Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 7
EPOV
Llevábamos casados un mes y Bella había conseguido mantener las distancias.
Trabajaba muchas horas, algo que había esperado, naturalmente. Iba al gimnasio casi todos los días para hacer yoga y asistir a las clases de parto sin dolor. Y, cuando estaba en casa, se pasaba la mayoría del tiempo en su habitación, descansando.
Todo eso podía soportarlo. Si me dejara ayudarla. Pero no me dejaba.
Si me ofrecía a hacer la colada, ella se negaba, diciendo que para eso estaban las tintorerías. Si intentaba hacer la cena, ella insistía en comer platos precocinados que calentaba en el microondas. Cada mañana tenía el café hecho cuando se levantaba y cada mañana ella salía de su habitación vestida de arriba abajo e iba a tomar café en la cafetería de enfrente.
Sí, me había pasado un poco el día después de la boda. Y no sabía por qué lo había hecho. Sólo sabía que cuando Bella entró en la cocina vestida y peinada como si estuviera a punto de ponerse la toga, no pude resistir… descolocarla un poco. Quizá porque recordaba cuánto me había gustado besarla. O porque no soportaba la idea de verla tan formal durante seis meses.
O quizá porque quería besarla otra vez y tenía que averiguar si ella estaría dispuesta.
Francamente, ya no sabía qué hacer.
Y por eso, el jueves por la noche, en lugar de ir a casa de Bella, pase por la casa de Alice y Jasper para pedir consejo.
—Hace tiempo que no te vemos —me saludó Jasper, dándole la vuelta a una hamburguesa vegetariana en la barbacoa del jardín.
—Si hubiera sabido que estabas haciendo hamburguesas habría venido antes.
—Puedes tomar una, pero sólo una. No me atrevo a quitarle comida de la boca a una embarazada, no sé si me entiendes.
Reí, pero la verdad era que no lo entendía. Ése era el problema. Por eso había ido allí, para pedir consejo.
Alice llevaba vestidos de premamá mientras Bella seguía escondiendo su embarazo. Algo que no podría seguir haciendo durante mucho tiempo, claro.
—¿Qué tal está Bella?
—Bien, supongo.
—¿Supones?
—La verdad es que apenas nos vemos. Es tan…
—¿Difícil? —sugirió Alice.
—¿Cerrada? —preguntó Jasper.
—Iba a decir tan autosuficiente. No quiere mi ayuda para nada.
—Sí, así es Bella —suspiró Alice—. Le gusta hacer las cosas a su manera. Pero la verdad es que casi siempre tiene razón.
—Pero no deja que la ayude a nada. Me está volviendo loco —admití.
—Sí, supongo que eso debe ser horrible para ti —rió Alice.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno… ya sabes cómo eres.
—Pues no, me parece que no.
—Tú tienes que salvar a la gente, ser el héroe.
—¿Tengo que salvar a la gente? —Repetí —. Yo no necesito salvar a nadie. Eso es ridículo.
Jasper y Alice se miraron.
—No necesito salvar a nadie —insistí.
—Por eso te hiciste bombero, porque no querías salvar a nadie. Y por eso aceptaste casarte con Bella.
—Acepté casarme con Bella porque era lo más justo. Ella necesitaba un marido y alguien que la ayudase durante el embarazo.
—Y tú quieres ser esa persona porque te gusta salvar a la gente. No es nada malo, Edward.
—Eso explica que tengas tantos problemas con Bella, además —dijo Alice—. Ella no necesita que nadie la salve. No necesita a nadie, punto.
Y ése, pensaba mientras volvía a casa, era precisamente el problema. Bella no necesitaba la ayuda de nadie. Ni siquiera la mía.
Quizá Jasper tenía razón y necesitaba ser un héroe porque me volvía loco que Bella no me necesitara para nada.
Además, era una mujer muy atractiva y debía reconocer que no dejaba de pensar en ella. Me costaba no llamarla al trabajo para ver cómo estaba y siempre intentaba hacerla reír, contarle cosas graciosas, llamar su atención de alguna forma…
Eso se estaba convirtiendo en un problema.
Pero ahora entendía el porqué. Jasper tenía razón: necesitaba hacerme el héroe.
Me gustase o no, me había casado con Bella para ayudarla, para sacarla del apuro. Y ella no me dejaba hacer mi papel.
Pero había una solución: en cuanto ella aceptase mi ayuda, mi obsesión por Bella Swan desaparecería.
Entré en casa poco después de las once, pensando que Bella ya estaría en la cama, de modo que me sorprendí al verla tumbada en el sofá del salón.
—Hola.
—Ah, hola —murmuró ella, pasándose una mano por los ojos. Parecía medio dormida y estaba preciosa con aquel pijama rosa con mariquitas. Nunca la había visto en pijama.
Y tampoco la había visto descalza… tenía unos pies preciosos, de empeine alto, delgados, con las uñas pintadas de rojo.
Nunca habría imaginado que Bella Swan se pintase las uñas de rojo.
Ella debió percatarse de que estaba mirando sus pies porque dobló las piernas bajo su cuerpo en el sofá.
—No tenías que esperarme despierta.
—No estaba esperándote. ¿Qué hora es?
—Las once y media.
—¿Tan tarde?
—Sí, pero llamé para avisar. Dejé un mensaje en el contestador.
—No tienes por qué avisar. Puedes hacer lo que te dé la gana.
Después de decir lo que tenía que decir, Bella se levantó del sofá.
—Si no estabas esperándome, ¿qué hacías durmiendo aquí?
—No estaba durmiendo… bueno, es que no podía dormir y decidí ver una película a ver si me entraba el sueño —contestó ella.
—Así que tienes insomnio.
—De vez en cuando me pasa.
—¿Y te ayuda ver la televisión?
—En realidad, lo que me ayuda es el sofá. Normalmente, sí. El ginecólogo me ha dicho que no debería dormir de espaldas porque restringe la entrada de sangre en la placenta. Así que, cada vez que me doy la vuelta me despierto temiendo estar de espaldas. Y en el sofá sólo puedo estar de lado.
—Ah, ya veo.
—Desgraciadamente, cuando estás embrazada te pasan muchas cosas raras. Y hay muchas cosas que no puedes hacer.
—¿Como tomar una copa de vino, por ejemplo?
—Yo estaba pensando más bien en un baño caliente. Pero se supone que no debo hacerlo, no es conveniente.
La imaginé en un baño de burbujas, con la cara rosada, la piel húmeda y brillante…
Nervioso, me aclaré la garganta.
No tenía tiempo para fantasear con Bella. Además, ahora que había conseguido que ella se relajara un poco, no quería estropearlo. Quería hacer las cosas bien. Quería ayudarla, maldita fuera.
—Tiene que haber algo… Cuando yo volvía de algún incendio tampoco podía dormir porque me salía la adrenalina por las orejas.
Bella soltó una risita.
—Bueno, yo acabo de apagar una vela… pero me parece que no es lo mismo.
—Estás en el segundo trimestre del embarazo, ¿verdad?
—Estoy en la semana diecinueve, sí.
—¿No es ahora cuando se supone que deberías estar llena de energía? ¿Dispuesta a limpiar como una loca o algo así?
—Sí, la teoría del nido y todo eso.
—Exactamente. Jasper me ha dicho que durante ese mes Alice lo sacaba de quicio. Por lo visto, ordenó todos los armarios de la casa y le obligó a pintar todo lo que no se moviera.
—Ah, ahora entiendo el mensaje que me dejó la semana pasada. Quería que abriésemos las cajas en las que guardamos las cosas de nuestra madre adoptiva.
—Entonces, seguramente a ti te pasará lo mismo. Por eso no puedes dormir.
—Ya, claro. Pero el problema es que yo no tengo que hacer ningún nido. Tengo una casa que podría pintar y reorganizar pero ¿para qué? El niño es de mi hermana.
Lo había dicho casi como si lo lamentara…
—¿Te lo estás pensando?
—¿Qué, lo de quedarme con el niño? No, en absoluto —contestó Bella—. ¿Tú no habrás pensado…?
—No, por favor —contesté. Aunque no era cierto del todo. Lo había pensado. Pero, ¿qué podría ofrecerle a un niño un hombre como yo que no pudieran ofrecerle Alice y Jasper?
—Seguro que tú no quieres…
—Definitivamente —contestó Bella.
—Muy bien.
—Alice y Jasper insisten en que deberíamos considerarlo, pero yo ya he tomado una decisión.
No era asunto mío, pero no pude evitar pensar en voz alta:
—Yo sé por qué ni siquiera he considerado el asunto. Mi padre tuvo que criarme solo y no le resultó fácil, pero tú… ¿por qué no quieres pensarlo?
Bella se encogió de hombros.
—Algunas mujeres tienen instinto maternal, otras no.
—¿Y tú crees que no lo tienes?
—¿No te parece evidente?
—¿Por qué dices eso?
Ella hizo un gesto con la mano.
—De todas formas, estar todo el día sentada en un Juzgado no es precisamente un trabajo lleno de energía. Supongo que me vendría bien reorganizar un poco la casa…
Solté una risa.
—¿Qué?
—¿Qué vas a reorganizar? ¿Vas a colocar los DVD por orden alfabético? ¿O quizá por géneros? ¿Piensas agrupar las velas sobre la chimenea por colores?
—¿Por qué dices eso?
—Bella, por favor, esta casa es el paradigma del orden y la limpieza.
—Sí, bueno… ¿qué hacías tú antes para relajarte, cuando eras bombero? Además de beber y darte baños de espuma, claro.
—Los bomberos no se dan baños de espuma.
—Pues qué pena. Los hombres se pierden uno de los grandes placeres de la vida.
¿Bella desnuda en una bañera llena de espuma? Cielos. Sí, uno de los grandes placeres, desde luego.
—Te has puesto colorado —dijo ella entonces.
—¿Yo?
—Sí, tú. Pero no te preocupes, no se lo diré a nadie. Aunque no sé por qué te da vergüenza hablar de baños de espuma… a menos que te gusten.
—Yo no me doy baños de espuma.
—Huy que no. Seguro que sí.
—No, lo digo en serio.
—Muy bien, lo que tú digas —sonrió Bella, satisfecha.
—Que no me doy baños de espuma…
—Te creo, te creo. Pero en caso de que sea mentira, no te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.
Abrí la boca para protestar, pero decidí que no valdría de nada.
—Bueno, y además de los baños de espuma, ¿qué hace un bombero para relajarse después de apagar un pavoroso incendio?
Para mi, la mejor forma de soltar adrenalina era mantener relaciones sexuales. El alivio que sentía después de un par de horas en la cama siempre había conseguido dejarme como nuevo.
Por supuesto, eso iba a ser imposible.
—¿Qué tal un poco de ejercicio?
—¿Para qué crees que voy al gimnasio cinco días a la semana?
—Pero no funciona, ¿no?
—Me ayuda a dormir, pero luego me despierto a medianoche y no encuentro la postura. Así que al final acabo en el sofá.
—¿Con la televisión puesta?
—A veces.
—Pues nunca he oído nada.
—Porque duermes como un tronco.
—Debe ser el colchón. Es uno de esos de látex, se duerme de maravilla… ah, ya lo tengo.
—¿Qué?
—Algo que te ayudará a dormir —contesté, tomando su mano para llevarla a la cocina.
—¿Qué haces? ¿Vas a darme comida?
—Mejor. Voy a calentarte un vaso de leche.
—¿Leche caliente? Puaj, qué asco.
—¿La has probado alguna vez?
—No —admitió ella.
—Pues ya verás cómo te gusta. Mi madre siempre me daba leche caliente para dormir y funcionaba.
Calenté la leche en una cazuelita y la serví en una taza. Pero en lugar de tomarla en la cocina, Bella se la llevó al sofá.
BPOV
Tome la leche que Edward me sirvió y me la lleve al sofá
—No está mal.
—¿Lo ves?
—¿Cuántos años tenías cuando se marchó?
—¿Cómo?
—¿Cuántos años tenías cuando tu madre se marchó de casa? Dijiste que tu padre te había criado solo, así que… Además, también me dijiste que ella no lo perdonó por ser un hombre normal y corriente.
—¿Y qué?
—Que soy juez. He visto de todo: matrimonios destrozados, niños que no pueden perdonar a sus padres…
—Ya, pero yo no soy un niño. No me trates como si lo fuera.
Parpadeé furiosamente, sorprendida. No había querido ofenderlo.
—No, ya lo sé. Pero la verdad es que nunca olvidamos las decepciones y las penas de la infancia.
—Por favor, no intentes psicoanalizarme.
—No intentaba…
—Yo no me siento abandonado. Ella hizo lo que tenía que hacer.
—¿Abandonarte? ¿Eso es lo que tenía que hacer?
—Mi padre no la hacía feliz. Se casó con un hombre al que creía un héroe y, al final, no lo era.
—Dijiste que había resultado herido. ¿Fue entonces cuando se marchó?
—Ninguno de los dos pudo superarlo. Mi padre empezó a beber… estaba muy deprimido.
—O sea, que no sólo te abandonó a ti. Te dejó en manos de un padre incompetente. Ése es un comportamiento delictivo.
—Hizo lo que tenía que hacer —insistió Edward.
—Sí, ya —replique, sarcástica.
Edward me miró entonces, enfadado.
—Déjalo, Bella. Mi familia no está en el estrado.
—Perdona, tienes razón. No sé por qué me meto donde no me llaman —suspire, levantándome—. Gracias por la leche. La verdad es que me está entrando sueño.
—Oye, no quería…
—Buenas noches, Edward.
Y luego desaparecí, dejándolo en medio del salón. Solo
martes, 28 de septiembre de 2010
MI HIJO? CAPITULO 6
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 6
EPOV
—Esto no es lo que habíamos hablado —me espetó Bella cuarenta minutos después, en el restaurante que había reservado para el banquete. El Bistro era uno de los restaurantes de moda, cerca de los Juzgados, en la plaza histórica de Georgetown.
El reservado estaba abarrotado con los invitados que habían acudido a la ceremonia. Había brindis, champán, bandejas con aperitivos, risas…
Yo tenía una copa de champán en una mano y la otra sobre los hombros de Bella, en parte por mantener las apariencias y en parte por tenerla cerca. En cuanto la soltara, sabía que ella saldría corriendo.
—¿Por qué?
—Espero que esto no fuera idea tuya.
La llevé hasta una esquina, donde estaba la mesa de los regalos, todos envueltos en papel blanco satinado.
—No, no ha sido idea mía —conteste mintiéndole, claro que era idea mía, había planeado el banquete para esta rodeados de gente por mas tiempo y poder actuar como un amoroso esposo y tener cerca a Bella, incliné la cabeza para darle un beso en la frente.
—No hagas eso.
—Es que nos están mirando, Bella.
—Y si no ha sido idea tuya, ¿de quién ha sido?
—De tu amigo Mike. Él es el responsable, mátalo a él —contesté, Mike se había ofrecido como voluntario para ser asesinado "Es mejor que digas que fue idea mía si no quieres que mi amiga te mate en la noche de bodas" fueron sus palabras exactas.
—Pienso hacerlo. Cuando termine todo esto, pienso matarlo.
—Sólo quería tener un detalle contigo. ¿Por qué te cuesta tanto trabajo aceptarlo?
—¿Un detalle? Un detalle habría sido tener la tarde libre. Esto es una tortura.
—No es para tanto, mujer.
—¿Cómo que no? La mitad de la ciudad está aquí.
—Treinta personas no es la mitad de la ciudad —protesté—. Por favor, intenta ver el lado bueno…
—¿El lado bueno?
—Al menos, ahora todo el mundo sabe que te has casado. Ésa era la idea, ¿no?
—Hablando de lo que todo el mundo sabe… puede que tú no hayas organizado esto, pero lo sabías ¿verdad?
Tendría que mentirle, si Bella se enteraba que era yo el responsable de todo, se alejaría más de mí.
—Me enteré el martes.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Porque me parecía una sorpresa muy bonita. No pensé que te molestaría. Y si sigues mirándome con esa cara la gente empezará a sospechar —conteste, molesto.
—Nadie va a sospechar nada.
—¿Cómo lo sabes?
—Míralos. ¿Alguien parece sospechar algo? Están cocidos.
—¿Quieres dejar de portarte como si estuvieras enfadada con todo el mundo? Se supone que esto es una boda y lo estamos celebrando.
—Pero…
Antes de que terminara la frase, la besé, aprovechando ya que podría ser el último beso. Y, seguramente por la sorpresa, Bella no tuvo tiempo de apartarse.
—¿Por qué has hecho eso?
—¿Besarte?
—Sí.
—Porque acabamos de casarnos, es lo normal. Hay treinta personas en esta habitación y todos creen que estamos locamente enamorados, de modo que mi obligación es fingir que no puedo apartar mis manos de ti.
Bella pareció dudar un momento, pero al fin asintió y me pasó un brazo por la cintura, volviéndose para mirar a nuestros invitados.
Fue un alivio que no cuestionara mis explicaciones. En parte, era cierto lo hacía porque debíamos comportarnos como recién casados. Pero no era verdad del todo. La besaba porque me gustaba hacerlo. Y mucho.
De modo que iban a ser seis meses muy largos.
BPOV
Desperté al oír un ruido extraño en la cocina. Pero, después de un segundo de alarma, recordé que debía ser Edward.
Con un gruñido, enterré la cabeza en la almohada para dormirme de nuevo. O para despertar y descubrir que todo era una pesadilla.
Había estado despierta la mitad de la noche, pensando y pensando. Me molestaba que Edward tuviera razón, pero así era. Nos habíamos casado y cuando estuviéramos en público debíamos comportarnos como una pareja enamorada. Y eso significaba más besos, más caricias y más noches sin pegar ojo sabiendo que Edward Cullen estaba a unos metros de mí.
Como no podía pegar ojo y ya había amanecido, me levanté y empecé a ponerme la bata. Pero entonces se me ocurrió que no quería que Edward me viera así. Era demasiado personal, demasiado íntimo.
De modo que me puse unos pantalones y una camisa larga para disimular el embarazo, que ya empezaba a notarse, y entré en el baño para sujetar mi rebelde cabello y lavarme los dientes.
Encontré a Edward en la cocina, descalzo, con unos vaqueros y una camiseta, haciendo huevos revueltos. Muchos huevos.
—Buenos días, Belly.
—No sé qué libros sobre embarazos has estado leyendo, pero las mujeres embarazadas no toman dos docenas de huevos revueltos para desayunar.
Edward soltó una carcajada.
—Espero que no. Me saldrías carísima. Estos son para los chicos. Estoy haciendo tacos de queso y beicon. ¿Quieres un café?
—Ah, sí, gracias.
—¿Quieres un taco de queso y beicon? Están muy ricos.
—¿De dónde has sacado tantos huevos?
—He ido al mercado esta mañana.
—¿Tan temprano? ¿A qué hora te has levantado?
—Digamos que el colchón inflable no está hecho para un hombre de mi estatura.
