martes, 28 de septiembre de 2010

MI HIJO? CAPITULO 17

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 17
BPOV


Estaba amaneciendo y los ruidos del hospital empezaban a filtrarse a través de la puerta. Me encontraba desde la cama, observando a Edward, que dormía en el sillón.


Intente convencerlo para que se fuera a casa, pero él se negó. Aunque debía estar agotado.


Había estado trabajando todo el día, luego tuvo que ir al hospital con la angustia de no saber qué había pasado, si habríamos perdido al niño… y, además, tuvo que soportar mi ataque de histeria.


Recorde los sucesos del día anterior; el miedo de perder al niño, el viaje al hospital en la ambulancia, esperando que Edward me llamara de un momento a otro para consolarme.


Pero los minutos se convirtieron en horas y él no apareció.


Ahora sabía por qué pero… absurdamente, me convencí a mí misma de que no había acudido al hospital porque no le parecía importante.


De todas formas, no quería pasar por esa angustia otra vez. No quería volver a necesitar a alguien de una forma tan desesperada, temiendo que no apareciera…


Lo mejor era terminar, me dije.


Suspirando, mire alrededor. Edward estaba dormido, de modo que no podía poner la televisión. Con cuidado, me levante de la cama y tome mi maletín. Dentro encontraría algo con lo que entretenerme. La única carpeta que contenía era la del caso Black y ya me sabía las notas de memoria. Además, no tenía sentido volver a leerlas porque había solicitado que me retirasen del caso.


Sin embargo, cuando volví a la cama, leí las notas con morbosa curiosidad. Ahora que no tenía que juzgar el caso me permití a mí misma ser parcial, involucrarme emocionalmente en aquella historia.


El divorcio de los Black no era diferente de otros que había llevado. Era una pareja que se casó muy joven, tenían unos hijos a los que adoraban y dinero a espuertas. Pero también había tragedias en su vida y la mala salud del pequeño parecía haber sido lo que deterioró la relación.


Al final, no se amaban lo suficiente como para soportar los golpes de la vida.


Por primera vez en mi carrera, estaba mirando un caso desde un punto de vista no profesional y me pregunte si los Black volverían a empezar si tuvieran oportunidad de hacerlo.


Nunca sabría la respuesta, naturalmente. Y, sin embargo, conocía las estadísticas mejor que nadie. Casi el cincuenta por ciento de los matrimonios terminaban en divorcio, pero muchas de esas personas volvían a casarse dos y tres veces más. Incluso después de un divorcio, la mayoría de los seres humanos se arriesgaba de nuevo.


¿Por qué no podía hacerlo yo?


Mire el sillón donde Edward dormía plácidamente.


Durante todos aquellos años me había creído tan lista por proteger mi corazón… Pero ahora me preguntaba: ¿había sido inteligente o una cobarde?


¿No le había dicho a Edward que intentaría confiar en él? Y, sin embargo, a la primera oportunidad lo echaba de mi vida sin contemplaciones.


Siempre había pensado que era una persona justa, pero no lo había sido con él. Y tampoco había sido sincera. Ni siquiera le dije que lo amaba.


Como si hubiera leído mis pensamientos, Edward despertó entonces. Tardó un momento en descifrar dónde estaba, pero en cuanto me vio se levantó del sillón como por un resorte.


—¿Cómo estás, Bella?


Nerviosa, confusa.


—Mejor.


—¿Has dormido bien?


—Sí —conteste—. Bueno, regular. Es una habitación extraña y…


—Y estabas preocupada —dijo Edward.


—Sí.


Aunque «preocupada» sólo empezaba a describir aquella maraña de emociones. Preocupada era la punta del iceberg.


Antes de que pudiéramos seguir hablando sonó un golpecito en la puerta. Una enfermera entró empujando un carrito con un aparato de ecografías.


—Ah, qué bien, ya está despierta. Tenemos que hacerle otro eco. Luego, cuando pase el médico, puede pedirle el alta.


—Pero… —empezó a protestar Edward.


—No pasa nada. Sólo querían que me quedase aquí esta noche. Ahora puedo irme a casa.


La enfermera conectó la máquina, me echó una especie de gel sobre el abdomen y empezó a pasarme el aparato mientras miraba la pantalla.


—¿Ha vuelto a tener contracciones?


—No —conteste, mirando a Edward. No sabía qué me hacía más ilusión, los movimientos del niño o la cara de perplejidad de mi marido.


—Dios mío… ¿eso es una mano?


—Sí —contestó la enfermera—. Y está moviendo los deditos, ¿no lo ve? Ésa es buena señal. El latido del corazón, bien, fuerte, rítmico.


—Ese es su corazón —murmuró Edward mirandome—. El corazón de nuestro niño.


Asentí, emocionada.


—142 pulsaciones por minuto, muy relajada después del susto de ayer. Parece que va a tener usted una niña muy fuerte, señora Cullen.


—¿Es una niña? —exclamó Edward.


—Sí… en fin, espero no haberles estropeado la sorpresa —se disculpó la enfermera.


—No, no, yo ya tenía un presentimiento —sonreí.


—¿Podemos verle la cara?


—Pues no sé… a ver… mire, está bostezando —rió la enfermera—. Ya les he dicho que va a ser una niña dura, está tan tranquila.


—¡Se ha metido un dedo en la boca! —exclamó Edward, incrédulo.


Mientras miraba a mi marido observando, atónito y emocionado, a nuestra hija chuparse un dedo, supe la respuesta a mi pregunta: era una cobarde.


O, más bien, lo había sido.


Pero no iba a serlo nunca más.

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