martes, 28 de septiembre de 2010

MI HIJO? CAPITULO 6

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 6

EPOV


—Esto no es lo que habíamos hablado —me espetó Bella cuarenta minutos después, en el restaurante que había reservado para el banquete. El Bistro era uno de los restaurantes de moda, cerca de los Juzgados, en la plaza histórica de Georgetown.

El reservado estaba abarrotado con los invitados que habían acudido a la ceremonia. Había brindis, champán, bandejas con aperitivos, risas…

Yo tenía una copa de champán en una mano y la otra sobre los hombros de Bella, en parte por mantener las apariencias y en parte por tenerla cerca. En cuanto la soltara, sabía que ella saldría corriendo.

—¿Por qué?

—Espero que esto no fuera idea tuya.

La llevé hasta una esquina, donde estaba la mesa de los regalos, todos envueltos en papel blanco satinado.

—No, no ha sido idea mía —conteste mintiéndole, claro que era idea mía, había planeado el banquete para esta rodeados de gente por mas tiempo y poder actuar como un amoroso esposo y tener cerca a Bella, incliné la cabeza para darle un beso en la frente.

—No hagas eso.

—Es que nos están mirando, Bella.

—Y si no ha sido idea tuya, ¿de quién ha sido?

—De tu amigo Mike. Él es el responsable, mátalo a él —contesté, Mike se había ofrecido como voluntario para ser asesinado "Es mejor que digas que fue idea mía si no quieres que mi amiga te mate en la noche de bodas" fueron sus palabras exactas.

—Pienso hacerlo. Cuando termine todo esto, pienso matarlo.

—Sólo quería tener un detalle contigo. ¿Por qué te cuesta tanto trabajo aceptarlo?

—¿Un detalle? Un detalle habría sido tener la tarde libre. Esto es una tortura.

—No es para tanto, mujer.

—¿Cómo que no? La mitad de la ciudad está aquí.

—Treinta personas no es la mitad de la ciudad —protesté—. Por favor, intenta ver el lado bueno…

—¿El lado bueno?

—Al menos, ahora todo el mundo sabe que te has casado. Ésa era la idea, ¿no?

—Hablando de lo que todo el mundo sabe… puede que tú no hayas organizado esto, pero lo sabías ¿verdad?

Tendría que mentirle, si Bella se enteraba que era yo el responsable de todo, se alejaría más de mí.

—Me enteré el martes.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—Porque me parecía una sorpresa muy bonita. No pensé que te molestaría. Y si sigues mirándome con esa cara la gente empezará a sospechar —conteste, molesto.

—Nadie va a sospechar nada.

—¿Cómo lo sabes?

—Míralos. ¿Alguien parece sospechar algo? Están cocidos.

—¿Quieres dejar de portarte como si estuvieras enfadada con todo el mundo? Se supone que esto es una boda y lo estamos celebrando.

—Pero…

Antes de que terminara la frase, la besé, aprovechando ya que podría ser el último beso. Y, seguramente por la sorpresa, Bella no tuvo tiempo de apartarse.

—¿Por qué has hecho eso?

—¿Besarte?

—Sí.

—Porque acabamos de casarnos, es lo normal. Hay treinta personas en esta habitación y todos creen que estamos locamente enamorados, de modo que mi obligación es fingir que no puedo apartar mis manos de ti.

Bella pareció dudar un momento, pero al fin asintió y me pasó un brazo por la cintura, volviéndose para mirar a nuestros invitados.

Fue un alivio que no cuestionara mis explicaciones. En parte, era cierto lo hacía porque debíamos comportarnos como recién casados. Pero no era verdad del todo. La besaba porque me gustaba hacerlo. Y mucho.

De modo que iban a ser seis meses muy largos.

BPOV

Desperté al oír un ruido extraño en la cocina. Pero, después de un segundo de alarma, recordé que debía ser Edward.

Con un gruñido, enterré la cabeza en la almohada para dormirme de nuevo. O para despertar y descubrir que todo era una pesadilla.

Había estado despierta la mitad de la noche, pensando y pensando. Me molestaba que Edward tuviera razón, pero así era. Nos habíamos casado y cuando estuviéramos en público debíamos comportarnos como una pareja enamorada. Y eso significaba más besos, más caricias y más noches sin pegar ojo sabiendo que Edward Cullen estaba a unos metros de mí.

Como no podía pegar ojo y ya había amanecido, me levanté y empecé a ponerme la bata. Pero entonces se me ocurrió que no quería que Edward me viera así. Era demasiado personal, demasiado íntimo.

De modo que me puse unos pantalones y una camisa larga para disimular el embarazo, que ya empezaba a notarse, y entré en el baño para sujetar mi rebelde cabello y lavarme los dientes.

Encontré a Edward en la cocina, descalzo, con unos vaqueros y una camiseta, haciendo huevos revueltos. Muchos huevos.

—Buenos días, Belly.

—No sé qué libros sobre embarazos has estado leyendo, pero las mujeres embarazadas no toman dos docenas de huevos revueltos para desayunar.

Edward soltó una carcajada.

—Espero que no. Me saldrías carísima. Estos son para los chicos. Estoy haciendo tacos de queso y beicon. ¿Quieres un café?

—Ah, sí, gracias.

—¿Quieres un taco de queso y beicon? Están muy ricos.

—¿De dónde has sacado tantos huevos?

—He ido al mercado esta mañana.

—¿Tan temprano? ¿A qué hora te has levantado?

—Digamos que el colchón inflable no está hecho para un hombre de mi estatura.

—Ah, lo siento. No tengo una cama extra para que nadie pueda quedarse a dormir.

—Ah, ya veo.

—De todas formas, vas a traer tus cosas hoy mismo, ¿no?

