domingo, 11 de julio de 2010

AMOR O INTERES CAPITULO 14

ni los persinajes ni la historia me pertenecen

Capitulo 14

BPOV
—Y por ello estaré eternamente agradecido — rodeo mi cintura con su brazo—. De no haber sido por tu malicioso plan, jamás habría conocido a Isabella —me sonrió—. Y eso habría sido una pena porque ella ha enriquecido mi vida.
Me conmoví.
—Debe ser que no ves más que su cuerpo. Es hora de que sepas la verdad. No puede darte hijos. No habrá más descendientes de Cullen —dijo mi abuelo.
Me encogí de dolor yo deseaba haberle podido dar un hijo a Edward.
—Mis sentimientos por mi mujer no tienen nada que ver con eso. Y si insultas a mi esposa una vez más, te arrepentirás, Swan. A diferencia de ti, yo sé proteger a los míos.
Contuve la respiración. Nadie había luchado por mi ni me había protegido jamás. Toda la vida había sido yo la que había luchado por mi madre. Había sido yo contra el mundo.
Se me hizo un nudo en la garganta. ¡Lo amaba tanto!
—Convéncete, Cullen, he ganado. Te has hecho con la empresa. Pero a estas alturas ya sabrás que es imposible salvarla. Y aunque finjas que te da igual tener hijos o no, tú y yo sabemos que no es verdad. Tú eres italiano. Está todo dicho.

EPOV
Miré al viejo con gesto serio.
—En primer lugar, la empresa ha vuelto a su dueño por derecho: la familia Cullen. Has llevado a la empresa casi a la quiebra, pero mis esfuerzos harán que salga a flote. Y en cuanto a Bella… Ha demostrado ser leal, fuerte y cariñosa, las tres características más importantes en una esposa Italiana…
—No puede darte hijos. Y según el contrato no puedes buscar otra esposa.
—Entonces es una suerte que no quiera otra esposa —respondí.
Renée no salía de su asombro.
Volví a mirar a mi enemigo y dije:
—Creo que el disgusto de verte no le ha hecho bien a la madre de Bella. Así que quiero que te marches. Se acabó. No vuelvas a acercarte a mi familia.
—También son mi familia. Así que, si quiero, me quedo.
—No estoy de acuerdo. Has perdido el derecho a llamarlos familia al no darles lo que necesitaban, aunque el único pecado de Renée haya sido amar a tu hijo. Has perdido el derecho a llamarlos familia cuando usaste a Isabella como instrumento para vengarte de mí. Ya no son tu familia, Swan. Son mi familia. Y yo siempre protejo lo que es mío.
—¿Y eso qué se supone que quiere decir? —preguntó Alessandro.
—Tú has culpado a mi familia de la explosión. Pero tú y yo sabemos que esa explosión fue responsabilidad tuya. Tú has sido el responsable de la muerte de tu propio hijo.
Hubo un silencio espeso en la habitación. Escuche a la madre de Bella exclamar por el shock.
—¿Crees que he querido matar a mi propio hijo?
—No. Creo que querías matar a mi padre porque estuvo intentando convencer a Charlie de enterrar el ridículo odio entre las familias para siempre y aliarse en los negocios.
—¡Es ridículo! Mi hijo no debería haber estado en ese barco.
—Provocaste la explosión contra mi familia, pero las circunstancias cambiaron, y cuando ellos finalmente subieron a bordo, tu hijo y su esposa estaban con ellos. Y fue tu hijo quien murió junto con mi tío. Y tú fuiste responsable. ¿No crees que es hora de acabar con este asunto, Swan?
Con la respiración agitada, Alessandro corrió hacia la puerta, pero varios hombres le bloquearon el paso.
—Las autoridades Italianas quieren hablar contigo —dije—. Están interesados en varios sucesos que tuvieron lugar, incluidas algunas inversiones que has hecho últimamente.
Alessandro se detuvo en la entrada y me miró.
—Te va a costar una fortuna tu mujercita.
—Le insisto en que use mi tarjeta de crédito y no lo hace… Bella es única. Nuevamente, gracias por presentármela. Yo había perdido las esperanzas de encontrar una mujer como ella.
Cuando Alessandro fue sacado de la habitación, Bella se hundió en una silla, temblando.
—¿Es cierto que fue él quien puso la bomba? —preguntó Renée, abatida.
Asentí.
—Siempre hemos sospechado que fue él quien la puso. Pero, no ha habido pruebas. No obstante, se ha metido en algunos negocios sucios… Me parece que lo esperan unos años entre rejas, sea como sea.
Renée cerró los ojos.
—Es un hombre muy malvado, realmente. Yo creo que hasta Charlie lo veía. Era el motivo por el que quería asociarse con tu padre. Quería empezar de nuevo. Yo intenté convencerlo de que no lo hiciera. Siempre me daba miedo lo que pudiera hacer Alessandro. Y tenía razón.
—Ha pagado un precio muy alto, señora Dwyer —dije.
—Y tú has tenido que pagar un alto precio también —dijo Renée, abriendo los ojos—. Tuviste que casarte con Bella para recuperar la empresa de tu padre.
—No ha sido ningún sacrificio —sonreí—. Se lo aseguro. Su hija es deslumbrante en todo sentido. Bella y valiente.
Renée me miró un momento y dijo:
—¿Éste es el trabajo que has conseguido, Bella? ¿Te has casado por dinero?
—No había otro modo de pagar la operación —dijo Bella con desesperación.
—Bella hizo lo que debía hacer. Y le pido que no se preocupe por nuestra relación. Amo a su hija, y me alegro de que se haya querido casar conmigo.
—Y ahora, debe descansar… Creo que hoy ha mejorado mucho. Quiero que sepa que en cuanto esté mejor, la llevaremos a Italia, a mi casa. El sol es muy bueno para la salud.
—¿A Italia? —preguntó Renée—. No creí que volvería a Italia, aunque fue mi hogar hace tiempo…
Me acerque y le di un beso en la frente, un gesto que sorprendió a Bella.
—Volverá a ser su casa —le dije.
Cuando volvimos al hotel, Bella se hundió en un sofá.
—Gracias por todo lo que le has dicho —dijo ella—. Y por enfrentarte a mi abuelo. Debes ser la única persona que se ha atrevido a hacerlo.
—Nos hemos deshecho de él —la miré, preocupado—. Estás agotada. No debí llevarte conmigo.
—Estoy bien. Sólo estoy cansada.
—Come algo. Y luego puedes dormir.
Me alejé para pedir el servicio de habitaciones. En ese momento Bella se puso de pie, pero se mareó y se desmayó.