—Ah, lo siento. No tengo una cama extra para que nadie pueda quedarse a dormir.
—Ah, ya veo.
—De todas formas, vas a traer tus cosas hoy mismo, ¿no?
—Sí, claro.
Recordé entonces, como si hubiera rebobinado una cinta, algo que él me había dicho.
—Por cierto, cuando has dicho que los tacos son para los chicos, ¿a qué chicos te referías?
—A los del parque de bomberos.
—¿Tus compañeros del parque van a desayunar aquí todos los sábados?
—No.
—Menos mal.
Entonces se me ocurrió pensar que no sabía nada sobre Edward. Sólo que era un investigador de seguros de incendio, que antes había sido bombero y que Jasper y él eran amigos desde el colegio.
Y, sin embargo, estaba viviendo en mi casa y seguiría allí durante seis meses. ¿En qué lío me había metido?
Aunque, si seguía haciendo unos desayunos tan ricos, quizá no había sido tan mala idea, pensé, probando uno de sus tacos. Sí, podía acostumbrarme a esto: el desayuno preparado, el café recién hecho…
—Los chicos van a ayudarme a traer mis cosas —dijo Edward entonces, mirándome de arriba abajo—. ¿No vas a cambiarte de ropa?
—¿Por qué iba a cambiarme de ropa?
—Porque vas un poco formal para un sábado por la mañana, ¿no te parece?
—Pues no, no me lo parece —contesté—. Además, yo no tengo pantalones vaqueros.
—¿No?
—No.
—No tienes pantalones vaqueros —repitió Edward.
—Soy juez, los jueces no podemos ir al Juzgado en vaqueros. Además, a mí no me quedan bien.
—Esa es la estupidez más grande que he oído en mi vida.
—No es ninguna estup…
Edward soltó una carcajada.
—¿Por qué no usas vaqueros?¿Crees que te hacen el trasero gordo? Es eso, ¿no?
—No pienso contestar a esa pregunta.
—No tienes que hacerlo, es eso —siguió riendo Edward—. Pues deja que te diga una cosa, Belly, tú no tienes el trasero gordo.
—Ya lo sé. De hecho, el ginecólogo me ha dicho que mi peso se corresponde perfectamente con mi estatura.
—Y yo estoy de acuerdo con él —sonrió Edward—. Pero ahora que nos hemos puesto de acuerdo, tenemos que hacer algo con tu ropa.
—¿Perdona?
—Bueno, en realidad el problema no es tu ropa sino tu actitud.
—¿Mi actitud? ¿Ahora te vas a meter con mi actitud? ¿Y luego con qué, con mis amigos, con mis opiniones políticas?
—No es eso, mujer. Es que no pareces… satisfecha.
¿Qué quería decir con eso?
—Supongo que parecería más satisfecha si dejaras de insultarme —replique, cruzándome de brazos—. Que yo sepa, no hay nada malo en mi apariencia.
—Si fuéramos a estar solos en casa, no, pero es que van a venir los chicos y que parece que vas a trabajar.
—¿Y qué?
—Pues… que, en mi opinión, después de la noche de bodas una mujer debería parecer…
—¿Satisfecha sexualmente? —lo interrumpí irónica.
—Eso es.
Había momentos en la vida en los que deseaba ser otra persona. Alguien divertido, con una réplica siempre a mano. Pero aquél no era uno de esos momentos. Y yo no era una de esas personas.
—Ya.
—Yo creo que deberías soltarte el pelo —murmuró Edward, quitándome el clip que sujetaba mi cabello.
—¡Oye! Ahora parece que acabo de levantarme de la cama.
—Ésa es la idea. Además, tienes un pelo precioso. Deberías llevarlo suelto más a menudo.
—Es que se me pone fosco con la humedad. Además, no puedo controlarlo.
—Y eso no te gusta.
—No.
—Descontrolar un poco no es malo. Es sexy.
Como él. Él siempre parecía sexy, un poco descontrolado, un poco… fuera de mi alcance.
—Y esa camisa también es un problema.
—¿Ah, sí?
—Desde luego —murmuró Edward, desabrochando dos de los botones. Al hacerlo, rozó con los nudillos la sensible piel de mi escote lo que me hizo sentir un escalofrío.
Y, absurdamente, me encontré a mi misma deseando que siguiera desabrochando botones, que me quitara la camisa del todo.
—Así está mejor —dijo Edward con voz ronca.
En ese momento sonó el timbre y los dos, como dos lelos, nos quedamos mirando hacia la puerta, como si no supiéramos qué hacer.
Aunque todo era una comedia. En realidad, Edward no tenía ningún interés por mí. Sólo quería que sus amigotes pensaran que estaba completamente satisfecha después de la noche de bodas. Para quedar bien, como un machito.
Cuando, por fin, Edward fue a abrir la puerta, tomé el clip de la mesa y volví a sujetarme el cabello, enfadada. Pero cuando estaba abrochándome los botones de la camisa, los amigos de Edward entraron en la cocina.
De modo que él se había salido con la suya.
Maldición. Edward Cullen llevaba en mi casa menos de veinticuatro horas y ya le dejaba que hiciera lo que le diese la gana, que me manipulara a su antojo…
Mientras sus compañeros, a los que había conocido en la boda, entraban en la cocina y se servían café, tomé una determinación.
Podría no saber controlar mi reacción ante un hombre tan guapo como Edward Cullen, pero estaba dispuesta a controlar mis emociones. Y eso significaba nada de cafés, nada de desayunos, nada de intimidades. No pensaba acostumbrarme a su presencia.
Al menos, sus amigos fueron suficientemente educados como para no hacer ningún comentario subido de tono, pero sus sonrisitas lo decían todo. Creían ver lo que Edward había querido que vieran.
Pensaban que nos habíamos pasado la noche de bodas a la manera tradicional: haciendo el amor apasionadamente.
Pues qué curioso, nunca me había sentido menos satisfecha en toda mi vida
Capitulo 6
EPOV
—Esto no es lo que habíamos hablado —me espetó Bella cuarenta minutos después, en el restaurante que había reservado para el banquete. El Bistro era uno de los restaurantes de moda, cerca de los Juzgados, en la plaza histórica de Georgetown.
El reservado estaba abarrotado con los invitados que habían acudido a la ceremonia. Había brindis, champán, bandejas con aperitivos, risas…
Yo tenía una copa de champán en una mano y la otra sobre los hombros de Bella, en parte por mantener las apariencias y en parte por tenerla cerca. En cuanto la soltara, sabía que ella saldría corriendo.
—¿Por qué?
—Espero que esto no fuera idea tuya.
La llevé hasta una esquina, donde estaba la mesa de los regalos, todos envueltos en papel blanco satinado.
—No, no ha sido idea mía —conteste mintiéndole, claro que era idea mía, había planeado el banquete para esta rodeados de gente por mas tiempo y poder actuar como un amoroso esposo y tener cerca a Bella, incliné la cabeza para darle un beso en la frente.
—No hagas eso.
—Es que nos están mirando, Bella.
—Y si no ha sido idea tuya, ¿de quién ha sido?
—De tu amigo Mike. Él es el responsable, mátalo a él —contesté, Mike se había ofrecido como voluntario para ser asesinado "Es mejor que digas que fue idea mía si no quieres que mi amiga te mate en la noche de bodas" fueron sus palabras exactas.
—Pienso hacerlo. Cuando termine todo esto, pienso matarlo.
—Sólo quería tener un detalle contigo. ¿Por qué te cuesta tanto trabajo aceptarlo?
—¿Un detalle? Un detalle habría sido tener la tarde libre. Esto es una tortura.
—No es para tanto, mujer.
—¿Cómo que no? La mitad de la ciudad está aquí.
—Treinta personas no es la mitad de la ciudad —protesté—. Por favor, intenta ver el lado bueno…
—¿El lado bueno?
—Al menos, ahora todo el mundo sabe que te has casado. Ésa era la idea, ¿no?
—Hablando de lo que todo el mundo sabe… puede que tú no hayas organizado esto, pero lo sabías ¿verdad?
Tendría que mentirle, si Bella se enteraba que era yo el responsable de todo, se alejaría más de mí.
—Me enteré el martes.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Porque me parecía una sorpresa muy bonita. No pensé que te molestaría. Y si sigues mirándome con esa cara la gente empezará a sospechar —conteste, molesto.
—Nadie va a sospechar nada.
—¿Cómo lo sabes?
—Míralos. ¿Alguien parece sospechar algo? Están cocidos.
—¿Quieres dejar de portarte como si estuvieras enfadada con todo el mundo? Se supone que esto es una boda y lo estamos celebrando.
—Pero…
Antes de que terminara la frase, la besé, aprovechando ya que podría ser el último beso. Y, seguramente por la sorpresa, Bella no tuvo tiempo de apartarse.
—¿Por qué has hecho eso?
—¿Besarte?
—Sí.
—Porque acabamos de casarnos, es lo normal. Hay treinta personas en esta habitación y todos creen que estamos locamente enamorados, de modo que mi obligación es fingir que no puedo apartar mis manos de ti.
Bella pareció dudar un momento, pero al fin asintió y me pasó un brazo por la cintura, volviéndose para mirar a nuestros invitados.
Fue un alivio que no cuestionara mis explicaciones. En parte, era cierto lo hacía porque debíamos comportarnos como recién casados. Pero no era verdad del todo. La besaba porque me gustaba hacerlo. Y mucho.
De modo que iban a ser seis meses muy largos.
BPOV
Desperté al oír un ruido extraño en la cocina. Pero, después de un segundo de alarma, recordé que debía ser Edward.
Con un gruñido, enterré la cabeza en la almohada para dormirme de nuevo. O para despertar y descubrir que todo era una pesadilla.
Había estado despierta la mitad de la noche, pensando y pensando. Me molestaba que Edward tuviera razón, pero así era. Nos habíamos casado y cuando estuviéramos en público debíamos comportarnos como una pareja enamorada. Y eso significaba más besos, más caricias y más noches sin pegar ojo sabiendo que Edward Cullen estaba a unos metros de mí.
Como no podía pegar ojo y ya había amanecido, me levanté y empecé a ponerme la bata. Pero entonces se me ocurrió que no quería que Edward me viera así. Era demasiado personal, demasiado íntimo.
De modo que me puse unos pantalones y una camisa larga para disimular el embarazo, que ya empezaba a notarse, y entré en el baño para sujetar mi rebelde cabello y lavarme los dientes.
Encontré a Edward en la cocina, descalzo, con unos vaqueros y una camiseta, haciendo huevos revueltos. Muchos huevos.
—Buenos días, Belly.
—No sé qué libros sobre embarazos has estado leyendo, pero las mujeres embarazadas no toman dos docenas de huevos revueltos para desayunar.
Edward soltó una carcajada.
—Espero que no. Me saldrías carísima. Estos son para los chicos. Estoy haciendo tacos de queso y beicon. ¿Quieres un café?
—Ah, sí, gracias.
—¿Quieres un taco de queso y beicon? Están muy ricos.
—¿De dónde has sacado tantos huevos?
—He ido al mercado esta mañana.
—¿Tan temprano? ¿A qué hora te has levantado?
—Digamos que el colchón inflable no está hecho para un hombre de mi estatura.
—Ah, lo siento. No tengo una cama extra para que nadie pueda quedarse a dormir.
—Ah, ya veo.
—De todas formas, vas a traer tus cosas hoy mismo, ¿no?
—Sí, claro.
Recordé entonces, como si hubiera rebobinado una cinta, algo que él me había dicho.
—Por cierto, cuando has dicho que los tacos son para los chicos, ¿a qué chicos te referías?
—A los del parque de bomberos.
—¿Tus compañeros del parque van a desayunar aquí todos los sábados?
—No.
—Menos mal.
Entonces se me ocurrió pensar que no sabía nada sobre Edward. Sólo que era un investigador de seguros de incendio, que antes había sido bombero y que Jasper y él eran amigos desde el colegio.
Y, sin embargo, estaba viviendo en mi casa y seguiría allí durante seis meses. ¿En qué lío me había metido?
Aunque, si seguía haciendo unos desayunos tan ricos, quizá no había sido tan mala idea, pensé, probando uno de sus tacos. Sí, podía acostumbrarme a esto: el desayuno preparado, el café recién hecho…
—Los chicos van a ayudarme a traer mis cosas —dijo Edward entonces, mirándome de arriba abajo—. ¿No vas a cambiarte de ropa?
—¿Por qué iba a cambiarme de ropa?
—Porque vas un poco formal para un sábado por la mañana, ¿no te parece?
—Pues no, no me lo parece —contesté—. Además, yo no tengo pantalones vaqueros.
—¿No?
—No.
—No tienes pantalones vaqueros —repitió Edward.
—Soy juez, los jueces no podemos ir al Juzgado en vaqueros. Además, a mí no me quedan bien.
—Esa es la estupidez más grande que he oído en mi vida.
—No es ninguna estup…
Edward soltó una carcajada.
—¿Por qué no usas vaqueros?¿Crees que te hacen el trasero gordo? Es eso, ¿no?
—No pienso contestar a esa pregunta.
—No tienes que hacerlo, es eso —siguió riendo Edward—. Pues deja que te diga una cosa, Belly, tú no tienes el trasero gordo.
—Ya lo sé. De hecho, el ginecólogo me ha dicho que mi peso se corresponde perfectamente con mi estatura.
—Y yo estoy de acuerdo con él —sonrió Edward—. Pero ahora que nos hemos puesto de acuerdo, tenemos que hacer algo con tu ropa.
—¿Perdona?
—Bueno, en realidad el problema no es tu ropa sino tu actitud.
—¿Mi actitud? ¿Ahora te vas a meter con mi actitud? ¿Y luego con qué, con mis amigos, con mis opiniones políticas?
—No es eso, mujer. Es que no pareces… satisfecha.
¿Qué quería decir con eso?
—Supongo que parecería más satisfecha si dejaras de insultarme —replique, cruzándome de brazos—. Que yo sepa, no hay nada malo en mi apariencia.
—Si fuéramos a estar solos en casa, no, pero es que van a venir los chicos y que parece que vas a trabajar.
—¿Y qué?
—Pues… que, en mi opinión, después de la noche de bodas una mujer debería parecer…
—¿Satisfecha sexualmente? —lo interrumpí irónica.
—Eso es.
Había momentos en la vida en los que deseaba ser otra persona. Alguien divertido, con una réplica siempre a mano. Pero aquél no era uno de esos momentos. Y yo no era una de esas personas.
—Ya.
—Yo creo que deberías soltarte el pelo —murmuró Edward, quitándome el clip que sujetaba mi cabello.
—¡Oye! Ahora parece que acabo de levantarme de la cama.
—Ésa es la idea. Además, tienes un pelo precioso. Deberías llevarlo suelto más a menudo.
—Es que se me pone fosco con la humedad. Además, no puedo controlarlo.
—Y eso no te gusta.
—No.
—Descontrolar un poco no es malo. Es sexy.
Como él. Él siempre parecía sexy, un poco descontrolado, un poco… fuera de mi alcance.
—Y esa camisa también es un problema.
—¿Ah, sí?
—Desde luego —murmuró Edward, desabrochando dos de los botones. Al hacerlo, rozó con los nudillos la sensible piel de mi escote lo que me hizo sentir un escalofrío.
Y, absurdamente, me encontré a mi misma deseando que siguiera desabrochando botones, que me quitara la camisa del todo.
—Así está mejor —dijo Edward con voz ronca.
En ese momento sonó el timbre y los dos, como dos lelos, nos quedamos mirando hacia la puerta, como si no supiéramos qué hacer.
Aunque todo era una comedia. En realidad, Edward no tenía ningún interés por mí. Sólo quería que sus amigotes pensaran que estaba completamente satisfecha después de la noche de bodas. Para quedar bien, como un machito.
Cuando, por fin, Edward fue a abrir la puerta, tomé el clip de la mesa y volví a sujetarme el cabello, enfadada. Pero cuando estaba abrochándome los botones de la camisa, los amigos de Edward entraron en la cocina.
De modo que él se había salido con la suya.
Maldición. Edward Cullen llevaba en mi casa menos de veinticuatro horas y ya le dejaba que hiciera lo que le diese la gana, que me manipulara a su antojo…
Mientras sus compañeros, a los que había conocido en la boda, entraban en la cocina y se servían café, tomé una determinación.
Podría no saber controlar mi reacción ante un hombre tan guapo como Edward Cullen, pero estaba dispuesta a controlar mis emociones. Y eso significaba nada de cafés, nada de desayunos, nada de intimidades. No pensaba acostumbrarme a su presencia.
Al menos, sus amigos fueron suficientemente educados como para no hacer ningún comentario subido de tono, pero sus sonrisitas lo decían todo. Creían ver lo que Edward había querido que vieran.
Pensaban que nos habíamos pasado la noche de bodas a la manera tradicional: haciendo el amor apasionadamente.
Pues qué curioso, nunca me había sentido menos satisfecha en toda mi vida
MI HIJO? CAPITULO 5
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 5
BPOV
—No puedo creer que vayas a hacerlo.
Alice estaba en mi despacho, frente a mi escritorio. Tenía el ceño fruncido y se frotaba las manos en el regazo, nerviosa.
—Lo sé, yo tampoco me lo creo del todo —dije, sin dejar de mirar la pantalla del ordenador.
—Pero es que, Jasper y yo… Bueno, nosotros nunca esperamos que pasara esto. Sabíamos que te estábamos pidiendo mucho, pero…
Suspirando, me volví hacia mi hermana.
—Ya lo sé, Alice. Nadie podría haber predicho cómo iban a ir las cosas.
Cuando mi hermana levantó la mirada, me sorprendió ver que tenía los ojos húmedos.
—Oye, no te pongas así. Todo va a salir bien, ya lo verás.
—Entonces, ¿no nos odias?
No me había dado cuenta, pero hasta aquel momento me sentía un poco resentida. No por tener que casarme con Edward, sino porque el embarazo de Alice daba al traste con todos mis planes y me colocaba en una posición difícil en todos los sentidos. Pero enfrentada a las lágrimas de mi hermana, no podía seguir enfadada.
—¿Cómo voy a odiaros?
—Pero ahora tienes que casarte con Edward y tú… lo odias.
—Qué manía con el odio. Yo no odio a Edward, Alice. Es un buen chico.
Y lo era. Me había dado cuenta de lo distorsionada que había sido mi primera impresión de Edward Cullen.
—Es majo, ¿verdad? —sonrió Alice.
—Sí, así que no tienes por qué preocuparte. Todo va a salir estupendamente bien —sonreí—. Ningún problema —añadí, para convencerme a mi misma.
—Te he traído una cosa… para la ceremonia —dijo mi hermana entonces, sacando una bolsa de una tienda de ropa femenina—. Espero que te lo pongas.
