martes, 28 de septiembre de 2010

MI HIJO? CAPITULO 7

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 7

EPOV


Llevábamos casados un mes y Bella había conseguido mantener las distancias.

Trabajaba muchas horas, algo que había esperado, naturalmente. Iba al gimnasio casi todos los días para hacer yoga y asistir a las clases de parto sin dolor. Y, cuando estaba en casa, se pasaba la mayoría del tiempo en su habitación, descansando.

Todo eso podía soportarlo. Si me dejara ayudarla. Pero no me dejaba.

Si me ofrecía a hacer la colada, ella se negaba, diciendo que para eso estaban las tintorerías. Si intentaba hacer la cena, ella insistía en comer platos precocinados que calentaba en el microondas. Cada mañana tenía el café hecho cuando se levantaba y cada mañana ella salía de su habitación vestida de arriba abajo e iba a tomar café en la cafetería de enfrente.

Sí, me había pasado un poco el día después de la boda. Y no sabía por qué lo había hecho. Sólo sabía que cuando Bella entró en la cocina vestida y peinada como si estuviera a punto de ponerse la toga, no pude resistir… descolocarla un poco. Quizá porque recordaba cuánto me había gustado besarla. O porque no soportaba la idea de verla tan formal durante seis meses.

O quizá porque quería besarla otra vez y tenía que averiguar si ella estaría dispuesta.

Francamente, ya no sabía qué hacer.

Y por eso, el jueves por la noche, en lugar de ir a casa de Bella, pase por la casa de Alice y Jasper para pedir consejo.

—Hace tiempo que no te vemos —me saludó Jasper, dándole la vuelta a una hamburguesa vegetariana en la barbacoa del jardín.

—Si hubiera sabido que estabas haciendo hamburguesas habría venido antes.

—Puedes tomar una, pero sólo una. No me atrevo a quitarle comida de la boca a una embarazada, no sé si me entiendes.

Reí, pero la verdad era que no lo entendía. Ése era el problema. Por eso había ido allí, para pedir consejo.

Alice llevaba vestidos de premamá mientras Bella seguía escondiendo su embarazo. Algo que no podría seguir haciendo durante mucho tiempo, claro.

—¿Qué tal está Bella?

—Bien, supongo.

—¿Supones?

—La verdad es que apenas nos vemos. Es tan…

—¿Difícil? —sugirió Alice.

—¿Cerrada? —preguntó Jasper.

—Iba a decir tan autosuficiente. No quiere mi ayuda para nada.

—Sí, así es Bella —suspiró Alice—. Le gusta hacer las cosas a su manera. Pero la verdad es que casi siempre tiene razón.

—Pero no deja que la ayude a nada. Me está volviendo loco —admití.

—Sí, supongo que eso debe ser horrible para ti —rió Alice.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno… ya sabes cómo eres.

—Pues no, me parece que no.

—Tú tienes que salvar a la gente, ser el héroe.

—¿Tengo que salvar a la gente? —Repetí —. Yo no necesito salvar a nadie. Eso es ridículo.

Jasper y Alice se miraron.

—No necesito salvar a nadie —insistí.

—Por eso te hiciste bombero, porque no querías salvar a nadie. Y por eso aceptaste casarte con Bella.

—Acepté casarme con Bella porque era lo más justo. Ella necesitaba un marido y alguien que la ayudase durante el embarazo.

—Y tú quieres ser esa persona porque te gusta salvar a la gente. No es nada malo, Edward.

—Eso explica que tengas tantos problemas con Bella, además —dijo Alice—. Ella no necesita que nadie la salve. No necesita a nadie, punto.

Y ése, pensaba mientras volvía a casa, era precisamente el problema. Bella no necesitaba la ayuda de nadie. Ni siquiera la mía.

Quizá Jasper tenía razón y necesitaba ser un héroe porque me volvía loco que Bella no me necesitara para nada.

Además, era una mujer muy atractiva y debía reconocer que no dejaba de pensar en ella. Me costaba no llamarla al trabajo para ver cómo estaba y siempre intentaba hacerla reír, contarle cosas graciosas, llamar su atención de alguna forma…

Eso se estaba convirtiendo en un problema.

Pero ahora entendía el porqué. Jasper tenía razón: necesitaba hacerme el héroe.

Me gustase o no, me había casado con Bella para ayudarla, para sacarla del apuro. Y ella no me dejaba hacer mi papel.

Pero había una solución: en cuanto ella aceptase mi ayuda, mi obsesión por Bella Swan desaparecería.

Entré en casa poco después de las once, pensando que Bella ya estaría en la cama, de modo que me sorprendí al verla tumbada en el sofá del salón.

—Hola.