BPOV
Cuando volví en mi, Edward estaba a mi lado, pálido.
—¡Qué susto me has dado! —exclamó.
—Lo siento. No sé qué me pasa.
—Yo, sí. Has estado con una presión muy grande… Han sido muchas cosas…
—No me las recuerdes… Me siento muy culpable por no poder darte los hijos que deseas… —Me cubrí la cara con las manos—. Yo había decidido no casarme con nadie, porque no me parecía justo…
—Debía ser por ese motivo que eras virgen —dijo él.
—No dejaba que se acercasen los hombres. No quería verme involucrada en una relación.
Volví a sentir mareo, y me eche hacia atrás en el sofá.
—He llamado a un médico. Vendrá en un momento —dijo él.
—No es nada…
—Sea lo que sea, quiero que se te pase.
Hubo un golpe en la puerta.
Apareció un hombre alto con un maletín junto a uno de los hombres de seguridad de Edward.
El médico le hizo muchas preguntas, algunas un poco incómodas, tomo unas muestras de sangre, salio un momento de la habitación y luego volvió a entrar.
Edward miraba, ansioso al médico.
—¿Cuánto tiempo llevan casados? —preguntó el doctor.
—Seis semanas.
—Entonces, les doy mis felicitaciones. Van a tener un bebé.
—Pero… ¡Eso no es posible! —exclame.
El médico sonrió.
—Supongo que es normal que piense eso después de la historia clínica que me ha contado. Pero puedo asegurarle que está embarazada, señora Cullen, la muestra de sangre nos dio un resultado positivo.
—Pero…
—Tengo treinta años de experiencia y aunque un médico puede dudar de un diagnóstico, esta vez estoy seguro. El mareo que tiene es debido al embarazo. Se le pasará en unas semanas, así como el cansancio. A partir de entonces, disfrutará de la experiencia.
No podía creerlo.
—Pero, ¿cómo es que los médicos dijeron que no podía quedar embarazada? —preguntó Edward.
—El tema de la fertilidad es complicado. Se sabe mucho, y se desconoce mucho —dijo el hombre yendo hacia la puerta—. Y si no, vea la cantidad de parejas que hay que adoptan un niño y luego las mujeres quedan embarazadas. Usted ha vivido uno de esos milagros, señor Cullen.
Cuando el médico se fue, seguí en el sofá.
—Me da miedo moverme…
—No me extraña —Edward me levantó en brazos.
—¿Qué estás haciendo?
—Te llevo a descansar.
Cerré los ojos.
—¿Te das cuenta de lo que significa esto? —dije.
—¿Qué? —Edward me depositó en la cama.
—Que una vez que tengamos un hijo podemos divorciarnos.
—Vete a dormir. Mañana hablaremos.
Estaba embarazada, debía estar contenta. Pero de pronto me sentía vacía. Cuando me desperté, Edward estaba en un rincón de la habitación, observándome.
—¿Edward, qué haces ahí?
—Tengo miedo de que desaparezcas, y tenemos que hablar. Quédate ahí y no te muevas.
Se marchó de la habitación y volvió con galletas y una bebida.
Me incorpore y pregunté:
—¿Qué es eso?
—El médico me ha dicho que unas galletas secas por la mañana antes de levantarte podrían ayudarte a que se te pase el mareo —me las ofreció y esperó a que las probase—. ¿Estás mejor?
—Sí.
—Bien, porque tenemos que hablar y no quiero que tengas excusas para abandonar la habitación. Y antes de que digas nada, quiero que sepas una cosa. Puedes pedirme lo que quieras, pero el divorcio, no. Así que no vuelvas a pedírmelo.
—No eres responsable de lo que ha pasado, Edward. Ha sido todo culpa de mi abuelo. Me pregunto si ése será el motivo por el que no soportaba tenernos a mi madre y a mí cerca. Quizás eso intensificara su culpa, recordándole lo que había hecho.