—Oh, Alice…
—Sé que para ti ésta no es una ceremonia de verdad, pero de todas formas deberías ponerte algo bonito. No es un vestido de novia de verdad ni nada de eso —rió Alice, nerviosa—. No Bella no es un vestido de novia, no te preocupes solo es algo bonito que ponerte.
—Te lo agradezco, pero pienso ponerme lo que llevo.
—Por favor, Bella. Deja que te regale esto. Nunca me dejas que te haga ningún favor.
—Pero es que no es necesario…
—Es importante para mí.
Con desgana, tomé la bolsa y saque el vestido que había dentro. Era de corte imperio y con varias telas superpuestas, de color blanco, unos centímetros arriban de la rodilla, strapless con pedrería abajo del busto. Muy femenino. La clase de vestido que sólo me pondría para darle gusto a mi hermana .
—Ya sé que tú no sueles ponerte vestidos así, pero es que hace juego con las joyas.
Resignada, metí la mano en la bolsa, pero sabía lo que iba a encontrar antes de tocarlo: una hermosa caja de terciopelo azul donde se encontraban unos pendientes, una gargantilla y un broche para el cabello que Alice había llevado en su propia boda. Eran de Renée, mi madre adoptiva, los había llevado también el día su boda.
—No puedo aceptar esto.
—¿Por qué no? A Renée le habría hecho ilusión.
No, Renée quería que se lo pusiera Alice, no yo.
Durante los diez años que vivimos con ellos, nunca me lleve bien con Renée y Charlie, su marido, los padres adoptivos a los que Ali adoraba y a los que yo no podía soportar.
—Por favor, hazlo por mí. Así sabré que nos has perdonado.
¿Cómo iba a decir que no?
—Además —siguió Alice, con una sonrisa en los labios—. No puedes ponerte eso. Pareces una camarera.
Miré mis pantalones de crepé negro y la camisa blanca.
—¿Una camarera, ¿eh?
De modo que me rendí. Alice me estaba mirando con los ojos tristes otra vez. Curioso, Alice era la hermana mayor, pero yo siempre había sido la más fuerte, la más independiente.
Como siempre había sido la más fuerte, no podía soportar ver a mi hermana disgustada. Y eso era precisamente, pensé, mientras entraba en el cuarto de baño para ponerme el vestido, lo que me había metido en aquel lío.
Alice sacó un cepillo, unas horquillas y un kit de maquillaje del bolso, en veinte minutos, ya llevaba el cabello elegantemente recogido y un maquillaje muy natural. Después me coloco los pendientes, la gargantilla y el broche en el cabello, me mire al espejo. Estaba embarazada de quince semanas, pero aún no se me notaba.
Jamás habría elegido ese vestido. Era demasiado femenino. Exactamente el tipo de vestido con el que me sentía ridícula. Miró mis pantalones y camisa descartados. Quizá parecería una camarera, pero sería yo misma.
Mientras Alice y yo atravesábamos el parqueo para llegar al Juzgado de familia, casi esperaba que los pajarillos me rodeasen con sus trinos, como en la película de Disney.
En la puerta estaba Mike esperando.
—¡Bella!
—No se te ocurra decir nada sobre el vestidito.
—Iba a decir que estás guapísima. ¿Esto ha sido idea tuya, Alice?
—Por supuesto.
—Pues me parece estupendo.
—Déjate de bobadas —intervine, empujando la puerta.
—No, no, espera. No puedes entrar ahí.
—¿Por qué no?
—Porque a lo mejor no están preparados.
—¿Quién no está preparado?
Mike y mi hermana se miraron.
—No puedes entrar todavía o el novio te verá antes de la ceremonia y eso trae mala suerte.
—Pero si vamos a celebrar la ceremonia ahora mismo. ¿Cómo quieres que no me vea? —replique.
—Espera, voy a ver si está —mi hermana desapareció en el interior del Juzgado y abrí la boca para protestar, pero no dije nada porque Mike me estaba mirando fijamente.
—¿Qué miras?
—Es que estás muy guapa.
—Espero que no hayáis preparado nada porque…
Antes de que pudiera terminar mi amenaza, Alice abrió la puerta de par en par y me entrego un ramo de fresias y Lilas susurrándome al oído que era de parte de Edward.
Había esperado ver a cinco o seis amigos íntimos como máximo en la sala del juez Stanley, pero había docenas de personas. El juez esperaba detrás de su escritorio, que habían limpiado de papeles para colocar varios jarrones con lilas, mi flor favorita. A la izquierda del juez estaba Edward, tan guapo que tuve que tragar saliva.
No había visto a Edward Cullen con traje desde la boda de mi hermana, pero fue su expresión lo que me dejó helada. Me miraba con un brillo tal de admiración en los ojos que no pude evitar sentirme femenina. Por un momento, casi me había parecido un hombre enamorado.
Y entonces lo estropeó todo guiñándome un ojo.
Y, así, de repente, la burbuja de emoción explotó.
Para él, todo aquello era una broma. Para mí, una obligación indeseada. Un incordio, no una celebración.
En cuanto a los amigos que habían aparecido en la ceremonia… los estaba engañando a todos.
De repente, me pareció bien que Alice me hubiera obligado a ponerme este vestido. Era el disfraz perfecto para la farsa.
Las flores, los invitados… todo era una mentira.
—Sonríe —me dijo Edward en voz baja—. Nadie se lo va a creer si sigues mirándome como si quisieras matarme.
Sonreí con lo que podría pasar por una sonrisa de «novia nerviosa» o «romántica empedernida».
Ya lo mataría más tarde.
EPOV
—Yo os declaro marido y mujer.
La expresión de Bella era forzada, pero la mayoría de los invitados pensaría que eran los nervios, algo normal en aquellas circunstancias. Sin embargo yo, no sabía cómo se comportaban los hombres en esas circunstancias desde luego, llevaba nervioso todo el día.
Excepto cuando vi a Bella en la puerta. En ese momento, todo me pareció perfecto, como si estuviéramos destinados a casarnos. Y eso era alarmante.
—Puede besar a la novia —dijo el juez entonces.
Miré a los invitados, que esperaban ansiosos, y luego miré a Bella, que parecía o a punto de marearse o a punto de clavarme el tacón del zapato en el pie.
Pero, le gustase o no, tenía que besarla.
Y besar a Bella no sería nada difícil. De hecho, había pensado en ese momento desde que acepté casarse con ella… quizá incluso antes.
Nuestro primer beso.
Quizá nuestro único beso.
Y si iba a ser nuestro único beso, tendría que hacerlo bien. ¿Por qué no? De todas formas, Bella iba a matarme…
De modo que la tomé por la cintura con una mano y con la otra levanté su barbilla un instante antes de buscar sus labios. En sus ojos vi un brillo que decía claramente: «no te atreverás». Pero si me atreví.
Sus labios eran suaves, cálidos. Y ella no se apartó, seguramente por la sorpresa. En cuanto empezamos a besarnos, sentí el deseo de apretarla contra mi pecho, de seguir besándola, de comérmela.
Tuve que hacer un esfuerzo para apartarme, pero conseguí hacerlo. No quería que me besara por obligación. Quería que lo hiciera por voluntad propia. Quería…
Demonios, la deseaba entre mis brazos, esa era la verdad.
Pero lo más curioso de todo era que mi esposa era la única mujer a la que no podía tener.
Capitulo 5
BPOV
—No puedo creer que vayas a hacerlo.
Alice estaba en mi despacho, frente a mi escritorio. Tenía el ceño fruncido y se frotaba las manos en el regazo, nerviosa.
—Lo sé, yo tampoco me lo creo del todo —dije, sin dejar de mirar la pantalla del ordenador.
—Pero es que, Jasper y yo… Bueno, nosotros nunca esperamos que pasara esto. Sabíamos que te estábamos pidiendo mucho, pero…
Suspirando, me volví hacia mi hermana.
—Ya lo sé, Alice. Nadie podría haber predicho cómo iban a ir las cosas.
Cuando mi hermana levantó la mirada, me sorprendió ver que tenía los ojos húmedos.
—Oye, no te pongas así. Todo va a salir bien, ya lo verás.
—Entonces, ¿no nos odias?
No me había dado cuenta, pero hasta aquel momento me sentía un poco resentida. No por tener que casarme con Edward, sino porque el embarazo de Alice daba al traste con todos mis planes y me colocaba en una posición difícil en todos los sentidos. Pero enfrentada a las lágrimas de mi hermana, no podía seguir enfadada.
—¿Cómo voy a odiaros?
—Pero ahora tienes que casarte con Edward y tú… lo odias.
—Qué manía con el odio. Yo no odio a Edward, Alice. Es un buen chico.
Y lo era. Me había dado cuenta de lo distorsionada que había sido mi primera impresión de Edward Cullen.
—Es majo, ¿verdad? —sonrió Alice.
—Sí, así que no tienes por qué preocuparte. Todo va a salir estupendamente bien —sonreí—. Ningún problema —añadí, para convencerme a mi misma.
—Te he traído una cosa… para la ceremonia —dijo mi hermana entonces, sacando una bolsa de una tienda de ropa femenina—. Espero que te lo pongas.
—Oh, Alice…
—Sé que para ti ésta no es una ceremonia de verdad, pero de todas formas deberías ponerte algo bonito. No es un vestido de novia de verdad ni nada de eso —rió Alice, nerviosa—. No Bella no es un vestido de novia, no te preocupes solo es algo bonito que ponerte.
—Te lo agradezco, pero pienso ponerme lo que llevo.
—Por favor, Bella. Deja que te regale esto. Nunca me dejas que te haga ningún favor.
—Pero es que no es necesario…
—Es importante para mí.
Con desgana, tomé la bolsa y saque el vestido que había dentro. Era de corte imperio y con varias telas superpuestas, de color blanco, unos centímetros arriban de la rodilla, strapless con pedrería abajo del busto. Muy femenino. La clase de vestido que sólo me pondría para darle gusto a mi hermana .
—Ya sé que tú no sueles ponerte vestidos así, pero es que hace juego con las joyas.
Resignada, metí la mano en la bolsa, pero sabía lo que iba a encontrar antes de tocarlo: una hermosa caja de terciopelo azul donde se encontraban unos pendientes, una gargantilla y un broche para el cabello que Alice había llevado en su propia boda. Eran de Renée, mi madre adoptiva, los había llevado también el día su boda.
—No puedo aceptar esto.
—¿Por qué no? A Renée le habría hecho ilusión.
No, Renée quería que se lo pusiera Alice, no yo.
Durante los diez años que vivimos con ellos, nunca me lleve bien con Renée y Charlie, su marido, los padres adoptivos a los que Ali adoraba y a los que yo no podía soportar.
—Por favor, hazlo por mí. Así sabré que nos has perdonado.
¿Cómo iba a decir que no?
—Además —siguió Alice, con una sonrisa en los labios—. No puedes ponerte eso. Pareces una camarera.
Miré mis pantalones de crepé negro y la camisa blanca.
—¿Una camarera, ¿eh?
De modo que me rendí. Alice me estaba mirando con los ojos tristes otra vez. Curioso, Alice era la hermana mayor, pero yo siempre había sido la más fuerte, la más independiente.
Como siempre había sido la más fuerte, no podía soportar ver a mi hermana disgustada. Y eso era precisamente, pensé, mientras entraba en el cuarto de baño para ponerme el vestido, lo que me había metido en aquel lío.
Alice sacó un cepillo, unas horquillas y un kit de maquillaje del bolso, en veinte minutos, ya llevaba el cabello elegantemente recogido y un maquillaje muy natural. Después me coloco los pendientes, la gargantilla y el broche en el cabello, me mire al espejo. Estaba embarazada de quince semanas, pero aún no se me notaba.
Jamás habría elegido ese vestido. Era demasiado femenino. Exactamente el tipo de vestido con el que me sentía ridícula. Miró mis pantalones y camisa descartados. Quizá parecería una camarera, pero sería yo misma.
Mientras Alice y yo atravesábamos el parqueo para llegar al Juzgado de familia, casi esperaba que los pajarillos me rodeasen con sus trinos, como en la película de Disney.
En la puerta estaba Mike esperando.
—¡Bella!
—No se te ocurra decir nada sobre el vestidito.
—Iba a decir que estás guapísima. ¿Esto ha sido idea tuya, Alice?
—Por supuesto.
—Pues me parece estupendo.
—Déjate de bobadas —intervine, empujando la puerta.
—No, no, espera. No puedes entrar ahí.
—¿Por qué no?
—Porque a lo mejor no están preparados.
—¿Quién no está preparado?
Mike y mi hermana se miraron.
—No puedes entrar todavía o el novio te verá antes de la ceremonia y eso trae mala suerte.
—Pero si vamos a celebrar la ceremonia ahora mismo. ¿Cómo quieres que no me vea? —replique.
—Espera, voy a ver si está —mi hermana desapareció en el interior del Juzgado y abrí la boca para protestar, pero no dije nada porque Mike me estaba mirando fijamente.
—¿Qué miras?
—Es que estás muy guapa.
—Espero que no hayáis preparado nada porque…
Antes de que pudiera terminar mi amenaza, Alice abrió la puerta de par en par y me entrego un ramo de fresias y Lilas susurrándome al oído que era de parte de Edward.
Había esperado ver a cinco o seis amigos íntimos como máximo en la sala del juez Stanley, pero había docenas de personas. El juez esperaba detrás de su escritorio, que habían limpiado de papeles para colocar varios jarrones con lilas, mi flor favorita. A la izquierda del juez estaba Edward, tan guapo que tuve que tragar saliva.
No había visto a Edward Cullen con traje desde la boda de mi hermana, pero fue su expresión lo que me dejó helada. Me miraba con un brillo tal de admiración en los ojos que no pude evitar sentirme femenina. Por un momento, casi me había parecido un hombre enamorado.
Y entonces lo estropeó todo guiñándome un ojo.
Y, así, de repente, la burbuja de emoción explotó.
Para él, todo aquello era una broma. Para mí, una obligación indeseada. Un incordio, no una celebración.
En cuanto a los amigos que habían aparecido en la ceremonia… los estaba engañando a todos.
De repente, me pareció bien que Alice me hubiera obligado a ponerme este vestido. Era el disfraz perfecto para la farsa.
Las flores, los invitados… todo era una mentira.
—Sonríe —me dijo Edward en voz baja—. Nadie se lo va a creer si sigues mirándome como si quisieras matarme.
Sonreí con lo que podría pasar por una sonrisa de «novia nerviosa» o «romántica empedernida».
Ya lo mataría más tarde.
EPOV
—Yo os declaro marido y mujer.
La expresión de Bella era forzada, pero la mayoría de los invitados pensaría que eran los nervios, algo normal en aquellas circunstancias. Sin embargo yo, no sabía cómo se comportaban los hombres en esas circunstancias desde luego, llevaba nervioso todo el día.
Excepto cuando vi a Bella en la puerta. En ese momento, todo me pareció perfecto, como si estuviéramos destinados a casarnos. Y eso era alarmante.
—Puede besar a la novia —dijo el juez entonces.
Miré a los invitados, que esperaban ansiosos, y luego miré a Bella, que parecía o a punto de marearse o a punto de clavarme el tacón del zapato en el pie.
Pero, le gustase o no, tenía que besarla.
Y besar a Bella no sería nada difícil. De hecho, había pensado en ese momento desde que acepté casarse con ella… quizá incluso antes.
Nuestro primer beso.
Quizá nuestro único beso.
Y si iba a ser nuestro único beso, tendría que hacerlo bien. ¿Por qué no? De todas formas, Bella iba a matarme…
De modo que la tomé por la cintura con una mano y con la otra levanté su barbilla un instante antes de buscar sus labios. En sus ojos vi un brillo que decía claramente: «no te atreverás». Pero si me atreví.
Sus labios eran suaves, cálidos. Y ella no se apartó, seguramente por la sorpresa. En cuanto empezamos a besarnos, sentí el deseo de apretarla contra mi pecho, de seguir besándola, de comérmela.
Tuve que hacer un esfuerzo para apartarme, pero conseguí hacerlo. No quería que me besara por obligación. Quería que lo hiciera por voluntad propia. Quería…
Demonios, la deseaba entre mis brazos, esa era la verdad.
Pero lo más curioso de todo era que mi esposa era la única mujer a la que no podía tener.
MI HIJO? CAPITULO 4
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 4
BPOV
En menos de una semana estaría casada. El viernes, en mi propio Juzgado, ni más ni menos. De modo que Volturi y el resto de los jueces se enterarían de inmediato.
Pero por mucho que se dijera a mi misma que aquélla era la única solución, no podía evitar una sensación de culpa… y tampoco podía dejar de darle vueltas a la cabeza.
Estaría casada. ¡Con Edward Cullen!
El domingo por la noche, mientras intentaba dormir, ese pensamiento daba vueltas y vueltas en mi cabeza.
Me había ido a la cama temprano, agotada después de vaciar la habitación de invitados para dejar sitio a las cosas de Edward. A pesar de mis protestas, Edward había insistido en dejar su apartamento ya que, según él, parecería un poco sospechoso seguir pagando el alquiler. De modo que todos sus muebles tendrían que caber en la habitación y en el garaje.
Después de trabajar durante horas, estaba segura de que el cansancio me vencería, pero aquí estaba, con los ojos abiertos como un búho y el corazón trepidante.
Estaba tan nerviosa que me incorpore de un salto cuando sonó el teléfono.
—¿Jasper?
—No, soy Edward.
—¿Te he asustado?
—No, no, qué va. Es que no estoy acostumbrada a que llamen a estas horas.
—No es tan tarde.
Mire el reloj de la mesilla. Eran las 21:23. Sí, tenía razón. La mayoría de la gente seguiría viendo la televisión a esta hora.
—Pero supongo que las mujeres embarazadas se van a la cama temprano. Tendré que acostumbrarme.
—¿Qué querías, Edward?
—Estaba pensando en nuestra historia.
—¿Nuestra historia?
—La historia que vamos a contarle a la gente. Tenemos que ponernos de acuerdo porque nos harán preguntas.
Lo imaginé tumbado en el sofá, en chándal o medio desnudo, viendo algún canal de deporte…
—Muy fácil. Nos conocimos en la boda de Alice y Jasper.
—¿Nos conocimos hace ocho años y ahora, de repente, nos da por casarnos? No, eso no tiene sentido —rió Edward—. Veo que mientes fatal.
Encendí la luz de la lamparita.
—Soy juez. Se supone que no debo mentir.
—Sí, bueno, ya me imagino.
—Mira, yo creo que lo mejor es que nos atengamos lo más posible a la verdad. Así no meteremos la pata.
—¿Cómo se conocieron Alice y Jasper?
—No lo sé —conteste—. Me parece que en el último año de universidad. Sí, mi hermana trabajaba en un restaurante enfrente del campus, donde Jasper iba a comer. Jasper es vegetariano, ya lo sabes, pero siempre pedía un filete con patatas porque tardaban en hacerlo y así tenía más tiempo para mirar a mi hermana —sonreí—. Pero supongo que eso ya lo sabes.
