Capitulo 1
BPOV
—Estamos embarazados.
Intenté no levantar los ojos al cielo ante la absurdez del comentario de mi hermana.
—¿No me digas
Como madre de alquiler para mi hermana, Alice, y mi cuñado, Japer, sabía mejor que nadie que estaban "embarazados". Mi mano se deslizó hasta mi abdomen, donde el niño empezaba ya a notarse. Pero en ese preciso instante se me revolvió el estómago, haciendo que maldijera el primer trimestre de embarazo.
Alice tomó mi mano cuando iba a tomar la taza de poleo.
—¿Qué?
—Que estamos embarazados, Jasper y yo - dejé la taza.
—¿Jasper y tú?
—Si.
—¿Embarazados?
Alice asintió, con su sonrisa beatíficamente maternal, sus ojos brillantes de felicidad.
Mi estómago volvió a dar un salto, pero intenté contener las náuseas.
—¿Vais a tener un hijo? ¿Además del que yo voy a tener para vosotros?
—Sí.
Salté de la silla y corrí al cuarto de baño. Apenas me dio tiempo a inclinarme sobre el inodoro para vomitar el desayuno.
Estuve de rodillas en el suelo del baño largo rato, con los ojos cerrados, angustiada y atónita. Sólo la voz de Alice al otro lado de la puerta me sacó de mi estupor.
—Bella, ¿estás bien?
¿Que si estaba bien? Bueno, sentía como si el mundo estuviera girando en dirección contraria… junto con mi estómago. Por lo demás, estaba estupenda. Después de lavarme la cara y las manos en el lavabo, abrí la puerta y me quedé mirando a mi hermana.
—¿Cómo es posible?
Alice me tomó del brazo.
—Ven a la cocina. Voy a hacerte otro té.
Me dejé llevar hasta la silla y observé a mi hermana dando vueltas por la sencilla y hogareña cocina.
—Nosotros nos quedamos tan sorprendidos como tú.
—Pero Jasper y tú no podéis tener niños. Es imposible, ¿no?
—Era muy improbable, pero no imposible.
De hecho, tenían tan pocas posibilidades de concebir que el médico había recomendado no usar el esperma de Japer para inseminarme y usaron el de un amigo de Jasper, Edward.
—¿No habías dicho que sólo había un 0,2% de posibilidades de que quedaras embarazada?
—Y así es. Pero hemos tenido una suerte inmensa —suspiró Alice, poniendo una taza sobre la mesa—. ¿Poleo o té?
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —exclamé al borde la histeria.
—Supongo que porque he tenido más tiempo para acostumbrarme a la idea…
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde hace una semana. Llevaba algún tiempo sospechándolo, pero no me atrevía a confiar en que hubiera habido un milagro. Como mis períodos siempre han sido tan irregulares y después de tantos años intentándolo… en fin, que no quería hacerme ilusiones aunque no me hubiera venido el período.
—¿En cuánto tiempo?
—Cuatro meses.
—¿Cuatro meses? ¿De cuánto estás?
—De dieciocho semanas.
—¿Dieciocho semanas? Yo estoy sólo de tres meses —exclamó de nuevo—. O sea, que los síntomas que tenías, esos que creíamos que eran por simpatía… eran reales.
Alice sonrió tímidamente.
—Es verdad, no había pensado en eso, qué tonta. Mira, sé que esto lo complica todo, pero Jasper y yo siempre hemos querido ser padres…
—Y seguís queriendo este niño, ¿no?
—Jasper y yo lo hemos hablado y hemos decidido que ésa es una decisión que debéis tomar Edward y tú.
—¿Edward y yo? ¿Qué quieres decir?
—Técnicamente, el niño es vuestro…
—¡No, de eso nada! —la interrumpí. Sí, bueno, técnicamente el niño era mío y de Edward, pero yo no había querido ser madre—. Este niño es tuyo. Tuyo y de Jasper. Ése era el acuerdo.
