martes, 28 de septiembre de 2010

MI HIJO? CAPITULO 10

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 10

EPOV


Bella se había mostrado distante desde que se levantó de la cama el sábado por la mañana. Había desayunado fuera y luego estuvo todo el día en su oficina. Mi único consuelo era que había aceptado ir a una barbacoa en casa de unos amigos el domingo. Así podría pasar todo el día con ella. Un día entero para poder tocarla, tomarla por la cintura, besarla…

Cuando por fin volvió a casa por la noche, se negó a dormir de nuevo en mi cama. Incluso cuando me ofrecí a dormir en el sofá, una oferta más que generosa por mi parte.

Después de varias horas mirando al techo, echando de menos a Bella en mi cama después de una sola noche, estaba a punto de quedarme dormido cuando oí un gemido en la otra habitación.

En un segundo, todos mis sentidos se pusieron alerta y salté de la cama como en mi mejor época de bombero.

La puerta estaba cerrada y, sin pensar, la empuje con el hombro mientras giraba el picaporte. La puerta se abrió de golpe y golpeó la pared con estruendo.

No me moleste en buscar el interruptor de la luz, no hacía falta. La luz que entraba por la ventana me ofreció la imagen de Bella sentada en la cama, con una pierna doblada.

—¿Qué pasa? —pregunté, frenético.

—Se me ha dormido una pierna —contestó ella.

Suspiré, aliviado. Bella estaba bien, el niño estaba bien. No había pasado nada, sólo un calambre en la pierna.

—Deja que te ayude.

—No hace falta, ya casi se me ha pasado.

—Deja que te ayude, no seas cabezota —insistí, sujetando su pierna para darle un masaje—. ¿Esto te pasa a menudo?

—De vez en cuando.

—Es falta de potasio.

—¿Qué?

—Que los calambres se producen por falta de potasio —insistí, que tenía que hablar de algo, lo que fuera, para olvidar que estaba acariciándola, a oscuras, en su habitación—. ¿Te hago daño?

—No.

—Voy a estirar el músculo. Dime si te duele.

Ella asintió con la cabeza, sin hacer el menor gesto de dolor. La admire por su valentía. Es una chica dura, desde luego. Dura, segura de sí misma, independiente. Cualidades admirables todas ellas, pero que nunca antes había buscado en una mujer.

—¿Mejor?

—Sí. Lamento haberte despertado.

—No te disculpes, no pasa nada. ¿El niño ha vuelto a moverse?

—Hoy estaba un poquito más activa.

—¿Activa? ¿Crees que va a ser una niña?

—No sé, es una premonición.

Estábamos muy cerca el uno del otro. A la luz de la luna, podía ver el brillo de sus ojos. Deseaba besarla, pero sabía que no debía hacerlo. Habíamos establecido unas reglas y debía respetarlas.

Aunque, por primera vez en mi vida, estando con una mujer en un dormitorio deseé estar rodeado de gente.

Y tuve que hacer un esfuerzo para apartar las manos. Si pudiera me obligaria a mi mismo a salir de la habitación, a darle las buenas noches… Pero yo no soy un santo.

—¿En qué piensas? —preguntó Bella entonces.

—En nada.

—¿No? Pues has puesto una cara muy rara.

Sonreí.

—Sí, estaba pensando… en que ojala estuviéramos rodeados de gente. Si fuera así, tendría una excusa para besarte.

—Pues tú no pareces la clase de hombre que necesite una excusa para hacer algo que le apetece hacer.

¿Había dicho eso de verdad o era mi imaginación? ¿Había una invitación en sus ojos? Pero no, no podía ser. Si lo hacía, la perdería, estaba seguro. Y no quería destruir su confianza.

—No me tientes, Bella.

Ella se echó hacia atrás, como si la hubiera abofeteado.

—No sé por qué dices eso.

—Sí lo sabes. Me hiciste prometer que este sería un matrimonio en blanco. Nada de intimidades. Esas eran las reglas.

—¿Y?

—Si quieres cambiar las reglas, dímelo. Yo no pienso hacerlo.

Aunque me habría gustado.

—¿Y si quisiera? —preguntó Bella, sin mirarme.

