viernes, 16 de julio de 2010

HOLA!

SE QUE PENSARON QUE ABANDONARIA LA HISTORIA, PERO COMO ME FUE IMPOSIBLE SEGUIRLA SUBIENDO, CREE ESTE ESPACIO PARA CONTINUARLA ACA, APENAS ESTOY AMBIENTANDOME, POR LO QUE AUN NO HE COMENZADO CON DECORACION DE ESTE NUEVO LUGAR, ESPERO ME DISCULPEN, PERO NO QUISE SEGUIR HACIENDOLAS ESPERAR!

MAS ABAJO ESTA EL CAPITULO NUEVO DE NO TE ENGAÑE, ESPERO SEGUIR CONTADO CON SU APOYO, CON SUS COMENTARIOS YA QUE ES LA UNICA FORMA QUE TENDRE DE SABER SI LA HISTORIA ES DE SU AGRADO.

SE ACEPTAN SUGERENCIAS PARA LO QUE QUIERAN.

CARIÑOS

SWEETY!

VANESSA

NO TE ENGAÑE CAPITULO 8

Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .

Capitulo ocho
BPOV

Junto a la ventana, contemplaba el canal preguntándome cómo podía mejorar las cosas entre Edward y yo. Llevábamos varias semanas casados y aún no me había adaptado a la situación.

Era difícil creer que fuera verdad, sobre todo porque Edward apenas se había acercado a mi desde la noche que salió del dormitorio dejándome allí, Al principio había pensado que estaba dejando que su cólera se apagara. Pero la boda se había celebrado sin que comentáramos más que algunas formalidades.
Había sido una ceremonia privada y pequeña que no había ejercido ningún impacto en nuestra relación. No había sido una boda normal y según pasaban las semanas, cada vez estaba más claro que tampoco sería un matrimonio normal.
Me sentía como si estuviera atrapada en el tiempo, nada cambiaba y todos los días eran iguales. Edward y yo seguíamos compartiendo el dormitorio, pero él trabajaba hasta tarde casi todos los días y no llegaba hasta medianoche. No había vuelto a tocarme.
Sabía que estaba preocupado por su abuelo. Su instinto de que algo iba mal había sido correcto, porque André había desarrollado una infección pulmonar. Pero por lo que sabía, ya la había superado.
Me aparte de la ventana pensando en sentarme a leer un rato antes de ir a dar un paseo.
–Edward –dije con sorpresa, al verlo junto a la puerta. Eran poco más de las diez de la mañana y él nunca volvía de la oficina durante el día–. ¿Va todo bien? ¿Tu abuelo...?
–Si. De hecho, por eso estoy aquí. La salud de mi abuelo ha mejorado mucho. Esta mañana sería un buen momento para que lo conocieras.
–Iré a por mi bolso – fuí hacia la puerta Edward no se apartó para cederme el paso, lo roce al pasar y el contacto hizo que se me erizara el vello y me aceleró el pulso.
Intente ignorar la reacción mientras subía rápidamente al dormitorio. Comprobé mi aspecto en el espejo y me desconcertó ver el rubor de mis mejillas y el brillo de mis ojos. Me pregunte si había sido ese leve roce lo que había iluminado mi rostro, o tal vez la perspectiva de estar un rato en compañía de Edward.
Fuera lo que fuera decidí no darle vueltas. No necesitaba cambiarme de ropa. Desde aquella primera mañana había cuidado mucho mi aspecto para que Edward no volviera a tener la oportunidad de humillarme.
Caminamos hasta Palazzo Cullen y cuando llegamos Edward me dio la mano. Me estremecí y luego comprendí que era el primer contacto físico real que habíamos tenido desde la noche en la que estuvimos a punto de hacer el amor.
Edward no había vuelto a tocarme y el que lo hiciera en este momento dejaba muy claro que su intención era demostrar a todos en Palazzo Cullen que era suya. Eso me recordó lo importante que era para Edward que su abuelo nos considerara una pareja enamorada.
Subimos al dormitorio de la segunda planta, donde André descansaba.
–Nonno, quiero presentarte a alguien –dijo Edward. Cruzó la habitación para besar a su abuelo en la mejilla. Después puso un brazo sobre sus hombros y lo ayudó a sentarse.
– Será mejor que me ponga las gafas para ver quién es.
Sonreí. A pesar de mi nerviosismo, el abuelo de Edward me agradaba. Por frágil que fuera su cuerpo, tenía la mente muy despierta.
–Están aquí, con el periódico –dije, fui a recogerlas al otro lado de la cama y se las di.
–Gracias, querida. No, no te alejes –añadió André, estirando el brazo para detenerme y hacer que me aproximara – Para que te eche un buen vistazo.
–¡Nonno! –lo reconvino Edward – Suelta a Bella y haré las presentaciones.
–¡Forma1idades! –rezongó André, pero me soltó – ¿De qué sirven las formalidades a mi edad? Dime rápidamente quién es esta bella jovencita inglesa. Y por qué la has traído para presentármela.
–Ella es Bella. Y me alegra decirte que...
–Sí, vamos..., dilo ya –urgió André.
–Que es mi esposa –concluyó Edward, sin inmutarse por la interrupción de su abuelo.
–¿Tu esposa? ¿Y cómo no sabia yo nada de eso?
–Estabas enfermo, nonno –dijo Edward – Me pareció mejor seguir adelante con la boda y decírtelo cuando te hubieras recuperado.
–¿Te casaste sin mí? – André , con aspecto ofendido, miró a Vito y después a mí – Así que por fin has tenido el sentido común de asentarte?
–Si, nonno –dijo Edward, abrazandomecon afecto, acepte el abrazo, agradeciendo sentir sus fuertes brazos rodearme, aunque fuera una charada. Intente mantener la mente despejada y prestar atención al intercambio entre Edward y su abuelo – Fue una boda muy pequeña –añadió Edward.
Me pregunté cuánto había influido el deseo de André de verlo casado en la súbita propuesta matrimonial, todo había ocurrido muy rápido. Yo me había casado por el bien de mi hijo, pero no entendía qué motivación tenía Edward. Sobre todo teniendo en cuenta su empeño por evitarme.
–¿Así que al fin encontraste a la mujer adecuada? – Inquirió André, inclinándose hacia delante y mirándome atentamente – Una rosa inglesa.
–La mujer adecuada –dijo Edward, besándome en la mejilla – Si, nonno. Siempre me dijiste que con el tiempo encontraría a la mujer adecuada.
–Sí que lo dije, verdad? –el anciano resopló y sus ojos chispearon con humor–. Recuerdo haber hablado contigo unos días antes de pillar esa horrible infección. Te dije que te apresuraras en darme un heredero. ¿De eso se trata esto?
Apenas conseguí ocultar mi reacción. El corazón me dio un bote en el pecho y me quede sin aire. Edward, por su parte, se puso rígido, casi sentí su dolor en la tensión de sus músculos.
–Te fuiste de viaje de negocios a Londres – dijo André – ¿Qué hiciste? ¿Declararte a la primera jovencita atractiva que encontraste?
–No, nonno. No ocurrió así... –Edward miro el rostro de su abuelo y se quedo sin palabras.

EPOV
La conversación no debería haber tornado ese rumbo. El astuto anciano me había echado la zancadilla y, si no reaccionaba rápidamente, nuestro sacrificio sería en vano. Si no convencía a mi abuelo de que mi relación con Bella era genuina, tal vez no aceptara al bebé como heredero suyo. No moriría feliz.
Y se trataba precisamente de satisfacer el deseo de mi abuelo de ver su nombre perpetuado. Sería un mal nieto si no hacía lo único que alegraría los últimos días de mi abuelo. Un hombre que había hecho muchísimo por mi y a quien le debía todo.
–Es cierto que llegamos de Londres el día antes de que enfermaras – intervino Bella, con voz clara y entonada – Pero no acabábamos de conocernos.
–Cuéntame más – mi abuelo se inclinó hacia delante como si no quisiera perderse una palabra.
–Nos conocimos hace casi un año – Bella se acercó más a la cama – Después de varios meses viajando entre Londres y Venecia en fines de semanas y vacaciones, Edward me pidió que viniera aquí. He estado viviendo en Venecia con él desde noviem...
Me había asombrado y aliviado que hubiera salvado la situación. Pero en ese momento se había sonrojado y tenía la vista clavada en el suelo, ocultando su rostro.
–¿Que ocurre? –ladró – ¿Por qué has dejado de hablar?
–Yo..., he pensado que podrías ser católico – Bella alzó el rostro y siguió–. Que no aprobarías que hayamos vivido juntos. Lo siento... probablemente sea la razón de que Edward nunca me trajera antes.
La carcajada del nono rompió la tensión.
–Ahora entiendo –dijo mi abuelo entre risas – Estabas tomándote tu tiempo, asegurándote. Después de Heidi, entiendo bien tu precaución.
–Me pareció más sabio asegurarme –dije, mirando a Bella. No sabía por qué había dicho eso... si me estaba defendiendo o simplemente representando su papel. O tal vez había dicho lo que pensaba.
Fuera lo que fuera, sentí un gran alivio y la abrace con toda naturalidad. Su inocente parloteo había conquistado a mi abuelo, y yo se lo agradecía.
De repente, pensé en lo distinta que era Bella de Heidi. De hecho, era distinta a todas las mujeres con las que había mantenido relaciones.
El corazón de Heidi era duro e impenetrable como un diamante. Recorde su rostro desdeñoso y supe que con ella nunca habría podido usar la misma táctica de persuasión que había usado con Bella.
Ese pensamiento me hizo sentirme algo incómodo, pero lo rechace. Que Bella tuviera debilidades no implicaba que no se mereciera un castigo. No podía olvidar que me había sido infiel con otro hombre.
–Pero ahora algo ha cambiado –me volví hacia mi abuelo y segui hablando – Algo que nos ha hecho mirar hacia el futuro.
–¿Y qué es? – se incorporó más y, por la expresión de su rostro, supe que había adivinado lo que iba a decirle.
–Bella está embarazada – le dije – Eres el primero en enterarte de esta maravillosa noticia.
Se quedó atónito un momento. Era como si la noticia, que tantos años llevaba esperando, de repente fuera demasiado para él. Después una deslumbrante sonrisa iluminó su rostro.