—Supones que es capaz de sentir culpa y remordimientos, pero lo dudo. Y la razón por la que no quiero que te marches no tiene nada que ver con mi sentimiento de responsabilidad sino con lo que siento por ti.
Sonreí, temblorosa. Edward era italiano, y se sentía responsable de haberme dejado embarazada.
—Lo dices porque sabes que estoy embarazada…
—Lo que siento por ti no tiene nada que ver con eso. Aunque no te niego que estoy encantado de que lo estés. Porque eso te ata a mí. No creo que una mujer tan generosa y leal como tú prives a tu hijo de su padre.
—Edward, esto es ridículo. Tú has dejado bien claro lo que piensas de mí. Siempre has dicho que soy una codiciosa…
—Eso era cuando no te conocía. Me siento muy culpable por el modo en que te he tratado.
—No te culpo por ello.
—Pero deberías hacerlo. Te olvidas de que yo también tengo parte de culpa. Tú te viste obligada a casarte por dinero, y yo di por hecho que eras como otras mujeres que había conocido.
—No puedo negar que no me guste usar cosas bonitas, y comer comidas deliciosas…
—Entonces, quédate conmigo. Yo te enseñaré cosas sobre el sexo, y te enseñaré a gastar y gastar, y a ir a fiestas… Te lo mereces.
—No es suficiente, Edward. Te aburrirás.
—No, tú me sorprendes constantemente.
—Tú te cansas de las mujeres…
—Contigo nunca tengo suficiente…
—Eso es sólo sexo.
—No es sólo sexo. Te amo y sé que tú no sientes lo mismo, pero no puedo dejarte marchar…
—Tú no me amas. Sólo lo has dicho por mi madre.
—Lo he dicho porque es cierto —Edward me acarició el pelo—. Yo no creía que existiera el amor hasta que te conocí. Y aunque el sentimiento no sea recíproco, aun pienso que puedo hacerte feliz.
No podía creerlo.
—No es posible que me ames. Si después de nuestra noche de bodas no fuiste capaz de quedarte siquiera…
—¡No me recuerdes lo cruel que he sido!
—Porque me odiabas.
—No, porque no podía dejar de hacerte el amor… Lo que sentía por ti me asustaba…
—¿Y por eso te marchaste quince días?
—Sí… Pero estoy decidido a conseguir que me ames…
—El sentimiento es mutuo, Edward —susurré—. Te amo desde el momento en que me di cuenta del tipo de persona que eres…
—Dímelo otra vez.
—Te amo —sonreí.
—Ningún hombre va a descubrir lo ardiente que eres —me dijo él, abrazándome.
—Además de tener muchas virtudes, también eres muy posesivo…
—Soy italiano, amore mio, ¿qué esperas?
—Me gusta que me quieras proteger… Nunca nadie me ha protegido.
—De ahora en adelante, nadie te hará daño. Y no volveremos a la isla, si no quieres. Podemos vivir en ciudades, si te encuentras más cómoda.
—No me importa dónde vivamos, si es junto a ti. Y me encanta la isla. Es donde me enamoré de ti.
Él gimió y me besó.
—Te daré todo lo que me pidas, no tienes más que pedírmelo.
—¿Todo? —le pregunté, pícaramente.
—No me pongas nervioso… ¿Qué quieres?
—¿Has dicho en serio lo de llevar a mi madre a Italia?
—Por supuesto. Los médicos creen que se recuperará mejor en un clima soleado. En cuanto esté mejor, la llevaremos a un hospital privado de Italia.
—¡Lo que es tener dinero! —exclamé.
—Quiero darte todo lo que quieras.
—En ese caso, ¿podemos irnos a Italia cuanto antes? Me encanta Italia y su comida.
—¿Y los hombres italianos?
—Sólo uno. El señor Cullen —me reí, no podía estar mas feliz, Edward me amaba, esperábamos a nuestro pequeño milagro y mi madre se estaba recuperando.

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