar el palazzo barroco, en una de las zonas más céntricas y bulliciosas de Venecia.
Había sido su hogar durante más de setenta y años, y decía que el ruido constante de turistas y comercios no lo molestaba, que lo que acabaría con el sería que lo llevaran a una de las fincas rurales de la familia, en las afueras. Y lo cierto era que a mi me gustaba tenerlo en la ciudad y supervisar su tratamiento medico.
Tenía la esperanza de que pudiera vivir en casa hasta el final. Sin duda, mi fortuna cubriría los costes médicos necesarios para atenderlo.
–Todo irá bien, Nonno –le dije, dándole un afectuoso beso en la mejilla. No podía partirle el corazón diciéndole que el linaje Cullen acabaría con él.
Deje de pensar en eso y seguí paseando por los pasillos enmoquetados de la planta ejecutiva,. No estaba de humor para tratar con los directores de Empresas C&H, pero aun así asistiría a la reunión de junta directiva.
De repente, me detuve y contemple la sala de reuniones a través del cristal, sin dar crédito a mis ojos.
Bella Swan.
Verla allí fue como recibir un martillazo en el estomago. Su traición seguía siendo una herida sin cicatrizar y, verla, fue como si ella ahondara en la herida. La noche en que descubrí lo que había hecho, sufrí tal golpe que me limite a echarla. Era mucho menos de lo que ella se merecía.
Por si eso no bastara para irritarme, era obvio que a ella le habla ido bien. Porque allí estaba, haciendo una presentación a mi equipo de comunicaciones, fresca como una lechuga. Como si notuviera ninguna preocupación en el mundo. Y nada que temer de él.
La mire de arriba abajo, buscando indicios de su embarazo, pero aún no se notaba. Si acaso, habia perdido peso, estaba increíblemente delgada. El traje de lino le quedaba demasiado suelto y llevaba el cabello recogido atrás, con un moño severo.
Pero aunque no tenía su mejor aspecto, era incapaz de quitarle los ojos de encima. El cabello rubio claro y el traje de tono pálido hacía que destacara como un faro entre tantos ejecutivos vestidos de oscuro.
¿Por qué lo había hecho?, la pregunta se impuso en mi mente. Aprete los dientes, intentando que mi pensamiento no siguiera ese rumbo. Yo siempre tenía el control, era quien mandaba, tanto en mi vida privada como en los negocios.
Todas las mujeres de mi vida lo sabían. Nada permanente. Ninguna atadura. Pero con total fidelidad por ambas partes, mientras durase. No había sido problema hasta que ocurrió lo de Bella. Era lo bastante hombre para cualquier mujer. O eso había creído.
La contemple con los ojos entrecerrados, a través del cristal. Solo tarde un momento en comprender que habia vuelto a su antiguo trabajo, vender programas informáticos para conferencias en web.
Aunque estaba pálida y cansada, estaba serena y controlaba la reunión, pero yo sabía que no llegaría lejos con ese grupo. No me gustaba el director de Comunicaciones de C&H, y sabia que no invertiría en un sistema nuevo, aunque era exactamente lo que necesitaba la empresa.
¿Por qué me había sido infiel Bella?
La pregunta martilleaba en mi cabeza.
Todo habla ido bien entre nosotros, tanto dentro como fuera del dormitorio. El tiempo que habíamos pasado juntos había sido un excelente contrapunto al ajetreo y a la tensión de mi vida ejecutiva. Y el sexo... El sexo había sido increíble.
Ella me había entregado su virginidad, algo que había considerado un regalo muy especial. Y eso empeoraba aún más que hubiera tardado tan poco en caer en la cama de otro hombre.
La idea de Bella con otro hombre era insoportable. Una vena latió en mi sien; abri la puerta y entre en la sala de reuniones.
BPOV
Lo mire atónita.
Me quede sin respiración. Mi peor pesadilla se había hecho realidad: Edward estaba allí.
–¿Que...? –empezó Newton, pero calló al comprender que el intruso era su jefe veneciano.
Tome aire y mi corazón volvió a ponerse en marcha y latir con fuerza, mientras miraba a Edward.
Lo había echado muchísimo de menos, pero él me había hecho mucho daño. Anhele cruzar la habitación y perderme en la cálida fuerza de su abrazo, pero sabía que ya no encontraría calor. Lo había dejado muy claro cuando me echo de su casa.
A pesar del dolor de verlo, lo mire de arriba abajo. Estaba magnífico. El traje ejecutivo le quedaba como un guante, sin quitarle un ápice de virilidad. Recordé bien la fuerza atlética de su cuerpo y lo que sentía cuando esos músculos me rodeaban.
Me estremecí al ver la intensidad de su expresión. La piel blanca tensa sobre los pómulos marcados y un músculo pulsaba en su angulosa mandíbula. Tenía los ojos verdes clavados en mi.