BPOV
Observe como sus ojos se humedecían y, aunque acaba de conocer al abuelo de Edward, capte lo importante que era eso para él. Impulsivamente, me incliné sobre la cama y besé su mejilla.
–Me habéis hecho muy feliz --dijo--. Mi apellido se perpetuará. Habrá Cullen en palazzo Cullen.
Le sonreí, pensando en lo distinta que era la vida para la familia de Edward. Tal y como había crecido yo, me costaba imaginarme vivir en un palacio que llevaba cientos de años en manos de la familia.
–¿Qué opinas de Venecia? –preguntó André – La gente dice que es vieja y se derrumba.., como yo – el brillo alegre de sus ojos lo hacía parecer años más joven–. Pero yo digo que al perro viejo aún le queda vida dentro. ¿Qué piensas tú, Bella?
–Que es indudable – sonreí con calidez y le agarré la mano. Senti un leve temblor y supe que empezaba a cansarse – No podía ser más distinta de la campiña verde y abierta en la que crecí, pero me encanta. Es bella, fascinante y siempre se encuentran cosas nuevas que admirar.
-¿No es demasiado ajetreada para ti? – me presionó–. Después de la tranquilidad del campo?
–Adoro el ajetreo y el bullicio –dije con sinceridad – Y si necesito espacio, camino junto al agua o salgo a la laguna en barco.
André recostó la cabeza en la almohada. Parecía frágil, pero había luz en sus ojos azules.
–Estás cansado, nonno –dijo Edward – Deberíamos dejarte descansar.
–No, espera un momento. Mira en el cajón superior... hay una caja de madera.
–Te refieres a ésta? –preguntó Edward, mostrándole una caja plana y brillante que sacó de la cómoda.
–Dásela a Bella –dijo.
Edward arrugó la frente pero obedeció a su abuelo, acepte la caja dubitativa, debatiéndome entre el desagrado que veía en Edward y el deseo de André.
–¡Oh! –exclame al abrir la caja y ver un impresionante collar – ¡Es exquisito!
–Cristal veneciano antiguo –explicó André – Era de mi bisabuela. Hasta ahora no había tenido a quién dárselo. Es para ti. Bienvenida a la familia.
Mire la joya con asombro. Nunca había visto nada tan bonito, y saber que las cuentas de cristal tenían cientos de años, que el collar había pasado de generación en generación lo hacía aún más especial.
–No podemos aceptarlo, nonno –dijo Edward.
–No te lo estoy dando a ti – André miró a su nieto con dureza y luego me miró - Tu esposa lo aprecia. Veo en su expresión que entiende cuál es el valor auténtico del collar.
–Edward tiene razón –dije, cerrando la caja a mi pesar – Es demasiado. Acabas de conocerme.
–Eso no importa. Ahora eres mi nieta –dijo André, recostó la cabeza y cerró los ojos–. Estoy cansado, podéis marcharos.
Apreté la caja entre mis manos mientras Edward me guió fuera del palazzo. Había sido una mañana llena de sorpresas.
Volvimos a casa en silencio. Seguía teniendo preguntas pero algunas cosas empezaban a aclararse. El abuelo de Edward era un hombre fantástico y entendía que Edward deseara hacerlo feliz. Pero no estaba siendo honesto con nadie.
–Ojalá me hubieras dicho –dije sin preámbulos, en cuanto estuvimos en nuestro dormitorio – que la única razón por la que querías casarte conmigo era para hacer feliz a tu abuelo en sus últimos días.
–No había necesidad de complicar nuestro acuerdo – Edward no se molestó en negar la acusación – No era asunto tuyo.
–Claro que lo era –dije – ¡Estoy involucrada! Soy la que lleva a tu hijo, al bisnieto de André. Y soy quien pasará tiempo con él en sus últimos meses.
–Guárdate eso para el resto del mundo – espetó – La repetición continua no lo convertirá en verdad, así que deja de intentar convencerme de que el bebé es mío.
–Pero lo es –proteste – Digas lo que digas yo no dejaré de creerlo, o de decirlo, porque es verdad.
–Mi abuelo es viejo y frágil. No vivirá mucho tiempo –Edward le dio la vuelta a la conversación de forma brutal – Lo que necesita es pensar que su apellido se perpetuará. No hacer vida social contigo.
Lo mire con amargura. A pesar de las circunstancias, había disfrutado conociendo a André. Era un hombre maravilloso y estaba segura de que pasar tiempo con él enriquecería mi vida.
–¡Oh, Dios mío! – gemí de repente. Me flaquearon las piernas y tuve que sentarme en la cama – Para ti esto es un acuerdo temporal. En cuanto André muera, ¡nos echarás a mí y al bebé!
Miré a Edward suplicante, desesperada por oír que me equivocaba. Pero él se limitó a mirarme con dureza.
–Tu abuelo habrá muerto feliz. Y yo ya no te seré de utilidad. Ni el bebé. ¡Por fin entiendo que lo sugirieras aún creyendo que el bebé no es tuyo!
–Era una solución práctica –dijo Edward con frialdad – Y ahora por fin entenderás que no tiene sentido que intentes convencerme de tu inocencia. O que inicies una relación con mi abuelo. O que eches raíces en Venecia. En cuanto él muera, tú serás historia.
Lo miré horrorizada por la fría brutalidad de sus palabras.
–¡Eres un ser despreciable! –grite, poniéndome en pie – No te mereces un abuelo que te quiera tanto
–No me merecía una amante que me traicionara – sólo sus ardientes ojos verdes denotaban emoción.
Me quede muda. No podía creer que Edward fuera capaz de algo así. Siempre lo había considerado un hombre justo y generoso, pero eso cambió el día que me hecho por estar embarazada. Tras su propuesta de matrimonio, volví a replantearme mi opinión.
Sabía que estaba molesto porque creía que lo habia traicionado, pero tras esa última revelación pensé que era el hombre más bajo y vil que conocía.
–Dame eso – Edward me quito la caja de madera de las manos – No puedes ponértelo.
–No me extraña que no quisieras que André me lo diera – dije con amargura – No te preocupes, no voy a robarte una valiosa joya familiar.
–Es muy antiguo y frágil –dijo Edward – La humedad de Venecia hace que las cosas se deterioren. Tendrá que revisarlo un experto para que no se rompa cuando te lo pongas.
–No me lo pondré –dije – Era un regalo maravilloso, pero tú lo has envenenado.
Miró a Edward y noté que tenía los hombros rígidos de tensión y que un músculo palpitaba en su angulosa mandíbula. Aunque tenía los párpados entornados vi que sus ojos denotaban una profunda emoción.
Tal vez la discusión no le dejaba tan frío e indiferente como quería hacerme creer, pero eso no cambiaría sus intenciones.
–Vamos a dejar las cosas claras entre nosotros –dijo con voz acerada – Nada de lo que has descubierto hoy cambia nuestro acuerdo. Lo has hecho muy bien con mi abuelo y seguirás representando el papel de esposa enamorada. Hasta que acabe contigo.
Lo miré colérica, incapaz de expresar el horror que sentía. Por lo visto pretendía que soportara las acusaciones injustas y la hostilidad. Estaba diciendo que no podía defenderme ni expresar mi opinión sobre nada. Y que luego, cuando acabara conmigo, me echaría de nuevo, pero esa vez con mi bebé.
–Me mentiste. Me mentiste sobre crear un futuro para nuestro bebé.
–Tú mentiste primero – me devolvió – Cuando intentaste hacer pasar ese bebé como mío.
–No te importa en absoluto – mi voz sonó vacía – Dijiste que sería mejor para el bebé. ¿Pero cómo puede esto ser mejor? Me engañaste y manipulaste para que me casara contigo, y planeabas librarte de nosotros como si fuéramos basura.
–Ahora no estoy mintiendo –dijo Edward – Y no volveré a hablar de esto. La situación está clara y no toleraré tus desafíos ni tus continuas afirmaciones de que soy el padre de tu bebé.
Con eso, se dio la vuelta y salió del dormitorio, llevándose el collar.
comentarios?
Dejenme saber que les parecio

NO TE ENGAÑE CAPITULO 7

Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .

Capitulo siete
BPOV

Me tumbo sobre la cama, se quito la chaqueta y la corbata antes de arrodillarse a mi lado y terminar de desabrocharme el vestido.
Lo mire sonriendo al ver cómo le caía el flequillo sobre la cara. Alce la mano y acaricié su cabello.
De repente, me pareció muy íntimo tocarle el pelo. Era una tontería, tras lo que había ocurrido en el barco y lo que estaba a punto de ocurrir. Pero en ese momento me encontré pensando que todo iría bien. Casi podía imaginar que las últimas seis semanas no habían existido.

–He echado esto de menos –dijo Edward, quitándome el vestido. Miró mi cuerpo sólo cubierto por un sujetador de encaje, un tanga, medias y zapatos de tacón.
–Eres bellísima –murmuró, tomando un seno con cada mano. Sus dedos se sentían deliciosamente cálidos sentí como mis pezones se tensaban instantáneamente contra sus palmas.
Con dedos hábiles me desabrochó el sujetador y lo tiró a un lado. Sus pupilas se dilataron de deseo me arquee hacia atrás, ofreciéndole mis senos. El supo exactamente qué deseaba.
–¡Ah! –grite cuando su boca se cerró sobre un pezón. Sentí un glorioso cosquilleo recorrer todo mi cuerpo mientras la lengua de él hacia magia con mi carne–. ¡Oh, Edward! –gemí, no podía creer que estuviera ocurriendo por fin. Edward me estaba haciendo el amor y todo volvía a ser como antes.
El movía las manos por mi cuerpo, quemándome, mientras me quitaba las braguitas y las medias, haciendo que mi pulso se acelerara cada vez más.
Desnuda en la cama, jadeaba cuando Edward alzó la cabeza para mirarme. Me tense de excitación sexual. Sabía que él me deseaba en la misma medida.
Pero llevaba demasiada ropa. Necesitaba sentir su piel contra la mía, tocar su cuerpo duro y musculoso. Alce las manos para quitarle la camisa.
–Eso está bien –dijo Edward con voz ronca, mirando cómo mis dedos peleaban con los botones–. Debería haberlo recordado, cenar fuera siempre te excitaba.
–No ha sido eso –proteste, librándome por fin su camisa. Hice una pausa y lo mire. Era verdad que la mayoría de nuestras noches románticas se habían iniciado cenando fuera.
–Ah, ahora lo recuerdas –dijo Edward, quitándose e1 cinturón.
–No era por cenar fuera –insistí.
Sentí un extraño vacío al comprender que en realidad había sido por tener su atención. Cuando pasaba una velada conmigo, en vez de trabajando, hacía que me sintiera especial. Deseada. Digna de él.
Cuando se acostaba a mi lado tras volver tarde de la oficina, siempre lo recibía con los brazos abiertos. Pero era distinto. Me complacía que me buscara tras un largo día de trabajo. Pero no era igual que cuando había pasado tiempo conmigo.
–Mañana probaremos de nuevo –dijo Edward besando mi estómago y haciéndome cosquillas con el aliento – Iremos a Marco's.
Me tensé involuntariamente. Edward se incorporó y escrutó mi rostro.
–¿Qué pasa? –exigió con voz fría y dura–. Cuando mencioné Marco's antes también reaccionaste de forma extraña. Dime qué ocurre.
–Nada – me apoye en los codos y, de repente, me avergoncé de estar desnuda.
–Dímelo –Edward se puso de pie con ira – ¿Es él? ¿Es con quien me traicionaste?
–¡No! –grite, subí las rodillas hasta el pecho y las rodeé con los brazos, asustada. Se había producido un aterrorizador cambio en él, sus facciones se habían oscurecido y vibraba de cólera.
–¡Se lo preguntaré! –agarró la camisa y empezó a ponérsela otra vez.
–¡No! –grité con horror. No podía permitir que Edward fuera a enfrentarse a Marco. Había sido mi ángel guardián aquella noche y no podía permitir que sufriera la ira de Edward por su bondad – Escúchame. No es lo que crees... te contaré lo ocurrido.
–Habla rápido –dijo Edward alcanzando su chaqueta – Después, tras escuchar tus mentiras, iré a ver qué tiene que decir Marco.
–Te dirá que me encontró sola, sin lugar a donde ir, la noche que me echaste –lo miré dolida por el recuerdo.
–Sigue –ordenó Edward con furia.
–Cerraron el aeropuerto por la niebla –tome aire, pero sabía que me temblaba la voz – Era justo antes de Semana Santa y todo estaba ocupado. No encontraba un hotel...
–¿Estás diciendo que todas las habitaciones de hotel de Venecia estaban llenas? –exigió Edward – No seas ridícula.
–Ya era tarde cuando salí de aquí –dije, recordando lo triste y enferma que me había sentido recorriendo hotel tras hotel – Me quede parada junto al callejón donde está Marco's, pensando en qué hacer. Me vio allí de pie, sola con mi equipaje.
–Sigue –el ceño de Edward era amenazador, dos profundas líneas verticales marcaban su frente.
–Fue muy amable. Me llevó a casa de su madre, porque tenía un dormitorio libre. Eso es todo –lo miré, ansiosa porque me creyera, tanto por el bien de Marco como por el mío. Pero él siguió en silencio.
Me pregunté cómo se sentiría Edward. ¿Le importaría que hubiera estado sola y desprotegida en Venecia, sin nadie a quién recurrir? Me abrace las rodillas con más fuerza, apoye la frente en ellas y deje que mi cabello cayera hacia delante como un velo.
A él no le importaba. yo nunca le había importado. Aquella noche un conocido se había preocupado más por mi bienestar que Edward.
Me sentí humillada. No sabía qué hacia allí, con un hombre a quien no le importaba y que no tenía ni el más mínimo respeto por mi.
–No te escondas de mí – Alce la cabeza a tiempo para ver que estiraba el brazo hacia mi. Me levante de un salto.
–No me escondía –Me eche el cabello sobre los hombros, desafiante, a pesar de que eso exponía mis senos a la vista, estaba desnuda y él casi vestido, pero no iba preocuparme por eso.
–No volveremos a hablar de la noche que te fuiste de Venecia –dijo Edward – Mañana cenaremos en Marco's y demostraremos a todos que somos una pareja feliz que está a punto de casarse.
–Como quieras –conteste cortante, pensando que Marco se preguntaría qué había ocurrido.
–Es inaceptable que recurrieras a Marco –siguió Edward con voz cargada de intensidad – Escúchame bien, nunca volverás a sacar nuestros problemas de este dormitorio. Pase lo que pase, nuestros asuntos son privados.
-¿Me echaste! –me defendí.
–Pero ahora estás de vuelta –recorrió mi cuerpo desnudo con la mirada – Y tendrás que asumir las consecuencias de tus actos.
–¿Que se supone que significa eso?
–Que eres mía –dijo con voz teñida de posesión sexual - Y harás todo lo que yo quiera.
–Siempre he hecho lo que querías – comprendí, para mi vergüenza, que era verdad. Pero lo cierto era que cuando habíamos estado juntos había querido lo mismo que él.
–No siempre –gruñó Edward, agarrándome con rudeza y atrayéndome hacia él. Introdujo las manos entre mi pelo y echo mi cabeza hacia atrás – Pero ahora eres mía, solo mía. Ningún otro hombre volverá a tocarte.

Me apretó contra él y frotó las caderas contra las mias. Después capturó mis labios e inició un beso apasionado. Su lengua volvió a encender el fuego de unos momentos antes. senti que el deseo surcaba mis venas nuevamente.

