Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 5
BPOV
—No puedo creer que vayas a hacerlo.
Alice estaba en mi despacho, frente a mi escritorio. Tenía el ceño fruncido y se frotaba las manos en el regazo, nerviosa.
—Lo sé, yo tampoco me lo creo del todo —dije, sin dejar de mirar la pantalla del ordenador.
—Pero es que, Jasper y yo… Bueno, nosotros nunca esperamos que pasara esto. Sabíamos que te estábamos pidiendo mucho, pero…
Suspirando, me volví hacia mi hermana.
—Ya lo sé, Alice. Nadie podría haber predicho cómo iban a ir las cosas.
Cuando mi hermana levantó la mirada, me sorprendió ver que tenía los ojos húmedos.
—Oye, no te pongas así. Todo va a salir bien, ya lo verás.
—Entonces, ¿no nos odias?
No me había dado cuenta, pero hasta aquel momento me sentía un poco resentida. No por tener que casarme con Edward, sino porque el embarazo de Alice daba al traste con todos mis planes y me colocaba en una posición difícil en todos los sentidos. Pero enfrentada a las lágrimas de mi hermana, no podía seguir enfadada.
—¿Cómo voy a odiaros?
—Pero ahora tienes que casarte con Edward y tú… lo odias.
—Qué manía con el odio. Yo no odio a Edward, Alice. Es un buen chico.
Y lo era. Me había dado cuenta de lo distorsionada que había sido mi primera impresión de Edward Cullen.
—Es majo, ¿verdad? —sonrió Alice.
—Sí, así que no tienes por qué preocuparte. Todo va a salir estupendamente bien —sonreí—. Ningún problema —añadí, para convencerme a mi misma.
—Te he traído una cosa… para la ceremonia —dijo mi hermana entonces, sacando una bolsa de una tienda de ropa femenina—. Espero que te lo pongas.
—Oh, Alice…
—Sé que para ti ésta no es una ceremonia de verdad, pero de todas formas deberías ponerte algo bonito. No es un vestido de novia de verdad ni nada de eso —rió Alice, nerviosa—. No Bella no es un vestido de novia, no te preocupes solo es algo bonito que ponerte.
—Te lo agradezco, pero pienso ponerme lo que llevo.
—Por favor, Bella. Deja que te regale esto. Nunca me dejas que te haga ningún favor.
—Pero es que no es necesario…
—Es importante para mí.
Con desgana, tomé la bolsa y saque el vestido que había dentro. Era de corte imperio y con varias telas superpuestas, de color blanco, unos centímetros arriban de la rodilla, strapless con pedrería abajo del busto. Muy femenino. La clase de vestido que sólo me pondría para darle gusto a mi hermana .
—Ya sé que tú no sueles ponerte vestidos así, pero es que hace juego con las joyas.
Resignada, metí la mano en la bolsa, pero sabía lo que iba a encontrar antes de tocarlo: una hermosa caja de terciopelo azul donde se encontraban unos pendientes, una gargantilla y un broche para el cabello que Alice había llevado en su propia boda. Eran de Renée, mi madre adoptiva, los había llevado también el día su boda.
—No puedo aceptar esto.
—¿Por qué no? A Renée le habría hecho ilusión.
No, Renée quería que se lo pusiera Alice, no yo.
Durante los diez años que vivimos con ellos, nunca me lleve bien con Renée y Charlie, su marido, los padres adoptivos a los que Ali adoraba y a los que yo no podía soportar.
—Por favor, hazlo por mí. Así sabré que nos has perdonado.
¿Cómo iba a decir que no?
—Además —siguió Alice, con una sonrisa en los labios—. No puedes ponerte eso. Pareces una camarera.
Miré mis pantalones de crepé negro y la camisa blanca.
—¿Una camarera, ¿eh?
De modo que me rendí. Alice me estaba mirando con los ojos tristes otra vez. Curioso, Alice era la hermana mayor, pero yo siempre había sido la más fuerte, la más independiente.
Como siempre había sido la más fuerte, no podía soportar ver a mi hermana disgustada. Y eso era precisamente, pensé, mientras entraba en el cuarto de baño para ponerme el vestido, lo que me había metido en aquel lío.