—Sí, claro, pero ¿ves como tenía razón? Todo el mundo tiene una historia. La gente nos preguntará y tenemos que ponernos de acuerdo.
—Si tú lo dices.
—¿Cómo se conocieron tus padres?
Me mordí los labios, me sentí insegura. «Mis padres» se habían conocido en un bar y nueve meses después, cuando nació yo, mi madre no recordaba el nombre de mi progenitor. Lo único que sabía era que «debía ser el policía de Austin o el comerciante de Dallas. O el camionero de Ohio».
Pero no pensaba contárselo a Edward.
—Se conocieron en el instituto y se casaron muy jóvenes. Su primera cita fue en la fiesta de graduación.
No era una mentira del todo. Más bien, una mezcla de las historias de mis padres de acogida.
—¿Y los tuyos? ¿Cómo se conocieron?
Edward no contestó enseguida y me pareció oír que abría y cerraba una puerta. La nevera, seguramente, pensé. Un segundo después lo escuche tomar un trago. Una cerveza, seguro. Inmediatamente, lo imagine apoyado en el quicio de la puerta…
¿Por qué tenía que tomar un trago de cerveza antes de contestar a una pregunta tan sencilla?
—¿Edward? ¿Estás ahí?
—Sí, sí.
—¿Y?
—Mi padre rescató a mi madre de un edificio en llamas. Le salvó la vida.
—¿En serio?
—Sí, fue…
—Muy romántico.
Podía imaginarlo. El terror de estar atrapada en un edificio en llamas, la proximidad de la muerte. Y entonces, entre el humo aparece un atractivo bombero, de hombros anchos, que salva del peligro a la damisela en apuros. Era como un cuento.
—¿Romántico? Sí, bueno. Mi padre resultó herido y tuvo que jubilarse. Y mi madre no le perdonó nunca que dejara de ser bombero y se convirtiera en un hombre normal y corriente.
Algo en su tono de voz hizo que se me encogiera el corazón. Y esa vulnerabilidad me desconcertaba. Edward no parecía un hombre vulnerable.
—Bueno, tengo que colgar. Es muy tarde para una mujer embarazada.
—Pero aún no tenemos una historia.
—¿No puede esperar hasta mañana?
—Para entonces será demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Si mañana vas a pedir hora para la ceremonia civil, supongo que tus compañeras te preguntarán.
—¿Qué quieres decir?
—No te hagas la ofendida. A las mujeres les encanta hablar de esas cosas.
Abrí la boca para llevarle la contraria, pero la cerré. Era verdad. En cuanto pidiera cita para casarme, mis compañeras, las secretarias, las alguaciles, todas me interrogarían. Por no hablar de los demás jueces. Y Mike.
¿Me atrevería a contarle la verdad?
—Estás muy callada. ¿Te has dormido?
Ojala.
—No, no. Bueno, vamos a ver, seguro que tú ya has inventado una historia, ¿no?
—¿Qué tal si nos conocimos en casa de Alice y Jasper, en la fiesta de fin de año? Podríamos decir que nos enamoramos de inmediato. Los dos estábamos en esa fiesta, ¿te acuerdas?
—Sí, claro.
Yo iba todos los años, aunque no solían gustarme las fiestas. Pero en Nochevieja no era plan quedarme en casa viendo Ley y Orden.
—Pero allí había por lo menos cincuenta personas y todos se acordarán de que apenas nos dirigimos la palabra.
—Nadie se acordará de eso. Era la fiesta de Nochevieja, mujer. La gente estaba borracha.
—Yo no —le recordé.
—No, claro, tú no.
—Oye…
—Seguro que nunca bebes en público. No estaría bien en una juez, ¿no?
En realidad, yo no bebía por miedo a acabar como mi madre. Pero eso no pensaba decírselo.
—Tú estabas sobria, ¿verdad?
—Claro.
—¿Y recuerdas lo que hacían los demás invitados?
En realidad, sólo recordaba el aburrimiento de escuchar a James, el contable de mi hermana y su cuñado, describir una excursión a un glaciar en Alaska. Pero, además de James, no recordaba a nadie más.
—Muy bien, entonces nos enamoramos en esa fiesta —suspiré.
—Habrá que inventarse más detalles, ¿no te parece?
—¿Qué detalles?
—Pues… no sé, creo que hacía una noche estupenda. Podríamos decir que salimos al jardín.
—Eso explicaría que la gente no nos hubiera visto juntos.
Alice y Jasper tienen una parcela de terreno muy grande. En las fiestas, colocan farolillos de papel en las ramas de los árboles y eso le da un toque romántico al jardín. El sitio ideal para enamorarse.
Aunque no había sido así, por supuesto.
—Suena bien. Para nuestra historia, quiero decir.
—Claro.
Parecía divertido, burlón. Como si intuyera que, momentáneamente, me había dejado llevar por esa fantasía.
—¿Y luego qué? —pregunté, un poco irritada.
—¿Qué?
—No podemos decir que empezamos a salir juntos. Alguien nos habría visto cenando o en el cine.
—Sí, es verdad. Pero podríamos decir que íbamos a Austin.
—Entonces, manteníamos la relación en secreto. ¿Por qué?
—Porque… para proteger tu reputación.
Por alguna razón, eso me pareció divertido.
—Qué noble por tu parte —reí.
—¿Qué pasa? ¿No te parezco noble?
—Oye, vas a casarte conmigo para proteger mi reputación. No se puede ser más noble.
—Pues no lo olvides.
—No te preocupes. Te debo un favor.
—Hablando de la boda, estaba pensando dónde te apetecería pasar la luna de miel —dijo Edward entonces.
—¿La luna de miel? —repetí, atónita.
—Claro. La gente esperará que vayamos a algún sitio.
¿Luna de miel? ¿Por qué no se me había ocurrido? ¿Y por qué, ahora que Edward lo había mencionado, mi mente se llenaba de imágenes de nosotros dos solos en algún sitio romántico… como una playa exótica o un hotelito rural?
—No —dije bruscamente—. De eso nada.
Dejar volar mi imaginación era una cosa, llevar a cabo esas fantasías, otra muy distinta.
—Oye, que no pensaba llevarte al motel Bates —protestó Edward—. Yo estaba pensando en ir a Fredericksburg un par de días.
Ya. Un par de días con sus noches en una de las ciudades históricas más encantadoras de Texas. Prefería el motel de Psicosis (la película).
—No —dije firmemente—. No iremos a ningún sitio.
—Pero…
—Pasaremos el fin de semana colocando tus muebles como habíamos acordado. Podemos decirle a la gente que haremos un viaje en otoño.
Antes de que pudiera protestar, le di las buenas noches y colgué.
Capitulo 4
BPOV
En menos de una semana estaría casada. El viernes, en mi propio Juzgado, ni más ni menos. De modo que Volturi y el resto de los jueces se enterarían de inmediato.
Pero por mucho que se dijera a mi misma que aquélla era la única solución, no podía evitar una sensación de culpa… y tampoco podía dejar de darle vueltas a la cabeza.
Estaría casada. ¡Con Edward Cullen!
El domingo por la noche, mientras intentaba dormir, ese pensamiento daba vueltas y vueltas en mi cabeza.
Me había ido a la cama temprano, agotada después de vaciar la habitación de invitados para dejar sitio a las cosas de Edward. A pesar de mis protestas, Edward había insistido en dejar su apartamento ya que, según él, parecería un poco sospechoso seguir pagando el alquiler. De modo que todos sus muebles tendrían que caber en la habitación y en el garaje.
Después de trabajar durante horas, estaba segura de que el cansancio me vencería, pero aquí estaba, con los ojos abiertos como un búho y el corazón trepidante.
Estaba tan nerviosa que me incorpore de un salto cuando sonó el teléfono.
—¿Jasper?
—No, soy Edward.
—¿Te he asustado?
—No, no, qué va. Es que no estoy acostumbrada a que llamen a estas horas.
—No es tan tarde.
Mire el reloj de la mesilla. Eran las 21:23. Sí, tenía razón. La mayoría de la gente seguiría viendo la televisión a esta hora.
—Pero supongo que las mujeres embarazadas se van a la cama temprano. Tendré que acostumbrarme.
—¿Qué querías, Edward?
—Estaba pensando en nuestra historia.
—¿Nuestra historia?
—La historia que vamos a contarle a la gente. Tenemos que ponernos de acuerdo porque nos harán preguntas.
Lo imaginé tumbado en el sofá, en chándal o medio desnudo, viendo algún canal de deporte…
—Muy fácil. Nos conocimos en la boda de Alice y Jasper.
—¿Nos conocimos hace ocho años y ahora, de repente, nos da por casarnos? No, eso no tiene sentido —rió Edward—. Veo que mientes fatal.
Encendí la luz de la lamparita.
—Soy juez. Se supone que no debo mentir.
—Sí, bueno, ya me imagino.
—Mira, yo creo que lo mejor es que nos atengamos lo más posible a la verdad. Así no meteremos la pata.
—¿Cómo se conocieron Alice y Jasper?
—No lo sé —conteste—. Me parece que en el último año de universidad. Sí, mi hermana trabajaba en un restaurante enfrente del campus, donde Jasper iba a comer. Jasper es vegetariano, ya lo sabes, pero siempre pedía un filete con patatas porque tardaban en hacerlo y así tenía más tiempo para mirar a mi hermana —sonreí—. Pero supongo que eso ya lo sabes.
—Sí, claro, pero ¿ves como tenía razón? Todo el mundo tiene una historia. La gente nos preguntará y tenemos que ponernos de acuerdo.
—Si tú lo dices.
—¿Cómo se conocieron tus padres?
Me mordí los labios, me sentí insegura. «Mis padres» se habían conocido en un bar y nueve meses después, cuando nació yo, mi madre no recordaba el nombre de mi progenitor. Lo único que sabía era que «debía ser el policía de Austin o el comerciante de Dallas. O el camionero de Ohio».
Pero no pensaba contárselo a Edward.
—Se conocieron en el instituto y se casaron muy jóvenes. Su primera cita fue en la fiesta de graduación.
No era una mentira del todo. Más bien, una mezcla de las historias de mis padres de acogida.
—¿Y los tuyos? ¿Cómo se conocieron?
Edward no contestó enseguida y me pareció oír que abría y cerraba una puerta. La nevera, seguramente, pensé. Un segundo después lo escuche tomar un trago. Una cerveza, seguro. Inmediatamente, lo imagine apoyado en el quicio de la puerta…
¿Por qué tenía que tomar un trago de cerveza antes de contestar a una pregunta tan sencilla?
—¿Edward? ¿Estás ahí?
—Sí, sí.
—¿Y?
—Mi padre rescató a mi madre de un edificio en llamas. Le salvó la vida.
—¿En serio?
—Sí, fue…
—Muy romántico.
Podía imaginarlo. El terror de estar atrapada en un edificio en llamas, la proximidad de la muerte. Y entonces, entre el humo aparece un atractivo bombero, de hombros anchos, que salva del peligro a la damisela en apuros. Era como un cuento.
—¿Romántico? Sí, bueno. Mi padre resultó herido y tuvo que jubilarse. Y mi madre no le perdonó nunca que dejara de ser bombero y se convirtiera en un hombre normal y corriente.
Algo en su tono de voz hizo que se me encogiera el corazón. Y esa vulnerabilidad me desconcertaba. Edward no parecía un hombre vulnerable.
—Bueno, tengo que colgar. Es muy tarde para una mujer embarazada.
—Pero aún no tenemos una historia.
—¿No puede esperar hasta mañana?
—Para entonces será demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Si mañana vas a pedir hora para la ceremonia civil, supongo que tus compañeras te preguntarán.
—¿Qué quieres decir?
—No te hagas la ofendida. A las mujeres les encanta hablar de esas cosas.
Abrí la boca para llevarle la contraria, pero la cerré. Era verdad. En cuanto pidiera cita para casarme, mis compañeras, las secretarias, las alguaciles, todas me interrogarían. Por no hablar de los demás jueces. Y Mike.
¿Me atrevería a contarle la verdad?
—Estás muy callada. ¿Te has dormido?
Ojala.
—No, no. Bueno, vamos a ver, seguro que tú ya has inventado una historia, ¿no?
—¿Qué tal si nos conocimos en casa de Alice y Jasper, en la fiesta de fin de año? Podríamos decir que nos enamoramos de inmediato. Los dos estábamos en esa fiesta, ¿te acuerdas?
—Sí, claro.
Yo iba todos los años, aunque no solían gustarme las fiestas. Pero en Nochevieja no era plan quedarme en casa viendo Ley y Orden.
—Pero allí había por lo menos cincuenta personas y todos se acordarán de que apenas nos dirigimos la palabra.
—Nadie se acordará de eso. Era la fiesta de Nochevieja, mujer. La gente estaba borracha.
—Yo no —le recordé.
—No, claro, tú no.
—Oye…
—Seguro que nunca bebes en público. No estaría bien en una juez, ¿no?
En realidad, yo no bebía por miedo a acabar como mi madre. Pero eso no pensaba decírselo.
—Tú estabas sobria, ¿verdad?
—Claro.
—¿Y recuerdas lo que hacían los demás invitados?
En realidad, sólo recordaba el aburrimiento de escuchar a James, el contable de mi hermana y su cuñado, describir una excursión a un glaciar en Alaska. Pero, además de James, no recordaba a nadie más.
—Muy bien, entonces nos enamoramos en esa fiesta —suspiré.
—Habrá que inventarse más detalles, ¿no te parece?
—¿Qué detalles?
—Pues… no sé, creo que hacía una noche estupenda. Podríamos decir que salimos al jardín.
—Eso explicaría que la gente no nos hubiera visto juntos.
Alice y Jasper tienen una parcela de terreno muy grande. En las fiestas, colocan farolillos de papel en las ramas de los árboles y eso le da un toque romántico al jardín. El sitio ideal para enamorarse.
Aunque no había sido así, por supuesto.
—Suena bien. Para nuestra historia, quiero decir.
—Claro.
Parecía divertido, burlón. Como si intuyera que, momentáneamente, me había dejado llevar por esa fantasía.
—¿Y luego qué? —pregunté, un poco irritada.
—¿Qué?
—No podemos decir que empezamos a salir juntos. Alguien nos habría visto cenando o en el cine.
—Sí, es verdad. Pero podríamos decir que íbamos a Austin.
—Entonces, manteníamos la relación en secreto. ¿Por qué?
—Porque… para proteger tu reputación.
Por alguna razón, eso me pareció divertido.
—Qué noble por tu parte —reí.
—¿Qué pasa? ¿No te parezco noble?
—Oye, vas a casarte conmigo para proteger mi reputación. No se puede ser más noble.
—Pues no lo olvides.
—No te preocupes. Te debo un favor.
—Hablando de la boda, estaba pensando dónde te apetecería pasar la luna de miel —dijo Edward entonces.
—¿La luna de miel? —repetí, atónita.
—Claro. La gente esperará que vayamos a algún sitio.
¿Luna de miel? ¿Por qué no se me había ocurrido? ¿Y por qué, ahora que Edward lo había mencionado, mi mente se llenaba de imágenes de nosotros dos solos en algún sitio romántico… como una playa exótica o un hotelito rural?
—No —dije bruscamente—. De eso nada.
Dejar volar mi imaginación era una cosa, llevar a cabo esas fantasías, otra muy distinta.
—Oye, que no pensaba llevarte al motel Bates —protestó Edward—. Yo estaba pensando en ir a Fredericksburg un par de días.
Ya. Un par de días con sus noches en una de las ciudades históricas más encantadoras de Texas. Prefería el motel de Psicosis (la película).
—No —dije firmemente—. No iremos a ningún sitio.
—Pero…
—Pasaremos el fin de semana colocando tus muebles como habíamos acordado. Podemos decirle a la gente que haremos un viaje en otoño.
Antes de que pudiera protestar, le di las buenas noches y colgué.
MI HIJO? CAPITULO 3
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 3
BPOV
Llamé al timbre del apartamento de Edward y esperé, temblando como una hoja.
—¿Podemos hablar? —le espeté cuando abrió la puerta.
Edward me miró durante largo rato sin decir nada.
El suficiente para que recordara lo guapo que era. Lo masculino. Por supuesto, no me ayudó nada que hubiera salido a abrir con el torso desnudo.
Pero lo que realmente llamó mi atención, lo que hizo que mi corazón se detuviera durante una décima de segundo, fue que su estatura, la anchura de su torso y los marcados bíceps me hicieran sentir femenina. Delicada, frágil casi.
Y no me gustaba en absoluto. Alice y Jasper podrían haber elegido a otro donante de esperma. Alguien que no me hiciera sentir nada.
Alguien que no pareciera recién salido de la cama, despeinado, con esos ojitos verdes de sueño…
—Perdona. Volveré en otro momento. O mejor, olvida que he venido —murmuré, dándome media vuelta.
—Espera, espera. Ya me has sacado de la cama, así que dime lo que querías decir.
—Pues…
Edward tiró de mi brazo suavemente para obligarme a entrar en el apartamento.
—Pues verás…
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal o algo?
O algo.
—Sí, bueno, estoy un poco mareada.
No era mentira del todo. El torso desnudo de Edward me mareaba bastante.
—Siéntate. ¿Quieres un té, una manzanilla? No, espera, leche. ¿Quieres un vaso de leche?
Genial. Allí estaba yo luchando contra una repentina atracción y él insistía en hidratarme.
—No, nada. Mira, perdona que te haya interrumpido. Debería haber llamado antes de venir.
—No has interrumpido nada —contestó él, poniéndose una camisa—. Estaba durmiendo. Solo.
—Ah, ya veo.
Pero no veía. Era viernes por la noche. Las nueve y media exactamente. ¿Qué hacía durmiendo? ¿Solo?
—Tengo que ir al parque de bomberos muy temprano – dijo Madre mía este hombre me podía leer la mente.
—Ah, ya. Entonces, perdona…
—¿Por qué no dejas de disculparte y me cuentas qué querías?
Asentí con la cabeza.
—Pues verás, es que…
—Dilo de una vez.
—¿Quieres casarte conmigo?
EPOV
Pensé que era un sueño cuando abrí la puerta de mi departamento y encontré a Bella, estaba guapísima con ese traje blanco tan aburrido y su cabello recogido en un moño, parecía recién salida de una sala de corte.
Me quede atónito cuando la escuche decir "¿Quieres casarte conmigo? me quede helado.
—¿Qué? —pregunté, levantando la voz.
—Tengo que casarme y tú me ofreciste tu ayuda. Dijiste que harías todo lo estuviera en tu mano…
—Me refería a ayudarte con la colada, con las cenas. No pensé que querrías casarte.
—Pero dijiste que estabas dispuesto a ayudarme.
—Sí, ¿pero casarme? ¿Quieres casarte conmigo?
—Sería un matrimonio de conveniencia, un matrimonio en blanco, naturalmente. Sólo hasta que nazca el niño. Quizá ni siquiera hasta entonces.
