viernes, 16 de julio de 2010

NO TE ENGAÑE CAPITULO 6

los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .

Capitulo seis
BPOV

Esta noche cenaremos fuera –dijo Edward – Para conmemorar tu regreso a Venecia.
–Eso será agradable –conteste. No permitiría que Edward notara que seguía afectada por la discusión.

Estaría bien salir del palazzo. Habían pasado menos de veinticuatro horas desde mi regreso y, las había pasado hecha un manojo de nervios.

No me sorprendía, tras todo lo ocurrido, pero iba a intentar no pensar en ello. Había pasado la tarde intentando concentrarme en un libro, pero ni siquiera uno de mis pasatiempos favoritos, la lectura, había conseguido distraerme de los inquietantes pensamientos que se arremolinaban en mi mente.

–Iremos a Marco's –dijo Edward.
–Eh... no... – inspiré con ansiedad y mire a Edward, buscando una excusa para no ir a Marco's. Tras lo ocurrido la última noche en Venecia, sería arriesgado que Edward y Marco entraran en contacto.

El restaurante siempre había sido uno de mis locales favoritos para cenar. Estaba lo bastante cerca del palazzo para ir andando, servía algunos de los mejores platos de Venecia y tenía un gran ambiente. Marco, el propietario, era todo un carácter, de personalidad expansiva y naturaleza generosa.

La noche que Edward me echo, la bondad de Marco había sido mi salvación. Atrapada en la ciudad cubierta de niebla, con todos los hoteles al completo y el aeropuerto cerrado, Marco me había salvado el día. Me ofreció quedarme en la habitación de invitados de su madre, sin preguntas, y él mismo me llevo al aeropuerto la mañana siguiente.

–¿No te apetece Marco's? – preguntó Edward, frunciendo el ceño – ¿Por qué no?
–Iremos, si tú quieres – No supe qué decir. Yo no he hecho nada malo, pero Edward es un veneciano orgulloso y sabía instintivamente que no le gustaría que hubiera aceptado la ayuda de otro hombre – Pero en realidad me encantaría ir a ese sitio en Burano. Me apetece pescado.
–Muy bien – Edward se estaba dando la vuelta, pero de repente paró y me taladró con su mirada esmeralda – Esta cena es una celebración. Vístete para la ocasión.

Irritada, contemple cómo se alejaba, preguntándome si pretendía provocarme con su autoritarismo. Era difícil acostumbrarse. Siempre había sido dominante, pero nunca me había dado órdenes sin más.

Cruce la habitación para mirar por la ventana alta y arqueada. Góndolas negras cargadas de turistas surcaban el canal color verde jade. Observe las lánguidas ondulaciones en la reluciente superficie del agua, pensando en cuánto había cambiado mi vida.

Ya no era una turista. Ni siquiera una visitante.

Estaba en Venecia para quedarme,

Subí las escaleras para vestirme para la cena. Le demostraría a Edward que entendía las reglas del juego.

No le haría perder tiempo aprobando mi elección; mi instinto de supervivencia no me permitía pasar de nuevo por esa humillación.

Había aceptado que Edward tenía intenciones serias de casarse conmigo, y aunque las circunstancias no eran las que habría elegido, sacaría el mayor partido posible de la situación.
No permitiría que la fuerza viril y masculina de su personalidad me apagara. Debía asumir la responsabilidad de crearme una vida en Venecia y preparar la llegada a la familia de mi bebé.
Sabía que lo mejor era dejar de luchar contra Edward y encontrar la manera de adaptarme a sus normas. Debía ser proactiva. Sería mejor intentar influir en el desarrollo de las cosas que pelear con Edward después de que hubieran sucedido.

Poco después cruzábamos la laguna de camino a la isla de Burano.

–He echado de menos estar en el agua –dije, mirando a Edward. La luz dorada del atardecer doraba su pelo cobrizo y daba a su rostro un cálido resplandor, pero sus rasgos eran inescrutables. Imposible saber qué pensaba – Era una de mis cosas favoritas de vivir aquí, aunque estuviéramos en invierno.
–Nunca pareció afectarte el frío –dijo Edward. Después regresó a su silencio, aunque era obvio que yo intentaba iniciar una conversación.