Una sensación pulsante se inició entre mis piernas y el tacto de esas manos recorriendo mi cuerpo exacerbó mi necesidad de tocarlo.

El se apartó de repente y empezó a desvestirse de nuevo. 1o contemple, temblorosa. Cuando mire su rostro se me paralizó el corazón. Estaba furioso.

Sus ojos eran brasas de ira y tenía el rostro tenso. Seguía colérico con respecto a mi supuesta infidelidad e iba a realizar un acto de venganza.
–No – di un paso atrás.
–Ahora ya no hay vuelta atrás –Edward fue hacia mi y alzó una mano hasta mi seno. Empezó a frotar el pezón con el pulgar y volvi a sentir un espasmo de deseo – Eres mía y te tomaré siempre que quiera.
–No vas a hacerme el amor motivado por la ira –dije, intentando ignorar el placer sensual que me provocaban sus caricias.
–Voy a recuperar lo que es mío.
–Siempre fui tuya –mi voz sonó tenue pero firme, a pesar de las tumultuosas emociones y sensaciones físicas que me asaltaban.
Casi antes de que acabara de hablar, él volvió a tomarme entre sus brazos. Introdujo la lengua en mi boca como si me reclamara de la forma más básica.
Mi traicionero cuerpo respondió. Por más que mi mente clamaba que no estaba bien, que debía detenerlo si quería mantener un ápice de autoestima, mi carne ardía de deseo por él. Anhelaba sentirlo encima de mi penetrándome una y otra vez. Haciéndome suya de nuevo.
El se apartó de repente.
Con la respiración agitada, me miró fijamente. Después giró sobre los talones y se marchó.
Me quede inmóvil. Eso era lo que había deseado. ¿Por qué entonces me sentía tan abandonada?

NO TE ENGAÑE CAPITULO 6

los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .

Capitulo seis
BPOV

Esta noche cenaremos fuera –dijo Edward – Para conmemorar tu regreso a Venecia.
–Eso será agradable –conteste. No permitiría que Edward notara que seguía afectada por la discusión.

Estaría bien salir del palazzo. Habían pasado menos de veinticuatro horas desde mi regreso y, las había pasado hecha un manojo de nervios.

No me sorprendía, tras todo lo ocurrido, pero iba a intentar no pensar en ello. Había pasado la tarde intentando concentrarme en un libro, pero ni siquiera uno de mis pasatiempos favoritos, la lectura, había conseguido distraerme de los inquietantes pensamientos que se arremolinaban en mi mente.

–Iremos a Marco's –dijo Edward.
–Eh... no... – inspiré con ansiedad y mire a Edward, buscando una excusa para no ir a Marco's. Tras lo ocurrido la última noche en Venecia, sería arriesgado que Edward y Marco entraran en contacto.

El restaurante siempre había sido uno de mis locales favoritos para cenar. Estaba lo bastante cerca del palazzo para ir andando, servía algunos de los mejores platos de Venecia y tenía un gran ambiente. Marco, el propietario, era todo un carácter, de personalidad expansiva y naturaleza generosa.

La noche que Edward me echo, la bondad de Marco había sido mi salvación. Atrapada en la ciudad cubierta de niebla, con todos los hoteles al completo y el aeropuerto cerrado, Marco me había salvado el día. Me ofreció quedarme en la habitación de invitados de su madre, sin preguntas, y él mismo me llevo al aeropuerto la mañana siguiente.

–¿No te apetece Marco's? – preguntó Edward, frunciendo el ceño – ¿Por qué no?
–Iremos, si tú quieres – No supe qué decir. Yo no he hecho nada malo, pero Edward es un veneciano orgulloso y sabía instintivamente que no le gustaría que hubiera aceptado la ayuda de otro hombre – Pero en realidad me encantaría ir a ese sitio en Burano. Me apetece pescado.
–Muy bien – Edward se estaba dando la vuelta, pero de repente paró y me taladró con su mirada esmeralda – Esta cena es una celebración. Vístete para la ocasión.

Irritada, contemple cómo se alejaba, preguntándome si pretendía provocarme con su autoritarismo. Era difícil acostumbrarse. Siempre había sido dominante, pero nunca me había dado órdenes sin más.

Cruce la habitación para mirar por la ventana alta y arqueada. Góndolas negras cargadas de turistas surcaban el canal color verde jade. Observe las lánguidas ondulaciones en la reluciente superficie del agua, pensando en cuánto había cambiado mi vida.

Ya no era una turista. Ni siquiera una visitante.

Estaba en Venecia para quedarme,

Subí las escaleras para vestirme para la cena. Le demostraría a Edward que entendía las reglas del juego.

No le haría perder tiempo aprobando mi elección; mi instinto de supervivencia no me permitía pasar de nuevo por esa humillación.

Había aceptado que Edward tenía intenciones serias de casarse conmigo, y aunque las circunstancias no eran las que habría elegido, sacaría el mayor partido posible de la situación.
No permitiría que la fuerza viril y masculina de su personalidad me apagara. Debía asumir la responsabilidad de crearme una vida en Venecia y preparar la llegada a la familia de mi bebé.
Sabía que lo mejor era dejar de luchar contra Edward y encontrar la manera de adaptarme a sus normas. Debía ser proactiva. Sería mejor intentar influir en el desarrollo de las cosas que pelear con Edward después de que hubieran sucedido.

Poco después cruzábamos la laguna de camino a la isla de Burano.

–He echado de menos estar en el agua –dije, mirando a Edward. La luz dorada del atardecer doraba su pelo cobrizo y daba a su rostro un cálido resplandor, pero sus rasgos eran inescrutables. Imposible saber qué pensaba – Era una de mis cosas favoritas de vivir aquí, aunque estuviéramos en invierno.
–Nunca pareció afectarte el frío –dijo Edward. Después regresó a su silencio, aunque era obvio que yo intentaba iniciar una conversación.

Solté un leve suspiro y decidí disfrutar del viaje en barco admirando las vistas. El sol creaba un bello efecto en el agua: olas azul oscuro contra bandas anaranjadas que reflejaban el sol.
No tardamos en llegar a la pintoresca isla. Con sus casas sencillas y pintadas de alegres colores, parecía un mundo distinto a Venecia. No había hoteles en la isla y cuando caía la tarde los turistas regresaban a la ciudad. Los artesanos locales recogían sus encajes y demás productos y los pescadores salían a dar un paseo con su familia.

El barco se detuvo a un lado del puerto, y el piloto bajó de un salto a atarlo. Edward desembarcó primero y se dio la vuelta para ayudarme.

Lo acepte automáticamente, pero cuando nuestras manos entraron en contacto sentí una viva descarga de energía sensual. Aparte la mano con un gemido y me tambalee cuando el barco dio un vaivén. Los dedos de Edward se cerraron sobre mi brazo para afirmarme, pero no dijo nada mientras yo bajaba.

–Gracias –intente que mi voz sonara alegre y desenfadada, sin conseguirlo. No entendía que simplemente tocar su mano me provocara una reacción sexual. Mi cuerpo vibraba de deseo por él, a pesar de que no había dicho ni hecho nada – Ya debería saber que no se pueden hacer movimientos bruscos estando de pie en el borde de un barco.

Alce los ojos a su rostro y se me resecó la boca al ver cómo me miraba. Desvié la vista, esperando a que hablara, pero él siguió en silencio.

–¡Por Dios santo! – Me detuve y gire la cabeza para mirarlo – Deja de contestarme con silencios. Eres tú quien quiere mantener las apariencias.
–¿Que quieres que diga? –Edward alzó una ceja y siguió andando hacia el restaurante – ¿Quieres que te regañe por actuar como una tonta al borde del agua? ¿O quieres que hablemos de cómo el simple contacto de mi mano en la tuya hizo que una corriente de deseo sexual surcara tus venas?
–Eso no es verdad –proteste indignada, sonrojándome. La mera mención del deseo sexual me provocaba una reacción que prefería negar, sobre todo dada la actitud arrogante y hostil de Edward. Me alegre de que estuviéramos caminando y él no me mirara.
–Claro que lo es. Y si algo tan sencillo te excita, ¿qué ocurrirá en el restaurante cuando te abrace y demuestre a todos lo felices que somos?
Esa absoluta confianza en el efecto que ejercía en mi, me afectaba en más sentidos de los que podía enumerar. Solo pensar en que podía excitarme me excitaba aún más. Se me acelero el pulso.
–Por qué no podemos tener una conversación normal? –protesté, intentando controlarme.
–Podríamos intentarlo –dijo Edward, abriéndome la puerta del restaurante – Pero sería mejor que te enfrentaras a la realidad, no te concentrarás en otra cosa. Ambos sabemos cómo acabará esta velada.
Me imagine haciendo el amor con Edward y mi cuerpo vibró de arriba abajo. Por más que lo intentara, era imposible ignorar esas imágenes.
Sentí que tenía las mejillas arreboladas cuando el maître se apresuró a darnos la bienvenida, protestando por cuánto hacía que no íbamos, nos condujo a la mejor mesa del restaurante.
–¿Quieren una copa de Prosecco para empezar? –preguntó el maître.
–Perfecto –Edward me dedicó una sonrisa lenta que me provocó un escalofrío–. Al fin y al cabo, es una velada de celebración.
–Yo no debería tomar más que unos sorbos –dije, sin querer mencionar mi embarazo.
–¿Cómo es eso lo que dicen los ingleses? –los ojos de Edward adquirieron un brillo diabólico–. Un poco de lo que gusta siempre hace bien.
Temblorosa, me concentré en la carta para evitar su penetrante mirada. Si quería sobrevivir a la velada, tenía que controlarme y no pensar.
Cuando el camarero llego a informarnos de los platos de pescado especiales del día, ya me había recompuesto un poco. Para cuando pedimos había controlado más o menos mi reacción física ante Edward, pero sabía que iba a tener que esforzarme para conseguir que la conversación mantuviera un tono neutro.
–Deberíamos hablar de los planes de la boda –dijo Edward, sorprendiéndome con su cambio de táctica.
–Desde luego –acepte, aliviada porque hubiera abandonado su campaña para incomodarme. Tome un sorbo de Prosecco, el vino blanco espumoso de la región de Veneto. Las dedicadas burbujas cosquillearon mi paladar y, mi tensión disminuyó.
–Debe ser muy pronto –siguió Edward – Y creo que un pequeño evento familiar sería lo mejor. ¿Hay alguien a quien quieras invitar que pueda venir con poco aviso previo?
–No lo sé. No he pensado en ello – me pase la mano por el cabello, consternada. Iba a ser muy raro seguir adelante con esa boda. Y seguía preocupándome mantener las apariencias con mi madre y mis mejores amigas presentes – Creo que seria mejor decírselo después. Podrán visitarnos más adelante.
–¿Te avergüenzas de tu prometido? –preguntó Edward. Su voz sonó neutra, me pregunte si se sentía ofendido o estaba siendo irónico.
–No –lo mire a los ojos. Un par de meses antes me habría enorgullecido – Pero no estoy segura de poder convencer a mis seres queridos de que esto es real. Aún no me he acostumbrado ni yo.
–De acuerdo. Si crees que será mejor, haremos eso. Sólo mi abuelo, si está lo bastante recuperado, y un par de testigos.
Me miró unos segundos más y contemplando sus ojos verdes a la luz de las velas, recordé cómo nos habíamos mirado en otros tiempos. Me alegró que aceptara mi sugerencia sin protestas. Mi obligación era conseguir que el matrimonio pareciera normal, pero era demasiado pronto para sentirme segura de lograrlo ante la gente que más me conoce y quiere.
El resto de la cena se desarrolló con calma. Edward mantuvo la conversación ligera y para cuando acabe mi helado, comprendí que era la primera vez que disfrutaba de una comida entera en varias semanas. Tal vez mi cuerpo se había acostumbrado al embarazo, ahora que empezaba el segundo trimestre.
–Vamos a casa –dijo Edward. Pidió la cuenta.
Lo mire y recordé de repente lo que había dicho sobre cómo acabaríamos la velada. Me estremecí de anticipación. No podía negar que había echado de menos las noches de pasión compartida.
Contemple los cuadros que cubrían las paredes para no pensar en hacer el amor con Edward. En visitas anteriores él me había comentado que los antiguos propietarios a veces habían aceptado cuadros como pago por la comida. El resultado eran paredes cubiertas con un asombroso y ecléctico despliegue artístico del que ella siempre había disfrutado.
Había oscurecido cuando cruzamos la laguna de nuevo y la luna, en cuarto creciente, colgaba entre las estrechas calles. Tirite y me arrebuje en mi chal de seda; no porque tuviera frío, sino por el modo en que Edward volvía a mirarme.
Estaba demasiado oscuro para ver sus rasgos, pero presentía que su expresión era una que conocía bien. E indicaba que pronto estaríamos haciendo el amor.
–Tienes frío –dijo Edward, poniendo un brazo sobre mis hombros y atrayéndome hacia su costado.
–En realidad no –conteste apoyándome en su cuerpo musculoso con placer. O la media copa de vino se me había subido a la cabeza, o me embriagaba estar tan cerca de Edward. Su aroma masculino y especiado invadía mis sentidos y hacía que mi cuerpo rememorara mil sensaciones placenteras.
–Estás temblando –murmuró Edward, acercándose a mi oreja, sentí sus labios rozar mi cabello. La excitación atenazó mi estómago al pensar en lo que pronto ocurriría.
–No es frío –susurre con voz tenue. Aunque anhelaba volver a estar en sus brazos, también estaba nerviosa. ¿Sería tan fantástico como recordaba? ¿Quedaría Edward satisfecho?
La compatibilidad física era lo que podía crear un vínculo genuino en este matrimonio de conveniencia.
–He echado esto de menos, bella mía – la voz profunda y sensual vibró en todo mi cuerpo. El tomó mi rostro entre las manos y ladeó mi cabeza, como si estuviera a punto de besarme.
Lo miré en silencio. Quería sentir sus labios, y la destreza de sus besos. Pero él no se movió.
–Yo también –susurre, recordando en los tiempos en los que me habría parecido natural atraerlo para besarlo. Sin pensar en lo que hacía, me incline hacia él y besé sus labios con suavidad.
Contuve el aliento. El no me había devuelto el beso. Pensé que quizá eso no fuera lo que él deseaba.
De repente, Edward empezó a moverse y todo ocurrió al mismo tiempo. Introdujo las manos bajo mi falda suelta y las deslizó por la parte exterior de mis mulos. Después, sin darme tiempo a reaccionar. Agarro mis caderas y me sentó a horcajadas sobre él.
Me agarre a sus anchos hombros para estabilizarme, sintiendo una intensa oleada de deseo concentrarse en el punto más sensible de mi anatomía, que estaba en contacto con la intensa erección de él. Estábamos en la posición perfecta para practicar el sexo y me sentía como si lo estuviéramos haciendo.
El movimiento del barco botando sobre las olas hacía que nuestros cuerpos chocaran eróticamente yo empecé a respirar cada vez más rápido. A una parte remota y racional de mi mente le costaba creer que pudiera estar tan excitada. Apenas me había tocado y ni siquiera me había besado. Pero mi cuerpo ardía.
Seguía teniendo las manos bajo mi falda, en las Caderas. Deseaba sentir su caricia.
–Quiero tocarte por todas partes –murmuró él, empezando a mover las manos.
Como tenía las rodillas apoyadas en el asiento, había espacio para que él deslizara las manos alrededor de la curva de mi trasero. Me mordí la punta de la lengua al sentir el contacto.
–Bésame –fue una orden, me pregunto si estaba jugando conmigo. Antes no me había devuelto el beso. Me pregunte si respondería esa vez o siseguiría frío como la piedra, a pesar de saber lo excitado que estaba.
Inclinó la cabeza y rozó su boca con mis labios. Me estaba volviendo loca de frustración sexual, e iba a intentar devolverle la jugada.
Pero en cuanto nuestros labios entraron en contacto sentí otra oleada de deseo incontrolable y escuche un gemido grave y sexual escapar de su garganta.
Edward alzó la mano, la puso tras mi nuca y atrajo mi boca con rudeza, besándome con pasión y furia. Introdujo la lengua en lo más profundo de mi boca y yo le di la bienvenida con ganas. Quería saborearlo y sentirlo. Estar tan cerca de él como fuera posible.
Nunca nos habíamos besado así antes. En las muchas noches de sexo salvaje o tierno que compartimos, nunca experimente un beso tan intenso. La sangre zumbaba en mis oídos borrándolo todo excepto a Edward y mi deseo de estar con él.
Senti su otra mano interponerse entre nosotros y abrir los botones del corpiño del vestido. Un momento después su mano estaba dentro, deslizándose bajo el encaje del sujetador para moldear mis senos. Deje escapar un suspiro de placer mientras él seguía besándome y presionando un pezón con los dedos.
–Oh, Edward –gemi , apartando la boca para tomar aire, jadeando.
–Estás lista para mí –una mano seguía dentro de mi sujetador, provocando sensaciones deliciosas, y la otra bajo la cortina de pelo que había caído hacia delante. Me lo echo hacia atrás y me tapó con el chal de seda para ocultar el vestido desabotonado – En cuanto estemos dentro te haré mía, de una vez por todas.
Sus posesivas palabras eran una atractiva promesa. Quería ser suya. Siempre había sido suya. Desde el momento en que nos conocimos había sido el dueño de mi cuerpo, capaz de llevarme a alturas inimaginables. Hacía que mi mundo estallara en multitud de estrellas de éxtasis y nada importaba excepto él.
Murmure una protesta cuando él sacó la mano del vestido, pero comprendí que el barco había bajado e velocidad y ya recorría los canales de la ciudad. En un minuto estaríamos en el palazzo.
El barco llegó al arco gótico de la compuerta y Edward me levantó de su regazo. A mi me temblaban las piernas, él me envolvió en el chal y me alzó en brazos. Una vida en barcos y canales le había dado gran agilidad y equilibrio; un momento después estábamos fuera del barco y de camino al dormitorio.