—A ver si lo entiendo… ¿Hace cuatro días no aceptabas ni que te acompañara al supermercado y ahora quieres casarte conmigo?
—Sí. Bueno, no exactamente —suspiró Bella—. Verás, es que existe una pequeña posibilidad de que me despidan si tengo este niño sin estar casada.
—¿Una pequeña posibilidad? ¿Cómo de pequeña? Dame un porcentaje.
—Un cuarenta… un noventa por ciento.
—¿O sea, que hay un noventa por ciento de posibilidades de que te despidan y no se te ha ocurrido mencionarlo hasta ahora?
—Antes de que Alice y Jasper se quedaran embarazados, no era un problema —suspiró ella, que luego me contó brevemente sus problemas con el juez Volturi—. Así que ya ves, ser una madre de alquiler para una hermana que no puede quedar embarazada sería considerado un gesto noble, pero decir que eres una madre de alquiler para una hermana que está más embarazada que tú resultaría ligeramente sospechoso. Además, el juez Volturi va a por todas. Usará lo que tenga más a mano para destrozar mi reputación.
—¿Crees que alguien se daría cuenta de que Alice y tú están embarazadas al mismo tiempo?
—Te aseguro que sí. El juez Volturi es un buitre.
—Pues entonces, lo mejor sería que explicaras la situación, ¿no?
—Eso no serviría de nada. Con sacar el tema ante los otros siete jueces del distrito y decir que yo sería un mal ejemplo, los demás se acobardarían. Nadie quiere parecer demasiado liberal cuando hay un candidato que defiende los valores morales de la familia.
—Yo no creo que ese tipo pueda echarte así como así.
—No debería, pero te aseguro que puede. Podría convocar una rueda de prensa y cuestionar mis valores morales. Un par de quejas de algunos ciudadanos ultraconservadores sería suficiente.
—¿Y tú crees que haría eso?
—Creo que es más que posible.
—Pero no se puede despedir a una mujer por estar embarazada, esté casada o no.
—Cuando hay por medio una campaña electoral basada en los supuestos valores morales, te aseguro que sí. Tendría que enfrentarme con él, contar mi vida públicamente… con la reelección a la vuelta de la esquina, ¿cuántos jueces crees que me apoyarían?
No conteste inmediatamente.
—Es una vergüenza.
—Desde luego que sí. Pero el condado de Williamson es uno de los más conservadores del país.
—Sigo sin entender de qué iba a servir que nos casáramos. ¿Qué pasará cuando nos divorciemos y tu hermana adopte a tu hijo? ¿No se cuestionarán entonces tus valores morales?
—Cuando tenga el niño, en noviembre, las elecciones habrán terminado y Volturi no tendrá que usarme como peón. Sólo será hasta noviembre, Edward.
Después de estudiarla un rato, sacudí la cabeza.
—Mira, ya sé que la situación es muy desagradable, pero…
—Dijiste que me ayudarías.
—Ya lo sé, pero…
—Dijiste que harías lo que hiciera falta —repitió Bella.
—Ya, y tú dijiste que no confiabas en mí, que te dejaría plantada a la primera de cambio.
—Pues demuéstrame lo contrario.
—¿Por qué crees que yo sería un marido decente?
—No tienes que ser un marido. Yo sólo necesito una ceremonia y un anillo.
Solté una carcajada esta mujer era increíble y muy convincente.
—Parece que has bajado mucho el listón, ¿eh?
—Por favor, no me lo pongas más difícil.
—¿Por que no? Tú no me lo pusiste fácil.
—Porque me sorprendió tu oferta.
—«¿Estás loco?» Me parece que dijiste eso exactamente —le recordé.
BPOV
No parecía dolido, ni enfadado. Todo lo contrario, parecía divertido.
—¿Es que no te tomas nada en serio?
—Muy pocas cosas —contestó él.
—¿Ni siquiera que alguien cuestione tu estabilidad mental?
—Me han dicho cosas peores.
Me di la vuelta.
—Mira, déjalo, esto no puede funcionar. No eres tú el que está loco, soy yo.
Pero antes de que pudiera salir, Edward me tomó del brazo y me obligó a sentarme de nuevo en el sofá.
—Cálmate, era una broma.
—Pero es que esto es muy serio.
—Si tú lo dices…
—¡Pues claro que es serio! Si vamos a hacer esto, tenemos que poner reglas, límites.
—Vaya, qué aburrimiento.
—Hablo en serio, Edward.
—Lo sé, lo sé. Por eso tiene tanta gracia.
—¿Qué tiene gracia? —replique.
—No te enfades.
—No me enfado.
—Estás enfadada.
—No estoy… mira, ésta es precisamente la razón por la que necesitamos establecer unas reglas.
—¿Por? —preguntó Edward, levantando una ceja.
—Esto —contesté, señalando a uno y a otro—. Si queremos que funcione no podemos seguir con este… coqueteo.
—¿Crees que estoy coqueteando contigo?
—Yo creo que lo haces con todas las mujeres —suspiré—. Pero no quiero que lo hagas conmigo. Eso le aportaría demasiada intimidad a nuestro matrimonio.
—Demasiada intimidad a nuestro matrimonio —repitió Edward—. Mira, ésa es una frase que no se escucha a menudo.
—Y ya que hablamos del tema… – me aclaré la garganta—. Por supuesto, no habría ninguna intimidad entre nosotros. Eso debe quedar claro.
Edward movió los labios como si estuviera intentando controlar la risa.
—¿Quieres decir que nada de coqueteos? Eso ya lo has dicho antes.
—No, me refiero a auténtica intimidad —conteste, poniéndome colorada. Maldición, ¿por qué me lo estaba poniendo tan difícil?
Lo dije como si no fuera nada importante, pero en mi mente se habían formado unas imágenes de los dos juntos, desnudos, revolcándonos entre las sábanas…Eso me sorprendió. Yo no deseaba a Edward Cullen. No podía desearlo. No en esta situación. Ni en ninguna.
Lo único que me sorprendió más que mi reacción fue el brillo en los ojos de Edward.
—¿Crees que no podríamos aguantar? ¿Crees que cuando estuviéramos viviendo juntos nos dejaríamos llevar por la tentación a menos que hubiéramos establecido unas reglas?
—Desde luego que no. Pero es que me parece más sensato… espera un momento. ¿Quién ha dicho nada de vivir juntos?
—¿Para qué vamos a casarnos entonces? —Preguntó Edward—. Lo malo es que en mi casa sólo hay una habitación. Y puede que esté dispuesto a dejar mi vida social durante unos meses, pero no estoy dispuesto a dejar mi cama.
¿Quería que viviéramos juntos? ¿Cómo iba a vivir con él? ¿Cómo iba a mantener el equilibrio y la sensatez viviendo bajo el mismo techo que Edward Cullen?
—No, de eso nada —conteste—. No podemos cohabitar.
—Pero si vamos a casarnos para que el juez Volturi te deje en paz, tendremos que hacerlo bien —protestó él—. Si nos casamos, pero cada uno vive en su casa parecerá sospechoso, ¿no crees? Volturi pensará que hay algo raro.
Me quede un momento pensando.
—Tienes razón —suspiré por fin—. Bueno, ¿entonces qué?
—Tendremos que casarnos.
—Sí, bueno, eso ya lo sé.
—No tiene que ser por la iglesia si no quieres, pero ha de ser una ceremonia con amigos. Tendremos que inventar una historia de cómo nos conocimos y por qué vamos a casarnos tan repentinamente… Podemos hablar del niño si quieres, pero no deberíamos decir que ésa es la única razón para casarnos.
—No esperarás que la gente crea que estamos enamorados, ¿verdad?
—Eso es exactamente lo que espero que crean. Si quieres que esto funcione, tenemos que hacer que lo crean.
Capitulo 3
BPOV
Llamé al timbre del apartamento de Edward y esperé, temblando como una hoja.
—¿Podemos hablar? —le espeté cuando abrió la puerta.
Edward me miró durante largo rato sin decir nada.
El suficiente para que recordara lo guapo que era. Lo masculino. Por supuesto, no me ayudó nada que hubiera salido a abrir con el torso desnudo.
Pero lo que realmente llamó mi atención, lo que hizo que mi corazón se detuviera durante una décima de segundo, fue que su estatura, la anchura de su torso y los marcados bíceps me hicieran sentir femenina. Delicada, frágil casi.
Y no me gustaba en absoluto. Alice y Jasper podrían haber elegido a otro donante de esperma. Alguien que no me hiciera sentir nada.
Alguien que no pareciera recién salido de la cama, despeinado, con esos ojitos verdes de sueño…
—Perdona. Volveré en otro momento. O mejor, olvida que he venido —murmuré, dándome media vuelta.
—Espera, espera. Ya me has sacado de la cama, así que dime lo que querías decir.
—Pues…
Edward tiró de mi brazo suavemente para obligarme a entrar en el apartamento.
—Pues verás…
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal o algo?
O algo.
—Sí, bueno, estoy un poco mareada.
No era mentira del todo. El torso desnudo de Edward me mareaba bastante.
—Siéntate. ¿Quieres un té, una manzanilla? No, espera, leche. ¿Quieres un vaso de leche?
Genial. Allí estaba yo luchando contra una repentina atracción y él insistía en hidratarme.
—No, nada. Mira, perdona que te haya interrumpido. Debería haber llamado antes de venir.
—No has interrumpido nada —contestó él, poniéndose una camisa—. Estaba durmiendo. Solo.
—Ah, ya veo.
Pero no veía. Era viernes por la noche. Las nueve y media exactamente. ¿Qué hacía durmiendo? ¿Solo?
—Tengo que ir al parque de bomberos muy temprano – dijo Madre mía este hombre me podía leer la mente.
—Ah, ya. Entonces, perdona…
—¿Por qué no dejas de disculparte y me cuentas qué querías?
Asentí con la cabeza.
—Pues verás, es que…
—Dilo de una vez.
—¿Quieres casarte conmigo?
EPOV
Pensé que era un sueño cuando abrí la puerta de mi departamento y encontré a Bella, estaba guapísima con ese traje blanco tan aburrido y su cabello recogido en un moño, parecía recién salida de una sala de corte.
Me quede atónito cuando la escuche decir "¿Quieres casarte conmigo? me quede helado.
—¿Qué? —pregunté, levantando la voz.
—Tengo que casarme y tú me ofreciste tu ayuda. Dijiste que harías todo lo estuviera en tu mano…
—Me refería a ayudarte con la colada, con las cenas. No pensé que querrías casarte.
—Pero dijiste que estabas dispuesto a ayudarme.
—Sí, ¿pero casarme? ¿Quieres casarte conmigo?
—Sería un matrimonio de conveniencia, un matrimonio en blanco, naturalmente. Sólo hasta que nazca el niño. Quizá ni siquiera hasta entonces.
—A ver si lo entiendo… ¿Hace cuatro días no aceptabas ni que te acompañara al supermercado y ahora quieres casarte conmigo?
—Sí. Bueno, no exactamente —suspiró Bella—. Verás, es que existe una pequeña posibilidad de que me despidan si tengo este niño sin estar casada.
—¿Una pequeña posibilidad? ¿Cómo de pequeña? Dame un porcentaje.
—Un cuarenta… un noventa por ciento.
—¿O sea, que hay un noventa por ciento de posibilidades de que te despidan y no se te ha ocurrido mencionarlo hasta ahora?
—Antes de que Alice y Jasper se quedaran embarazados, no era un problema —suspiró ella, que luego me contó brevemente sus problemas con el juez Volturi—. Así que ya ves, ser una madre de alquiler para una hermana que no puede quedar embarazada sería considerado un gesto noble, pero decir que eres una madre de alquiler para una hermana que está más embarazada que tú resultaría ligeramente sospechoso. Además, el juez Volturi va a por todas. Usará lo que tenga más a mano para destrozar mi reputación.
—¿Crees que alguien se daría cuenta de que Alice y tú están embarazadas al mismo tiempo?
—Te aseguro que sí. El juez Volturi es un buitre.
—Pues entonces, lo mejor sería que explicaras la situación, ¿no?
—Eso no serviría de nada. Con sacar el tema ante los otros siete jueces del distrito y decir que yo sería un mal ejemplo, los demás se acobardarían. Nadie quiere parecer demasiado liberal cuando hay un candidato que defiende los valores morales de la familia.
—Yo no creo que ese tipo pueda echarte así como así.
—No debería, pero te aseguro que puede. Podría convocar una rueda de prensa y cuestionar mis valores morales. Un par de quejas de algunos ciudadanos ultraconservadores sería suficiente.
—¿Y tú crees que haría eso?
—Creo que es más que posible.
—Pero no se puede despedir a una mujer por estar embarazada, esté casada o no.
—Cuando hay por medio una campaña electoral basada en los supuestos valores morales, te aseguro que sí. Tendría que enfrentarme con él, contar mi vida públicamente… con la reelección a la vuelta de la esquina, ¿cuántos jueces crees que me apoyarían?
No conteste inmediatamente.
—Es una vergüenza.
—Desde luego que sí. Pero el condado de Williamson es uno de los más conservadores del país.
—Sigo sin entender de qué iba a servir que nos casáramos. ¿Qué pasará cuando nos divorciemos y tu hermana adopte a tu hijo? ¿No se cuestionarán entonces tus valores morales?
—Cuando tenga el niño, en noviembre, las elecciones habrán terminado y Volturi no tendrá que usarme como peón. Sólo será hasta noviembre, Edward.
Después de estudiarla un rato, sacudí la cabeza.
—Mira, ya sé que la situación es muy desagradable, pero…
—Dijiste que me ayudarías.
—Ya lo sé, pero…
—Dijiste que harías lo que hiciera falta —repitió Bella.
—Ya, y tú dijiste que no confiabas en mí, que te dejaría plantada a la primera de cambio.
—Pues demuéstrame lo contrario.
—¿Por qué crees que yo sería un marido decente?
—No tienes que ser un marido. Yo sólo necesito una ceremonia y un anillo.
Solté una carcajada esta mujer era increíble y muy convincente.
—Parece que has bajado mucho el listón, ¿eh?
—Por favor, no me lo pongas más difícil.
—¿Por que no? Tú no me lo pusiste fácil.
—Porque me sorprendió tu oferta.
—«¿Estás loco?» Me parece que dijiste eso exactamente —le recordé.
BPOV
No parecía dolido, ni enfadado. Todo lo contrario, parecía divertido.
—¿Es que no te tomas nada en serio?
—Muy pocas cosas —contestó él.
—¿Ni siquiera que alguien cuestione tu estabilidad mental?
—Me han dicho cosas peores.
Me di la vuelta.
—Mira, déjalo, esto no puede funcionar. No eres tú el que está loco, soy yo.
Pero antes de que pudiera salir, Edward me tomó del brazo y me obligó a sentarme de nuevo en el sofá.
—Cálmate, era una broma.
—Pero es que esto es muy serio.
—Si tú lo dices…
—¡Pues claro que es serio! Si vamos a hacer esto, tenemos que poner reglas, límites.
—Vaya, qué aburrimiento.
—Hablo en serio, Edward.
—Lo sé, lo sé. Por eso tiene tanta gracia.
—¿Qué tiene gracia? —replique.
—No te enfades.
—No me enfado.
—Estás enfadada.
—No estoy… mira, ésta es precisamente la razón por la que necesitamos establecer unas reglas.
—¿Por? —preguntó Edward, levantando una ceja.
—Esto —contesté, señalando a uno y a otro—. Si queremos que funcione no podemos seguir con este… coqueteo.
—¿Crees que estoy coqueteando contigo?
—Yo creo que lo haces con todas las mujeres —suspiré—. Pero no quiero que lo hagas conmigo. Eso le aportaría demasiada intimidad a nuestro matrimonio.
—Demasiada intimidad a nuestro matrimonio —repitió Edward—. Mira, ésa es una frase que no se escucha a menudo.
—Y ya que hablamos del tema… – me aclaré la garganta—. Por supuesto, no habría ninguna intimidad entre nosotros. Eso debe quedar claro.
Edward movió los labios como si estuviera intentando controlar la risa.
—¿Quieres decir que nada de coqueteos? Eso ya lo has dicho antes.
—No, me refiero a auténtica intimidad —conteste, poniéndome colorada. Maldición, ¿por qué me lo estaba poniendo tan difícil?
Lo dije como si no fuera nada importante, pero en mi mente se habían formado unas imágenes de los dos juntos, desnudos, revolcándonos entre las sábanas…Eso me sorprendió. Yo no deseaba a Edward Cullen. No podía desearlo. No en esta situación. Ni en ninguna.
Lo único que me sorprendió más que mi reacción fue el brillo en los ojos de Edward.
—¿Crees que no podríamos aguantar? ¿Crees que cuando estuviéramos viviendo juntos nos dejaríamos llevar por la tentación a menos que hubiéramos establecido unas reglas?
—Desde luego que no. Pero es que me parece más sensato… espera un momento. ¿Quién ha dicho nada de vivir juntos?
—¿Para qué vamos a casarnos entonces? —Preguntó Edward—. Lo malo es que en mi casa sólo hay una habitación. Y puede que esté dispuesto a dejar mi vida social durante unos meses, pero no estoy dispuesto a dejar mi cama.
¿Quería que viviéramos juntos? ¿Cómo iba a vivir con él? ¿Cómo iba a mantener el equilibrio y la sensatez viviendo bajo el mismo techo que Edward Cullen?
—No, de eso nada —conteste—. No podemos cohabitar.
—Pero si vamos a casarnos para que el juez Volturi te deje en paz, tendremos que hacerlo bien —protestó él—. Si nos casamos, pero cada uno vive en su casa parecerá sospechoso, ¿no crees? Volturi pensará que hay algo raro.
Me quede un momento pensando.
—Tienes razón —suspiré por fin—. Bueno, ¿entonces qué?
—Tendremos que casarnos.
—Sí, bueno, eso ya lo sé.
—No tiene que ser por la iglesia si no quieres, pero ha de ser una ceremonia con amigos. Tendremos que inventar una historia de cómo nos conocimos y por qué vamos a casarnos tan repentinamente… Podemos hablar del niño si quieres, pero no deberíamos decir que ésa es la única razón para casarnos.
—No esperarás que la gente crea que estamos enamorados, ¿verdad?
—Eso es exactamente lo que espero que crean. Si quieres que esto funcione, tenemos que hacer que lo crean.
MI HIJO? : CAPITULO2
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 2
EPOV
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —Ella río, pero yo estaba siendo serio, y mi rostro lo reflejaba—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuró—Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
Bella se echó hacia atrás en el asiento.
—¿Te has vuelto loco?
Sí, bueno, podía haber sido un poquito más amable.
—Escúchame…
—Bueno, yo ya sabía que estabas un poco loco. Eso de meterte en edificios en llamas y tal, pero esto…
Sí, seguía siendo muy amable, demasiado amable.