Solté un leve suspiro y decidí disfrutar del viaje en barco admirando las vistas. El sol creaba un bello efecto en el agua: olas azul oscuro contra bandas anaranjadas que reflejaban el sol.
No tardamos en llegar a la pintoresca isla. Con sus casas sencillas y pintadas de alegres colores, parecía un mundo distinto a Venecia. No había hoteles en la isla y cuando caía la tarde los turistas regresaban a la ciudad. Los artesanos locales recogían sus encajes y demás productos y los pescadores salían a dar un paseo con su familia.

El barco se detuvo a un lado del puerto, y el piloto bajó de un salto a atarlo. Edward desembarcó primero y se dio la vuelta para ayudarme.

Lo acepte automáticamente, pero cuando nuestras manos entraron en contacto sentí una viva descarga de energía sensual. Aparte la mano con un gemido y me tambalee cuando el barco dio un vaivén. Los dedos de Edward se cerraron sobre mi brazo para afirmarme, pero no dijo nada mientras yo bajaba.

–Gracias –intente que mi voz sonara alegre y desenfadada, sin conseguirlo. No entendía que simplemente tocar su mano me provocara una reacción sexual. Mi cuerpo vibraba de deseo por él, a pesar de que no había dicho ni hecho nada – Ya debería saber que no se pueden hacer movimientos bruscos estando de pie en el borde de un barco.

Alce los ojos a su rostro y se me resecó la boca al ver cómo me miraba. Desvié la vista, esperando a que hablara, pero él siguió en silencio.

