domingo, 11 de julio de 2010

AMOR O INTERES CAPITULO 10

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.

Capitulo 10

BPOV
La semana que siguió fue la más feliz para mí. Pasamos las noches y parte del día haciendo el amor; charlamos y compartimos comidas en la terraza frente a la arena. Y para mi sorpresa descubrí que amaba Italia, la constante vista del mar la sensación de despertarse con el sol.
Y también descubrí que me encantaba hablar con Edward. Era una compañía muy agradable. Y por primera vez experimenté lo que era estar íntimamente con alguien.
Edward era una persona muy aguda, con una mente brillante y muy buen sentido del humor. Era encantador.
En la isla habíamos construido un nido que nos protegía de la realidad.
Una semana después, una mañana me quedé en la cama hasta tarde y Edward entró en la habitación.
—Lo siento, no me podía despertar esta mañana.
—Eso es por lo de anoche.
Recordé la pasión y sentí un cosquilleo.
—Enseguida me levanto… —dije, aunque deseé pasar el día con él en la cama.
—Me siento culpable por haberte tenido toda la semana aquí, y ni siquiera has nadado en la piscina —me dijo él—. Te he tenido atada a la cama, y eso no es justo —Edward me miró a los ojos y me levantó en brazos.
Me llevó corriendo a la terraza. tardé en darme cuenta de lo que quería hacer.
Y cuando me di cuenta fue demasiado tarde, porque él ya me había tirado a la piscina.