NO TE ENGAÑE CAPITULO 5

Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .

Capitulo cinco

BPOV

El bello palazzo Cullen había sido el hogar de André Cullen durante más de setenta y cinco años, estaba en el centro de la ciudad en una zona magnífica del Gran Canal.
Era posible ir desde casa de Edward por el agua, utilizando las impresionantes entradas al canal de ambos palazzos, pero a mi me complació que él prefiriera andar. Había echado de menos pasear por el laberinto de calles estrechas, siguiendo canales y cruzando puentes. Aunque había vivido en Venecia bastante tiempo, descubría algo nuevo casi en cada paseo y siempre me había gustado investigar zonas nuevas.
En ese momento que caminaba junto a Edward con cierta aprensión, me había dicho que su abuelo era un anciano frágil, pero yo sabía que André había sido un formidable hombre de negocios la mayor parte de su vida. Edward hablaba de él a menudo, con respeto pero también con mucho cariño.
Sabía que Edward había ido a vivir a palazzo Cullen con su abuelo siendo un niño, cuando sus padres murieron en un accidente. Estaba claro que André era muy importante para él, al igual que esa visita. Esperaba que las cosas fueran bien.
No tardamos mucho en llegar al palazzo barroco, miré con asombro la impresionante fachada, ornamentada con columnas y estatuas de mármol.
–Y ésta es la entrada de atrás –comentó Edward deteniéndose a mi lado–. La que da al canal es increíble.
Sonreí sorprendida. El había crecido en ese histórico palacio, pero no había dejado de admirarlo y era obvio que se sentía orgulloso de su linaje. Lo miré de reojo y por un momento me pareció el Edward que había conocido antes. Parecía relajado y casi feliz, como si ir al palazzo Cullen fuera como volver al hogar. Tuve la sensación de que le apetecía mucho versu abuelo y darle la noticia.
El me dio la mano. Era un gesto que podía tomarse tanto como un símbolo de posesión o de afecto, yo volví a recordar lo importante que era que hiciese bien mi papel. El ama de casa dijo que André estaba descansando en la cama y subimos a verlo a la segunda planta.
En cuanto entramos en el dormitorio, presentí que algo no iba bien. Edward se tensó a mi lado en cuanto vio a su abuelo; me soltó la mano y fue rápidamente hasta la cama.
–¿Nonno? –Edward se inclinó para hablarle al oído–. ¿Te encuentras bien?
Me quede junto a la puerta, sin saber qué hacer, El ama de llaves había dicho que André estaba descansando, no que estuviera mal. Desde donde estaba, no sabía qué había provocado esa reacción en Edward. André parecía viejo y cansado, pero tal vez Edward, al conocerlo tan bien, había captado algo más preocupante.
–¿Edward? –la voz sonó débil, pero el anciano había reconocido perfectamente a su nieto–. Estoy cansado, nada más.
–Voy a llamar al medico –dijo Edward– No me gusta el aspecto que tienes.
–Bah –rezongó André–. No hace falta que te guste mi aspecto, no soy una de tus mujeres.
Sonreí al oír la respuesta. El comentario sobre las mujeres de Edward era inquietante, pero era obvio que el anciano estaba lúcido. Y también que era un hombre de temperamento, aunque estuviera confinado en la cama.
Edward se había inclinado más y hablaba a su abuelo con voz firme pero amable. Era obvio que el anciano significaba muchísimo para él.
Se me cerró la garganta y derramé una estúpida lágrima al recordar a Edward hablándome así a mí. Ya no lo hacía. Me di la vuelta, intentando no pensar en lo distinto que era todo.
Para distraerme admire la impresionante decoración de las paredes. La ornada decoración era espléndida, muy apropiada para el dormitorio principal de un importante palazzo del Gran Canal.
La habitación no habría quedado fuera de lugar en uno de los magníficos palacios venecianos abiertos al público. Y el que no se viera ninguna evidencia de tecnología moderna era como retroceder en el tiempo a una era más elegante.
Capté un movimiento y me di la vuelta; Edward vino hacia mi, me tomó del brazo y me condujo al pasillo.
-Ahora no es buen momento para que conozcas a mi abuelo –me dijo, guiándome hacia la escalera.
-¿Puedo ayudar de alguna manera? –pregunte automáticamente, aunque conocía a Edward lo suficiente para saber que él ya lo tendría todo cubierto.
–No. Vete a casa. Te veré después –giró sobre los talones, volvió al dormitorio y cerró la puerta.
Me quede consternada. Entendía que Edward estuviera preocupado por su abuelo, pero no me gusto la sensación de que me despidiera así.
Baje lentamente por las escaleras, pensando de nuevo en cuánto habían cambiado las cosas. El antiguo Edward nunca me habría pedido que encontrara sola el camino de vuelta a casa. De hecho, al principio me había costado mucho convencerlo de que no me pasaría nada si paseaba sola por la ciudad. Nadie antes se había preocupado tanto por mi, y me había emocionado que él lo hiciera.
Volvi hacia el palazzo de Edward, sorprendida por lo familiar que me resultaba todo a pesar de mi estancia en Londres. Iba casi en piloto automático, recorriendo el laberinto de callejuelas sin pensar.
De repente me detuve ante una concurrida heladería. No había necesidad de volver directo a casa solo porque Edward lo hubiera dicho.
Me uní a la cola para comprar un helado y poco después estaba sentada junto a un canal bajo el sol de la mañana, contenta de haber recuperado el apetito y poder disfrutar de una de mis cosas favoritas.
Los escalones que bajaban al canal eran un buen sitio donde sentarse, alejada del paso de peatones y observando el agua chocar contra los edificios de otro extremo del canal.
Saboreé el helado lentamente. Cuando lo acabe deje que mi mente volviera a centrarse en la situación en la que me encontraba con Edward.
Todo había ocurrido muy rápido desde que irrumpió en mi presentación la mañana anterior. Su propuesta me había pillado por sorpresa, pero había accedido a casarme con él por el bien del bebé, sería mejor que creciera siendo parte de una familia tradicional, con padre y madre.
Además, en el fondo, no podía olvidar lo maravilloso que había sido todo entre nosotros antes de que me echara. Tal vez viviendo juntos las cosas volverían a ser como habían sido.
Pero Edward creía que lo había engañado y que el bebé no era suyo. Por eso estaba tan enfadado y me trataba con tanta brusquedad.
No tengo ni idea de qué le había llevado a pensar eso. Por más que lo pensaba no se me ocurría nada que pudiera haber dicho o hecho para hacerle llegar a esa conclusión. Habíamos pasado noches separados, pero siempre por algún viaje de negocios de él, nunca había pasado una noche fuera del palazzo sin Edward.
De repente, supe lo que debía hacer. Si podía demostrarle a Edward que no le había sido infiel, tal vez volvería a confiar en mi. Aunque había herido mis sentimientos por su falta de fe en mi, debía tener sus razones. Habría sido mejor que hubiera tenido la cortesía de decirme cuáles eran, pero estaba demasiado airado.
Si le pidiera la prueba de paternidad a Edward, cuando él se convenciera de la verdad, quizás todo volvería a la normalidad. Sería lo mejor para nosotros y, lo que era más importante, para el bebé.
Me levante llena de energía. Había encontrado la solución, pronto se arreglaría todo.
Edward regresó al palazzo aprimera hora de la tarde. Lo esperé en el dormitorio; la conversación que pensaba mantener requería privacidad. Le preocupaba tanto que alguien sospechara algo irregular sobre nuestros planes de boda que no agradecería que le hablara de pruebas de paternidad en una habitación donde algún empleado pudiera oírme.
–¿Cómo está tu abuelo? –pregunte, levantándome cuando entró en la habitación.
–El medico piensa que está bien. Bueno, tan bien como suele estar –la expresión de Edward indicaba que él no estaba de acuerdo–. Yo no estoy tan seguro. Le veo algo raro. Tal vez sea un principio de gripe...
–Tiene suerte de tenerte cerca –dije –. Se que te asegurarás de que reciba los mejores cuidados.
Edward no contestó. Pensativo, abrió el armario y sacó uno de sus muchos trajes. Talvez iba a ir al despacho, entonces tendría que hablar rápido si noquería perder la oportunidad.
Parecía tan preocupado por su abuelo que desee confortarlo. Pero sabia que no aceptaría consuelo de mi parte, no mientras siguiera creyendo lo peor. Titubee, sabiendo que podía parecer insensible mencionar una prueba de paternidad en ese momento. Pero, por otra parte, si conseguía arreglar las cosas entre nosotros, podría apoyarlo durante la enfermedad de su abuelo.
–Edward – tome aire y me prepare para una conversación difícil–. ¿Tienes unos minutos para hablar?
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Me volví hacia ella, con un traje gris oscuro en una percha, fruncí el ceño. Lo último que quería en este momento era hablar.
–Que sea rápido –dije, colocando el traje en la cama y volviendo al armario a elegir una camisa – Tengo una reunión dentro de media hora.
–Seré rápida. Pero tienes que escucharme bien.
Apreté los dientes y me volví hacia ella. Solo llevaba un día de vuelta en mi vida y ya empezaba a impacientarme.
–Estás molesto conmigo porque crees que te fui infiel –dijo, echándose el cabello hacia atrás.
–¿Molesto? –repetí, incrédulo, contemplando como su precioso pelo volvía a asentarse. Tal vez pretendía distraerme con malas artes femeninas– ¡Dios! Los ingleses domináis el arte del eufemismo.
–No voy a dejar que tu acusación siga en pie –dio Bella. Su voz sonó serena, pero vi que sus manos temblaban – No te fui infiel. Y no sé por qué lo piensas. Nunca he hecho nada que haya podido darte esa idea.
Me pregunte cómo podía sonar tan sincera cuando yo sabia que era culpable.
–Tienes razón – admití – Cubriste tu rastro muy bien. Pero eso no cambia el hecho de que sepa que me traicionaste.
–No lo hice –protestó Bella – Y el que te atrevas a pensar eso de mí supone la misma traición. Pero no quiero seguir así. Quiero una prueba de paternidad que demuestre que eres el padre del bebé.
La mire y se me hizo un nudo en el estómago. Quería una prueba de paternidad, justo lo que yo más temía. Pero sabia que llegaríamos a este punto antes o después. Aunque Bella debió acostarse con dos hombres a la vez, confiaba en la posibilidad de que yo fuera el padre.
Para Bella una prueba de paternidad era una lotería. Pasaría un tiempo antes de que pudiéramos realizarla y estaba dispuesta a apostar por su suerte. Era un riesgo que merecía la pena correr; ella no tenía nada que perder, dado que yo ya la creía infiel.
Pero yo tenía mucho que perder. Para mi la prueba no tendría un buen resultado. No podía ganar. Sabía que no era el padre porque no podía tener hijos.
–No habrá prueba de paternidad – aprete los puños. No me sometería a una prueba física y pública de que no era el padre del hijo de Bella. Si mi abuelo descubría que el bebé no era un auténtico Cullen, su felicidad quedaría empañada para siempre.
Esa era la razón para casarme con Bella. Y tenia que aguantar hasta que llegara el momento de poder librarme de ella y del bebé. Aunque ella seguía sin admitir haber hecho algo malo, era la forma perfecta de que yo aportara un heredero a la familia e hiciera feliz a mi abuelo antes de su muerte.
Y había otra razón por la que no me sometería a la prueba. La razón que me helaba la sangre. No podía soportarlo, era incapaz de que enfrentarme de nuevo a mi incapacidad de ser padre.
–¿Por qué no? – exigió Bella – ¿Por qué no hacer una prueba de paternidad y dejar esto atrás?
–Si el padre fuera yo, eso no demostraría tu fidelidad –gruñi.
Solo mi ex esposa, Heidi, y su experto en fertilidad, conocían mi incapacidad. El recuerdo de la expresión desdeñosa de Heidi agitando el informe medico ante mi cara me dolía casi tanto como mi infertilidad. Nunca admitiría mi carencia ante nadie, y menos aún ante Bella.
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–Pero... – me detuve al ver su expresión. Había algo diferente, que no había visto antes. Pero no tenía tiempo de analizarlo. Había sido difícil iniciar la conversación y aún no había acabado. Me debía a mí misma intentar llegar a Edward. Y él me debía una explicación adecuada.
–¿Dónde nos deja eso? Si no tenemos confianza, hacia dónde podemos ir?
–Esto no se trata de nosotros –repuso Edward con frialdad – Se trata de salvar a tu bebé de una vida miserable como hijo ilegítimo.
–No puedes negarme una prueba de paternidad sin decirme por qué no me crees –insisti – ¿Cómo puedo defenderme si nosé qué pruebas crees tener en contra mía?
–Lo que has hecho es injustificable –Edward agarró el traje y la camisa y fue hacia la puerta– No tengo por qué darte más información para que tejas tu telaraña de mentiras a su alrededor.
Salió y me dejó sola y compungida. Los últimos dos días habían sido un cúmulo de hechos desconcertantes. Empecé a temblar.
Me senté en una silla y mi mano se posó en algo cálido y suave. Lo levante, era el suéter negro de Cachemir, me lo lleve a la cara y lo aprete contra mi piel, inhalando el aroma de Edward.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar la última vez que me había abrazado llevando ese suéter. Había vuelto de la ciudad neblinosa con una noticia que darle. Me había sentido segura en sus brazos, creí que le importaba y que me protegería de todo. Pero había sido una ilusión vana.
Cinco minutos después, se había vuelto contra mi. Desde entonces mi vida era un torbellino de miseria y tristeza que escapaba a mi control. Y esa última discusión había sido la peor, con Edward negándose a darme la información que necesitaba para defenderme.
Estaba harta. Tal vez no pudiera debatir la acusación de Edward pero si podía controlar algo. Dejaría de pensar en la especial relación que creí tener con Edward. Intentaría concentrarme en el futuro y sacar el mejor partido posible de mi nueva vida.
Mire el suéter negro que seguía en mi regazo. Era un recuerdo de cuánto había cambiado mi vida con Edward. Un recuerdo que no necesitaba.
Me levante, cruce la habitación, abrí la ventana y lance el suéter al canal.