—Sí, claro.

Recordé entonces, como si hubiera rebobinado una cinta, algo que él me había dicho.

—Por cierto, cuando has dicho que los tacos son para los chicos, ¿a qué chicos te referías?

—A los del parque de bomberos.

—¿Tus compañeros del parque van a desayunar aquí todos los sábados?

—No.

—Menos mal.

Entonces se me ocurrió pensar que no sabía nada sobre Edward. Sólo que era un investigador de seguros de incendio, que antes había sido bombero y que Jasper y él eran amigos desde el colegio.

Y, sin embargo, estaba viviendo en mi casa y seguiría allí durante seis meses. ¿En qué lío me había metido?

Aunque, si seguía haciendo unos desayunos tan ricos, quizá no había sido tan mala idea, pensé, probando uno de sus tacos. Sí, podía acostumbrarme a esto: el desayuno preparado, el café recién hecho…

—Los chicos van a ayudarme a traer mis cosas —dijo Edward entonces, mirándome de arriba abajo—. ¿No vas a cambiarte de ropa?

—¿Por qué iba a cambiarme de ropa?

—Porque vas un poco formal para un sábado por la mañana, ¿no te parece?

—Pues no, no me lo parece —contesté—. Además, yo no tengo pantalones vaqueros.

—¿No?

—No.

—No tienes pantalones vaqueros —repitió Edward.

—Soy juez, los jueces no podemos ir al Juzgado en vaqueros. Además, a mí no me quedan bien.

—Esa es la estupidez más grande que he oído en mi vida.

—No es ninguna estup…

Edward soltó una carcajada.

—¿Por qué no usas vaqueros?¿Crees que te hacen el trasero gordo? Es eso, ¿no?

—No pienso contestar a esa pregunta.

—No tienes que hacerlo, es eso —siguió riendo Edward—. Pues deja que te diga una cosa, Belly, tú no tienes el trasero gordo.

—Ya lo sé. De hecho, el ginecólogo me ha dicho que mi peso se corresponde perfectamente con mi estatura.

—Y yo estoy de acuerdo con él —sonrió Edward—. Pero ahora que nos hemos puesto de acuerdo, tenemos que hacer algo con tu ropa.

—¿Perdona?

—Bueno, en realidad el problema no es tu ropa sino tu actitud.

—¿Mi actitud? ¿Ahora te vas a meter con mi actitud? ¿Y luego con qué, con mis amigos, con mis opiniones políticas?

—No es eso, mujer. Es que no pareces… satisfecha.

¿Qué quería decir con eso?

—Supongo que parecería más satisfecha si dejaras de insultarme —replique, cruzándome de brazos—. Que yo sepa, no hay nada malo en mi apariencia.

—Si fuéramos a estar solos en casa, no, pero es que van a venir los chicos y que parece que vas a trabajar.

—¿Y qué?

—Pues… que, en mi opinión, después de la noche de bodas una mujer debería parecer…

—¿Satisfecha sexualmente? —lo interrumpí irónica.

—Eso es.

Había momentos en la vida en los que deseaba ser otra persona. Alguien divertido, con una réplica siempre a mano. Pero aquél no era uno de esos momentos. Y yo no era una de esas personas.

—Ya.

—Yo creo que deberías soltarte el pelo —murmuró Edward, quitándome el clip que sujetaba mi cabello.

—¡Oye! Ahora parece que acabo de levantarme de la cama.

—Ésa es la idea. Además, tienes un pelo precioso. Deberías llevarlo suelto más a menudo.

—Es que se me pone fosco con la humedad. Además, no puedo controlarlo.

—Y eso no te gusta.

—No.

—Descontrolar un poco no es malo. Es sexy.

Como él. Él siempre parecía sexy, un poco descontrolado, un poco… fuera de mi alcance.

—Y esa camisa también es un problema.

—¿Ah, sí?

—Desde luego —murmuró Edward, desabrochando dos de los botones. Al hacerlo, rozó con los nudillos la sensible piel de mi escote lo que me hizo sentir un escalofrío.

Y, absurdamente, me encontré a mi misma deseando que siguiera desabrochando botones, que me quitara la camisa del todo.

—Así está mejor —dijo Edward con voz ronca.

En ese momento sonó el timbre y los dos, como dos lelos, nos quedamos mirando hacia la puerta, como si no supiéramos qué hacer.

Aunque todo era una comedia. En realidad, Edward no tenía ningún interés por mí. Sólo quería que sus amigotes pensaran que estaba completamente satisfecha después de la noche de bodas. Para quedar bien, como un machito.

Cuando, por fin, Edward fue a abrir la puerta, tomé el clip de la mesa y volví a sujetarme el cabello, enfadada. Pero cuando estaba abrochándome los botones de la camisa, los amigos de Edward entraron en la cocina.

De modo que él se había salido con la suya.

Maldición. Edward Cullen llevaba en mi casa menos de veinticuatro horas y ya le dejaba que hiciera lo que le diese la gana, que me manipulara a su antojo…

Mientras sus compañeros, a los que había conocido en la boda, entraban en la cocina y se servían café, tomé una determinación.

Podría no saber controlar mi reacción ante un hombre tan guapo como Edward Cullen, pero estaba dispuesta a controlar mis emociones. Y eso significaba nada de cafés, nada de desayunos, nada de intimidades. No pensaba acostumbrarme a su presencia.

Al menos, sus amigos fueron suficientemente educados como para no hacer ningún comentario subido de tono, pero sus sonrisitas lo decían todo. Creían ver lo que Edward había querido que vieran.

Pensaban que nos habíamos pasado la noche de bodas a la manera tradicional: haciendo el amor apasionadamente.

Pues qué curioso, nunca me había sentido menos satisfecha en toda mi vida

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