Luego me levanté y empecé a pasear por la cocina, mirando a mi hermana con incredulidad. En aquellas circunstancias, Alice no parecía tan trastornada como debería.
—Sí, ya sé que ése era el acuerdo. Pero las cosas han cambiado.
—No puedes negarte a hacerte cargo de este niño. No te lo permitiré —replique, fulminando a mi hermana con la mirada. Al menos, intenté fulminarla con la mirada, pero otra ola de náuseas me obligó a agarrarme a la encimera, arruinando el efecto.
Alice corrió a mi lado.
—Siéntate, cariño. No deberías ponerte así. No puede ser bueno para el niño.
—¿Tú sabes lo que no es bueno para el niño? Esta conversación —le espeté
—Naturalmente, Jasper y yo nos haremos cargo del niño si decides que no lo quieres. Pero queremos que, al menos, te lo pienses. Es tu hijo biológico y quieras admitirlo o no, ya has establecido una conexión con él.
Me quedé sin palabras. ¿De qué estaba hablando mi hermana? ¿No entendía que la única forma de hacer esto era no tener conexión alguna con el bebé?
—Yo no…
—Sé que la tienes —me interrumpió Alice—. Así que no tiene sentido discutir. Lo importante es que ahora estamos esperando dos niños. A Jasper y a mí nos encantaría quedarnos con los dos, pero si Edward y tú…
—¿Qué tiene que ver Edward con esto?
Alice suspiró, exasperada.
—El niño que llevas ahí dentro también es suyo. Si alguno de los dos decide quedárselo, Jasper y yo estamos dispuestos a aceptar.
Aturdida por la absurdez de la situación, enterré la cara entre mis manos para controlar un ataque de risa histérica.
—¿Si alguno de los decide quedarse con el niño? Te das cuenta de lo ridículo que es eso, ¿no?
Pero Alice, que me miraba con el ceño fruncido, no parecía darse cuenta de nada.
—¿Por qué?
—Yo tengo el instinto maternal de una grapadora. Lo único más absurdo que esperar que yo quiera al niño es esperar que lo quiera Edward Cullen.
—Edward no es tan malo.
—Puede que sea un buen tipo, pero estamos hablando de un hombre que se mete en edificios en llamas cuando todos los demás salen corriendo.
—En realidad, ahora es investigador, o sea que ya no entra en edificios en llamas. Ahora entra cuando sólo quedan los rescoldos.
—Muy bien, cuando quedan los rescoldos. Da igual.
—Bueno, al menos su hijo no jugará con cerillas —dijo Alice, intentando animarme.
Señalé a mi hermana con el dedo.
—Puedes reírte ahora, pero esos son los genes que heredará tu hijo.
Alice soltó una risita.
—No me preocupan los genes de Edward. Es guapo, encantador, listo y…
—Exactamente. Es una de esas personas que cree que puede hacer lo que le dé la gana sólo porque es guapo, encantador y listo.
—¿Por qué eres tan dura con él? Tú no sueles juzgar a la gente.
—Soy juez, Alice. Mi trabajo consiste en juzgar a la gente. Además, sé que tengo razón. Con las familias rotas y los malos padres que veo en el Juzgado todos los días, mi trabajo consiste en separar el grano de la paja. Y te aseguro que ni Edward Cullen ni yo queremos tener este niño.
—Piénsatelo. A lo mejor cambias de opinión.
—Sí. Y también podría convertirme en un cerdo con alas. No es imposible, pero yo diría que es altamente improbable.
A pesar de mi determinación de olvidar el asunto, seguía pensando en la conversación con mi hermana al día siguiente, mientras intentaba terminar un informe. Eran más de las seis y casi todo el mundo había salido del Juzgado, pero ni siquiera el silencio me permitía concentrarme.
¿Cómo no iba a pensar la oferta de Alice de quedarme con el niño? me llevé una mano al abdomen, pensativa.