Mi corazón empezó a trepidar dentro de mi pecho. Sería tan fácil dar un paso adelante… pero me resultaría imposible encontrar una justificación para mi conciencia.

A menos que estuviera seguro de que era eso lo que ella quería.

—Son tus reglas. Tú eres la única que puede cambiarlas.

BPOV

Tenía razón, por supuesto. Eran mis reglas. Fue yo quien insistió en que no hubiera intimidad entre nosotros. Y, francamente, empezaba a arrepentirme de ser tan estricta.

¿Sería mucho pedir que me tomara entre sus brazos y me besara hasta dejarme sin sentido? ¿Tan difícil era?

Por una vez en mi vida, no quería pensar. No quería sentirme responsable, no quería tener que tomar una decisión.

Sabía que Edward me deseaba, pero quería algo más que deseo. Quería una completa y total rendición. Quería que no fuera capaz de resistirse.

Éramos incompatibles en muchos sentidos, pero quería que hubiera uno, solo uno, en el que estuvieramos completamente de acuerdo, completamente en sintonía.

Despacio, me levanté de la cama. Estaba tan cerca que podía ver el vello de su torso, tan cerca que podía oler su colonia.

¿Era tan malo desearlo?

A mí no me parecía mal. De hecho, nada me había parecido mejor. ¿Qué podría ser mejor que hacer el amor con el padre de mi hijo? ¿Que podía ser más natural?

Cuando levanté la mano para acariciar su cara noté la dureza de la barba, que ya empezaba a crecer.

—No lo hagas, Bella.

—¿Que no haga qué? —Murmuré, poniéndome de puntillas—. ¿Que no haga esto?

Tenía la piel caliente. La barba dura al contacto con mis labios.

—¿O que no haga esto? —pregunté con voz ronca, besando su cuello.

Pero Edward seguía sin moverse. Y supe entonces que tenía más carácter del que había imaginado, más personalidad de la que creía. Su actitud relajada y bromista me había hecho creer que era un hombre menos fuerte, con menos convicciones.

—¿Por qué no, Edward?

—Porque es muy tarde y la gente hace tonterías a las tres de la mañana.

El argumento era muy razonable, pero había percibido un leve temblor en su voz.

—Tienes razón —admití—. A veces la gente hace tonterías a las tres de la mañana, pero a veces también hacen cosas valientes, cosas que no se atreverían a hacer en otro momento, a la luz del día.

—Bella, tú eres la última mujer que necesitaría una inyección de valor para hacer algo.

—Pues eso demuestra lo bien que engaño a los demás —la admisión pareció quitarme un peso de encima—. Siempre estoy preocupada por no meter la pata, por hacer lo correcto. Pero el único error que no pienso cometer es el de no admitir que estaba equivocada contigo.

—¿Qué significa eso?

—Sé que había dicho que no habría intimidad entre nosotros, pero es que no sabía lo difícil que sería vivir contigo. Nunca imaginé cómo desearía estar entre tus brazos.

La admisión dio en la diana porque Edward, de repente, estaba a mi merced.

Esta vez, cuando me puso de puntillas para besarlo, él inclinó la cabeza para buscar mis labios. Enrede los brazos en su cuello. Sólo nos separaba una delgada capa de tela, pero hasta eso me parecía demasiado. Y como si Edward hubiera leído mis pensamientos, empezó a tirar del camisón. Lo hacía muy despacio y yo empecé a impacientarme. Quería sus manos por todas partes, ya.

De modo que yo misma me quité el camisón y lo tiré al suelo. Edward dio un paso atrás y, por un momento, temí que se fuera. Pero su expresión me dijo que no iba a ir a ninguna parte. Sencillamente, estaba estudiándome. Y su mirada estaba cargada de deseo. Me deseaba y no intentaba disimularlo.

—Eres preciosa —dijo con voz ronca. Lo había dicho muy bajito, casi como si hablara consigo mismo.

Mis pechos eran tan sensibles que cuando empezó a rozar uno de los pezones con la punta del dedo, dejé escapar un gemido de placer.

—¿Demasiado?

Negué con la cabeza.