Le devolví la mirada y un gélido escalofrío recorrió mi espalda al reconocer la ira de sus ojos. Solo la había visto antes aquel último día en Venecia. Era un brutal recordatorio de cómo habían acabado las cosas entre nosotros.
Le devolví la mirada y un gélido escalofrío recorrió mi espalda al reconocer la ira de sus ojos. Solo la había visto antes aquel último día en Venecia. Era un brutal recordatorio de cómo habían acabado las cosas entre nosotros.
–Dígame por qué cree que Empresas C&Hdebería invertir en su producto –dijo Edward.
Me agarre las manos y mire a Edward con sorpresa. No había esperado eso. Había creído que me echaría o llamaría a Seguridad para que hiciera el trabajo sucio por él. No sabía qué pretendía, pero no tenía más opción que seguirle el juego. No iba salir corriendo con el rabo entre las piernas.
Me agarre las manos y mire a Edward con sorpresa. No había esperado eso. Había creído que me echaría o llamaría a Seguridad para que hiciera el trabajo sucio por él. No sabía qué pretendía, pero no tenía más opción que seguirle el juego. No iba salir corriendo con el rabo entre las piernas.
De repente, un fuerte olor a café me asaltó y sentí náuseas. Baje la vista y vi que un charco de café solo se extendía sobre el cristal de la mesa hacia mi ordenador portátil. La súbita entrada de Edward debía de haber sobresaltado a Newton, que habia derramado el café, pero él no hacía intención de limpiarlo.
La mire y comprendí, atónita, que esperaba que lo limpiase yo. El muy arrogante. Pero con Edward allí, tenía preocupaciones más urgentes que el café. Tome aire, inhalando otra bocanada del desagradable olor y aparte mi portátil. Después, mirando de frente a Edward, empecé a hablar.
Mi voz resonó clara y serena en el ominoso silencio de la sala de reuniones, mientras me concentraba en hacer su presentación.
- …así que este nuevo sistema ofrece las mejores prestaciones para conferenciar en la web, ahorrándoles tiempo y trabajo, y además les librará de las inconveniencias de un sistema anticuado que falla a menudo y no garantiza unas prestaciones básicas.
Acabe mi charla y seguí mirando a Edward. Sabía que era inútil. Emmett había tenido razón. Empresas C&H era dura de pelar. Pero con la llegada de Edward, en vez de difícil, la venta sería imposible.
Siguió un silencio mortal mientras todos en espera a que Edward hablase, de repente, pense en mi hijo nonato. El hijo de Edward. Seguía sin parecerme real; a veces hasta olvidaba que estaba embarazada unos minutos. Pero después, si las náuseas no bastaban para recordármelo, mi constante preocupación por conseguir un trabajo que me permitiera mantener al bebé, me devolvía a la realidad de golpe.
Recordé todas las advertencias que me había hecho mi madre sobre los hombres. Estaba en la misma situación en la que había estado mi madre: abandonada por cometer el error de quedarse embarazada.
Mi padre se había negado a reconocerme y había amenazado a mi madre para que nunca revelara mi existencia. Tenía su familia real a quien proteger: una esposa y tres hijas que vivían en una bonita casa de las afueras.
Mi madre y yo no éramos lo bastante buenas. Éramos algo vergonzoso y debíamos permanecer escondidas en el campo, donde no pudiéramos dañar su impecable reputación.
Yo sabia que mi padre era un hipócrita de primera categoría y cuando me hice mayor me dije que había sido una suerte no tenerlo conmigo. Pero había sido duro crecer sin padre. A mi madre le costaba apañarse y mi infancia había sido inestable y difícil.
Yo sabia que mi padre era un hipócrita de primera categoría y cuando me hice mayor me dije que había sido una suerte no tenerlo conmigo. Pero había sido duro crecer sin padre. A mi madre le costaba apañarse y mi infancia había sido inestable y difícil.
–Compraremos su sistema de videoconferencia tras un periodo de prueba de tres meses –dijo Edward de repente–. Newton, limpia esto. Después sube el equipo de la señorita Swan a mi despacho.
–Pero... –durante un segundo Newton pareció irritado por la decisión de su jefe, pero después se puso de pie–. Por supuesto, será un placer hacer negocios con usted –dijo, ofreciéndome la mano con tono casi desesperado–. El sistema que ofrecen suena impresionante. Lo organizaré todo, nuestro departamento de compras se reunirá con el suyo y…
En otras circunstancias, ver cómo Newton pasaba de maleducado a amable me habría parecido divertido, pero Edward se limitó a clavar en mi, una mirada penetrante que me dejó sin aliento.
–Señorita Swan, usted vendrá conmigo –su voz sonó como un trueno. Temblé por dentro, nunca me había hablado así.