–¡Por Dios santo! – Me detuve y gire la cabeza para mirarlo – Deja de contestarme con silencios. Eres tú quien quiere mantener las apariencias.
–¿Que quieres que diga? –Edward alzó una ceja y siguió andando hacia el restaurante – ¿Quieres que te regañe por actuar como una tonta al borde del agua? ¿O quieres que hablemos de cómo el simple contacto de mi mano en la tuya hizo que una corriente de deseo sexual surcara tus venas?
–Eso no es verdad –proteste indignada, sonrojándome. La mera mención del deseo sexual me provocaba una reacción que prefería negar, sobre todo dada la actitud arrogante y hostil de Edward. Me alegre de que estuviéramos caminando y él no me mirara.
–Claro que lo es. Y si algo tan sencillo te excita, ¿qué ocurrirá en el restaurante cuando te abrace y demuestre a todos lo felices que somos?
Esa absoluta confianza en el efecto que ejercía en mi, me afectaba en más sentidos de los que podía enumerar. Solo pensar en que podía excitarme me excitaba aún más. Se me acelero el pulso.
–Por qué no podemos tener una conversación normal? –protesté, intentando controlarme.
–Podríamos intentarlo –dijo Edward, abriéndome la puerta del restaurante – Pero sería mejor que te enfrentaras a la realidad, no te concentrarás en otra cosa. Ambos sabemos cómo acabará esta velada.
Me imagine haciendo el amor con Edward y mi cuerpo vibró de arriba abajo. Por más que lo intentara, era imposible ignorar esas imágenes.
Sentí que tenía las mejillas arreboladas cuando el maître se apresuró a darnos la bienvenida, protestando por cuánto hacía que no íbamos, nos condujo a la mejor mesa del restaurante.
–¿Quieren una copa de Prosecco para empezar? –preguntó el maître.
–Perfecto –Edward me dedicó una sonrisa lenta que me provocó un escalofrío–. Al fin y al cabo, es una velada de celebración.
–Yo no debería tomar más que unos sorbos –dije, sin querer mencionar mi embarazo.
–¿Cómo es eso lo que dicen los ingleses? –los ojos de Edward adquirieron un brillo diabólico–. Un poco de lo que gusta siempre hace bien.
Temblorosa, me concentré en la carta para evitar su penetrante mirada. Si quería sobrevivir a la velada, tenía que controlarme y no pensar.
Cuando el camarero llego a informarnos de los platos de pescado especiales del día, ya me había recompuesto un poco. Para cuando pedimos había controlado más o menos mi reacción física ante Edward, pero sabía que iba a tener que esforzarme para conseguir que la conversación mantuviera un tono neutro.
–Deberíamos hablar de los planes de la boda –dijo Edward, sorprendiéndome con su cambio de táctica.
–Desde luego –acepte, aliviada porque hubiera abandonado su campaña para incomodarme. Tome un sorbo de Prosecco, el vino blanco espumoso de la región de Veneto. Las dedicadas burbujas cosquillearon mi paladar y, mi tensión disminuyó.
–Debe ser muy pronto –siguió Edward – Y creo que un pequeño evento familiar sería lo mejor. ¿Hay alguien a quien quieras invitar que pueda venir con poco aviso previo?
–No lo sé. No he pensado en ello – me pase la mano por el cabello, consternada. Iba a ser muy raro seguir adelante con esa boda. Y seguía preocupándome mantener las apariencias con mi madre y mis mejores amigas presentes – Creo que seria mejor decírselo después. Podrán visitarnos más adelante.
–¿Te avergüenzas de tu prometido? –preguntó Edward. Su voz sonó neutra, me pregunte si se sentía ofendido o estaba siendo irónico.
–No –lo mire a los ojos. Un par de meses antes me habría enorgullecido – Pero no estoy segura de poder convencer a mis seres queridos de que esto es real. Aún no me he acostumbrado ni yo.
–De acuerdo. Si crees que será mejor, haremos eso. Sólo mi abuelo, si está lo bastante recuperado, y un par de testigos.
Me miró unos segundos más y contemplando sus ojos verdes a la luz de las velas, recordé cómo nos habíamos mirado en otros tiempos. Me alegró que aceptara mi sugerencia sin protestas. Mi obligación era conseguir que el matrimonio pareciera normal, pero era demasiado pronto para sentirme segura de lograrlo ante la gente que más me conoce y quiere.
El resto de la cena se desarrolló con calma. Edward mantuvo la conversación ligera y para cuando acabe mi helado, comprendí que era la primera vez que disfrutaba de una comida entera en varias semanas. Tal vez mi cuerpo se había acostumbrado al embarazo, ahora que empezaba el segundo trimestre.
–Vamos a casa –dijo Edward. Pidió la cuenta.
Lo mire y recordé de repente lo que había dicho sobre cómo acabaríamos la velada. Me estremecí de anticipación. No podía negar que había echado de menos las noches de pasión compartida.
Contemple los cuadros que cubrían las paredes para no pensar en hacer el amor con Edward. En visitas anteriores él me había comentado que los antiguos propietarios a veces habían aceptado cuadros como pago por la comida. El resultado eran paredes cubiertas con un asombroso y ecléctico despliegue artístico del que ella siempre había disfrutado.
Había oscurecido cuando cruzamos la laguna de nuevo y la luna, en cuarto creciente, colgaba entre las estrechas calles. Tirite y me arrebuje en mi chal de seda; no porque tuviera frío, sino por el modo en que Edward volvía a mirarme.