Alice sacó un cepillo, unas horquillas y un kit de maquillaje del bolso, en veinte minutos, ya llevaba el cabello elegantemente recogido y un maquillaje muy natural. Después me coloco los pendientes, la gargantilla y el broche en el cabello, me mire al espejo. Estaba embarazada de quince semanas, pero aún no se me notaba.
Jamás habría elegido ese vestido. Era demasiado femenino. Exactamente el tipo de vestido con el que me sentía ridícula. Miró mis pantalones y camisa descartados. Quizá parecería una camarera, pero sería yo misma.
Mientras Alice y yo atravesábamos el parqueo para llegar al Juzgado de familia, casi esperaba que los pajarillos me rodeasen con sus trinos, como en la película de Disney.
En la puerta estaba Mike esperando.
—¡Bella!
—No se te ocurra decir nada sobre el vestidito.
—Iba a decir que estás guapísima. ¿Esto ha sido idea tuya, Alice?
—Por supuesto.
—Pues me parece estupendo.
—Déjate de bobadas —intervine, empujando la puerta.
—No, no, espera. No puedes entrar ahí.
—¿Por qué no?
—Porque a lo mejor no están preparados.
—¿Quién no está preparado?
Mike y mi hermana se miraron.
—No puedes entrar todavía o el novio te verá antes de la ceremonia y eso trae mala suerte.
—Pero si vamos a celebrar la ceremonia ahora mismo. ¿Cómo quieres que no me vea? —replique.
—Espera, voy a ver si está —mi hermana desapareció en el interior del Juzgado y abrí la boca para protestar, pero no dije nada porque Mike me estaba mirando fijamente.
—¿Qué miras?
—Es que estás muy guapa.
—Espero que no hayáis preparado nada porque…
Antes de que pudiera terminar mi amenaza, Alice abrió la puerta de par en par y me entrego un ramo de fresias y Lilas susurrándome al oído que era de parte de Edward.
Había esperado ver a cinco o seis amigos íntimos como máximo en la sala del juez Stanley, pero había docenas de personas. El juez esperaba detrás de su escritorio, que habían limpiado de papeles para colocar varios jarrones con lilas, mi flor favorita. A la izquierda del juez estaba Edward, tan guapo que tuve que tragar saliva.
No había visto a Edward Cullen con traje desde la boda de mi hermana, pero fue su expresión lo que me dejó helada. Me miraba con un brillo tal de admiración en los ojos que no pude evitar sentirme femenina. Por un momento, casi me había parecido un hombre enamorado.
Y entonces lo estropeó todo guiñándome un ojo.
Y, así, de repente, la burbuja de emoción explotó.
Para él, todo aquello era una broma. Para mí, una obligación indeseada. Un incordio, no una celebración.
En cuanto a los amigos que habían aparecido en la ceremonia… los estaba engañando a todos.
De repente, me pareció bien que Alice me hubiera obligado a ponerme este vestido. Era el disfraz perfecto para la farsa.
Las flores, los invitados… todo era una mentira.
—Sonríe —me dijo Edward en voz baja—. Nadie se lo va a creer si sigues mirándome como si quisieras matarme.
Sonreí con lo que podría pasar por una sonrisa de «novia nerviosa» o «romántica empedernida».
Ya lo mataría más tarde.
EPOV
—Yo os declaro marido y mujer.
La expresión de Bella era forzada, pero la mayoría de los invitados pensaría que eran los nervios, algo normal en aquellas circunstancias. Sin embargo yo, no sabía cómo se comportaban los hombres en esas circunstancias desde luego, llevaba nervioso todo el día.
Excepto cuando vi a Bella en la puerta. En ese momento, todo me pareció perfecto, como si estuviéramos destinados a casarnos. Y eso era alarmante.
—Puede besar a la novia —dijo el juez entonces.
Miré a los invitados, que esperaban ansiosos, y luego miré a Bella, que parecía o a punto de marearse o a punto de clavarme el tacón del zapato en el pie.
Pero, le gustase o no, tenía que besarla.
Y besar a Bella no sería nada difícil. De hecho, había pensado en ese momento desde que acepté casarse con ella… quizá incluso antes.
Nuestro primer beso.
Quizá nuestro único beso.
Y si iba a ser nuestro único beso, tendría que hacerlo bien. ¿Por qué no? De todas formas, Bella iba a matarme…
De modo que la tomé por la cintura con una mano y con la otra levanté su barbilla un instante antes de buscar sus labios. En sus ojos vi un brillo que decía claramente: «no te atreverás». Pero si me atreví.