—Perfecto. Sencillamente perfecto.

Había tantas cosas que me gustaría decirle. Cómo había soñado con aquel momento. Cómo lo había temido. Cómo había permanecido despierta en mi cama no sólo porque no pudiera dormir sino porque quería que él estuviera a mi lado. Tocándome como lo estaba haciendo en aquel momento.

Edward se sentó al borde de la cama y tiró de mi para colocarme entre sus piernas. Al principio, sólo acarició suavemente mis pechos, chupando suavemente los pezones. Incapaz de soportarlo, enredé los dedos en su pelo, empujando su cabeza hacia mi.

Entonces Edward empezó a chupar con fuerza y el placer fue tan delicioso que me temblaron las piernas y tuvo que agarrarme a sus hombros para no perder el equilibrio.

Pero pronto incluso aquel intenso placer me sabía a poco. Quería, necesitaba, sentirlo dentro de mí. Necesitaba que aliviase la tensión que crecía entre mis piernas.

Pero no pensaba suplicar.

De modo que, en lugar de hacerlo, decidí tomar el control.

Empujándolo suavemente, lo tiré sobre el colchón y, después de quitarme las braguitas, me coloque encima.

Por un momento, tuve que cerrar los ojos. Su erección, intentando salirse del pijama, rozaba los pliegues de mi piel y la sensación era deliciosa.

Lo besé entonces, poniendo en aquel beso todo el deseo que no me atrevía a expresar con palabras. No sólo lo deseaba, quería hacer que perdiera la cabeza. Quería que perdiera el control.

Empecé a mover la mano sobre su torso, disfrutando de la dureza de sus pectorales, de los latidos de su corazón. Luego baje hasta la cinturilla del pijama… Percatándose de mis intenciones, Edward levantó las caderas para que le bajara el pantalón.

No le di oportunidad de hacer mucho más porque inmediatamente empecé a frotarme contra sus muslos, contra su ardiente erección…

—Espera—dijo Edward entonces. —¿Voy demasiado aprisa? —No, no, es perfecto… demasiado perfecto. Quiero estar dentro de ti, pero necesito un preservativo…

—Edward, estoy embarazada y los dos nos hemos hecho la prueba del SIDA. A menos que desde entonces…

—No, no he estado con nadie —me interrumpió él. ¿No había estado con nadie en cinco meses? Quería creerlo. Y mi intuición, por no hablar de mi experiencia, me decía que no esta mintiendo. Que podía confiar en él.

Pero toda una vida siendo juiciosa evitó que diera el salto. De modo que abrí el cajón de la mesilla y saque un preservativo. Mientras lo abría, lo miraba a los ojos. En ellos vi un brillo que no pude reconocer, pero desapareció antes de que pudiera adivinar qué estaba pensando.

—¿He estropeado el momento?

Espere la respuesta conteniendo el aliento. Y, durante unos segundos, pensé que Edward no iba a contestar. Pero entonces él se sentó sobre la cama, me tomó por la cintura y buscó mis labios en un beso apasionado.

Fue un beso largo, profundo, como una invasión íntima de su alma. Cuando nos apartamos, no vi ningún reproche en sus ojos.

—Eres una mujer muy inteligente, Bella. Tan independiente, tan fuerte, tan apasionada. Eso es lo que más admiro de ti. Así que no, no has estropeado el momento. No esperaría menos de una mujer como tú.

Después de colocar el preservativo en su sitio, me deslice sobre él. La sensación fue tan intensa que tuve que echar la cabeza hacia atrás para buscar aire. Me sentía completamente llena de él.

Cuando Edward empezó a besar mis pechos, deje de pensar. Incluso olvidé mis planes de hacer que perdiera la cabeza. En lugar de eso, me moví con él, al mismo ritmo, recordando lo que había dicho: que admiraba mi fuerza, mi independencia. Mi pasión.

Luego, todas y cada una de las moléculas de mi ser parecieron contraerse y expandirse en ola tras ola de placer; un placer desconocido. Y, un momento después, disfruté del orgasmo más intenso de mi vida. Al mismo tiempo que Edward.

No hay comentarios:

Publicar un comentario