Mi hijo.
Se me hizo un nudo en la garganta y, por una vez, no intenté contener esa emoción. ¿Qué pasaría si me quedaba con el niño?
Inexplicablemente, no me parecía tan horrible. Era como si quedarme con mi hijo hubiera sido lo que, inconsciente, deseaba hacer, aunque la lógica me decía que eso sería una irresponsabilidad.
Pero amaba a este bebé que crecía dentro de mi. Aunque aún no sabíamos si era niño o niña, el instinto me decía que iba a ser una niña. Y había seguido a pies juntillas los consejos de mi ginecólogo para asegurarme de que nacía sana. Sí, aquella iba a ser la niña más sana del mundo. Y, si estaba en mis manos, tendría siempre lo mejor.
Eso incluía los mejores padres. sabía, sin la menor duda, que Alice sería mucho mejor madre que yo. Algunas mujeres, como mi hermana, estaban más capacitadas para ser madres que otras. Y estaba segura de que yo era de las segundas.
De repente, enfadada conmigo misma por darle tantas vueltas al asunto, guardé los papeles en el maletín y salí del despacho. Pero el rápido paseo hasta el aparcamiento no alivió mi irritación.
Y cuando me encontré con Edward apoyado en su Volvo, la irritación se convirtió en enfado.
No sabía qué era, pero había algo en Edward que me sacaba de quicio. No era sólo la seguridad en sí mismo, un rasgo del que había aprendido a desconfiar mucho tiempo atrás. Quizá era su mirada sensual, que parecía desnudar a una mujer y hacerle el amor al mismo tiempo, quizá la testosterona que parecía emanar por todos sus poros.
Era demasiado todo. Demasiado masculino, demasiado encantador, demasiado guapo. Y demasiado engreído.
—¿Qué haces aquí?
Edward llevaba unos vaqueros gastados que se ajustaban a sus prietos muslos. Su única defensa contra el inusual frío de aquel día de mayo, una camisa de franela sobre una camiseta.
Muy típico. Probablemente, pensaba que era demasiado hombre como para ponerse una chaqueta. O a lo mejor sabía lo guapo que estaba con esa camisa de leñador y no quería estropear el efecto.
—He venido a verte.
—Ya me lo imaginaba. ¿Siempre esperas a las mujeres medio escondido en un aparcamiento? Cualquiera podría pensar que eres un acosador.
Edward sonrió, irónico.
—Tú siempre fingiendo que no tienes sentido del humor.
—No me gusta bromear sobre estas cosas.
—No, claro que no —dijo él, poniéndose serio—. Es que cuando llegué ya habían cerrado el Juzgado.
—El guardia suele irse a las cinco y media.
—Ya me lo imaginaba. Pero esta es mi única tarde libre en toda la semana y tenemos que hablar.
—¿Por qué?
—No me mires con esa cara. Sólo quiero hablar de la situación.
—Pues habla.
—¿Quieres que hablemos en el aparcamiento? Aquí cerca hay un restaurante. Además, hace frío.
La idea de compartir una cena con Edward hizo que sintiera un escalofrío de aprensión. Georgetown, en otros tiempos una tranquila ciudad universitaria, se había convertido, como muchos otros lugares de Texas, en una capital abarrotada de gente. La histórica plaza, situada frente a los Juzgados, con sus tiendecitas y restaurantes típicos, era una de las zonas que la distinguía de la menos elegante y mucho más grande ciudad de Austin.
Además, no quería cenar con Edward. Demasiado íntimo, demasiado parecido a una cita.
—Pues deberías haberte puesto una chaqueta.
—Me refería a ti. Estás temblando.
Sí, desde que me quedé embarazada siempre tenía frío. Pero eso era algo que no pensaba contarle. Hablar de los síntomas del embarazo era más íntimo que cenar juntos.