—¿O estás de broma? Porque esto no tiene ninguna gracia – me dijo.
—No estoy de broma. Y si dejas que te explique…
Pero antes de que pudiera explicar nada, se acercó la camarera con nuestra cena.
Bella se mantuvo en silencio mientras distribuían los platos, mirándome como si quisiera acusarme de desacato.
—Muy bien, habla —me espetó cuando se alejaba la camarera—. Pero no voy a creer que albergas el secreto deseo de atender a una embarazada.
La mire, muy serio, estudiándola, intentando averiguar cual era la razón para el temperamento de esta mujer… pero solo pude llegar a confirmar lo que ya sabia… que ella era hermosa, con su complexión de porcelana y el precioso cabello castaño que le caía en suaves ondas por sus hombros y aun con ese traje tan serio que llevaba estaba preciosa, tendría que estar muerto para no darme cuenta de lo guapa que era. No se parecía a las mujeres con las que solía salir pero, por alguna razón, despertaba mi interés. Inteligente, sexy, fieramente independiente… Era un reto, una mujer que siempre resultaría interesante sin ser exigente emocionalmente.
Aunque ni se me ocurriría intentar ligar con ella en ese momento.
—No tendríamos que vivir juntos, pero podría ayudarte. Alice y Jasper están preocupados por ti.
Ella levantó los ojos al cielo.
—Alice y Jasper siempre están preocupados por mí. Si no fuera por esto sería por otra cosa… el barrio en el que vivo, las horas que trabajo. Alice siempre se preocupa por todo.
—Pero esta vez se siente responsable. Te guste o no, tu vida va a cambiar y yo puedo ayudarte.
—¿Y en qué sentido crees que necesito ayuda?
—En lo que sea. Puedo ir a la compra, hacerte la colada, cocinar. No tienes que hacerlo todo sola por cabezonería – esta mujer era difícil de convencer, pero a partir de la llamada de Jasper informándome del embarazo de Alice, Bella y el bebé que esperaba eran mi responsabilidad, pero como hacerle entender a esta cabeza dura que no esta sola, que el bebé era de ambos.
—No estoy siendo cabezota, es que puedo cuidar de mí misma. No soy problema tuyo y… nada de esto tiene que ver contigo.
—Venga, por favor. Hasta tú tienes que admitir que esto tiene algo que ver conmigo – como se atrevía a decirme que yo no tenía nada que ver, si el ser que llevaba en su vientre era una parte mía y la otra de ella.
Ella hizo un gesto con la mano.
—Sí, sí, tú has colaborado, naturalmente. No quiero desdeñar tu contribución, que consistió en encerrarte en una habitación durante veinte minutos, con un vaso de plástico en una mano y en la otra… —¡Dios esta mujer era terrible!, casi causo que me sonrojara, pero no terminó la frase—. Pero yo diría que has hecho más que suficiente. Esto es responsabilidad mía.
—En serio, Bella, no tienes que hacerlo sola.
Ella se aclaró la garganta.
—Tengo que hacerlo.
—Pero…
—Mira, aunque tus intenciones sean buenas, estamos hablando de seis meses de tu vida. Te aburrirías de jugar a las casitas.
—No…
—No lo decía como un insulto —me aseguró ella—. Estamos hablando de medio año. Medio año dejando de hacer las cosas que haces normalmente para atender a una mujer embarazada. Tendrías que ser un santo y, seamos serios, no lo eres.
—No tienes ni idea —murmuré, incapaz de quitarme de la cabeza las cosas que le haría a esta charlatana.
—Precisamente. ¿De verdad crees que podrías pasar tus horas libres haciendo mi colada en lugar de salir por ahí con tus amigos? Ahora mismo, esto del embarazo te parece muy interesante, pero te aseguro que la novedad pasa pronto.
—Y crees que cuando haya pasado la novedad, no cumpliré con mi palabra.
—Mira, no me apetece depender de nadie que luego me deje colgada.
Me eché hacia atrás en el asiento.
—No tienes una buena opinión de mí, ¿eh?
—No te lo tomes como algo personal. No tengo una buena opinión de casi nadie.
—Ésa es una actitud muy cínica.
—Cínica no, realista. Veo lo peor todos los días en el Juzgado. Sé de lo que son capaces los seres humanos, cómo se hacen daño, cómo se traicionan, se matan… incluso entre personas que dicen quererse. Si he aprendido algo después de cuatro años como juez es que la única persona en la que realmente puedes confiar es en ti mismo.
—¿Y Alice y Jasper?
—Claro que confío en ellos. Pero no espero que cuiden de mí. Especialmente ahora que van a tener un hijo propio. No te preocupes, yo sé cuidarme, lo he hecho siempre.
Y, después de decir eso, sacó un billete de veinte dólares del bolso, lo dejó sobre la mesa y se levantó sin decir una palabra más.
Miré el billete, percatándome de la ironía. Aquélla era la primera vez que intentaba comprometerme con una mujer y ella ni siquiera me dejaba invitarla a cenar.
Sonriendo, saque el móvil del bolsillo y llamé a Jasper.
—Tenías razón.
—Ya te dije que no iba a aceptar.
—Yo creo que se ha sentido insultada.
Jasper soltó una risita.
—Pues claro. Básicamente, le has dicho a una mujer adulta, una juez nada menos, que no puede cuidar de sí misma.
—No exactamente. Pero yo creo que no le caigo bien.
—No, seguramente no.
Genial. De todas las mujeres que había conocido en mi vida la única a la que no caía bien era precisamente la que esperaba un hijo mío.
Cuando nos conocimos, ocho años atrás, yo era mucho más joven y mucho más tonto. Demasiado joven como para saber que a algunas mujeres la simpatía y la caballerosidad les parecía una mezcla sospechosa.
Bella se llevó una mala impresión entonces y yo nunca hice ningún esfuerzo para demostrarle que no era un completo imbécil.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó Jasper.
—No puedo hacer nada. La pelota está en su tejado. ¿Por qué no es como Alice? Alice habría aceptado mi oferta.
—Alice es una mujer de una sola cara.
Bella también, pensé, mientras volvía al coche.
Isabella Swan no se parecía a ninguna mujer que yo hubiera conocido. Dura, cínica, cabezota. Madre mía, qué cabezota era.
Sabía que ella necesitaría ayuda durante los últimos meses de embarazo, pero no tenía ni idea de cómo convencerla. Aun así, la admiraba por su independencia. Era una mujer compleja e interesante. Muy interesante.
En estas circunstancias, seguramente debería darle las gracias al cielo porque hubiera rechazado mi oferta. Lo había intentado, al menos. Jasper no podría echármelo en cara.
Entonces, ¿por qué no podía quitarme de encima la impresión de que algo se me había escapado de las manos?
No podía explicarme. No podía explicarme por qué quería estar con ella durante el embarazo.
Mientras volvía a casa, me decía a mí mismo que debería estar encantado de seguir siendo libre. Y no quise preguntarme por qué no lo estaba.
BPOV
La semana, que había empezado mal, continuó peor.
Primero, la noticia del embarazo de Alice, luego la extraña cena con Edward y ahora Esto: que me llamara el juez Volturi a su despacho el jueves por la mañana.
Dos años antes, el juez Volturi había sido elegido juez del distrito por una plataforma conservadora y eso lo convertía en mi jefe. No me hacía gracia porque, desde que trabajamos juntos en la oficina del fiscal del distrito, nunca nos habíamos llevado bien, pero como podía hacerme la vida imposible, solía apartarme de su camino. Hasta este momento.
Mientras atravesaba el laberinto de pasillos de vuelta a mi despacho intenté calmarme, pero no me resultó fácil. Mike Newton, otro de los jueces y mi amigo personal, estaba esperándome, echando un vistazo a los papeles que había sobre mi mesa.
—¿Qué tal ha ido?
—¿Cómo sabes que me ha llamado el juez Volturi?
—En este Juzgado las noticias vuelan.
Hice una mueca. No hacía falta que me lo recordara.
—¿Qué tal ha ido la reunión? ¿Sólo quería ponerte sobre la parrilla un ratito?
—Igual que en todas mis reuniones con él. El juez Volturi ha sido condescendiente y grosero y yo he mantenido la boca cerrada.
—Buena chica. Sé que te pone mala, pero lo mejor es callarse. Además, dentro de seis meses se habrá ido de aquí.
Me deje caer sobre la silla.
—Si se va de aquí, será juez del Tribunal Supremo de Texas. O sea, que no sé que es peor.
Mike se encogió de hombros.
—Cierto, pero al menos no tendremos que verle la cara. Desde que anunció que se presentaba a la elección ha sido como una patada en el trasero.
Suspiré. Ésa era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
—Quiere llevar personalmente el caso Black.
Mike lanzó un silbido.
—Deberíamos haberlo imaginado. ¿Y qué vas a hacer?
—Ese caso es mío. Llevo meses trabajando en él.
—¿Un divorcio tan escandaloso como ése? Pues me extraña que no te lo arrebatase desde el principio.
Jacob y Leah Black eran un matrimonio millonario, famoso en la ciudad, y todo el mundo quería conocer los detalles del jugoso divorcio.
—Hasta hace poco sólo salía en los periódicos locales, pero ahora que la historia ha salido en el Austin y el Houston Chronicle, Volturi quiere ponerle las manos encima. Supongo que pensará que es bueno para su campaña.
—¿Bueno para su campaña? Esa clase de cobertura vale una fortuna. Lo mejor es que le dejes el campo libre, Bella.
Lo miré, incrédula.
—¿Y dejar que esa víbora convierta el divorcio de esos dos pobres en un circo sobre los valores morales de la familia? Imagínate cómo los haría quedar. Y lo que sufrirían sus hijos. No pienso darle el caso a menos que no tenga más remedio.
Mike sacudió la cabeza.
—Mira, ten cuidado con él.
—No pienso dejar que me robe el caso. Sí, ya sé que puede hacerme la vida imposible, pero así no logrará llevar a cabo sus ambiciones políticas.
Mike levantó una ceja, como si yo hubiera olvidado algo fundamental.
—¿Qué puede hacerme?
—¿Tú qué crees?
—No puede despedirme —dije, con falsa despreocupación. Pero Mike no se estaba riendo—. ¿Crees que puede despedirme? Eso es ridículo. Ni siquiera él se atrevería. No se puede echar a un juez sin montar un escándalo… ¿o sí?
—Yo creo que si le das razones, es capaz de cualquier cosa. Especialmente si encuentra algo moralmente cuestionable en tu vida.
—¿Qué?
—Piénsalo, serías el primer juez despedido en cuarenta años. Saldría en todos los periódicos y él aprovecharía la oportunidad para recordarle a todo el mundo sus valores conservadores.
Estudié a mi amigo.
—¿Tú estás preocupado por tu puesto?
—¿Yo? No, yo tengo mucho cuidado. Además, tú eres la única que lo sabe —Mike no se atrevió a mencionar la palabra gay entre aquellas paredes tan conservadoras—. Además, a mí no me odia. Pero si se libra de ti, se quedaría con el caso Black y conseguiría salir en los periódicos todos los días.
Mientras escuchaba a Mike, empecé a experimentar una extraña sensación en el estómago. ¿Y si tenía razón? ¿Y si Volturi estaba buscando alguna razón para montar un escándalo y echarme del Juzgado?
Me comportaba perfectamente, soy una persona respetable. Pero…
Pero ahora estaba embarazada. Y no tenía planes de casarme.
Cuando acepte ser la madre de alquiler para Alice y Jasper todo me había parecido muy sencillo. Pero eso fue cinco meses antes de que Volturi anunciara sus planes de presentarse al puesto de juez del Tribunal Supremo. Sí, se me había ocurrido pensar que algunos de mis colegas más conservadores no verían mi embarazo con buenos ojos, pero nadie podría criticarme por ser madre de alquiler para mi hermana… ni aunque hubiera decidido tener un hijo sin casarme.
—¿O eso sería moralmente cuestionable en el caso de un juez?
Mike debió percatarse de mi preocupación porque se apresuró a tranquilizarme.
—No te preocupes, mujer. Tú eres demasiado lista como para darle una razón.
—¿Y si hubiera hecho algo que pudiera ser criticable o que Volturi pudiera utilizar en mi contra?
—¿Tú? —Rió Mike, escéptico—. ¿Doña Perfecta? Tú no has metido la pata en tu vida.
—Hablando hipotéticamente, si hubiera hecho algo… cuestionable o que no todo el mundo viera con buenos ojos… Volturi es sólo un juez. ¿No tendría que convencer a los otros siete jueces del distrito para echarme de aquí?
—Yo diría que depende.
—¿De qué?
—De que los otros piensen que tu comportamiento podría incapacitarte para una posición de autoridad. En este ambiente tan conservador, podría ser cualquier cosa. Especialmente con Volturi enfocando su campaña en los valores morales. Lo último que querrían los demás jueces es parecer demasiado liberales… Pero tú no has hecho nada cuestionable.
—Sí, claro —murmuré.
Cuando Mike salió del despacho, no dejaba de darme vueltas a la cabeza. Miraba mi escritorio preguntándome una y otra vez si podía tener razón…
Desgraciadamente, la única respuesta que se me ocurría era sí.
Pronto, todo el mundo sabría que estaba embarazada y eso era algo que un sinvergüenza como Volturi podría usar contra mí.
Capitulo 2
EPOV
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —Ella río, pero yo estaba siendo serio, y mi rostro lo reflejaba—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuró—Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
Bella se echó hacia atrás en el asiento.
—¿Te has vuelto loco?
Sí, bueno, podía haber sido un poquito más amable.
—Escúchame…
—Bueno, yo ya sabía que estabas un poco loco. Eso de meterte en edificios en llamas y tal, pero esto…
Sí, seguía siendo muy amable, demasiado amable.
—¿O estás de broma? Porque esto no tiene ninguna gracia – me dijo.
—No estoy de broma. Y si dejas que te explique…
Pero antes de que pudiera explicar nada, se acercó la camarera con nuestra cena.
Bella se mantuvo en silencio mientras distribuían los platos, mirándome como si quisiera acusarme de desacato.
—Muy bien, habla —me espetó cuando se alejaba la camarera—. Pero no voy a creer que albergas el secreto deseo de atender a una embarazada.
La mire, muy serio, estudiándola, intentando averiguar cual era la razón para el temperamento de esta mujer… pero solo pude llegar a confirmar lo que ya sabia… que ella era hermosa, con su complexión de porcelana y el precioso cabello castaño que le caía en suaves ondas por sus hombros y aun con ese traje tan serio que llevaba estaba preciosa, tendría que estar muerto para no darme cuenta de lo guapa que era. No se parecía a las mujeres con las que solía salir pero, por alguna razón, despertaba mi interés. Inteligente, sexy, fieramente independiente… Era un reto, una mujer que siempre resultaría interesante sin ser exigente emocionalmente.
Aunque ni se me ocurriría intentar ligar con ella en ese momento.
—No tendríamos que vivir juntos, pero podría ayudarte. Alice y Jasper están preocupados por ti.
Ella levantó los ojos al cielo.
—Alice y Jasper siempre están preocupados por mí. Si no fuera por esto sería por otra cosa… el barrio en el que vivo, las horas que trabajo. Alice siempre se preocupa por todo.
—Pero esta vez se siente responsable. Te guste o no, tu vida va a cambiar y yo puedo ayudarte.
—¿Y en qué sentido crees que necesito ayuda?
—En lo que sea. Puedo ir a la compra, hacerte la colada, cocinar. No tienes que hacerlo todo sola por cabezonería – esta mujer era difícil de convencer, pero a partir de la llamada de Jasper informándome del embarazo de Alice, Bella y el bebé que esperaba eran mi responsabilidad, pero como hacerle entender a esta cabeza dura que no esta sola, que el bebé era de ambos.
—No estoy siendo cabezota, es que puedo cuidar de mí misma. No soy problema tuyo y… nada de esto tiene que ver contigo.
—Venga, por favor. Hasta tú tienes que admitir que esto tiene algo que ver conmigo – como se atrevía a decirme que yo no tenía nada que ver, si el ser que llevaba en su vientre era una parte mía y la otra de ella.
Ella hizo un gesto con la mano.
—Sí, sí, tú has colaborado, naturalmente. No quiero desdeñar tu contribución, que consistió en encerrarte en una habitación durante veinte minutos, con un vaso de plástico en una mano y en la otra… —¡Dios esta mujer era terrible!, casi causo que me sonrojara, pero no terminó la frase—. Pero yo diría que has hecho más que suficiente. Esto es responsabilidad mía.
—En serio, Bella, no tienes que hacerlo sola.
Ella se aclaró la garganta.
—Tengo que hacerlo.
—Pero…
—Mira, aunque tus intenciones sean buenas, estamos hablando de seis meses de tu vida. Te aburrirías de jugar a las casitas.
—No…
—No lo decía como un insulto —me aseguró ella—. Estamos hablando de medio año. Medio año dejando de hacer las cosas que haces normalmente para atender a una mujer embarazada. Tendrías que ser un santo y, seamos serios, no lo eres.
—No tienes ni idea —murmuré, incapaz de quitarme de la cabeza las cosas que le haría a esta charlatana.
—Precisamente. ¿De verdad crees que podrías pasar tus horas libres haciendo mi colada en lugar de salir por ahí con tus amigos? Ahora mismo, esto del embarazo te parece muy interesante, pero te aseguro que la novedad pasa pronto.
—Y crees que cuando haya pasado la novedad, no cumpliré con mi palabra.
—Mira, no me apetece depender de nadie que luego me deje colgada.
Me eché hacia atrás en el asiento.
—No tienes una buena opinión de mí, ¿eh?
—No te lo tomes como algo personal. No tengo una buena opinión de casi nadie.
—Ésa es una actitud muy cínica.
—Cínica no, realista. Veo lo peor todos los días en el Juzgado. Sé de lo que son capaces los seres humanos, cómo se hacen daño, cómo se traicionan, se matan… incluso entre personas que dicen quererse. Si he aprendido algo después de cuatro años como juez es que la única persona en la que realmente puedes confiar es en ti mismo.
—¿Y Alice y Jasper?
—Claro que confío en ellos. Pero no espero que cuiden de mí. Especialmente ahora que van a tener un hijo propio. No te preocupes, yo sé cuidarme, lo he hecho siempre.
Y, después de decir eso, sacó un billete de veinte dólares del bolso, lo dejó sobre la mesa y se levantó sin decir una palabra más.
Miré el billete, percatándome de la ironía. Aquélla era la primera vez que intentaba comprometerme con una mujer y ella ni siquiera me dejaba invitarla a cenar.
Sonriendo, saque el móvil del bolsillo y llamé a Jasper.
—Tenías razón.
—Ya te dije que no iba a aceptar.
—Yo creo que se ha sentido insultada.
Jasper soltó una risita.
—Pues claro. Básicamente, le has dicho a una mujer adulta, una juez nada menos, que no puede cuidar de sí misma.