EPOV
Estaba preocupado mirando la cara pálida de Bella, me sentí muy culpable por la situación de mi Bella.
—Ha sido un shock —dijo el médico—. Físicamente, está bien. Ha tragado un poco de agua, así que es posible que esté mareada, pero aparte de eso, no habrá efectos. Mentalmente es otro tema. Me da la impresión de que sufre fobia al agua. No ha sido buena idea tirarla a la piscina.
Jamás me había sentido tan culpable como ese día.
Acompañé al médico a la plataforma donde lo esperaba un helicóptero.
—¿Está seguro de que no es necesario que volvamos a Milán? —pregunté.
—Lo que necesita es descansar —el médico le dio el maletín al piloto y me miró —. Creo que es mejor que se quede aquí esta noche, déle tiempo para que se recupere del shock. Y mañana, cuando ella se sienta mejor, regresen.
Cuando se fue el médico, deslice un brazo por debajo de los hombros de Bella y le ofrecí coñac.
—Bebe…
Ella sorbió, y tosió.
—Es horrible.
—Es un coñac muy bueno. Todavía estás bajo el efecto del shock. Por favor, bebe.
Ella obedeció.
—Lo siento… —dijo ella.
—No, el que debe disculparse soy yo… Pero, ¿cómo no me has dicho que no sabes nadar?
—Ni me acerco al agua.
—No me di cuenta de que le tenías miedo.
—Ahora ya no importa —contestó ella.
—¡No sé qué haría para que dejes de temblar! —exclamé.
—Lo siento…
—Deja de decir eso. Yo soy el que lo siente, pero tú debiste decirme lo que sentías. Aquel primer día que tenías tanto miedo, creí que te daba miedo volar. Pero era el agua, ¿no?
Ella asintió.
—Soy una estúpida…
—No, sólo estás reaccionando a algo que te pasó en el pasado. Y quiero saber qué es.
Hubo un breve silencio.
—Yo estaba en un barco…
—¿Qué barco? —pregunté, poniéndose tenso.
—El barco de tu padre. El día que explotó. Yo estaba allí —dijo finalmente Bella—. Y casi me ahogo…
Me quede helado ante aquella confesión ¿Cómo era posible que mi esposa hubiera estado en aquel barco?
—No es verdad. No había niños invitados aquel.
—A mí no me invitaron —respondió Bella—. Sólo subí a bordo un momento antes de la explosión. Se suponía que yo me iba a quedar en Milán, en el hotel, con una niñera. Pero yo estaba desesperada por mostrarle a mi madre una muñeca nueva que me habían regalado.
Los recuerdos asaltaron a mi mente … Un niño pequeño muy herido…
—¿Estabas a bordo cuando el barco explotó?
—Apenas estuve en él. Y mis padres no sabían que yo había llegado —tragó saliva—. No recuerdo mucho, para serte sincera. Tenía sólo siete años. Sólo recuerdo estar un minuto de pie en la escalerilla de entrada y luego que alguien me arrojaba al agua. Había agua por todas partes. No podía respirar… Tenía mucho dolor… Y luego todo se oscureció.
—Alguien te rescató… ¿Sabes quién?
—No —sonrió débilmente Bella—. Era un empleado.
—¿Eras la única niña en el barco aquel día?
—Sí, supongo…
—¡Dios mío! No sabía… —me pasé la mano nerviosamente por el pelo.
—¿No sabías qué? ¿Qué importa ahora?
—¿Estabas herida? Y perdiste a tus padres…
—Ahora estoy bien —ella desvió la mirada.
—¿Edward, qué ocurre?
La mire frunciendo el ceño. Tenía la intuición de que no me estaba diciendo toda la verdad.
Pero, ¿por qué iba a mentirme después de haber confesado aquello?
—¿Edward?
—¿Qué?
—¿Podemos irnos a la cama, simplemente?
La alce en brazos.
—Podría caminar…
—Quizás sea mejor que no —la dejé encima de la cama.
—¿Vas a venir tú también?
—¿Quieres que lo haga? Yo te tiré al agua…
—No lo sabías… —dijo ella con una sonrisa.
—Pero ahora lo sé, y de ahora en adelante nada volverá a hacerte daño, amore —le prometí desvistiéndome y acostándome a su lado.
La abrace fuertemente.
—Es agradable —murmuró ella.
Descubrí lo que era tener sentimientos de protección hacia alguien, y me quede quieto, temiendo que si me movía ella volviera a temblar.
No era extraño que Bella odiase a mi familia, pensé. Y no me extrañaba que Alessandro Swan culpase a la familia Cullen de todo. No sólo se había muerto en su yate su único hijo, sino que también su esposa. Y el resto de la familia, su preciada nieta, había resultado herida.
¿Sería por eso que la había educado en New York?, me pregunté.
Evidentemente, había juzgado mal a Alessandro Swan, reflexione, quitando un mechón de pelo de la cara de Bella, y notando con alivio que iba recuperando el color.
Con la unión entre nosotros, se estaría curando una herida para las dos familias.
Y una vez que Bella se curase de su fobia, seríamos un verdadero matrimonio. Una verdadera familia.