Sus labios eran suaves, cálidos. Y ella no se apartó, seguramente por la sorpresa. En cuanto empezamos a besarnos, sentí el deseo de apretarla contra mi pecho, de seguir besándola, de comérmela.
Tuve que hacer un esfuerzo para apartarme, pero conseguí hacerlo. No quería que me besara por obligación. Quería que lo hiciera por voluntad propia. Quería…
Demonios, la deseaba entre mis brazos, esa era la verdad.
Pero lo más curioso de todo era que mi esposa era la única mujer a la que no podía tener.
martes, 28 de septiembre de 2010
MI HIJO? CAPITULO 4
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 4
BPOV
En menos de una semana estaría casada. El viernes, en mi propio Juzgado, ni más ni menos. De modo que Volturi y el resto de los jueces se enterarían de inmediato.
Pero por mucho que se dijera a mi misma que aquélla era la única solución, no podía evitar una sensación de culpa… y tampoco podía dejar de darle vueltas a la cabeza.
Estaría casada. ¡Con Edward Cullen!
El domingo por la noche, mientras intentaba dormir, ese pensamiento daba vueltas y vueltas en mi cabeza.
Me había ido a la cama temprano, agotada después de vaciar la habitación de invitados para dejar sitio a las cosas de Edward. A pesar de mis protestas, Edward había insistido en dejar su apartamento ya que, según él, parecería un poco sospechoso seguir pagando el alquiler. De modo que todos sus muebles tendrían que caber en la habitación y en el garaje.
Después de trabajar durante horas, estaba segura de que el cansancio me vencería, pero aquí estaba, con los ojos abiertos como un búho y el corazón trepidante.
Estaba tan nerviosa que me incorpore de un salto cuando sonó el teléfono.
—¿Jasper?
—No, soy Edward.
—¿Te he asustado?
—No, no, qué va. Es que no estoy acostumbrada a que llamen a estas horas.
—No es tan tarde.
Mire el reloj de la mesilla. Eran las 21:23. Sí, tenía razón. La mayoría de la gente seguiría viendo la televisión a esta hora.
—Pero supongo que las mujeres embarazadas se van a la cama temprano. Tendré que acostumbrarme.
—¿Qué querías, Edward?
—Estaba pensando en nuestra historia.
—¿Nuestra historia?
—La historia que vamos a contarle a la gente. Tenemos que ponernos de acuerdo porque nos harán preguntas.
Lo imaginé tumbado en el sofá, en chándal o medio desnudo, viendo algún canal de deporte…
—Muy fácil. Nos conocimos en la boda de Alice y Jasper.
—¿Nos conocimos hace ocho años y ahora, de repente, nos da por casarnos? No, eso no tiene sentido —rió Edward—. Veo que mientes fatal.
Encendí la luz de la lamparita.
—Soy juez. Se supone que no debo mentir.
—Sí, bueno, ya me imagino.
—Mira, yo creo que lo mejor es que nos atengamos lo más posible a la verdad. Así no meteremos la pata.
—¿Cómo se conocieron Alice y Jasper?
—No lo sé —conteste—. Me parece que en el último año de universidad. Sí, mi hermana trabajaba en un restaurante enfrente del campus, donde Jasper iba a comer. Jasper es vegetariano, ya lo sabes, pero siempre pedía un filete con patatas porque tardaban en hacerlo y así tenía más tiempo para mirar a mi hermana —sonreí—. Pero supongo que eso ya lo sabes.
—Sí, claro, pero ¿ves como tenía razón? Todo el mundo tiene una historia. La gente nos preguntará y tenemos que ponernos de acuerdo.
—Si tú lo dices.
—¿Cómo se conocieron tus padres?
Me mordí los labios, me sentí insegura. «Mis padres» se habían conocido en un bar y nueve meses después, cuando nació yo, mi madre no recordaba el nombre de mi progenitor. Lo único que sabía era que «debía ser el policía de Austin o el comerciante de Dallas. O el camionero de Ohio».
Pero no pensaba contárselo a Edward.
—Se conocieron en el instituto y se casaron muy jóvenes. Su primera cita fue en la fiesta de graduación.
