sábado, 10 de julio de 2010

AMOR O INTERES:CAPITULO 2

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 2

EPOV
Era deslumbrante pensé mirando su cabello castaño caer como la seda en suaves ondas, impresionado por sus ojos chocolate y la perfección de su cara. Baje la mirada y descubrí un cuerpo igualmente perfecto, apenas tapado por un vestido. Piernas largas…
Evidentemente la heredera de los Swan sabía lo que tenía que mostrar, lo que estaba en venta. Aunque se vendía por un precio muy alto.
La lascivia, primitiva y básica, se apoderó de mi, sorprendiéndome con su fuerza. Estaba acostumbrado a las mujeres bellas, pero aquella chica definitivamente me impresionaba.
De pronto, el acuerdo tenía otra dimensión. Ciertamente, tener a la nieta de Swan en mi cama no sería un sacrificio.
Acostumbrado a la admiración y coqueteo de las mujeres, me relajé, seguro del efecto que podía causar en ella.
Pero me sorprendí al descubrir que la nieta de Alessandro no parecía interesada en lo que pensara de ella. La muchacha tenía los ojos fijos en el suelo, y las manos apretadas.
¿Estaría asustada? ¿Enfadada?
Mi mirada se deslizó hacia la expresión de su abuelo. Aquel hombre era un chulo y un indeseable. Y en aquel momento el objeto de su ira era la chica. Sin saber por qué desee darle un puñetazo.
¿La estaría obligando a casarse?, me pregunté.
Pero me estaba precipitando en mi juicio. Al fin y al cabo, era un hecho que la chica había heredado la codicia de su abuelo. Si no, ¿por qué iba a pedir una suma de dinero semejante todos los meses, cuando era la dueña de una incalculable fortuna? Y no podía atribuir ese detalle del acuerdo a su abuelo, porque ella era la única beneficiaría del dinero.
Irritado por toda la situación, traté de abrir el diálogo.
—¿Su viaje ha sido bueno, señorita Swan?
La mujer no reaccionó al oír su nombre. ¿Preferiría la informalidad?, pensé
—¿Isabella? —dije.
—¿Sí? —respondió ella.
—Te he preguntado si el viaje ha sido bueno —sonreí utilizando mis encantos de seducción.
Pero ella no me vio, porque volvió a mirar el suelo.
—Ha sido bueno, gracias —respondió.
Noté su respiración agitada, y pensé que estaba bajo una inmensa presión.
Lo primero que tenía que hacer era apartarla de la presencia de su abuelo.
—Caminemos juntos mientras los abogados discuten los detalles. Hay cosas de las que tenemos que hablar. ¿Te puedo llamar Bella?
Dudo su respuesta – Si- respondió ella.
—Ella se queda conmigo —dijo Alessandro a la defensiva.
—¿El matrimonio propuesto tendrá lugar entre dos o tres personas? —pregunté alzando una ceja—. ¿Piensas estar presente en nuestra noche de bodas? —me dirigí a Alessandro.
La chica pareció sorprendida por aquella pregunta. Pero la ignoré.
—Si conocieras mi reputación, preferirías no pelear conmigo, Cullen.
—Nunca me ha asustado una pelea —sonreí haciendo caso omiso a la advertencia en la mirada de mi padre—. Y si conocieras mi reputación, sabrías que mantengo en privado mis relaciones personales. Nunca me han gustado los grupos.
—Muy bien —respondió Alessandro, conteniendo la furia—. No estaría mal que mi nieta conozca su nuevo hogar.
Alessandro iba demasiado deprisa, pensé. Pero la exclamación horrorizada de la chica me distrajo de mi respuesta a su abuelo.
—¿Mi nuevo hogar? ¿Éste va a ser nuestro hogar? ¿Quieres que viva aquí? —preguntó Bella.
Oculté mi irritación. Todas las mujeres con las que he salido se pasaban la vida de compras. Y aquélla no parecía diferente. Por lo que casi nunca las llevaba a la isla. No debería sorprenderme la reacción de mi futura esposa. Al fin y al cabo, ¿qué podría hacer una mujer con una suma tan sustanciosa de dinero si no tenía acceso a boutiques de diseño?
La mire con desconfianza. Presentía que aquel acuerdo tenía algo raro. ¿Por qué la heredera del hombre más rico del planeta iba a querer casarse por dinero?
Miré a su abuelo. Recordé su fama de tacaño. Probablemente le restringiera los gastos. Seguramente por ello quería otra fuente de ingresos. Conocía a montones de mujeres para las que casarse con un hombre rico era una carrera. Si su abuelo no le daba todo lo que quería, tenía que buscarse otro hombre que pagase sus facturas. Y por el horror que había manifestado ante la idea de vivir alejada de las tiendas, esas facturas serían grandes.