—Ah, hola —murmuró ella, pasándose una mano por los ojos. Parecía medio dormida y estaba preciosa con aquel pijama rosa con mariquitas. Nunca la había visto en pijama.

Y tampoco la había visto descalza… tenía unos pies preciosos, de empeine alto, delgados, con las uñas pintadas de rojo.

Nunca habría imaginado que Bella Swan se pintase las uñas de rojo.

Ella debió percatarse de que estaba mirando sus pies porque dobló las piernas bajo su cuerpo en el sofá.

—No tenías que esperarme despierta.

—No estaba esperándote. ¿Qué hora es?

—Las once y media.

—¿Tan tarde?

—Sí, pero llamé para avisar. Dejé un mensaje en el contestador.

—No tienes por qué avisar. Puedes hacer lo que te dé la gana.

Después de decir lo que tenía que decir, Bella se levantó del sofá.

—Si no estabas esperándome, ¿qué hacías durmiendo aquí?

—No estaba durmiendo… bueno, es que no podía dormir y decidí ver una película a ver si me entraba el sueño —contestó ella.

—Así que tienes insomnio.

—De vez en cuando me pasa.

—¿Y te ayuda ver la televisión?

—En realidad, lo que me ayuda es el sofá. Normalmente, sí. El ginecólogo me ha dicho que no debería dormir de espaldas porque restringe la entrada de sangre en la placenta. Así que, cada vez que me doy la vuelta me despierto temiendo estar de espaldas. Y en el sofá sólo puedo estar de lado.

—Ah, ya veo.

—Desgraciadamente, cuando estás embrazada te pasan muchas cosas raras. Y hay muchas cosas que no puedes hacer.

—¿Como tomar una copa de vino, por ejemplo?

—Yo estaba pensando más bien en un baño caliente. Pero se supone que no debo hacerlo, no es conveniente.

La imaginé en un baño de burbujas, con la cara rosada, la piel húmeda y brillante…

Nervioso, me aclaré la garganta.

No tenía tiempo para fantasear con Bella. Además, ahora que había conseguido que ella se relajara un poco, no quería estropearlo. Quería hacer las cosas bien. Quería ayudarla, maldita fuera.

—Tiene que haber algo… Cuando yo volvía de algún incendio tampoco podía dormir porque me salía la adrenalina por las orejas.

Bella soltó una risita.

—Bueno, yo acabo de apagar una vela… pero me parece que no es lo mismo.

—Estás en el segundo trimestre del embarazo, ¿verdad?

—Estoy en la semana diecinueve, sí.

—¿No es ahora cuando se supone que deberías estar llena de energía? ¿Dispuesta a limpiar como una loca o algo así?

—Sí, la teoría del nido y todo eso.

—Exactamente. Jasper me ha dicho que durante ese mes Alice lo sacaba de quicio. Por lo visto, ordenó todos los armarios de la casa y le obligó a pintar todo lo que no se moviera.

—Ah, ahora entiendo el mensaje que me dejó la semana pasada. Quería que abriésemos las cajas en las que guardamos las cosas de nuestra madre adoptiva.

—Entonces, seguramente a ti te pasará lo mismo. Por eso no puedes dormir.

—Ya, claro. Pero el problema es que yo no tengo que hacer ningún nido. Tengo una casa que podría pintar y reorganizar pero ¿para qué? El niño es de mi hermana.

Lo había dicho casi como si lo lamentara…

—¿Te lo estás pensando?

—¿Qué, lo de quedarme con el niño? No, en absoluto —contestó Bella—. ¿Tú no habrás pensado…?

—No, por favor —contesté. Aunque no era cierto del todo. Lo había pensado. Pero, ¿qué podría ofrecerle a un niño un hombre como yo que no pudieran ofrecerle Alice y Jasper?

—Seguro que tú no quieres…

—Definitivamente —contestó Bella.

—Muy bien.

—Alice y Jasper insisten en que deberíamos considerarlo, pero yo ya he tomado una decisión.

No era asunto mío, pero no pude evitar pensar en voz alta:

—Yo sé por qué ni siquiera he considerado el asunto. Mi padre tuvo que criarme solo y no le resultó fácil, pero tú… ¿por qué no quieres pensarlo?

Bella se encogió de hombros.

—Algunas mujeres tienen instinto maternal, otras no.

—¿Y tú crees que no lo tienes?

—¿No te parece evidente?

—¿Por qué dices eso?

Ella hizo un gesto con la mano.

—De todas formas, estar todo el día sentada en un Juzgado no es precisamente un trabajo lleno de energía. Supongo que me vendría bien reorganizar un poco la casa…

Solté una risa.

—¿Qué?