NO TE ENGAÑE CAPITULO 4

Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .

Capitulo cuatro
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Coloque el jarrón con tulipanes amarillos sobre la mesa. Al lado puse una nota manuscrita para Alice. No quería desaparecer de la vida de mi amiga tan bruscamente como había llegado, pero no podía explicárselo en persona, el avión no esperaría. Además, temía que, si hablaba con ella cara a cara, me desmoronaría y le contaría la verdad. El futuro de mi bebé dependía de que representara la charada exigida por Edward. No podía fallar ante el primer obstáculo.
Las flores eran fantásticas y sabía que el tulipán era la flor favorita de Alice. Las vi en una floristería mientras regresaba al apartamento y no dude en comprar un ramo para mi amiga.
El chófer de Edward intento pagarlas, pero me negó. Estaba acostumbrada a que los empleados de Edward aparecieran ante la caja con dinero en metálico o una tarjeta de crédito, pero las flores eran para mi querida amiga, que me había ayudado en un mal momento, no ensuciaría el regalo permitiendo que Edward lo pagara. Aunque hubiera accedido a casarme con él, no permitiría que me comprara.
Mire el lugar donde había vivido durante seis semanas. No lo sentía como mi hogar, pero había agradecido la reconfortante presencia de Alice. En Venecia no tendría a nadie que me reconfortase.
Tardé poco en recoger mis cosas; viajaba ligera desde que deje Venecia. Baje y el chófer salió corriendo de la limusina a ocuparse del equipaje.
Me quede de pie en la acera, mirando las llaves que tenía en la mano.
–¿Quiere que me ocupe yo? –pregunto el conductor con cortesía–. ¿Hay algún vecino de confianza a quien pueda dárselas? ¿O las meto en el buzón?
Lo mire un momento. Todos los empleados de Edward eran honestos y se desvivían por ayudar. Pero esa tarea me correspondía mi.
–No, gracias –le sonreí con tanta calidez como pude. Estaba totalmente agotada y me sentía fatal–. Sólo tardaré un momento.
Subí las dos plantas y entré en el piso por última vez. Deje las llaves en la mesa, junto a la nota y el jarrón, salí de nuevo y cerré la puerta. Cuando oí el clic del pestillo, me sentí como si mi vida hubiera quedado dentro, y yo encerrada fuera. Sabía que estaba diciendo adiós a mi libertad.
Unas horas después estaba sentada junto a Edward, contemplando la ciudad de Venecia mientras el avión iniciaba el descenso. Parecía una ciudad muy distinta de la que había abandonado seis semanas antes, el día después de decirle a Edward que estaba embarazada. Por la mañana la niebla se había disipado y el aeropuerto volvió a funcionar, pero la ciudad parecía descolorida y el agua de la laguna tenia un tono gris metálico.
En ese momento brillaba el sol, y el agua tenía un color azul intenso, teñido con el oro del inicio del ocaso. La isla de Venecia era impresionante desde el aire, como una maqueta perfecta que hubiera caído en la laguna. Los monumentos clave se veían perfectamente y, durante un instante, tuve la sensación de no haberme ido nunca. Pero ya nada sería igual.
–¿Tienes fuerzas para andar hasta el muelle? - Me volví hacia Edward con sorpresa. El muelle donde estaría esperando su barco privado no estaba lejos. Siempre habíamos ido andando.
–Me gustaría andar – contesté – Gracias por preguntarlo – aún llevaba los zapatos de tacón alto que me había puesto para la presentación y empezaban a dolerme los pies, pero el aire fresco me sentaría bien.
Poco después surcábamos el agua en dirección a la ciudad. Siempre me había encantado la idea de que fuera la única forma de llegar y que la gente llevase más de mil años haciéndolo así. Pronto nos encontramos en el laberinto de canales, acercándonos al embarcadero del palazzo gótico de Edward.
Recordé la última vez que había desembarcado allí. Esa tarde la niebla me había dejado alterada, y me preocupaba la reacción de Edward ante mi embarazo. Pero, a pesar de todo, me había sentido optimista. Nunca habría predicho su incomprensible reacción; primero echándome y luego convenciéndome para que me casara con él, por razones que aún no entendía.
Pise el acceso de mármol con tristeza. Dejar el palazzo y mi vida con Edward había sido devastador, pero volver en esas condiciones era igual de duro.
–Sin duda querrás descansar esta tarde –Edward me condujo a hacia la escalera, mientras varios empleados salían para ocuparse de nuestro equipaje.
–Creo que sería lo mejor – contesté, sintiendo que las lágrimas me quemaban los ojos. Volver al lugar donde había sido tan feliz estaba afectándome más de lo que había esperado.
Edward me llevó al dormitorio que había compartido con él y se marchó sin decir una palabra, me quede parada, mirando la habitación que me era tan familiar y que, sin embargo, me parecía ajena. Tomé aire y fuihacia mi bolsa para sacar el neceser y el camisón.
Estaba cansada y emocional, pero no iba a rendirme. No pensaría en lo que había aceptado.
Edward había hecho que jugara a su juego, pero yo me mantendría fuerte y positiva. No le mostrarla mi vulnerabilidad. Alce las manos y me solté el cabello. Fui al cuarto de baño para ducharme y prepararme para la cama.
Aunque afuera había oscurecido, era temprano, pero el embarazo y las tensiones del día me habían dejado agotada. Suponía que Edward se reuniría conmigo más tarde, pero con suerte ya estaría dormida.
Estaba sola en la cama cuando me desperté por la mañana, mire el precioso techo pintado y la araña de cristal de Murano y me di cuenta de que había dormido muy bien. Y me sentía mucho mejor que en los últimos días. Tal vez las náuseas matutinas empezaban a disminuir por fin.
Me senté con cautela y vi que había un vaso de agua con hielo en la mesilla y un plato con mis bollos favoritos.
Hice una mueca. Comer antes de ducharme y vestirme haría que mi estómago se asentara, pero me molestaba que Edward siguiera demostrando lo bien que me conocía y que entendía mi estado. Alce el vaso y tome un sorbo, pensando que tal vez debería decirle que mi nueva preferencia era la leche fría. Estaba terminando un bollo cuando se abrió la puerta y entró Edward.
Como siempre, estaba impresionante, perfectamente vestido de la cabeza a los pies. Llevaba zapatos de cuero, pantalones de vestir y un suéter de Cachemira color negro que le quedaba perfecto; la lujosa y suave lana enfatizaba su poder masculino.
Recordé lo que era sentirme envuelta por sus brazos y apoyada en ese suéter. Deseche el recuerdo y alce los ojos hacia su rostro.
–Bien, estás despierta –me miró desde los pies de la cama – Tienes mucho mejor aspecto que ayer.
–No me sorprende –mantuve su mirada, resistiéndome al nerviosismo, me alegre de llevar puesto mi viejo camisón de manga larga y cuello cerrado. Edward siempre lo había odiado. Prefería verme con las prendas vaporosas y transparentes que disfrutaba regalándome – Ayer fue casi el peor día de mi vida.
–Quiero que conozcas a alguien esta mañana –dijo él, ignorando mi reproche–. Mi abuelo ha estado enfermo. Una visita nuestra lo animará. Lo mire sorprendida. Había vivido con él cinco meses, pero nunca me había llevado a visitar a su abuelo. Sabía que vivía muy cerca y que Edward lo veía a menudo. Pero había entendido que mi papel de amante no me permitía conocer a su familia.
–¿Vas a decírselo, verdad? –dije por fin, inquieta por tanto cambio.
–Claro, es mi abuelo. No te traje aquí para casarme contigo en secreto – replicó Edward – Pensé que lo habla dejado claro.
–Si. Pero fue una decisión muy repentina. Quizá deberías tomarte un tiempo para reflexionar antes de que las cosas se compliquen – cruce los brazos sobre el pecho pensando que cuando hiciéramos público lo de la boda seria imposible dar marcha atrás.
–La decisión está tomada – dijo Edward – Sólo falta comunicárselo a la gente importante para nosotros y empezar con los preparativos de la boda. Como dije ayer, será lo antes posible. Desvié la mirada, desconcertada al pensar en decirle a la gente que iba a casarme. En mi nota a Alice no había dado tantos detalles. Sabía que a mi amiga le habría parecido extraño algo tan súbito, sobre todo sabiendo que Edward me había echado de su casa.
No quería que Alice se preocupara, así que le había dejado un mensaje alegre y sencillo, comentándole que me había encontrado con Edward, que habíamos arreglado las cosas y que volvía a Venecia con él.
Si iba a casarme, debía decírselo a mi madre, pero no me apetecía compartir la noticia con ella, ni con nadie cercano. Aunque debía seguir adelante porque era lo mejor para el niño no me gustaba cómo me había tratado Edward. Ni cómo me seguía tratando.
No sabía si podría simular que éramos un matrimonio feliz y normal ante la gente que me conocía y quería. Pero no podía revelar la verdad, Edward lo había dejado muy claro. El futuro de mi hijo dependía de eso.
–Saldremos en cuanto estés preparada –dijo Edward, yendo hacia la puerta–. Mi abuelo está mejor por la mañana. Suele dormir por la tarde.
Salí de la cama y fui al cuarto de baño. Media hora después estaba sentada ante el tocador, terminando de maquillarme mientras esperaba a Edward.
Sentí aprensión respecto a conocer a su abuelo y había intentado calmar mis nervios cuidando con esmero mi apariencia. Tenía el pelo recién lavado y alisado, de modo que caía como una cortina castaña hasta por debajo de los hombros, mi maquillaje ligero y de aspecto natural. Decidí ponerme el traje de lino color marfil de nuevo. Estaba algo arrugado, pero todo lo demás seguía en las maletas y no tendría mejor aspecto. Me miré en el espejo y aunque no glamurosa, estaba presentable.
Se abrió la puerta y Edward entró.
–Estoy lista –dije agarrando el bolso.
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La contemplé, notando los detalles que diferían del día anterior. No parecía tan pálida y con el cabello suelto y brillante se parecía más a la bella joven con la que compartí mi vida durante el invierno. Pero llevaba el poco favorecedor traje del día anterior.
–Se que el traje no es perfecto –dijo Bella, como si hubiera leído mi mente, o interpretado mi expresión. Aunque su traición la había convertido en una extraña para mi, habíamos vivido juntos cinco meses y sin duda había llegado a conocerme bastante bien en ese tiempo – Pero no tengo nada más adecuado – añadió.
–Un vestido sería mejor – fui hacia el armario que había en mi lado de la cama – Preferiblemente con algo de color, que alegre la mañana de mi abuelo.
–Pero... – Bella miró el armario con sorpresa – Toda mi ropa.
–No te la llevaste contigo.
Elegí un vestido de seda color Azul que le había comprado en Milán. A Bella la atraían los colores naturales y pálidos, susfavoritos eran el crema y el marfil, y a pesar de que le quedaban bien, siempre intentaba que eligiera cosas más vivas.
–Supuse que ninguna de las cosas que te compré te gustaban de verdad – dije, cuando se fue y me di cuenta que dejo su ropa, fue como si ahondaran en mi herida, ya que sentí que las todo lo que yo le había regalado no tenia ni el mas mínimo valor para ella.