–Yo... debería organizar la operación con el señor Newton –me excuse. Una parte de mi anhelaba ir con Edward, pero la parte sensata de mi mente le decía que era mejor mantenerme lejos de él.
–Pero... –durante un segundo Newton pareció irritado por la decisión de su jefe, pero después se puso de pie–. Por supuesto, será un placer hacer negocios con usted –dijo, ofreciéndome la mano con tono casi desesperado–. El sistema que ofrecen suena impresionante. Lo organizaré todo, nuestro departamento de compras se reunirá con el suyo y…
En otras circunstancias, ver cómo Newton pasaba de maleducado a amable me habría parecido divertido, pero Edward se limitó a clavar en mi, una mirada penetrante que me dejó sin aliento.
–Señorita Swan, usted vendrá conmigo –su voz sonó como un trueno. Temblé por dentro, nunca me había hablado así.
–Yo... debería organizar la operación con el señor Newton –me excuse. Una parte de mi anhelaba ir con Edward, pero la parte sensata de mi mente le decía que era mejor mantenerme lejos de él.
No era el hombre que yo había creído conocer, el amante tierno que me había cuidado y hecho que me sintiera segura. Ese era un hombre muy diferente, una bestia sin corazón que me había echado de su casa una horrible y fría noche de marzo.
Una noche que se había convertido en una pesadilla. El aeropuerto había cerrado por causa de la niebla, dejándome sin vía de escape ni lugar a donde ir.
–Venga conmigo –sonó como una orden, y di un paso hacia él, incluso antes de que la mano de Edward se cerrara sobre mi brazo.
Gemí al sentir el contacto y perdí el paso. Era como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
Gire para mirarlo y cualquier esperanza que hubiera podido alojar mi corazón se extinguió al sentir el cuchillo de su mirada. La ira de sus ojos verdes era tan fría y despiadada que fue como si dardos de hielo me atravesaran el alma.
Desee escapar, pero no había escapatoria. Desee correr hacia la puerta, dispuesta a sacrificar la venta y mi posible trabajo, pero Edward agarraba mi brazo.
Aunque sus ojos eran fríos, el calor de su mano empezaba a quemarme a través de la manga de la chaqueta de lino, extendiéndose por mis venas, haciéndome consciente de cada poro de mi piel.
Gire para mirarlo y cualquier esperanza que hubiera podido alojar mi corazón se extinguió al sentir el cuchillo de su mirada. La ira de sus ojos verdes era tan fría y despiadada que fue como si dardos de hielo me atravesaran el alma.
Desee escapar, pero no había escapatoria. Desee correr hacia la puerta, dispuesta a sacrificar la venta y mi posible trabajo, pero Edward agarraba mi brazo.
Aunque sus ojos eran fríos, el calor de su mano empezaba a quemarme a través de la manga de la chaqueta de lino, extendiéndose por mis venas, haciéndome consciente de cada poro de mi piel.
Unos segundos después estábamos dentro del ascensor privado, solté el aire de golpe cuando se cerraron las puertas, alejándonos del resto del mundo en un espacio que parecía demasiado pequeño para contener a Edward. El poder de su presencia se extendía en todas las direcciones, rebotando en las paredes de espejo del ascensor y agrandándose por momentos.
Me sentía como si estuviera atrapada en una capsula totalmente saturada por su poderosa aura. El aire que pasaba alrededor de su cuerpo, entre su ropa de diseño y sobre su piel, también me acariciaba a mi. Cada bocanada de aire que respiraba estaba cargada con su familiar aroma, encendía mis nervios y hacía que el diminuto espacio que compartíamos fuera más real y vibrante que el mundo exterior.
Me sentía como si estuviera atrapada en una capsula totalmente saturada por su poderosa aura. El aire que pasaba alrededor de su cuerpo, entre su ropa de diseño y sobre su piel, también me acariciaba a mi. Cada bocanada de aire que respiraba estaba cargada con su familiar aroma, encendía mis nervios y hacía que el diminuto espacio que compartíamos fuera más real y vibrante que el mundo exterior.
Seguía agarrando mi brazo, pero por el cosquilleo que sentía en la piel y el ritmo acelerado de mi corazón, se diría que el contacto se extendía mucho más. Como si estuviera deslizando las manos por mi cuerpo desnudo. Y el ascensor seguía subiendo, alejándome del mundo exterior. De la posibilidad de escapar.
De repente, las puertas se abrieron y salimos. Parpadee con sorpresa cuando él me soltó el brazo, momentáneamente desconcertada por el espacio cavernosodonde me encontraba.
–¿Qué es esto? –dije lo primero que me vino a la mente. El suelo estaba cubierto con una lujosa moqueta gris claro, pero no había muebles, excepto un imponente escritorio, junto a las ventanas que iban del suelo al techo.