—¿Qué vas a reorganizar? ¿Vas a colocar los DVD por orden alfabético? ¿O quizá por géneros? ¿Piensas agrupar las velas sobre la chimenea por colores?

—¿Por qué dices eso?

—Bella, por favor, esta casa es el paradigma del orden y la limpieza.

—Sí, bueno… ¿qué hacías tú antes para relajarte, cuando eras bombero? Además de beber y darte baños de espuma, claro.

—Los bomberos no se dan baños de espuma.

—Pues qué pena. Los hombres se pierden uno de los grandes placeres de la vida.

¿Bella desnuda en una bañera llena de espuma? Cielos. Sí, uno de los grandes placeres, desde luego.

—Te has puesto colorado —dijo ella entonces.

—¿Yo?

—Sí, tú. Pero no te preocupes, no se lo diré a nadie. Aunque no sé por qué te da vergüenza hablar de baños de espuma… a menos que te gusten.

—Yo no me doy baños de espuma.

—Huy que no. Seguro que sí.

—No, lo digo en serio.

—Muy bien, lo que tú digas —sonrió Bella, satisfecha.

—Que no me doy baños de espuma…

—Te creo, te creo. Pero en caso de que sea mentira, no te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.

Abrí la boca para protestar, pero decidí que no valdría de nada.

—Bueno, y además de los baños de espuma, ¿qué hace un bombero para relajarse después de apagar un pavoroso incendio?

Para mi, la mejor forma de soltar adrenalina era mantener relaciones sexuales. El alivio que sentía después de un par de horas en la cama siempre había conseguido dejarme como nuevo.

Por supuesto, eso iba a ser imposible.

—¿Qué tal un poco de ejercicio?

—¿Para qué crees que voy al gimnasio cinco días a la semana?

—Pero no funciona, ¿no?

—Me ayuda a dormir, pero luego me despierto a medianoche y no encuentro la postura. Así que al final acabo en el sofá.

—¿Con la televisión puesta?

—A veces.

—Pues nunca he oído nada.

—Porque duermes como un tronco.

—Debe ser el colchón. Es uno de esos de látex, se duerme de maravilla… ah, ya lo tengo.

—¿Qué?

—Algo que te ayudará a dormir —contesté, tomando su mano para llevarla a la cocina.

—¿Qué haces? ¿Vas a darme comida?

—Mejor. Voy a calentarte un vaso de leche.

—¿Leche caliente? Puaj, qué asco.

—¿La has probado alguna vez?

—No —admitió ella.

—Pues ya verás cómo te gusta. Mi madre siempre me daba leche caliente para dormir y funcionaba.

Calenté la leche en una cazuelita y la serví en una taza. Pero en lugar de tomarla en la cocina, Bella se la llevó al sofá.

BPOV

Tome la leche que Edward me sirvió y me la lleve al sofá

—No está mal.

—¿Lo ves?

—¿Cuántos años tenías cuando se marchó?

—¿Cómo?

—¿Cuántos años tenías cuando tu madre se marchó de casa? Dijiste que tu padre te había criado solo, así que… Además, también me dijiste que ella no lo perdonó por ser un hombre normal y corriente.

—¿Y qué?

—Que soy juez. He visto de todo: matrimonios destrozados, niños que no pueden perdonar a sus padres…

—Ya, pero yo no soy un niño. No me trates como si lo fuera.

Parpadeé furiosamente, sorprendida. No había querido ofenderlo.

—No, ya lo sé. Pero la verdad es que nunca olvidamos las decepciones y las penas de la infancia.

—Por favor, no intentes psicoanalizarme.

—No intentaba…

—Yo no me siento abandonado. Ella hizo lo que tenía que hacer.

—¿Abandonarte? ¿Eso es lo que tenía que hacer?

—Mi padre no la hacía feliz. Se casó con un hombre al que creía un héroe y, al final, no lo era.

—Dijiste que había resultado herido. ¿Fue entonces cuando se marchó?

—Ninguno de los dos pudo superarlo. Mi padre empezó a beber… estaba muy deprimido.

—O sea, que no sólo te abandonó a ti. Te dejó en manos de un padre incompetente. Ése es un comportamiento delictivo.

—Hizo lo que tenía que hacer —insistió Edward.

—Sí, ya —replique, sarcástica.

Edward me miró entonces, enfadado.

—Déjalo, Bella. Mi familia no está en el estrado.

—Perdona, tienes razón. No sé por qué me meto donde no me llaman —suspire, levantándome—. Gracias por la leche. La verdad es que me está entrando sueño.

—Oye, no quería…

—Buenas noches, Edward.

Y luego desaparecí, dejándolo en medio del salón. Solo

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