Estaba demasiado oscuro para ver sus rasgos, pero presentía que su expresión era una que conocía bien. E indicaba que pronto estaríamos haciendo el amor.
–Tienes frío –dijo Edward, poniendo un brazo sobre mis hombros y atrayéndome hacia su costado.
–En realidad no –conteste apoyándome en su cuerpo musculoso con placer. O la media copa de vino se me había subido a la cabeza, o me embriagaba estar tan cerca de Edward. Su aroma masculino y especiado invadía mis sentidos y hacía que mi cuerpo rememorara mil sensaciones placenteras.
–Estás temblando –murmuró Edward, acercándose a mi oreja, sentí sus labios rozar mi cabello. La excitación atenazó mi estómago al pensar en lo que pronto ocurriría.
–No es frío –susurre con voz tenue. Aunque anhelaba volver a estar en sus brazos, también estaba nerviosa. ¿Sería tan fantástico como recordaba? ¿Quedaría Edward satisfecho?
La compatibilidad física era lo que podía crear un vínculo genuino en este matrimonio de conveniencia.
–He echado esto de menos, bella mía – la voz profunda y sensual vibró en todo mi cuerpo. El tomó mi rostro entre las manos y ladeó mi cabeza, como si estuviera a punto de besarme.
Lo miré en silencio. Quería sentir sus labios, y la destreza de sus besos. Pero él no se movió.
–Yo también –susurre, recordando en los tiempos en los que me habría parecido natural atraerlo para besarlo. Sin pensar en lo que hacía, me incline hacia él y besé sus labios con suavidad.
Contuve el aliento. El no me había devuelto el beso. Pensé que quizá eso no fuera lo que él deseaba.
De repente, Edward empezó a moverse y todo ocurrió al mismo tiempo. Introdujo las manos bajo mi falda suelta y las deslizó por la parte exterior de mis mulos. Después, sin darme tiempo a reaccionar. Agarro mis caderas y me sentó a horcajadas sobre él.
Me agarre a sus anchos hombros para estabilizarme, sintiendo una intensa oleada de deseo concentrarse en el punto más sensible de mi anatomía, que estaba en contacto con la intensa erección de él. Estábamos en la posición perfecta para practicar el sexo y me sentía como si lo estuviéramos haciendo.
El movimiento del barco botando sobre las olas hacía que nuestros cuerpos chocaran eróticamente yo empecé a respirar cada vez más rápido. A una parte remota y racional de mi mente le costaba creer que pudiera estar tan excitada. Apenas me había tocado y ni siquiera me había besado. Pero mi cuerpo ardía.
Seguía teniendo las manos bajo mi falda, en las Caderas. Deseaba sentir su caricia.
–Quiero tocarte por todas partes –murmuró él, empezando a mover las manos.
Como tenía las rodillas apoyadas en el asiento, había espacio para que él deslizara las manos alrededor de la curva de mi trasero. Me mordí la punta de la lengua al sentir el contacto.
–Bésame –fue una orden, me pregunto si estaba jugando conmigo. Antes no me había devuelto el beso. Me pregunte si respondería esa vez o siseguiría frío como la piedra, a pesar de saber lo excitado que estaba.
Inclinó la cabeza y rozó su boca con mis labios. Me estaba volviendo loca de frustración sexual, e iba a intentar devolverle la jugada.
Pero en cuanto nuestros labios entraron en contacto sentí otra oleada de deseo incontrolable y escuche un gemido grave y sexual escapar de su garganta.
Edward alzó la mano, la puso tras mi nuca y atrajo mi boca con rudeza, besándome con pasión y furia. Introdujo la lengua en lo más profundo de mi boca y yo le di la bienvenida con ganas. Quería saborearlo y sentirlo. Estar tan cerca de él como fuera posible.
Nunca nos habíamos besado así antes. En las muchas noches de sexo salvaje o tierno que compartimos, nunca experimente un beso tan intenso. La sangre zumbaba en mis oídos borrándolo todo excepto a Edward y mi deseo de estar con él.
Senti su otra mano interponerse entre nosotros y abrir los botones del corpiño del vestido. Un momento después su mano estaba dentro, deslizándose bajo el encaje del sujetador para moldear mis senos. Deje escapar un suspiro de placer mientras él seguía besándome y presionando un pezón con los dedos.
–Oh, Edward –gemi , apartando la boca para tomar aire, jadeando.
–Estás lista para mí –una mano seguía dentro de mi sujetador, provocando sensaciones deliciosas, y la otra bajo la cortina de pelo que había caído hacia delante. Me lo echo hacia atrás y me tapó con el chal de seda para ocultar el vestido desabotonado – En cuanto estemos dentro te haré mía, de una vez por todas.
Sus posesivas palabras eran una atractiva promesa. Quería ser suya. Siempre había sido suya. Desde el momento en que nos conocimos había sido el dueño de mi cuerpo, capaz de llevarme a alturas inimaginables. Hacía que mi mundo estallara en multitud de estrellas de éxtasis y nada importaba excepto él.
Murmure una protesta cuando él sacó la mano del vestido, pero comprendí que el barco había bajado e velocidad y ya recorría los canales de la ciudad. En un minuto estaríamos en el palazzo.
El barco llegó al arco gótico de la compuerta y Edward me levantó de su regazo. A mi me temblaban las piernas, él me envolvió en el chal y me alzó en brazos. Una vida en barcos y canales le había dado gran agilidad y equilibrio; un momento después estábamos fuera del barco y de camino al dormitorio.

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