–No las pagué yo –dijo Bella – Eran todas caras y no pensé que fueran mías para llevármelas.
–Claro que lo eran – me senti molesto, disfrute comprándole cosas y ver que las dejo aquí fue un brutal recordatorio de cómo me engaño, además de serme infiel–. ¿Qué pensabas que iba a hacer yo con ellas?
–No lo sé – Bella se paso lo mano por el cabello, un gesto indicativo de nerviosismo – Venderlas. O regalarlas. No esperaba que siguieran en el armario.
Me di la vuelta con rostro inexpresivo y deje el vestido sobre la cama. No me permití pensar en por qué no me había librado de todas las cosas que ella dejo en mi dormitorio.
A lo largo de los años había invitado a muy pocas mujeres a compartir mi hogar. Y cuando decidía que se había acabado, era definitivo. En general se llevaban todo, especialmente las cosas de valor, como vestidos de diseño y joyas. Me deshacía de cualquier cosa que quedara rápidamente, erradicando toda evidencia de que alguien hubiera compartido mi casa.
Pero cuando mi ama de llaves preguntó respecto a las cosas de Bella, le grite que las dejara. La pobre mujer no se atrevio a mencionar el tema de nuevo y aquí seguían. Fuera de mi vista, en armarios y cajones. Pero no del todo fuera de mi mente.
–Dejaste la ropa y las joyas –dije – Pero te llevaste toda la lencería que te compré.
–La ropa, las joyas... costaron mucho –dijo Bella. Se sonrojo y a mi se me aceleró el corazón.
–La lencería también era cara –di un paso hacia ella y me gusto que ella no retrocediera, a pesar de que había invadido claramente su espacio personal.
–¿Que ibas a hacer con mi lencería? – sus ojos chocolate chispearon y alzó la barbilla desafiante – Ni siquiera tú venderías ropa interior de segunda mano.
–No quería venderla –dije con voz deliberadamente seductora – La quería para mí. Te habías ido, las noches eran largas.
–No seas tan.., tan... – Bella se quedo sin habla.
–No te asombres tanto. Es algo natural. Sabes lo buenos que éramos juntos... físicamente –dije – No hay nada malo en querer algo para recordarte.
BPOV

–Calla –dije con pánico. La voz de Edward resonaba en mi interior, haciéndome recordar cómo fue hacer el amor con él.
–Quería sujetar las delicadas prendas en mis manos mientras pensaba en los buenos ratos que habíamos pasado juntos –ronroneó él, con ojos seductores y párpados caídos – Anhelaba sentir su sedosidad, pensar en el tacto de tu piel en la mía.
–Déjalo –las mejillas me ardían – Podías haber comprado lencería si estabas tan desesperado.
–No habría sido lo mismo –contestó Edward con una significativa y sensual sonrisa – Era saber que la seda había estado junto a tu cuerpo, rozando tus partes más íntimas...
Me mordí el labio, buscando una respuesta cortante que pusiera fin a la conversación. No estaba acostumbrada a oír a Edward hablar así; aunque me inquietaba, también era excitante. Una oleada de calor invadía mi cuerpo, despertando sus sentidos.
–¿Ahora llevas puesto algo que te comprara yo? –Edward me escrutó como si tuviera rayos X en los ojos y pudiera ver mi ropa interior a través del traje – ¿O te has librado de ella, al igual que hiciste con el respeto a nuestra relación?
–No es asunto tuyo lo que lleve bajo el traje – dije, avergonzada por cómo se estaba acelerando su respiración.
–Solía serlo – Edward se arrodilló a mi lado y puso sus grandes y cálidas manos en mis caderas. Me atrajo hasta apoyar la mejilla en mi vientre – Solía gustarte que volviera del trabajo y te apretara contra mí. Te encantaba que subiera las manos por tus piernas, las metiera bajo tu falda y pasara los dedos por encima de la seda y el encaje que cubría la parte más sensible de tu cuerpo.
–Eso se acabó – intente mantener la voz firme, aunque las palabras de Edward estaban provocando una reacción en cadena de sensaciones. Era verdad que había adorado sentir sus manos en el cuerpo y lo que me hacía sentir – Eso fue antes de que me trataras de esa manera tan horrible.
–Si –Edward dejó que sus manos se deslizaran lentamente por mis caderas y muslos – Ese tiempo acabó. Pero ahora empezamos una nueva etapa en nuestra relación. Pronto seremos marido y mujer.
Estaba completamente inmóvil, pendiente del movimiento de sus manos. La familiaridad del contacto estaba desencadenando un caos de emociones conflictivas. Mi cuerpo lo conocía, sabía el exquisito placer que podía darme.
Pero mi corazón se sentía traicionado. ¿Cómo podía responder cuando me había tratado tan mal?
–No será lo mismo –dije, pensando en lo especial que había sido hacer el amor con él. Siempre lo había considerado más que mero sexo.
–Será mejor –sus dedos empezaron a bajar la cremallera de la falda – Será el cemento que una nuestro matrimonio. Ninguno de nosotros queremos que fracase, hay demasiado en juego.
Mi corazón se detuvo cuando la falda cayó al suelo. Una parte de mi deseaba correr al baño y ponerme un enorme albornoz. Pero una parte mucho mayor estaba disfrutando de cómo Edward miraba las braguitas de encaje francés que llevaba puestas.
–¿Llevas el sujetador a juego? – se levantó y empezó a desabotonarme la chaqueta.
Me estaba resultando imposible seguir quieta. Deseo líquido surcaba mis venas, haciendo que me sintiera más viva que en mucho tiempo. Era como si hubiera estado subsistiendo, esperando volver a los brazos de Edward.
Sabía que ese momento era inevitable. Era un hombre de sangre caliente y de libido poderosa. El celibato era contrario a su naturaleza. Para que el matrimonio funcionase, el sexo tendría que jugar un papel importante.
Pero las manos de él se movían muy despacio. Estaba tardando demasiado en quitarme la ropa. Anhelaba sentir sus manos, su piel desnuda junto a la mía. Y quería que me hiciera el amor. Después podría simular que las cosas habían vuelto a la normalidad, que no me había echado, que las últimas seis semanas habían sido un mal sueño.
Por fin me quito la chaqueta y reveló la sencilla camisola de encaje elástico. Agarro el borde y me la sacó por la cabeza. Después dio un paso atrás y me recorrió con la mirada.
Estaba de pie con mis braguitas y sujetador de encaje, aún con medias y zapatos de tacón alto. Sentía los pechos pesados y tenía los pezones erectos y duros, apretados contra el encaje.
Apenas me había tocado y un cosquilleo sexual recorría mi cuerpo, centrándose en el punto más íntimo, y haciendo que mi deseo por él fuera casi insoportable. Noté que mi piel desnuda se teñía de rubor, traicionando mi deseo sexual.
Los ojos verdes de él se oscurecieron mientras me contemplaba y supe cómo lo estaba afectando verme, escuche el cambio en su respiración, reconocí la expresión en su rostro que significaba que quería hacerme el amor. Pero no se movió hacia mi. Bajó los parpados y se dio la vuelta para agarrar el vestido.
–Has perdido peso –dijo–. Pero el corte de este vestido debería ser indulgente con eso.
–¿Indulgente? –la palabra fue como un bofetón.
En ese momento comprendí que él nunca me perdonaría por lo que creía que había hecho. Daba igual que estuviera equivocado, que no hubiera pruebas de mi pecado contra él, seguiría estando sordo ante mi alegato de inocencia.
–Tú eres el que necesitas indulgencia, por la horrible forma en que me trataste. ¡Y por cómo sigues tratándome! –recogí mi ropa del suelo y la sujeté contra mi cuerpo.
El nunca había tenido intención de hacerme el amor. Esa mañana solo había pretendido humillarme . Pero yo había hablado sin pensar en las consecuencias y casi palpé la furia de Edward cuando él me dio la espalda.
–No sigas con eso –masculló con los dientes apretados, intentando controlar su ira–. No ganarás. No puedes ganar. Sería mejor para todos que no siguieras recordándome tu traición, el hecho de que llevas el hijo de otro hombre dentro de ti.
–Pero...
No hizo falta que Edward volviera a hablar para callarme. Cuando nuestros ojos se encontraron y vi la tortura que mostraba su mirada, comprendi que lo estaba destrozando la idea de que lo había engañado.
Yo no tenia la culpa de que él pensara que le había sido infiel. Era una locura seguir con alguien que me creía capaz de eso. Pero había tomado una decisión, casarme con él por el bien del bebé.
Más adelante tendría que intentar descubrir por qué creía eso de mí. Pero de momento era mejor dejarlo pasar. La ira y tensión que irradiaba su poderoso cuerpo indicaba que no era momento de presionarlo. Sería imposible mantener una conversación razonable con él en ese estado.
–Póntelo –Edward me entregó el vestido.
Me lo puse, aparte el pelo a un lado y me di la vuelta para que me subiera la cremallera. Erguí los hombros para demostrarle que tenía tanta voluntad como él. No pelearía, pero tampoco dejaría que la brutal fuerza de su personalidad me aplastara.
Él subió la cremallera lentamente, sin tocarme, solté el aire lentamente, para que no notara que había contenido el aliento por si rozaba mi espalda con los dedos. Luego me volví hacia el espejo.
Apenas me reconocí. La chica que había llevado ese vestido y vivido en ese dormitorio, esa chica pertenecía a otro tiempo. Un tiempo más feliz.
Si quería sobrevivir a este matrimonio, tendría que ser firme. Demostrarle a Edward que, a pesar de sus amenazas y su innegable poder, no podía pisarme.
–Eso ira muy bien –dijo Edward con irritante condescendencia. Me dio el bolso y fue hacia la puerta – Es hora de ir a ver a mí abuelo.
–Espera – clavé los pies en el suelo.
–¿Qué pasa? –preguntó Edward con impaciencia.
–Ese suéter –dije, soltando el bolso sobre la cama y acercándome – No está bien. No puedes ponerte un deprimente suéter negro si de veras pretendes animar a tu abuelo.
–No me mirará a mí... –Edward calló cuando agarre el suéter y empece a alzarlo.
–Debes ponerte algo más ligero y fresco. ¿Tal vez el suéter azul claro? –me costó mantener la voz firme, pero me enorgullecí de lo práctica que sonaba. Sobre todo cuando descubrí que no llevaba nada debajo y capte el intoxicante y puramente masculino aroma de su piel. Me temblaron las piernas.
Di un paso atrás y lo contemplé un segundo. Sentí un escalofrío de admiración sensual y comprendí que mi plan de recuperar cierto control peligraba.
Edward se dio la vuelta y fue hacia su armario, fui incapaz de desviar la mirada. Siempre había adorado mirarlo sin camisa, me fascinaba y excitaba el movimiento de los bien definidos músculos.
–Lo que tú quieras –señaló los suéteres bien doblados y apilados en su armario, tuve impresión de que no hablaba sólo de la ropa. Había visto como yo lo miraba y captado mi reacción.
¿Me estaría diciendo que, si yo daba el primer paso, estaba dispuesto a hacerme el amor? Rechace la idea con un esfuerzo de voluntad. Seguramente estaba jugando conmigo otra vez y no pensaba someterme a más humillaciones.
–Este color es alegre –le dije, eligiendo uno azul, que casualmente iba perfecto con el tono de mi vestido – Ese alegrará el día a tu abuelo.
Edward se lo puso en silencio. Después, sin mirarse al espejo, agarró mi mano y me llevó hacia la puerta.