—No exactamente. Pero yo creo que no le caigo bien.
—No, seguramente no.
Genial. De todas las mujeres que había conocido en mi vida la única a la que no caía bien era precisamente la que esperaba un hijo mío.
Cuando nos conocimos, ocho años atrás, yo era mucho más joven y mucho más tonto. Demasiado joven como para saber que a algunas mujeres la simpatía y la caballerosidad les parecía una mezcla sospechosa.
Bella se llevó una mala impresión entonces y yo nunca hice ningún esfuerzo para demostrarle que no era un completo imbécil.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó Jasper.
—No puedo hacer nada. La pelota está en su tejado. ¿Por qué no es como Alice? Alice habría aceptado mi oferta.
—Alice es una mujer de una sola cara.
Bella también, pensé, mientras volvía al coche.
Isabella Swan no se parecía a ninguna mujer que yo hubiera conocido. Dura, cínica, cabezota. Madre mía, qué cabezota era.
Sabía que ella necesitaría ayuda durante los últimos meses de embarazo, pero no tenía ni idea de cómo convencerla. Aun así, la admiraba por su independencia. Era una mujer compleja e interesante. Muy interesante.
En estas circunstancias, seguramente debería darle las gracias al cielo porque hubiera rechazado mi oferta. Lo había intentado, al menos. Jasper no podría echármelo en cara.
Entonces, ¿por qué no podía quitarme de encima la impresión de que algo se me había escapado de las manos?
No podía explicarme. No podía explicarme por qué quería estar con ella durante el embarazo.
Mientras volvía a casa, me decía a mí mismo que debería estar encantado de seguir siendo libre. Y no quise preguntarme por qué no lo estaba.
BPOV
La semana, que había empezado mal, continuó peor.
Primero, la noticia del embarazo de Alice, luego la extraña cena con Edward y ahora Esto: que me llamara el juez Volturi a su despacho el jueves por la mañana.
Dos años antes, el juez Volturi había sido elegido juez del distrito por una plataforma conservadora y eso lo convertía en mi jefe. No me hacía gracia porque, desde que trabajamos juntos en la oficina del fiscal del distrito, nunca nos habíamos llevado bien, pero como podía hacerme la vida imposible, solía apartarme de su camino. Hasta este momento.
Mientras atravesaba el laberinto de pasillos de vuelta a mi despacho intenté calmarme, pero no me resultó fácil. Mike Newton, otro de los jueces y mi amigo personal, estaba esperándome, echando un vistazo a los papeles que había sobre mi mesa.
—¿Qué tal ha ido?
—¿Cómo sabes que me ha llamado el juez Volturi?
—En este Juzgado las noticias vuelan.
Hice una mueca. No hacía falta que me lo recordara.
—¿Qué tal ha ido la reunión? ¿Sólo quería ponerte sobre la parrilla un ratito?
—Igual que en todas mis reuniones con él. El juez Volturi ha sido condescendiente y grosero y yo he mantenido la boca cerrada.
—Buena chica. Sé que te pone mala, pero lo mejor es callarse. Además, dentro de seis meses se habrá ido de aquí.
Me deje caer sobre la silla.
—Si se va de aquí, será juez del Tribunal Supremo de Texas. O sea, que no sé que es peor.
Mike se encogió de hombros.
—Cierto, pero al menos no tendremos que verle la cara. Desde que anunció que se presentaba a la elección ha sido como una patada en el trasero.
Suspiré. Ésa era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
—Quiere llevar personalmente el caso Black.
Mike lanzó un silbido.
—Deberíamos haberlo imaginado. ¿Y qué vas a hacer?
—Ese caso es mío. Llevo meses trabajando en él.
—¿Un divorcio tan escandaloso como ése? Pues me extraña que no te lo arrebatase desde el principio.
Jacob y Leah Black eran un matrimonio millonario, famoso en la ciudad, y todo el mundo quería conocer los detalles del jugoso divorcio.
—Hasta hace poco sólo salía en los periódicos locales, pero ahora que la historia ha salido en el Austin y el Houston Chronicle, Volturi quiere ponerle las manos encima. Supongo que pensará que es bueno para su campaña.
—¿Bueno para su campaña? Esa clase de cobertura vale una fortuna. Lo mejor es que le dejes el campo libre, Bella.
Lo miré, incrédula.
—¿Y dejar que esa víbora convierta el divorcio de esos dos pobres en un circo sobre los valores morales de la familia? Imagínate cómo los haría quedar. Y lo que sufrirían sus hijos. No pienso darle el caso a menos que no tenga más remedio.
Mike sacudió la cabeza.
—Mira, ten cuidado con él.
—No pienso dejar que me robe el caso. Sí, ya sé que puede hacerme la vida imposible, pero así no logrará llevar a cabo sus ambiciones políticas.
Mike levantó una ceja, como si yo hubiera olvidado algo fundamental.
—¿Qué puede hacerme?
—¿Tú qué crees?
—No puede despedirme —dije, con falsa despreocupación. Pero Mike no se estaba riendo—. ¿Crees que puede despedirme? Eso es ridículo. Ni siquiera él se atrevería. No se puede echar a un juez sin montar un escándalo… ¿o sí?
—Yo creo que si le das razones, es capaz de cualquier cosa. Especialmente si encuentra algo moralmente cuestionable en tu vida.
—¿Qué?
—Piénsalo, serías el primer juez despedido en cuarenta años. Saldría en todos los periódicos y él aprovecharía la oportunidad para recordarle a todo el mundo sus valores conservadores.
Estudié a mi amigo.
—¿Tú estás preocupado por tu puesto?
—¿Yo? No, yo tengo mucho cuidado. Además, tú eres la única que lo sabe —Mike no se atrevió a mencionar la palabra gay entre aquellas paredes tan conservadoras—. Además, a mí no me odia. Pero si se libra de ti, se quedaría con el caso Black y conseguiría salir en los periódicos todos los días.
Mientras escuchaba a Mike, empecé a experimentar una extraña sensación en el estómago. ¿Y si tenía razón? ¿Y si Volturi estaba buscando alguna razón para montar un escándalo y echarme del Juzgado?
Me comportaba perfectamente, soy una persona respetable. Pero…
Pero ahora estaba embarazada. Y no tenía planes de casarme.
Cuando acepte ser la madre de alquiler para Alice y Jasper todo me había parecido muy sencillo. Pero eso fue cinco meses antes de que Volturi anunciara sus planes de presentarse al puesto de juez del Tribunal Supremo. Sí, se me había ocurrido pensar que algunos de mis colegas más conservadores no verían mi embarazo con buenos ojos, pero nadie podría criticarme por ser madre de alquiler para mi hermana… ni aunque hubiera decidido tener un hijo sin casarme.
—¿O eso sería moralmente cuestionable en el caso de un juez?
Mike debió percatarse de mi preocupación porque se apresuró a tranquilizarme.
—No te preocupes, mujer. Tú eres demasiado lista como para darle una razón.
—¿Y si hubiera hecho algo que pudiera ser criticable o que Volturi pudiera utilizar en mi contra?
—¿Tú? —Rió Mike, escéptico—. ¿Doña Perfecta? Tú no has metido la pata en tu vida.
—Hablando hipotéticamente, si hubiera hecho algo… cuestionable o que no todo el mundo viera con buenos ojos… Volturi es sólo un juez. ¿No tendría que convencer a los otros siete jueces del distrito para echarme de aquí?
—Yo diría que depende.
—¿De qué?
—De que los otros piensen que tu comportamiento podría incapacitarte para una posición de autoridad. En este ambiente tan conservador, podría ser cualquier cosa. Especialmente con Volturi enfocando su campaña en los valores morales. Lo último que querrían los demás jueces es parecer demasiado liberales… Pero tú no has hecho nada cuestionable.
—Sí, claro —murmuré.
Cuando Mike salió del despacho, no dejaba de darme vueltas a la cabeza. Miraba mi escritorio preguntándome una y otra vez si podía tener razón…
Desgraciadamente, la única respuesta que se me ocurría era sí.
Pronto, todo el mundo sabría que estaba embarazada y eso era algo que un sinvergüenza como Volturi podría usar contra mí.
MI HIJO? : CAPITULO 1
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
BPOV
—Estamos embarazados.
Intenté no levantar los ojos al cielo ante la absurdez del comentario de mi hermana.
—¿No me digas
Como madre de alquiler para mi hermana, Alice, y mi cuñado, Japer, sabía mejor que nadie que estaban "embarazados". Mi mano se deslizó hasta mi abdomen, donde el niño empezaba ya a notarse. Pero en ese preciso instante se me revolvió el estómago, haciendo que maldijera el primer trimestre de embarazo.
Alice tomó mi mano cuando iba a tomar la taza de poleo.
—¿Qué?
—Que estamos embarazados, Jasper y yo - dejé la taza.
—¿Jasper y tú?
—Si.
—¿Embarazados?
Alice asintió, con su sonrisa beatíficamente maternal, sus ojos brillantes de felicidad.
Mi estómago volvió a dar un salto, pero intenté contener las náuseas.
—¿Vais a tener un hijo? ¿Además del que yo voy a tener para vosotros?
—Sí.
Salté de la silla y corrí al cuarto de baño. Apenas me dio tiempo a inclinarme sobre el inodoro para vomitar el desayuno.
Estuve de rodillas en el suelo del baño largo rato, con los ojos cerrados, angustiada y atónita. Sólo la voz de Alice al otro lado de la puerta me sacó de mi estupor.
—Bella, ¿estás bien?
¿Que si estaba bien? Bueno, sentía como si el mundo estuviera girando en dirección contraria… junto con mi estómago. Por lo demás, estaba estupenda. Después de lavarme la cara y las manos en el lavabo, abrí la puerta y me quedé mirando a mi hermana.
—¿Cómo es posible?
Alice me tomó del brazo.
—Ven a la cocina. Voy a hacerte otro té.
Me dejé llevar hasta la silla y observé a mi hermana dando vueltas por la sencilla y hogareña cocina.
—Nosotros nos quedamos tan sorprendidos como tú.
—Pero Jasper y tú no podéis tener niños. Es imposible, ¿no?
—Era muy improbable, pero no imposible.
De hecho, tenían tan pocas posibilidades de concebir que el médico había recomendado no usar el esperma de Japer para inseminarme y usaron el de un amigo de Jasper, Edward.
—¿No habías dicho que sólo había un 0,2% de posibilidades de que quedaras embarazada?
—Y así es. Pero hemos tenido una suerte inmensa —suspiró Alice, poniendo una taza sobre la mesa—. ¿Poleo o té?
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —exclamé al borde la histeria.
—Supongo que porque he tenido más tiempo para acostumbrarme a la idea…
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde hace una semana. Llevaba algún tiempo sospechándolo, pero no me atrevía a confiar en que hubiera habido un milagro. Como mis períodos siempre han sido tan irregulares y después de tantos años intentándolo… en fin, que no quería hacerme ilusiones aunque no me hubiera venido el período.
—¿En cuánto tiempo?
—Cuatro meses.
—¿Cuatro meses? ¿De cuánto estás?
—De dieciocho semanas.
—¿Dieciocho semanas? Yo estoy sólo de tres meses —exclamó de nuevo—. O sea, que los síntomas que tenías, esos que creíamos que eran por simpatía… eran reales.
Alice sonrió tímidamente.
—Es verdad, no había pensado en eso, qué tonta. Mira, sé que esto lo complica todo, pero Jasper y yo siempre hemos querido ser padres…
—Y seguís queriendo este niño, ¿no?
—Jasper y yo lo hemos hablado y hemos decidido que ésa es una decisión que debéis tomar Edward y tú.
—¿Edward y yo? ¿Qué quieres decir?
—Técnicamente, el niño es vuestro…
—¡No, de eso nada! —la interrumpí. Sí, bueno, técnicamente el niño era mío y de Edward, pero yo no había querido ser madre—. Este niño es tuyo. Tuyo y de Jasper. Ése era el acuerdo.
Luego me levanté y empecé a pasear por la cocina, mirando a mi hermana con incredulidad. En aquellas circunstancias, Alice no parecía tan trastornada como debería.
—Sí, ya sé que ése era el acuerdo. Pero las cosas han cambiado.
—No puedes negarte a hacerte cargo de este niño. No te lo permitiré —replique, fulminando a mi hermana con la mirada. Al menos, intenté fulminarla con la mirada, pero otra ola de náuseas me obligó a agarrarme a la encimera, arruinando el efecto.
Alice corrió a mi lado.
—Siéntate, cariño. No deberías ponerte así. No puede ser bueno para el niño.
—¿Tú sabes lo que no es bueno para el niño? Esta conversación —le espeté
—Naturalmente, Jasper y yo nos haremos cargo del niño si decides que no lo quieres. Pero queremos que, al menos, te lo pienses. Es tu hijo biológico y quieras admitirlo o no, ya has establecido una conexión con él.
Me quedé sin palabras. ¿De qué estaba hablando mi hermana? ¿No entendía que la única forma de hacer esto era no tener conexión alguna con el bebé?
—Yo no…
—Sé que la tienes —me interrumpió Alice—. Así que no tiene sentido discutir. Lo importante es que ahora estamos esperando dos niños. A Jasper y a mí nos encantaría quedarnos con los dos, pero si Edward y tú…
—¿Qué tiene que ver Edward con esto?
Alice suspiró, exasperada.
—El niño que llevas ahí dentro también es suyo. Si alguno de los dos decide quedárselo, Jasper y yo estamos dispuestos a aceptar.
Aturdida por la absurdez de la situación, enterré la cara entre mis manos para controlar un ataque de risa histérica.
—¿Si alguno de los decide quedarse con el niño? Te das cuenta de lo ridículo que es eso, ¿no?
Pero Alice, que me miraba con el ceño fruncido, no parecía darse cuenta de nada.
—¿Por qué?
—Yo tengo el instinto maternal de una grapadora. Lo único más absurdo que esperar que yo quiera al niño es esperar que lo quiera Edward Cullen.
—Edward no es tan malo.
—Puede que sea un buen tipo, pero estamos hablando de un hombre que se mete en edificios en llamas cuando todos los demás salen corriendo.
—En realidad, ahora es investigador, o sea que ya no entra en edificios en llamas. Ahora entra cuando sólo quedan los rescoldos.
—Muy bien, cuando quedan los rescoldos. Da igual.
—Bueno, al menos su hijo no jugará con cerillas —dijo Alice, intentando animarme.
Señalé a mi hermana con el dedo.
—Puedes reírte ahora, pero esos son los genes que heredará tu hijo.
Alice soltó una risita.
—No me preocupan los genes de Edward. Es guapo, encantador, listo y…
—Exactamente. Es una de esas personas que cree que puede hacer lo que le dé la gana sólo porque es guapo, encantador y listo.
—¿Por qué eres tan dura con él? Tú no sueles juzgar a la gente.
—Soy juez, Alice. Mi trabajo consiste en juzgar a la gente. Además, sé que tengo razón. Con las familias rotas y los malos padres que veo en el Juzgado todos los días, mi trabajo consiste en separar el grano de la paja. Y te aseguro que ni Edward Cullen ni yo queremos tener este niño.
—Piénsatelo. A lo mejor cambias de opinión.
—Sí. Y también podría convertirme en un cerdo con alas. No es imposible, pero yo diría que es altamente improbable.
A pesar de mi determinación de olvidar el asunto, seguía pensando en la conversación con mi hermana al día siguiente, mientras intentaba terminar un informe. Eran más de las seis y casi todo el mundo había salido del Juzgado, pero ni siquiera el silencio me permitía concentrarme.
¿Cómo no iba a pensar la oferta de Alice de quedarme con el niño? me llevé una mano al abdomen, pensativa.
Mi hijo.
Se me hizo un nudo en la garganta y, por una vez, no intenté contener esa emoción. ¿Qué pasaría si me quedaba con el niño?
Inexplicablemente, no me parecía tan horrible. Era como si quedarme con mi hijo hubiera sido lo que, inconsciente, deseaba hacer, aunque la lógica me decía que eso sería una irresponsabilidad.
Pero amaba a este bebé que crecía dentro de mi. Aunque aún no sabíamos si era niño o niña, el instinto me decía que iba a ser una niña. Y había seguido a pies juntillas los consejos de mi ginecólogo para asegurarme de que nacía sana. Sí, aquella iba a ser la niña más sana del mundo. Y, si estaba en mis manos, tendría siempre lo mejor.
Eso incluía los mejores padres. sabía, sin la menor duda, que Alice sería mucho mejor madre que yo. Algunas mujeres, como mi hermana, estaban más capacitadas para ser madres que otras. Y estaba segura de que yo era de las segundas.
De repente, enfadada conmigo misma por darle tantas vueltas al asunto, guardé los papeles en el maletín y salí del despacho. Pero el rápido paseo hasta el aparcamiento no alivió mi irritación.
Y cuando me encontré con Edward apoyado en su Volvo, la irritación se convirtió en enfado.
No sabía qué era, pero había algo en Edward que me sacaba de quicio. No era sólo la seguridad en sí mismo, un rasgo del que había aprendido a desconfiar mucho tiempo atrás. Quizá era su mirada sensual, que parecía desnudar a una mujer y hacerle el amor al mismo tiempo, quizá la testosterona que parecía emanar por todos sus poros.
Era demasiado todo. Demasiado masculino, demasiado encantador, demasiado guapo. Y demasiado engreído.
—¿Qué haces aquí?
Edward llevaba unos vaqueros gastados que se ajustaban a sus prietos muslos. Su única defensa contra el inusual frío de aquel día de mayo, una camisa de franela sobre una camiseta.
Muy típico. Probablemente, pensaba que era demasiado hombre como para ponerse una chaqueta. O a lo mejor sabía lo guapo que estaba con esa camisa de leñador y no quería estropear el efecto.
—He venido a verte.
—Ya me lo imaginaba. ¿Siempre esperas a las mujeres medio escondido en un aparcamiento? Cualquiera podría pensar que eres un acosador.
Edward sonrió, irónico.
—Tú siempre fingiendo que no tienes sentido del humor.
—No me gusta bromear sobre estas cosas.
—No, claro que no —dijo él, poniéndose serio—. Es que cuando llegué ya habían cerrado el Juzgado.
—El guardia suele irse a las cinco y media.
—Ya me lo imaginaba. Pero esta es mi única tarde libre en toda la semana y tenemos que hablar.
—¿Por qué?
—No me mires con esa cara. Sólo quiero hablar de la situación.
—Pues habla.
—¿Quieres que hablemos en el aparcamiento? Aquí cerca hay un restaurante. Además, hace frío.
La idea de compartir una cena con Edward hizo que sintiera un escalofrío de aprensión. Georgetown, en otros tiempos una tranquila ciudad universitaria, se había convertido, como muchos otros lugares de Texas, en una capital abarrotada de gente. La histórica plaza, situada frente a los Juzgados, con sus tiendecitas y restaurantes típicos, era una de las zonas que la distinguía de la menos elegante y mucho más grande ciudad de Austin.