–La suite de la última planta –contestó Edward–. No la utilizo; la están reconvirtiendo.
Mire a mi alrededor y recuperé un poco de estabilidad al alejarme de Edward. Era increíble cómo mi cuerpo habla respondido a estar a su lado.
Mire a mi alrededor y vi las marcas que habían dejado los muebles y sombras en los lugares donde habían colgado cuadros. Era un espacio sin alma, como una casa destripada.
No me gustaba estar en un sitio tan sombrío con Edward. Mis recuerdos lo asociaban al palazzo de Venecia, o a pasear con él. No echaba de menos la comodidad y el lujo, sino estar juntos. Estar con Edward había sido como estar en casa. Y yo ya no tenía hogar.
–¿Qué es esto? –dije lo primero que me vino a la mente. El suelo estaba cubierto con una lujosa moqueta gris claro, pero no había muebles, excepto un imponente escritorio, junto a las ventanas que iban del suelo al techo.
–La suite de la última planta –contestó Edward–. No la utilizo; la están reconvirtiendo.
Mire a mi alrededor y recuperé un poco de estabilidad al alejarme de Edward. Era increíble cómo mi cuerpo habla respondido a estar a su lado.
Mire a mi alrededor y vi las marcas que habían dejado los muebles y sombras en los lugares donde habían colgado cuadros. Era un espacio sin alma, como una casa destripada.
No me gustaba estar en un sitio tan sombrío con Edward. Mis recuerdos lo asociaban al palazzo de Venecia, o a pasear con él. No echaba de menos la comodidad y el lujo, sino estar juntos. Estar con Edward había sido como estar en casa. Y yo ya no tenía hogar.
–¿Dónde estás viviendo? –preguntó Edward.
–En Londres –conteste, dado el modo en que me habia tratado, no veía razón para informarle de la precariedad de mi situación.
–¿Sola? –inquirió él.
–No es asunto tuyo –Me enfrente a su dura mirada. No quería que pensara que me intimidaba, aunque me sentía temblorosa e insegura. Y estaba segura de que él había percibido cómo me afectaba su proximidad en el ascensor.
–El padre del niño –masculló él–. ¿Vives con él?
–En Londres –conteste, dado el modo en que me habia tratado, no veía razón para informarle de la precariedad de mi situación.
–¿Sola? –inquirió él.
–No es asunto tuyo –Me enfrente a su dura mirada. No quería que pensara que me intimidaba, aunque me sentía temblorosa e insegura. Y estaba segura de que él había percibido cómo me afectaba su proximidad en el ascensor.
–El padre del niño –masculló él–. ¿Vives con él?
Por segunda vez esa mañana, se me paró el corazón un segundo. Las palabras de Edward no tenían sentido. No podía estar insinuando lo que creía.
–¿De qué estás hablando? – me puse la mano sobre mi vientre aún plano–. Se que no fue un embarazo planificado pero, por supuesto, el padre eres tú.
Él me miraba con el ceño fruncido y la luz de la mañana daba a sus ojos un brillo escalofriante, ése no podía ser el hombre con quien había compartido cinco maravillosos meses de mi vida.
–Guárdate tus mentiras –dijo Edward – Dime si estás en contacto con él. ¿Sabe que estás embarazada?
–Has cometido un error –dije, intentando procesar sus palabras–. Sabes que solo he estado contigo.
–Puede que haya sido tu primer amante –dijo –. Pero no he sido el único.
–¿Por qué piensas eso? – gemí – No lo entiendo. ¿A1guien te ha dicho algo sobre mí?
–Dime si el padre lo sabe –gruñó Edward.
–¡Tú eres el padre! – grité – No hay nadie más, ni nunca lo ha habido.
–Has cometido un error –dije, intentando procesar sus palabras–. Sabes que solo he estado contigo.
–Puede que haya sido tu primer amante –dijo –. Pero no he sido el único.
–¿Por qué piensas eso? – gemí – No lo entiendo. ¿A1guien te ha dicho algo sobre mí?
–Dime si el padre lo sabe –gruñó Edward.
–¡Tú eres el padre! – grité – No hay nadie más, ni nunca lo ha habido.
Él me escrutó un momento, como si estuviera evaluando fríamente un asunto de negocios.
–Por lo que dices, no lo sabe, o no quiere saberlo –dijo Edward– Sea lo que sea, a partir de ahora, en lo que respecta al mundo, ese bebé es mío.
–Es tuyo –musite, me sentía como si me estuvieran golpeando la cabeza contra una pared.
Edward asintió, sin dejar de mirarme.
–Nos casaremos inmediatamente –anunció.
–Es tuyo –musite, me sentía como si me estuvieran golpeando la cabeza contra una pared.
Edward asintió, sin dejar de mirarme.
–Nos casaremos inmediatamente –anunció.
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