NO TE ENGAÑE CAPITULO 3

Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .


Capitulo tres

BPOV
¿Casarnos? –repetí, mirándolo atónita. No podía creer lo que había oído– Si eso es alguna cruel broma, no me hace gracia.
–No es broma –Edward habló con seriedad y siguió mirándome con esa dura expresión a la que empezaba a acostumbrarme – Nos casaremos enseguida.
–¿Cómo puedes siquiera pedírmelo? – gemí, seis meses antes habría aceptado sin dudarlo.
Habría sido un sueño hecho realidad. Pero en este momento era más bien una pesadilla.
– Después de cómo me has tratado, estaría loca si me casara contigo.
–No te lo estoy "pidiendo"–dijo Edward – Estoy diciendoque nos casaremos. Y por lo que respecta al mundo, el bebé que llevas es mío. Él o ella crecerá como heredero de los Cullen.
Me daba vueltas la cabeza. Edward se convertía en un desconocido segundo a segundo.
Mi madre, Renée me había advertido lo fácilmente que cambiaban los hombres. Mi padre había pasado de amante entregado a bruto amenazador de un día para otro, cuando mi madre le dijo que estaba embarazada. Y descubrió que Eleazar ya estaba casado.Tenía esposa y tres hijas. A pesar de sus dulces palabras de seducción, solo había querido una aventura. El embarazo puso fin a eso. Se jugaba demasiado.

Si su esposa o su suegro descubrían su infidelidad, Eleazar podía perderlo todo: su familia, su estatus profesional y, lo más importante, la posibilidad de hacerse cargo de un negocio de éxito cuando su suegro se retirara.
Para protegerse, Eleazar instalo a mi madre en una diminuta casita de campo. Pagaba el alquiler y una mísera pensión de manutención para mí, pero con el acuerdo estricto de que mi madre no revelarla su existencia o la de su hija ilegítima a la familia.
–Mira, no sé a qué estás jugando conmigo – puse mis manos en las caderas y mire a Edward a los ojos. Mi infancia había estado marcada por la duplicidad de mi padre y tenía la sensación de haber vivido ya demasiada deshonestidad y secretismo–. Pero sea lo que sea, no me interesa. Si quieres comprar el sistema de conferencia en web, perfecto, necesito la comisión para buscar un apartamento. Si no lo quieres, no importa. Deja que me marche y siga con mi vida. Tengo que encontrar un trabajo permanente.
Tenía que encontrar un trabajo para poder mantener a mi bebé. No acabaría como mi madre. Ni en una situación aún más precaria financieramente hablando.
Mi madre había quedado devastada cuando mi padre le mostró su auténtico carácter. Le había resultado insoportable que el hombre de quien se había enamorado comprara su silencio. Pero sin nadie a quien recurrir y con un bebé en camino, había aceptado su apoyo económico.Había perdido la confianza en sí misma y en los demás y fue incapaz de encontrar un trabajo que pudiera compaginar con cuidarme a mí. Finalmente había encontrado la paz trabajando como voluntaria en una residencia para enfermos desahuciados. Dedicaba su energía y amor a manualidades y proyectos artísticos y que les dieran algo de felicidad en sus últimos días. Quería mucho a mi madre, a pesar de que mi infancia había sido muy difícil. Sabia que le rompería el corazón enterarse de que estaba embarazada y sola. Pasara lo que pasara, tenia que proteger a mi mamá de la verdad, al menos hasta que mi situación fuera mejor. Lo primero era encontrar trabajo para que mi futuro fuera más seguro a nivel financiero.
–No has escuchado ni una palabra –Edward parecía tan frío e inconmovible que sentí una intensa desazón–. No necesitas trabajo, ni un apartamento.
–Te he escuchado, pero no has dicho nada con sentido –replique, intentando librarme de mi inquietud–. Necesito trabajo y donde vivir; desde que me echaste he estado durmiendo en el sofá de mi amiga.
–Necesitas un marido que los mantenga a ti y al bebé –dijo Edward – Yo te ofrezco mucho más que eso.
–¡No vivimos en la Edad Media! – exclame – ¿Qué es eso tan maravilloso que ofreces? ¿Dinero? Claro que sería fantástico tener un marido rico, pero si no puedo tener un marido que me quiera, a mí y a su hijo, prefiero estar sola.
–¿Lo dices en serio? – preguntó Edward – Criar a un ilegitimo sola no es fácil.
–No he dicho que lo fuera –sabía demasiado bien lo difícil que le había resultado a mi madre. También había sido duro para mi vivir con alguien con tendencia a la depresión y al pánico, alguien que solo era realmente feliz cuando se entregaba a algún proyecto artístico.
–Piensa en el bebé –presionó Edward – ¿Cómo puedes negarle, a él o a ella, la posibilidad de crecer como heredero de los Cullen?
–Estás loco –me lleve la mano al pelo con gesto exasperado – Primero me acusas de ser infiel y niegas que el bebé sea tuyo..., después quieres casarte conmigo y convertirlo en tu heredero. ¿Qué se supone que debo pensar? Es surrealista.
Miré sus ojos verdes y, al ver cómo me miraba, sentí un cosquilleo sensual en la piel. Era como si volviéramos a estar en el ascensor, confinados en un espacio pequeño y cargado de electricidad.
–Esto es real.