Sentí una punzada de desprecio, pero la ignoré. No comprendía por qué me sorprendía de la codicia de aquella mujer.
—También tengo casas en Milán, París y Londres. Así que si te preocupa no poder hacer uso de mi tarjeta de crédito, puedes quedarte tranquila.
La chica tenía los ojos fijos en el mar y no pareció escucharme. Reprimí mi irritación. ¿Por qué diablos aquella mujer no decía nada?
Poco acostumbrado a que las mujeres no tuvieran interés en mi, decidí estar con ella a solas cuanto antes.
—¿No te gusta la isla? —pregunté en tono de conversación trivial.
—Hay mucho mar.
Definitivamente no era la respuesta que esperaba.
—Es lo que ocurre si vives en una isla. Todas las habitaciones de mi mansión dan al mar o a la piscina.
Me volvió a decepcionar su reacción. Se puso totalmente pálida.
—Mi nieta está un poco mareada después del viaje —señaló su abuelo.
Volví a sentirme irritado por la intervención del hombre. ¿Nunca la dejaría hablar por sí misma? Si había sido educada en America, estaría acostumbrada a hacerlo.
—Llevaré a la señorita Swan a ver la isla mientras vosotros empezáis la reunión… No tardaré en estar con vosotros —dije, sabiendo que sin mi firma no podrían cerrar el acuerdo.
Alessandro Swan miró el reloj y respondió:
—Tengo que estar en Milán dentro de dos horas. Quiero que se firme el acuerdo antes de irme.
¿Por qué el viejo tenía tanta prisa?
Era evidente que tramaba algo.


BPOV
Miré al hombre que tenía frente a mi. No se parecía en nada a lo que había esperado. Era alto, de piel blanca, de hombros anchos cabello broncilineo y ojos verdes. Tenía una cara agradable. Era muy atractivo. Y se conducía como si ni aquélla ni ninguna situación le diera inseguridad. Su autoridad era evidente.
Era imposible que aquello funcionase. Un hombre tan atractivo y poderoso jamás estaría a mi alcance. Y era humillante saber que si mi abuelo no le hubiera ofrecido aquel "incentivo" y no me hubiera vestido con aquella ropa ni se habría molestado en mirarme.
La idea de estar a solas con él me aterraba. ¿De qué podíamos hablar? ¿Qué teníamos en común? Nada.
Y para peor, era evidente que él amaba el mar.
Miré el mar y de pronto me asaltaron los recuerdos. La fuerza de la explosión, los gritos de horror de los heridos y el agua helada que me había enterrado en una oscuridad tan aterradora que su recuerdo aún me impedían dormirme por la noche. Y luego recordé la imagen de un hombre fuerte, levantándome en brazos, salvándome.
De pronto, el precio de ayudar a mi madre me pareció demasiado alto. Tendría que vivir rodeada de mar, algo que me aterraba. Con un hombre al que despreciaba.
Pero tenía que olvidarme de todo. Menos de la razón que me había llevado hasta aquí.
Sabía perfectamente por qué mi abuelo le había dado a la familia Cullen un plazo de dos horas. Tenía miedo de que, si me dejaba sola, hiciera algo que pudiera hacer que Edward decidiera no casarse conmigo.
Y tenía razón. Yo era tan distinta de las mujeres a las que él estaría acostumbrado, que ni siquiera sabía caminar bien con tacones.
—Por lo que sé, no hay barrera lingüística alguna entre nosotros —dijo Edward mirándome—. Sin embargo, hasta ahora, no has pronunciado apenas una palabra, ni me has dirigido una mirada.
Evidentemente, había herido su ego, pensé. Al parecer, era lo único que le importaba. Que cayera a sus pies como las otras mujeres de cabeza hueca con las que se relacionaba. Edward se merecía todo aquello.
—Debes perdonarme —dije—. Yo… Esta situación es un poco difícil para mí…
—Para mí también —dijo él—. Y no es de extrañar, dadas las circunstancias. No todos los días se casa uno con alguien a quien apenas conoce. Pero este matrimonio va a ser muy difícil si no te dignas a hablar conmigo.
Lo miré.
—¿Se supone que debo hablar con sinceridad?
—¿Y por qué crees que me he deshecho de tu abuelo?
Casi sonreí al recordar cómo él había menospreciado a mi abuelo. Edward no era un cobarde al menos. De hecho era la primera persona que conocí que no se sentía intimidado por su abuelo, algo a su favor.