Además, no quería cenar con Edward. Demasiado íntimo, demasiado parecido a una cita.
—Pues deberías haberte puesto una chaqueta.
—Me refería a ti. Estás temblando.
Sí, desde que me quedé embarazada siempre tenía frío. Pero eso era algo que no pensaba contarle. Hablar de los síntomas del embarazo era más íntimo que cenar juntos.
De repente, me di cuenta de lo íntima que era nuestra relación, me gustase o no. El lazo que compartíamos era más profundo que el lazo sexual que solía acompañar a la intimidad. Habíamos creado una vida juntos.
Una parte de Edward estaba creciendo dentro de mí.
Esa idea me puso de los nervios. No quería cenar con él, no quería hablar con él siquiera, pero probablemente había cosas de las que debíamos hablar.
—Muy bien, cenemos juntos entonces.
Quince minutos después me encontré sentada frente a Edward Cullen en un restaurante de la plaza, con una taza de té frente a mi, esperando un plato de enchiladas.
Mientras tomaba el té estudiaba a mi acompañante, que tenía una mano apoyada en el respaldo del sofá. En esa postura, sus hombros parecían ocupar todo el espacio.
Edward era diferente de los demás hombres que conocía. Hombres con trajes de chaqueta hechos a medida para que sus hombros parecieran más anchos de lo que eran en realidad. Mire sus manos, grandes, casi musculosas, de dedos largos y uñas cortas. Eran unas manos muy masculinas. Duras, casi.
¿Me había fijado alguna vez en las manos de otro hombre? No, seguramente no. Había algo muy personal en mirar las manos de Edward, algo que me hacía sentir un cosquilleo.
—Bueno, vamos a ser sinceros, sé que te no te gusto —dijo él entonces.
—No te conozco lo suficiente como para decidir si me gustas o no.
—Bueno, no te caigo demasiado bien.
No podía discutir eso porque era verdad. Sólo nos habíamos visto en un par de ocasiones y nunca había podido relajarme cuando Edward estaba presente. No me caía exactamente mal, pero no sabía dónde colocarlo. Y eso me ponía muy nerviosa. Además, si era sincera conmigo misma, no podía negar que me sentía ligeramente atraída por él.
¿Por qué? ¿Por qué Edward Cullen?
Quizá esa repentina atracción era debida al niño. Quizá mi cuerpo sabía de alguna forma que aquel hombre era su padre. Si ése era el caso, más razón para mantener las distancias.
—No, no me caes demasiado bien.
—Pero estamos juntos en esto.
—No estoy de acuerdo. Los que están en esto son Jasper y Alice. Tu parte en el asunto ya ha terminado.
—Eso era cierto antes, pero ahora…
—Nada ha cambiado.
—No puedes ser tan ingenua.
—Te aseguro que soy de todo menos ingenua —replique.
—Muy bien, no eres ingenua. Pero tendrás que admitir que las cosas ahora son diferentes.
—Sí, son diferentes, pero ya encontraremos una solución.
—Pero tú contabas con que Alice y Japer pudieran cuidar de ti, ayudarte durante los últimos meses del embarazo. Y ahora Alice tiene que cuidar de sí misma.
—¿Crees que no puedo cuidarme yo sólita? Perdona, pero llevo años haciéndolo. Mucho más tiempo que la mayoría de las mujeres de mi edad.
—No me refería a eso.
—Entonces, ¿a qué te referías?
—Por lo que me ha dicho Alice, no has tenido un primer trimestre muy agradable y la cosa va a peor. El segundo trimestre no será tan malo, pero cuando estés de seis o siete meses…
—¿Eres un experto en embarazos? —lo interrumpí.
Edward hizo una mueca.
—No, pero cinco de mis compañeros han tenido hijos en el último año y medio. He tenido que oír todo tipo de quejas sobre antojos, dolores de riñones, mujeres que no pueden atarse los cordones de las zapatillas…
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —reí, irónica. Pero la risa murió al comprobar que él estaba muy serio—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuré, esperando que él soltase una carcajada—. Pero no, ni parpadeó siquiera—. Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
Capitulo 1
BPOV
—Estamos embarazados.
Intenté no levantar los ojos al cielo ante la absurdez del comentario de mi hermana.
—¿No me digas
Como madre de alquiler para mi hermana, Alice, y mi cuñado, Japer, sabía mejor que nadie que estaban "embarazados". Mi mano se deslizó hasta mi abdomen, donde el niño empezaba ya a notarse. Pero en ese preciso instante se me revolvió el estómago, haciendo que maldijera el primer trimestre de embarazo.
Alice tomó mi mano cuando iba a tomar la taza de poleo.
—¿Qué?
—Que estamos embarazados, Jasper y yo - dejé la taza.
—¿Jasper y tú?
—Si.
—¿Embarazados?
Alice asintió, con su sonrisa beatíficamente maternal, sus ojos brillantes de felicidad.
Mi estómago volvió a dar un salto, pero intenté contener las náuseas.
—¿Vais a tener un hijo? ¿Además del que yo voy a tener para vosotros?
—Sí.
Salté de la silla y corrí al cuarto de baño. Apenas me dio tiempo a inclinarme sobre el inodoro para vomitar el desayuno.
Estuve de rodillas en el suelo del baño largo rato, con los ojos cerrados, angustiada y atónita. Sólo la voz de Alice al otro lado de la puerta me sacó de mi estupor.
—Bella, ¿estás bien?
¿Que si estaba bien? Bueno, sentía como si el mundo estuviera girando en dirección contraria… junto con mi estómago. Por lo demás, estaba estupenda. Después de lavarme la cara y las manos en el lavabo, abrí la puerta y me quedé mirando a mi hermana.
—¿Cómo es posible?
Alice me tomó del brazo.
—Ven a la cocina. Voy a hacerte otro té.
Me dejé llevar hasta la silla y observé a mi hermana dando vueltas por la sencilla y hogareña cocina.
—Nosotros nos quedamos tan sorprendidos como tú.
—Pero Jasper y tú no podéis tener niños. Es imposible, ¿no?
—Era muy improbable, pero no imposible.
De hecho, tenían tan pocas posibilidades de concebir que el médico había recomendado no usar el esperma de Japer para inseminarme y usaron el de un amigo de Jasper, Edward.
—¿No habías dicho que sólo había un 0,2% de posibilidades de que quedaras embarazada?
—Y así es. Pero hemos tenido una suerte inmensa —suspiró Alice, poniendo una taza sobre la mesa—. ¿Poleo o té?
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —exclamé al borde la histeria.
—Supongo que porque he tenido más tiempo para acostumbrarme a la idea…
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde hace una semana. Llevaba algún tiempo sospechándolo, pero no me atrevía a confiar en que hubiera habido un milagro. Como mis períodos siempre han sido tan irregulares y después de tantos años intentándolo… en fin, que no quería hacerme ilusiones aunque no me hubiera venido el período.
—¿En cuánto tiempo?
—Cuatro meses.
—¿Cuatro meses? ¿De cuánto estás?
—De dieciocho semanas.
—¿Dieciocho semanas? Yo estoy sólo de tres meses —exclamó de nuevo—. O sea, que los síntomas que tenías, esos que creíamos que eran por simpatía… eran reales.
Alice sonrió tímidamente.
—Es verdad, no había pensado en eso, qué tonta. Mira, sé que esto lo complica todo, pero Jasper y yo siempre hemos querido ser padres…
—Y seguís queriendo este niño, ¿no?
—Jasper y yo lo hemos hablado y hemos decidido que ésa es una decisión que debéis tomar Edward y tú.
—¿Edward y yo? ¿Qué quieres decir?
—Técnicamente, el niño es vuestro…
—¡No, de eso nada! —la interrumpí. Sí, bueno, técnicamente el niño era mío y de Edward, pero yo no había querido ser madre—. Este niño es tuyo. Tuyo y de Jasper. Ése era el acuerdo.
Luego me levanté y empecé a pasear por la cocina, mirando a mi hermana con incredulidad. En aquellas circunstancias, Alice no parecía tan trastornada como debería.
—Sí, ya sé que ése era el acuerdo. Pero las cosas han cambiado.
—No puedes negarte a hacerte cargo de este niño. No te lo permitiré —replique, fulminando a mi hermana con la mirada. Al menos, intenté fulminarla con la mirada, pero otra ola de náuseas me obligó a agarrarme a la encimera, arruinando el efecto.
Alice corrió a mi lado.
—Siéntate, cariño. No deberías ponerte así. No puede ser bueno para el niño.
—¿Tú sabes lo que no es bueno para el niño? Esta conversación —le espeté
—Naturalmente, Jasper y yo nos haremos cargo del niño si decides que no lo quieres. Pero queremos que, al menos, te lo pienses. Es tu hijo biológico y quieras admitirlo o no, ya has establecido una conexión con él.
Me quedé sin palabras. ¿De qué estaba hablando mi hermana? ¿No entendía que la única forma de hacer esto era no tener conexión alguna con el bebé?
—Yo no…
—Sé que la tienes —me interrumpió Alice—. Así que no tiene sentido discutir. Lo importante es que ahora estamos esperando dos niños. A Jasper y a mí nos encantaría quedarnos con los dos, pero si Edward y tú…
—¿Qué tiene que ver Edward con esto?
Alice suspiró, exasperada.
—El niño que llevas ahí dentro también es suyo. Si alguno de los dos decide quedárselo, Jasper y yo estamos dispuestos a aceptar.
Aturdida por la absurdez de la situación, enterré la cara entre mis manos para controlar un ataque de risa histérica.
—¿Si alguno de los decide quedarse con el niño? Te das cuenta de lo ridículo que es eso, ¿no?
Pero Alice, que me miraba con el ceño fruncido, no parecía darse cuenta de nada.
—¿Por qué?
—Yo tengo el instinto maternal de una grapadora. Lo único más absurdo que esperar que yo quiera al niño es esperar que lo quiera Edward Cullen.
—Edward no es tan malo.
—Puede que sea un buen tipo, pero estamos hablando de un hombre que se mete en edificios en llamas cuando todos los demás salen corriendo.
—En realidad, ahora es investigador, o sea que ya no entra en edificios en llamas. Ahora entra cuando sólo quedan los rescoldos.
—Muy bien, cuando quedan los rescoldos. Da igual.
—Bueno, al menos su hijo no jugará con cerillas —dijo Alice, intentando animarme.
Señalé a mi hermana con el dedo.
—Puedes reírte ahora, pero esos son los genes que heredará tu hijo.
Alice soltó una risita.
—No me preocupan los genes de Edward. Es guapo, encantador, listo y…
—Exactamente. Es una de esas personas que cree que puede hacer lo que le dé la gana sólo porque es guapo, encantador y listo.
—¿Por qué eres tan dura con él? Tú no sueles juzgar a la gente.
—Soy juez, Alice. Mi trabajo consiste en juzgar a la gente. Además, sé que tengo razón. Con las familias rotas y los malos padres que veo en el Juzgado todos los días, mi trabajo consiste en separar el grano de la paja. Y te aseguro que ni Edward Cullen ni yo queremos tener este niño.
—Piénsatelo. A lo mejor cambias de opinión.
—Sí. Y también podría convertirme en un cerdo con alas. No es imposible, pero yo diría que es altamente improbable.
A pesar de mi determinación de olvidar el asunto, seguía pensando en la conversación con mi hermana al día siguiente, mientras intentaba terminar un informe. Eran más de las seis y casi todo el mundo había salido del Juzgado, pero ni siquiera el silencio me permitía concentrarme.
¿Cómo no iba a pensar la oferta de Alice de quedarme con el niño? me llevé una mano al abdomen, pensativa.
Mi hijo.
Se me hizo un nudo en la garganta y, por una vez, no intenté contener esa emoción. ¿Qué pasaría si me quedaba con el niño?
Inexplicablemente, no me parecía tan horrible. Era como si quedarme con mi hijo hubiera sido lo que, inconsciente, deseaba hacer, aunque la lógica me decía que eso sería una irresponsabilidad.
Pero amaba a este bebé que crecía dentro de mi. Aunque aún no sabíamos si era niño o niña, el instinto me decía que iba a ser una niña. Y había seguido a pies juntillas los consejos de mi ginecólogo para asegurarme de que nacía sana. Sí, aquella iba a ser la niña más sana del mundo. Y, si estaba en mis manos, tendría siempre lo mejor.
Eso incluía los mejores padres. sabía, sin la menor duda, que Alice sería mucho mejor madre que yo. Algunas mujeres, como mi hermana, estaban más capacitadas para ser madres que otras. Y estaba segura de que yo era de las segundas.
De repente, enfadada conmigo misma por darle tantas vueltas al asunto, guardé los papeles en el maletín y salí del despacho. Pero el rápido paseo hasta el aparcamiento no alivió mi irritación.
Y cuando me encontré con Edward apoyado en su Volvo, la irritación se convirtió en enfado.
No sabía qué era, pero había algo en Edward que me sacaba de quicio. No era sólo la seguridad en sí mismo, un rasgo del que había aprendido a desconfiar mucho tiempo atrás. Quizá era su mirada sensual, que parecía desnudar a una mujer y hacerle el amor al mismo tiempo, quizá la testosterona que parecía emanar por todos sus poros.
Era demasiado todo. Demasiado masculino, demasiado encantador, demasiado guapo. Y demasiado engreído.
—¿Qué haces aquí?
Edward llevaba unos vaqueros gastados que se ajustaban a sus prietos muslos. Su única defensa contra el inusual frío de aquel día de mayo, una camisa de franela sobre una camiseta.
Muy típico. Probablemente, pensaba que era demasiado hombre como para ponerse una chaqueta. O a lo mejor sabía lo guapo que estaba con esa camisa de leñador y no quería estropear el efecto.
—He venido a verte.
—Ya me lo imaginaba. ¿Siempre esperas a las mujeres medio escondido en un aparcamiento? Cualquiera podría pensar que eres un acosador.
Edward sonrió, irónico.
—Tú siempre fingiendo que no tienes sentido del humor.
—No me gusta bromear sobre estas cosas.
—No, claro que no —dijo él, poniéndose serio—. Es que cuando llegué ya habían cerrado el Juzgado.
—El guardia suele irse a las cinco y media.
—Ya me lo imaginaba. Pero esta es mi única tarde libre en toda la semana y tenemos que hablar.
—¿Por qué?
—No me mires con esa cara. Sólo quiero hablar de la situación.
—Pues habla.
—¿Quieres que hablemos en el aparcamiento? Aquí cerca hay un restaurante. Además, hace frío.
La idea de compartir una cena con Edward hizo que sintiera un escalofrío de aprensión. Georgetown, en otros tiempos una tranquila ciudad universitaria, se había convertido, como muchos otros lugares de Texas, en una capital abarrotada de gente. La histórica plaza, situada frente a los Juzgados, con sus tiendecitas y restaurantes típicos, era una de las zonas que la distinguía de la menos elegante y mucho más grande ciudad de Austin.
Además, no quería cenar con Edward. Demasiado íntimo, demasiado parecido a una cita.
—Pues deberías haberte puesto una chaqueta.
—Me refería a ti. Estás temblando.
Sí, desde que me quedé embarazada siempre tenía frío. Pero eso era algo que no pensaba contarle. Hablar de los síntomas del embarazo era más íntimo que cenar juntos.
De repente, me di cuenta de lo íntima que era nuestra relación, me gustase o no. El lazo que compartíamos era más profundo que el lazo sexual que solía acompañar a la intimidad. Habíamos creado una vida juntos.
Una parte de Edward estaba creciendo dentro de mí.
Esa idea me puso de los nervios. No quería cenar con él, no quería hablar con él siquiera, pero probablemente había cosas de las que debíamos hablar.
—Muy bien, cenemos juntos entonces.
Quince minutos después me encontré sentada frente a Edward Cullen en un restaurante de la plaza, con una taza de té frente a mi, esperando un plato de enchiladas.
Mientras tomaba el té estudiaba a mi acompañante, que tenía una mano apoyada en el respaldo del sofá. En esa postura, sus hombros parecían ocupar todo el espacio.
Edward era diferente de los demás hombres que conocía. Hombres con trajes de chaqueta hechos a medida para que sus hombros parecieran más anchos de lo que eran en realidad. Mire sus manos, grandes, casi musculosas, de dedos largos y uñas cortas. Eran unas manos muy masculinas. Duras, casi.
¿Me había fijado alguna vez en las manos de otro hombre? No, seguramente no. Había algo muy personal en mirar las manos de Edward, algo que me hacía sentir un cosquilleo.
—Bueno, vamos a ser sinceros, sé que te no te gusto —dijo él entonces.
—No te conozco lo suficiente como para decidir si me gustas o no.
—Bueno, no te caigo demasiado bien.
No podía discutir eso porque era verdad. Sólo nos habíamos visto en un par de ocasiones y nunca había podido relajarme cuando Edward estaba presente. No me caía exactamente mal, pero no sabía dónde colocarlo. Y eso me ponía muy nerviosa. Además, si era sincera conmigo misma, no podía negar que me sentía ligeramente atraída por él.
¿Por qué? ¿Por qué Edward Cullen?
Quizá esa repentina atracción era debida al niño. Quizá mi cuerpo sabía de alguna forma que aquel hombre era su padre. Si ése era el caso, más razón para mantener las distancias.
—No, no me caes demasiado bien.
—Pero estamos juntos en esto.
—No estoy de acuerdo. Los que están en esto son Jasper y Alice. Tu parte en el asunto ya ha terminado.
—Eso era cierto antes, pero ahora…
—Nada ha cambiado.
—No puedes ser tan ingenua.
—Te aseguro que soy de todo menos ingenua —replique.
—Muy bien, no eres ingenua. Pero tendrás que admitir que las cosas ahora son diferentes.
—Sí, son diferentes, pero ya encontraremos una solución.
—Pero tú contabas con que Alice y Japer pudieran cuidar de ti, ayudarte durante los últimos meses del embarazo. Y ahora Alice tiene que cuidar de sí misma.
—¿Crees que no puedo cuidarme yo sólita? Perdona, pero llevo años haciéndolo. Mucho más tiempo que la mayoría de las mujeres de mi edad.
—No me refería a eso.
—Entonces, ¿a qué te referías?
—Por lo que me ha dicho Alice, no has tenido un primer trimestre muy agradable y la cosa va a peor. El segundo trimestre no será tan malo, pero cuando estés de seis o siete meses…
—¿Eres un experto en embarazos? —lo interrumpí.
Edward hizo una mueca.
—No, pero cinco de mis compañeros han tenido hijos en el último año y medio. He tenido que oír todo tipo de quejas sobre antojos, dolores de riñones, mujeres que no pueden atarse los cordones de las zapatillas…
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —reí, irónica. Pero la risa murió al comprobar que él estaba muy serio—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuré, esperando que él soltase una carcajada—. Pero no, ni parpadeó siquiera—. Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
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