De repente, me di cuenta de lo íntima que era nuestra relación, me gustase o no. El lazo que compartíamos era más profundo que el lazo sexual que solía acompañar a la intimidad. Habíamos creado una vida juntos.
Una parte de Edward estaba creciendo dentro de mí.
Esa idea me puso de los nervios. No quería cenar con él, no quería hablar con él siquiera, pero probablemente había cosas de las que debíamos hablar.
—Muy bien, cenemos juntos entonces.
Quince minutos después me encontré sentada frente a Edward Cullen en un restaurante de la plaza, con una taza de té frente a mi, esperando un plato de enchiladas.
Mientras tomaba el té estudiaba a mi acompañante, que tenía una mano apoyada en el respaldo del sofá. En esa postura, sus hombros parecían ocupar todo el espacio.
Edward era diferente de los demás hombres que conocía. Hombres con trajes de chaqueta hechos a medida para que sus hombros parecieran más anchos de lo que eran en realidad. Mire sus manos, grandes, casi musculosas, de dedos largos y uñas cortas. Eran unas manos muy masculinas. Duras, casi.
¿Me había fijado alguna vez en las manos de otro hombre? No, seguramente no. Había algo muy personal en mirar las manos de Edward, algo que me hacía sentir un cosquilleo.
—Bueno, vamos a ser sinceros, sé que te no te gusto —dijo él entonces.
—No te conozco lo suficiente como para decidir si me gustas o no.
—Bueno, no te caigo demasiado bien.
No podía discutir eso porque era verdad. Sólo nos habíamos visto en un par de ocasiones y nunca había podido relajarme cuando Edward estaba presente. No me caía exactamente mal, pero no sabía dónde colocarlo. Y eso me ponía muy nerviosa. Además, si era sincera conmigo misma, no podía negar que me sentía ligeramente atraída por él.
¿Por qué? ¿Por qué Edward Cullen?
Quizá esa repentina atracción era debida al niño. Quizá mi cuerpo sabía de alguna forma que aquel hombre era su padre. Si ése era el caso, más razón para mantener las distancias.
—No, no me caes demasiado bien.
—Pero estamos juntos en esto.
—No estoy de acuerdo. Los que están en esto son Jasper y Alice. Tu parte en el asunto ya ha terminado.
—Eso era cierto antes, pero ahora…
—Nada ha cambiado.
—No puedes ser tan ingenua.
—Te aseguro que soy de todo menos ingenua —replique.
—Muy bien, no eres ingenua. Pero tendrás que admitir que las cosas ahora son diferentes.
—Sí, son diferentes, pero ya encontraremos una solución.
—Pero tú contabas con que Alice y Japer pudieran cuidar de ti, ayudarte durante los últimos meses del embarazo. Y ahora Alice tiene que cuidar de sí misma.
—¿Crees que no puedo cuidarme yo sólita? Perdona, pero llevo años haciéndolo. Mucho más tiempo que la mayoría de las mujeres de mi edad.
—No me refería a eso.
—Entonces, ¿a qué te referías?
—Por lo que me ha dicho Alice, no has tenido un primer trimestre muy agradable y la cosa va a peor. El segundo trimestre no será tan malo, pero cuando estés de seis o siete meses…
—¿Eres un experto en embarazos? —lo interrumpí.
Edward hizo una mueca.
—No, pero cinco de mis compañeros han tenido hijos en el último año y medio. He tenido que oír todo tipo de quejas sobre antojos, dolores de riñones, mujeres que no pueden atarse los cordones de las zapatillas…
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —reí, irónica. Pero la risa murió al comprobar que él estaba muy serio—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuré, esperando que él soltase una carcajada—. Pero no, ni parpadeó siquiera—. Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
encontre esta historia en fanficyion pero no estab los primeros capis asi que te segui hasta aqui!
ResponderEliminary me ha parecido una historia interesante seguire leyendo
saludos
hola el capitulo 2 no anda :( avisame cuando lo arregle... gracias
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