—Mi abuelo tiene miedo de que diga algo inapropiado. Él quiere fervientemente que se firme el acuerdo.
—¿Y tú, señorita Swan? ¿Cuánto deseas este acuerdo?
Me volví a sentir ajena a ese nombre según creo habíamos quedado que me llamaría Bella hice un esfuerzo por contestar.
—Quiero casarme contigo, si es eso lo que preguntas — alcé la barbilla.
El me miró cínicamente.
—No me dirás que has estado enamorada de mí toda tu vida, ¿no? ¿Qué has estado soñando con este momento desde que has nacido? —él le señaló un camino que iba a la playa—. Caminemos un rato.
Seguí mi mirada. El mar se extendía a lo lejos, como un monstruo. Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿No podemos quedarnos aquí?
—¿Quieres que conversemos en el helipuerto? —preguntó él con sarcasmo.
Me puse roja.
—No veo por qué tenemos que bajar hacia el mar…
—Me niego a tener una conversación contigo con tus guardaespaldas en el fondo del paisaje.
«¿Guardaespaldas?», pensé.
Ni siquiera me había dado cuenta de la presencia de aquellos tres hombres hasta ese momento, aunque debían haber estado en el helicóptero.
—Oh… Trabajan para mi abuelo.
—No hace falta que me des explicaciones. Como heredera de Swan tienes que tener protección.
casi me reí. ¿Quién querría proteger a una pobre desgraciada sin un céntimo, a una pobre infeliz que se mataba a trabajar? Pero evidentemente, él no sabía nada de mi vida real.
—¿Quiénes son? —pregunté mirando a dos hombres que había cerca.
—Me temo que los miembros de mi seguridad también están alerta. Digamos que el aterrizaje de Swan en la isla crea cierta inquietud.
Mire su espalda ancha y me preguntó por qué necesitaría protección. Para ser un hombre de negocios, era muy atlético. Quizás se debiera a las horas dedicadas al ejercicio en la cama con mujeres.
—Mi abuelo crea tensión dondequiera que va —dije sin pensar luego me di cuenta y agregue—: Quiero decir…
—No sientas que tienes que excusarte conmigo. Tu abuelo es un hombre muy temido. Es parte de la fama que se ha hecho. Dirige a través del miedo.
Pero, ¿no tenía Edward misma fama?
Miré a los guardaespaldas, me estremecí y dije:
—De acuerdo. Caminemos por la playa —me detuve para quitarme los zapatos que mi abuelo había insistido en que llevase puestos—. Los zapatos de tacón no son para caminar por la arena —noté una mirada de asombro en él y se di cuenta inmediatamente de que me había equivocado.
Seguramente las mujeres a las que estaba acostumbrado treparían montañas con tacones de aguja.
—Me gusta sentir la arena en los pies —improvise, maldiciendo por mi torpeza.
—Ten cuidado de no cortarte en las rocas —dijo él extendiendo la mano y dándomela—. Esos zapatos son deslumbrantes y te hacen unas piernas muy bonitas. Pero estoy de acuerdo contigo en que son más apropiados para un club nocturno. Conozco unos cuantos, así que te prometo que tendrás oportunidad de usarlos.
¿Qué pensaría él si le dijera que jamás había estado en uno?, pensé.
¿Si se enteraba de que mis trabajos rara vez me dejaban una noche libre para esas indulgencias?
—Entonces, si no confías en mi abuelo, ¿por qué lo has invitado a tu isla? —ella quise cambiar de tema.
Habíamos pasado la roca, pero él me seguía llevando de la mano.
—Este acuerdo es importante para mí por varias razones —me miró, pensativo—. Supongo que no pretenderás hacerme creer que no sabes nada acerca de la enemistad que existe entre nuestras familias, ¿verdad?
—Por supuesto que sé de esa enemistad.
"Mi padre murió en el barco de tu padre. Mi madre y yo sufrimos heridas", pensé. Pero intenté controlar mis emociones.
—Antes que nada, quiero que sepas que, aunque mi abuelo quiera que lo haga, no estoy dispuesta a entrar en ningún juego. No puedo fingir algo que no siento —dije fríamente—. Yo no coqueteo y me niego a fingir que este matrimonio es más que un acuerdo de negocios entre dos partes. Ambos conseguimos algo que queremos.
—¿Y qué es exactamente, Bella?
—Dinero —dije escuetamente—. Yo consigo dinero.
—Sin rodeos. Tú eres el único familiar de uno de los hombres más ricos del planeta, pero quieres más —dijo Edward—. Lo que probablemente te convierta en la persona más avariciosa del mundo. Dime, Bella, ¿cuánto dinero es suficiente para ti?