BPOV
Intente concentrarme en la conversación de Edward para olvidarme de que estaban volando sobre el mar. Me sentía conmovida por la ternura y cuidados que me dispensaba él.
Me alegraba de haberle contado a Edward el episodio del barco. En cierto modo, le había revelado una parte importante de mi vida. Estábamos muy unidos, y yo sabía que lo amaba con una pasión desesperada.
Por primera vez me sentía feliz en mi vida. Y no dejaría que nada enturbiase esa felicidad.
Cuando estábamos aterrizando sonó el teléfono móvil de Edward.
—Se terminó la paz… —comentó.
Sonreí. No me importaba que atendiera sus negocios.
Cuando Edward terminó de hablar, noté una expresión extraña en su rostro y pregunté:
—¿Qué sucede? —me relaje al ver que estábamos en tierra.
—De la oficina… Hay un problema…
—Entonces, debes marcharte…
—No quiero dejarte. Ayer estuviste muy mal, y yo me siento responsable.
Volví a sonreír. Era una novedad para mi que alguien se preocupase por mi estado.
—Estoy bien —le dije—. Descansaré y esperaré a que vuelvas a casa.
—No tardaré. Si te sientes mal, llámame al móvil.
—No sé el número.
Él se sorprendió de que hasta entonces yo no hubiera tenido modo de comunicarme con él.
—Te conseguiré un móvil y te meteré mi número. Al menor problema, quiero que me llames.
Reacio, volvió al helicóptero que lo estaba esperando sin molestarse en cambiarse de ropa.
Yo aprovecharía su ausencia para hablar con mi madre, y para probarme la ropa y el maquillaje que Edward había traído el día del club nocturno.
Pero al llegar, noté que ya no estaba la ropa. Tendría que contentarme con el atrevido vestido de la otra vez. Primero cenaríamos, y luego tal vez él me llevase a otro club nocturno, donde podríamos bailar y bailar…
Bajé a hablar con el chef sobre la cena y volví al dormitorio a maquillarme.
Cuando estuve lista, me sentó a esperar a Edward.
Espere y espere. Estuve tentada de llamarlo por teléfono al móvil. Pero no quería agobiarlo.
El tiempo siguió pasando y yo estaba cada vez más nerviosa. Pero de pronto, escuche pasos fuera del dormitorio y se abrió la puerta.
Edward estaba allí, con gesto intimidante y remoto.
—No… No tienes aspecto de haber tenido un buen día… —dije.
Él entró y cerró la puerta de un portazo.
Hice un gesto de dolor y seguí diciendo:
—Si tienes hambre…
—No tengo hambre —Edward se acercó mirándome, contrariado—. ¿No me vas a preguntar si he tenido un día interesante en la oficina, amore!
Me estremecí al oír el tono de su voz.
—Has venido muy tarde, así que supongo que has estado muy ocupado…
—Muy ocupado. Ocupado enterándome de muchas cosas interesantes de mi esposa. Hechos que ella no me ha contado aunque hemos pasado dos semanas conociéndonos.
Me puse pálida.
—Edward…
Parecía otro hombre. Había perdido la calidez y la ternura y en su lugar mostraba desprecio y frialdad.
¿Cómo había sido tan tonta como para pensar que aquel cuento de hadas continuaría?
—Será mejor que me digas de qué estás hablando —dije.
El se rió cínicamente.
—¿Para qué? ¿Para qué calcules lo que sé y no me digas más? No te preocupes. Ya veo que guardas muy bien los secretos. Hoy me he enterado de unas cuantas cosas interesantes sobre tu vida. ¡Como que no veías a tu abuelo desde que tenías siete años! ¡Hasta quince días antes de nuestra boda no volviste a verlo! —fijó sus ojos en mí—. Así que, ¿quién pagó esas escuelas caras a las que fuiste?
—Conseguí una beca para estudiar música —dije con voz débil—. No hubo que pagar.
—Y, según las fuentes que me han informado, en la época de la universidad, tenías tres trabajos por lo menos. Trabajaste como camarera dos veces, y tocabas el piano en un bar. ¿Cómo conseguiste el título? ¿Cuándo estudiabas?
—Siempre estaba agotada, es verdad —sonreí levemente, pero al ver los ojos amenazantes de Edward me puso seria—. No me asusta el trabajo.
—Bueno, eso al menos, es algo a tu favor… Muchos estudiantes trabajan para ayudarse, y yo comprendo que necesitabas dinero porque no tenías padres que te mantuviesen, y tu abuelo negaba tu existencia, pero, ¿por qué tres trabajos? ¿Qué hacías con el dinero? Toda la ropa que tienes te la he comprado yo, excepto el vestido de novia. No vas de tiendas…
—La vida cuesta…
—¿Es por eso por lo que has aceptado este matrimonio? Es mejor no luchar para sobrevivir, ¿verdad?
Nuevamente hablaba de mí como si fuera un monstruo. Quería contarle lo de mi madre, pero no podía.
Edward siguió caminando de un lado a otro.
—Pero lo que quiero que me contestes es por qué tu abuelo quería este matrimonio —gritó—. Como sospechaba al principio, él no estaba jugando a las familias felices con nuestro matrimonio. Claramente tu bienestar no le interesa. Tú eres una pieza en su juego, aunque una pieza deseosa de jugar. Y ahora quiero saber cuál es el juego, Isabella. Quiero la verdad por una vez.

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