Dio dos pasos hacia mi. No me tocó, pero supe exactamente de qué hablaba. Atracción sexual. Una oleada de calor recorría mi cuerpo, hacía llamear a mis nervios. Quería que volviera a tocarme, a sentir sus manos recorrer mi cuerpo.
–Puede que sea real – me asombré al notar lo ronca que sonaba mi voz, mientras él me recorría con la vista–. Pero solo es hormonal, no significa nada.
–Tu virginidad significó algo para mí –dijo Edward. Sus ojos parecían imposiblemente oscuros y un músculo palpitaba en su mandíbula – Hasta que descubrí que para ti no lo era y lo poco que tardaste en entregar tu cuerpo a otra persona.
De repente su rostro adquirió una expresión casi salvaje, me agarró y atrapó mi boca con la suya.
El corazón dio un bote cuando me besó. Intenté apartarme, pero él me tenía firmemente agarrada. Aunque nunca había sido brusco conmigo antes, mi cuerpo respondió de inmediato, con ardor.
A pesar de la débil protesta de mi mente, la tensión de mis músculos cedió y me relajé en sus brazos. El me apretó contra si para que sintiera el calor de su cuerpo. Mis labios se ablandaron y abrieron bajo los de él, dando entrada libre a su lengua.
Lo había echado muchísimo de menos, habia anhelado estar cerca de él. No era sólo por la intimidad física, aunque estaba respondiendo a su beso con pasión. Había echado de menos lo que yo había creído que era una relación fantástica. Muchísimo.
El agarró mi cabeza y la inclinó hacia atrás mientras arrasaba mi boca con un beso que provocaba en mi, remolinos y espirales de deseo. Aunque él ya no me sujetaba, se apreté contra él, disfrutando del poder masculino que irradiaba su cuerpo.
Introduje los brazos bajo su chaqueta y me aferre a él. Después, instintivamente, mis manos empezaron tirar de su camisa. Anhelaba sentir su piel bajo las yemas de mis dedos, notar como sus músculos se contraían y relajaban bajo mis manos.
De repente, comprendí lo que estaba haciendo.
–¡Para! – con un monumental esfuerzo de voluntad, interrumpí el beso y me obligue a dar un paso atrás – Esto no es lo que quiero – jadeé, acercándome hacia enorme ventanal.
- ¿Qué quieres? –preguntó él con brusquedad.
–Quiero que las cosas vuelvan a ser como eran – dije, dejándome llevar por el sentimiento.
–Entonces deberías haberlo pensado dos veces antes de serme infiel –espetó Edward.
–¡Nunca te fui infiel! – grité – Pero eso ya no tiene importancia.
–Claro la tiene... eso lo cambió todo! –dijo Edward.
–Nuestra relación... nada era lo que parecía –sentí las lágrimas en los ojos y bajé la cabeza para ocultarlas–. No eras el hombre que creía que eras, o no me habrías acusado de algo horrible que no hice.
Me di la vuelta hacia la ventana, pero en vez de la vista de Londres, vi mi reflejo: una mujer con ojos muy abiertos, de mirada perdida, con un traje de lino arrugado. Bastantes rizos rebeldes habían empezado a escaparse del recogido que me había hecho esta mañana, a toda prisa. Me pase las manos por la chaqueta, estirándola, tome aire y me volví hacia él.
–Me marcho –Me enorgullecí de la serenidad de mi voz, que no denotaba mi torbellino interior.
–No. No te marchas –la voz de Edward sonó fría como mármol–. Aún no lo has pensado bastante.
–No hay nada que pensar –dije – Has dejado muy claro lo que opinas de mí. ¿Por qué iba a casarme contigo?
–Por el bien de tu hijo ¿Quieres que crezca siendo ilegitimo? ¿Sin un padre? –se acercó y puso las manos en mis brazos, sujetándome para recalcar la importancia de sus palabras–. ¿Quieres que tu bebé sea el sucio secreto de alguien?
Lo miré atónita. Sentí unas náuseas horribles y las manos de él me parecieron cadenas.
–¿Por qué has dicho algo tan horrible? – mi voz tembló de emoción. Las palabras de Edward habían hecho diana. Reflejaban demasiado bien la inseguridad que me había asolado en mi infancia.
–Porque sabes lo que eso sería para tu hijo –dijo él–. Toda tu vida has sabido lo que implicaba ser el sucio secreto de Eleazar Denali.
Lo miré con horror. Por un momento me olvide de respirar, mi corazón se paró.
Y de repente supe que tenía que escapar, salir de allí lo antes posible. Me aparte de Edward y alce las manos con miedo a chocar contra la ventana.
La cabeza me daba vueltas. Desde esa altura nada parecía real: personas, coches y árboles parecían de juguete. Era como estar viviendo una pesadilla. Se me nubló la vista y sentí que se hundía en la oscuridad.
–¡Bella!
Manos de acero aferraron mis brazos para impedir que cayera al suelo y luego me depositaron en el enorme sillón de cuero que había junto al escritorio.
–Bella –Edward se arrodilló ante de mi. Por un momento cometí el error de creer que estaba preocupado, pero cuando mis ojos volvieron a enfocar comprobé que su expresión seguía siendo tan fría como antes. Solo se había arrodillado para verme más de cerca, y seguramente para asegurarse de que yo también lo miraba y prestara atención a sus palabras.
–Estás muy pálida –dijo él–. ¿Has comido hoy?
–Claro que estoy pálida –masculle, entre dientes. Sentía unos horribles espasmos estomacales y tuve miedo de acabar vomitando–. He tenido un montón de sorpresas desagradables esta mañana.
–¿Has comido? –insistió él–. ¿Qué hará que te sientas mejor?
–Alejarme de ti – me levante tan rápido que Edward se tambaleó en los talones, pero fue un error. Sentí otra oleada de náuseas y tuve que agarrarme al escritorio para no caer al suelo.
–Siéntate –ladró Edward – No voy a dejar que salgas y te desmayes en la calle, si es que liegas tan lejos.
Puso una mano en mi hombro para obligarme a sentarme y con la otra levantó el teléfono, escuche que daba una lista de instrucciones, pero solo procese que estaba pidiendo comida y bebida.
Cerré los ojos y respire profundamente. Por más que odiara a Edward en este momento, no soportaba la idea de avergonzarme vomitando ante él, ya me sentía demasiado vulnerable, ésa sería la humillación final de la que estaba empezando a parecer el peor día de mi vida.
Unos minutos después, escuche las puertas del ascensor y los pasos de Edward sobre la moqueta. Abrí los ojos y lo vi poner una bandeja en el escritorio.
–Bebe –me dio un vaso de agua con hielo.
Lo acepte en silencio, incapaz de hablar. Estaba recordando cómo me había servido agua con hielo mi último día en Venecia. Podía no ser el amante tierno y preocupado que yo había creído, pero seguía sabiendo qué cosas me gustaban.
De hecho, a juzgar por la crueldad con la que me había restregado mi infancia por la cara, sabía mucho más de lo que yo había creído.
–Investigaste mi pasado –lo mire, esperando ver al menos un atisbo de vergüenza en su rostro. Pero no lo hubo. Siguió impertérrito.
–Por supuesto. Estabas viviendo conmigo, investigar tu pasado era imprescindible –aseveró él – Podías acceder a todo tipo de información confidencial.
Lo mire con desagrado. A mi nunca se me habría ocurrido investigarlo así. Sabía que había estado casado antes. Pero nunca había indagado para saber por qué había fracasado su matrimonio.
–Tal vez yo debería haber hecho lo mismo respecto a ti – tome un sorbo de agua helada. Mi estómago se estaba asentando, pero mis emociones seguían siendo un caos – Habría descubierto a tiempo la clase de hombre con la que estaba relacionándome.
Me aparte un mechón de pelo de los ojos y desvié la vista. Me costaba creer lo que había ocurrido. No debería haber ido a Empresas C&H esta mañana. Sabía que Edward era socio mayoritario de la empresa. Pero tenía otros muchos negocios en Londres. Había pensado que, incluso si estaba en la ciudad, las posibilidades de que estuviera en ese edificio eran remotas. Y más que asistiera a la presentación.
Tal vez, muy en el fondo, una diminuta parte de mi había deseado volver a verlo, a pesar de la imperdonable forma en que me había tratado, pero nunca habría imaginado que ocurriría algo así. Que Edward, el hombre del que había creído estar enamorada, me restregaría la humillación de mi infancia por la cara. Y encima me propondría matrimonio.
–Ser el sucio secreto de alguien no es agradable –la voz fría e insensible de Edward rompió el silencio–. No hagas que tu hijo sufra el mismo destino. No tienes por qué actuar como hizo tu madre.
–¡Eres tú quien lo está convirtiendo en sucio! – conteste con ira – Y no metas a mi madre en esto; vive muy feliz en el campo, ayudando a los pacientes terminales de la residencia.
–Pero tú no eres feliz –contrapuso Edward – Y tu infancia estuvo muy lejos de serlo.
–No sabes nada de mi infancia.
–Se que tu padre se negó a reconocerte. Que pagó a tu madre para comprar su silencio. Que nunca lo has visto, ni tampoco a tus tres hermanastras, y que es improbable que eso llegue a ocurrir. A no ser que quieras que tu madre pierda su casa y su ayuda económica para satisfacer tu curiosidad por el hombre que nunca te quiso.
–¿Por qué iba a querer conocerlo? –respondí automáticamente–. No es nada para mí.
–Quieres decir que tú no eres nada para él.
Edward se dio la vuelta y eligió un bollo de la bandeja. Lo mire con ira.
–Eres vil –le dije, mirando el plato que tenía en la mano por no mirarlo a él. Me pregunte cómo podía comer en un momento así. Por lo visto daba tan poca importancia a sus crueles comentarios que le parecía bien combinarlos con un tentempié.
Había pasado toda una vida intentando no pensar en el rechazo de mi padre. Y quería seguir así. Podría haberlo buscado e intentar que me reconociera. Pero siempre había sabido que no saldría nada bueno de eso. Además, nunca haría nada que pudiera causarle problemas a mi madre.
–Toma, come esto –Edward me quito el vaso de agua y me entregó un plato negro con el bollo.
–No tengo hambre –dije rebelde, pero reconfortada porque no hubiera sido para él.
–Pero debes comer –insistió Edward – Te sentirás mejor cuando te suba el nivel de glucosa. Esa palidez es excesiva, incluso para ti.
–¿Incluso para mí? – espete – No hables como si me conocieras… puede que conozcas mi secreto, una forma para coaccionarme. Pero eso no implica conocer a una persona.
–No es coacción –dijo Edward – Simplemente te ayudo a reconocer las implicaciones de intentar criar sola a un hijo ilegitimo. De hecho, sólo tienes que recordarlo, porque lo sabes de primera mano.
–No fue tan terrible como insinúas –proteste, pero en el fondo de mi corazón sabía que había sido duro vivir con las continuas depresiones de mi madre y mi propio sentimiento de abandono y decepción.
–¿No quieres proteger a tu bebé? –preguntó Edward – Cásate conmigo y él o ella se librará de la tristeza que amargó tu infancia.
–Mi infancia no fue amarga –insistí oí el tono inseguro de mi voz, pero me parecía una deslealtad hacia mi madre pensar en eso.
–Siendo mi heredero tu bebé tendrá todas las oportunidades –siguió Edward – Y tú te librarás de las dificultades a las que tuvo que enfrentarse tu madre.
–No sé –dije. La propuesta de Edward era inesperada y abrumadora. No sabía qué pensar–. No sé qué decir.
Dos meses antes la propuesta me habría hecho completamente feliz. Sin embargo ahora comprendía que no me amaba y ni siquiera confiaba en mi. Pero estaba ofreciendo una oportunidad para mi bebé y eso era lo más importante. ¿Cómo podía negarle a mi hijo la vida que Edward podía ofrecerle?
–Si sabes qué decir. Debes aceptar mi propuesta. Y, dadas las circunstancias, debemos organizar la boda lo antes posible. Volaremos a Venecia esta tarde.
EPOV

La mire, sentada tan rígida, y pensé que ella había tenido razónal decir que no la conocía. La chica inocente y dulce que creía que era nunca habría tomado un amante e intentado que aceptara como suyo el hijo de otro hombre.
Ni siquiera tenía el mismo aspecto que la amante apasionada y al mismo tiempo inocente con la que había vivido conmigo casi medio año. Ese defensivo lenguaje corporal era nuevo para mi, y la pérdida de peso había vuelto su cuerpo anguloso y huesudo.
Las ojeras de cansancio bajo los ojos color chocolate acentuaban su tamaño, haciendo que parecieran enormes en el rostro delgado. Y en los cinco meses que habíamos pasado juntos nunca la había visto con el pelo recogido de esa manera.
Pero, a pesar del cambio de aspecto, la atracción que ejercía sobre mi no había disminuido en absoluto.
Era tan intensa como la primera vez que la había visto: de pie ante un grupo de ejecutivos en otra de mis empresas, presentando una versión anterior del mismo programa informático que había vendido esta mañana. Y también había irrumpido en la reunión, con la firme intención de descubrir quién era.
De repente, me había parecido imperativo invitarla a cenar, conocerla... acostarme con ella.
Y el deseo urgente que me había invadido entonces, seguía surcando mis venas como lava ardiente.
Deseaba alzarla del suelo y besarla hasta que desapareciera la tensión de su cuerpo. Sabia que lo conseguiría, había notado su reacción antes. A pesar de sus protestas, me deseaba tanto como yo a ella.
Quería deslizar las manos por su cuerpo hasta conseguir que se fundiera contra mi. Quería soltarle el moño y dejar que sus rizos flotaran alborotados. Solo había visto su cabello en su estado rebelde y natural al final de nuestras apasionadas sesiones de sexo. Ella pasaba horas alisándolo y estirándolo para adoptar peinados sofisticados. A mi me gustaba salvaje. Hacía que pensara en sexo desenfrenado.
–Incluso si acepto, no estaré lista para viajar esta tarde –la voz de Bella interrumpió mis reflexiones–. Tengo cosas que hacer, gente con la que hablar.
–Claro que estarás lista. Deja los detalles técnicos en mis manos. Cuando lleguemos a Venecia puedes llamar a quien quieras para informarles de tu cambio de dirección.
Contuve una sonrisa de satisfacción por mi victoria. No me había permitido considerar la posibilidad de que ella rechazara mi oferta de matrimonio.
El que me hubiera sido infiel y lo hubiera negado demostraba que me había equivocado al evaluar su carácter. Pero sabía cómo había sido su infancia. Y confiaba en que mis francos comentarios al respecto llevaran a Bella a aceptar mi propuesta.
Sabía que había herido sus sentimientos al echarla de mi casa, pero estaba seguro de que su instinto maternal con respecto a su futuro hijo ganaría la partida.
–No, necesito... –empezó Bella.
–Supongo que el equipo que trajiste para la presentación pertenece a la empresa informática – alce el teléfono–. Un mensajero ira a devolverlo.
La tenía en mis manos. Solo quedaba organizarlo todo lo más rápidamente posible. Después le daría a mi abuelo la noticia que llevaba años deseando oír: el apellido Cullen no se perdería.
Mi abuelo moriría feliz, creyendo que había un nuevo heredero. Después, cuando Bella ya no tuviera utilidad para mi, me vengaría librándome de ella. Y del bebé.
Un divorcio rápido y mi vida volvería a la normalidad. Bella, y la prueba de su infidelidad, desaparecerían de mi vida.

–Pero no puedo irme a Italia sin más –protestó Bella – La gente se preocupará por mí.
–Anunciar que volvemos a estar juntos y vamos a casarnos solucionará ese problema.
BPOV

–No lo creerán –dije , preguntándome cómo reaccionaria Alice , mi independiente amiga, al saber que me casaba con Edward solo para garantizar seguridad y estabilidad a mi futuro hijo. ¿Cómo podría explicar que no soportaba la idea de someterlo a una infancia tan dura como la mia? – Todos saben lo mal que me trataste, no se creerán ninguna historia que les cuente.
Al menos, no Alice. A mi madre no le había dado detalles de por qué estaba de vuelta en Londres.
–No –la palabra cortó el aire como acero–, Nadie debe saber nunca que éste no es un matrimonio completamente normal.
–Pero... – callé cuando él agarró mis manos y me puso en pie con brusquedad. Sentí la intensidad que irradiaba de él. Hablaba completamente en serio.
–Nadie lo sabrá nunca –los ojos de Edward destellaron–. Harás que crean que es un matrimonio normal y que el hijo que Llevas es mío. Si no lo haces, os echaré a ti y al bebé.
Lo mire desconcertada.
No quería que mi bebé pasara por lo que había pasado yo. Las palabras "sucio secreto" resonaron en mi mente. El había evaluado con certeza lo que habla sido mi infancia.
Una madre deprimida, escasez de dinero, la falta de una figura paterna y, además, las burlas malintencionadas de otros niños hablan sido difíciles de sobrellevar.
Pero lo que realmente me rompía el corazón era saber que mi propio padre no quería conocerme, que deseaba que no hubiera nacido. No permitiría a que mi hijo creciera sin conocer a Edward; sabía con toda seguridad que el bebé era hijo suyo.Tenía que aceptar. Por el bien de mi bebé nonato tenia que casarse con Edward