Estábamos en la playa; de espaldas al mar que brillaba con el calor del verano, estaba mirando a Edward.
—Dada tu fortuna, yo podría preguntarte lo mismo. Tú ya tienes una empresa que consigue ganancias millonarias. Y no obstante quieres lo que pertenece a mi abuelo…
—Exacto. Pero yo no voy a llegar a tanto como tú para lograrlo. Estás dispuesta a atarte a tu peor enemigo por dinero. A un nombre al que odias claramente.
Me sobresaltó. Evidentemente, había mostrado demasiado mis sentimientos.
—Yo no he dicho eso…
—No hace falta que lo digas. Es evidente por el brillo de tus ojos, por el modo en que te refrenas y por todas las cosas que no dices.
Apenas podía respirar. Mi abuelo me había advertido que aquel hombre era muy listo, y yo no le había hecho caso. Había pensado que todo era parte de su plan. Pero tenía razón. Edward era listo, peligroso, y un oponente de la talla de mi abuelo.
—No te odio —mentí.
Él levantó una ceja.
—Te advierto que prefiero la sinceridad, aunque sea desagradable. Acabas de admitir que estás dispuesta a casarte con un hombre que odias por dinero. Entonces, ¿qué clase de persona eres?
Tuve que controlarme. ¡Si hubiera sabido él para qué necesitaba el dinero, no me habría juzgado tan ligeramente!
Lo miré a los ojos y dije:
—Digamos que estoy más que satisfecha con la parte económica de este acuerdo.
Su acusación era tan injusta, que por un momento estuve tentada de revelar la verdad. Y si Edward se enteraba de lo poco que me apreciaba mi abuelo se daría cuenta de que había un motivo más siniestro por detrás de aquel acuerdo.
Edward había intuido que su abuelo perseguía la venganza.
—Bueno, tú estás dispuesto a casarte con la nieta de tu peor enemigo sólo para conseguir su empresa… Así que, ¿qué clase de persona eres?
—Lo suficientemente rica como para poder comprarte —respondió fríamente mientras me miraba—. Tu opinión de mí es tan baja como la mía sobre ti, lo que nos hace tal para cual. Será un cambio agradable no tener que seducir a una mujer cuando vuelva a casa cansado de un día de trabajo en la oficina. Quizás me siente bien el matrimonio, después de todo.
—No podrías seducirme aun si lo intentases —dije ella, furiosa por su arrogancia—. Y para tu información, no estoy ni remotamente interesada en conocer tus asombrosas técnicas en la cama. Eso no tiene nada que ver con este matrimonio.
—¿No? —él sonrió y se acercó más a mi.
Sentí la irradiación del calor de su cuerpo. Y me pregunté cómo haría para aguantar vivir en Italia. La atmósfera era tan opresiva que apenas podía respirar.
—Éste es un acuerdo de negocios —le recordé, y vi el brillo en los ojos de Edward.
—Un acuerdo de negocios… —repitió él—. Dime… ¿Sabes cómo se hacen los niños, Bella?
Sentí que el calor aumentaba. Me puso colorada de los pies a la cabeza.
—¿Qué clase de pregunta es ésa?
—Una pregunta muy sensata —respondió él—. Dado que la concepción de un bebé está precedida generalmente de actividad sexual, con o sin asombrosas técnicas en la cama, dime, ¿incluye tu acuerdo de negocios la actividad sexual?
En estado de shock por el tono íntimo de su voz, y la dirección repentina que había tomado la conversación, abrí los ojos:
—Yo… Yo no…
—¿No? —me miró con dureza—. Sin embargo de eso se trata este acuerdo. Dime, Bella, ¿cómo ves exactamente este "acuerdo de negocios"? ¿Piensas traer el maletín a mi cama?
Respiré profundamente me asaltaron todo tipo de imágenes.
Me había convencido de que aquello podía ser un acuerdo claro y directo, en el que él podría vivir su vida y yo la mía. La idea de la relación sexual había pasado por mi cabeza brevemente, por supuesto, pero de alguna manera la noción de sexo con un hombre al que no conocía había sido algo abstracto. Irreal.
Pero cara a cara no había nada irreal en Edward Cullen. Era un hombre que irradiaba poder sexual. Y el acuerdo sexual ya no lo vi claro.
Por un momento me olvide del mar y de mi abuelo y me concentre en la realidad de meterme entre las sábanas con aquel hombre italiano de sangre caliente.
—Un maletín, no. Pero no nos involucraremos emocionalmente. Tendré sexo contigo porque eso es lo que pide el contrato, pero no dice nada de que tenga que disfrutar de la experiencia —lo miré—. Y está bien así —agregé, como si tuviera miedo de que él agregase su disfrute a la lista del acuerdo.
—¿Tendrás sexo conmigo? —Edward me miró, fascinado.
Cerré los ojos. El problema era que él estaba acostumbrado a estar con mujeres que esperaban ser seducidas, mientras que yo no lo esperaba. Nunca había estado interesada en el sexo. Cuando había descubierto que no podía tener hijos había enterrado esa parte de mí. Y ya no me importaba. Los pocos besos que había intercambiado en la adolescencia me habían convencido de que no valía la pena.
Suspiró y dije:
—Oye… No es algo personal —quise salvar mi ego, por si él lo había visto herido—. Esto no es algo personal. Simplemente no tendremos ese tipo de matrimonio. Y está bien. Lo digo en serio… Es así como lo quiero.
—Claramente, siempre has tenido relaciones sexuales malísimas.
Me puse colorada y desvié la mirada, para recuperar el control.
Tal vez debí decirle en ese momento que jamás había tenido una relación sexual, pero era muy violento mostrarle que a los veintidós años era aún virgen. Cuando llegase el momento, intentaría disimular mi falta de experiencia.
—Así que estás dispuesta a casarte conmigo y tener relaciones sexuales de negocios… Interesante privilegio… Debo admitir que es algo nuevo para mí. He de decir que jamás había tenido que pagar por sexo.
—Por supuesto. Las mujeres andan a tu alrededor esperando que te gastes tu dinero en ellas y a cambio fingen que te encuentran atractivo… Si eso no es pagar por sexo… Y en este caso no estás pagando por sexo, estás pagando por la empresa de mi abuelo.
Edward se quedó perplejo al escuchar la interpretación sobre su vida amorosa. Y hice un esfuerzo por no poner los ojos en blanco al verlo. ¡Su ego era inmenso! Evidentemente pensaba que las mujeres estaban con él porque era irresistible.
—Eres un hombre rico, Edward —dije ella, usando su nombre de pila como él usaba el mió—. No me digas que soy la primera mujer interesada en tu dinero…
Él me miró a los ojos.
—Digamos que eres la primera mujer terriblemente rica interesada en él. Y me pregunto por qué.
—A lo mejor es que me gusta derrochar el dinero —respondí.
Casi se reí al escucharme. La verdad era que no habría sabido cómo gastar el dinero si lo hubiera tenido. Había vivido toda mi vida economizando, y para mi era algo tan natural como respirar. El vestido que llevaba era la primera prenda nueva que me ponía desde hacía años, y había sido porque mi abuelo se había puesto furioso al verme con mi vaquero y había ordenado que me llevasen tres vestidos. Pero aun así no me habían dejado elegir el que más me gustaba, sino el que mostraba más.
—Me parece que mi sinceridad te ofende —dije—. Pero quizás pueda recordarte que tú mismo entras en este matrimonio por cuestiones de negocios. ¿Por qué otro motivo ibas a sacrificar tu soltería por una vida de hombre casado?
—¿Y quién dice que eso sea sacrificar mi vida de soltero? Te advierto que tengo una energía sexual muy potente. Como nuestra vida sexual va a ser claramente muy aburrida, tendré que buscar diversión en otra parte. Pero estoy dispuesto a pagar ese precio por recuperar Industrias Swan, la empresa que tu abuelo le robó a mi familia.
—No sé de qué hablas. Industrias Swan pertenece a mi abuelo y siempre ha sido así.
—No es verdad. Y si esperas que me crea que no sabes la historia del enfrentamiento entre nuestras familias, realmente me subestimas. Si querías sinceridad, seamos sinceros.
Tragué saliva. No lo subestimaba. Simplemente estaba sorprendida por aquella noticia.
—¿Quieres decir que nuestros abuelos eran socios?
—¿Quieres hacerme creer que no lo sabías? —respondió él achicando los ojos.
Agité la cabeza.
—Mi abuelo se niega a hablar de negocios con las mujeres —y no mentí
Mi abuelo despreciaba a las mujeres, sobre todo a las mujeres americanas. Era la razón por la que había desheredado a mi madre y a mí.
—He oído rumores, pero nada concreto —insistí—. ¿Quieres decir que mi abuelo le arrebató el negocio a tu abuelo?
—Así empezó la disputa —Edward me miró—. Él mintió y engañó hasta que mi abuelo tuvo que darle la empresa a él. Así que ya ves, Bella. Quiero casarme contigo para recuperar lo que es mío por derecho. Y así se termina esta historia.
Lo miré, estupefacta.
¿Qué diría Edward si supiera la verdad? Que la historia no había terminado.

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