No era una mentira del todo. Más bien, una mezcla de las historias de mis padres de acogida.
—¿Y los tuyos? ¿Cómo se conocieron?
Edward no contestó enseguida y me pareció oír que abría y cerraba una puerta. La nevera, seguramente, pensé. Un segundo después lo escuche tomar un trago. Una cerveza, seguro. Inmediatamente, lo imagine apoyado en el quicio de la puerta…
¿Por qué tenía que tomar un trago de cerveza antes de contestar a una pregunta tan sencilla?
—¿Edward? ¿Estás ahí?
—Sí, sí.
—¿Y?
—Mi padre rescató a mi madre de un edificio en llamas. Le salvó la vida.
—¿En serio?
—Sí, fue…
—Muy romántico.
Podía imaginarlo. El terror de estar atrapada en un edificio en llamas, la proximidad de la muerte. Y entonces, entre el humo aparece un atractivo bombero, de hombros anchos, que salva del peligro a la damisela en apuros. Era como un cuento.
—¿Romántico? Sí, bueno. Mi padre resultó herido y tuvo que jubilarse. Y mi madre no le perdonó nunca que dejara de ser bombero y se convirtiera en un hombre normal y corriente.
Algo en su tono de voz hizo que se me encogiera el corazón. Y esa vulnerabilidad me desconcertaba. Edward no parecía un hombre vulnerable.
—Bueno, tengo que colgar. Es muy tarde para una mujer embarazada.
—Pero aún no tenemos una historia.
—¿No puede esperar hasta mañana?
—Para entonces será demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Si mañana vas a pedir hora para la ceremonia civil, supongo que tus compañeras te preguntarán.
—¿Qué quieres decir?
—No te hagas la ofendida. A las mujeres les encanta hablar de esas cosas.
Abrí la boca para llevarle la contraria, pero la cerré. Era verdad. En cuanto pidiera cita para casarme, mis compañeras, las secretarias, las alguaciles, todas me interrogarían. Por no hablar de los demás jueces. Y Mike.
¿Me atrevería a contarle la verdad?
—Estás muy callada. ¿Te has dormido?
Ojala.
—No, no. Bueno, vamos a ver, seguro que tú ya has inventado una historia, ¿no?
—¿Qué tal si nos conocimos en casa de Alice y Jasper, en la fiesta de fin de año? Podríamos decir que nos enamoramos de inmediato. Los dos estábamos en esa fiesta, ¿te acuerdas?
—Sí, claro.
Yo iba todos los años, aunque no solían gustarme las fiestas. Pero en Nochevieja no era plan quedarme en casa viendo Ley y Orden.
—Pero allí había por lo menos cincuenta personas y todos se acordarán de que apenas nos dirigimos la palabra.
—Nadie se acordará de eso. Era la fiesta de Nochevieja, mujer. La gente estaba borracha.
—Yo no —le recordé.
—No, claro, tú no.
—Oye…
—Seguro que nunca bebes en público. No estaría bien en una juez, ¿no?
En realidad, yo no bebía por miedo a acabar como mi madre. Pero eso no pensaba decírselo.
—Tú estabas sobria, ¿verdad?
—Claro.
—¿Y recuerdas lo que hacían los demás invitados?
En realidad, sólo recordaba el aburrimiento de escuchar a James, el contable de mi hermana y su cuñado, describir una excursión a un glaciar en Alaska. Pero, además de James, no recordaba a nadie más.
—Muy bien, entonces nos enamoramos en esa fiesta —suspiré.
—Habrá que inventarse más detalles, ¿no te parece?
—¿Qué detalles?
—Pues… no sé, creo que hacía una noche estupenda. Podríamos decir que salimos al jardín.
—Eso explicaría que la gente no nos hubiera visto juntos.
Alice y Jasper tienen una parcela de terreno muy grande. En las fiestas, colocan farolillos de papel en las ramas de los árboles y eso le da un toque romántico al jardín. El sitio ideal para enamorarse.
Aunque no había sido así, por supuesto.
—Suena bien. Para nuestra historia, quiero decir.
—Claro.
Parecía divertido, burlón. Como si intuyera que, momentáneamente, me había dejado llevar por esa fantasía.
—¿Y luego qué? —pregunté, un poco irritada.
—¿Qué?
—No podemos decir que empezamos a salir juntos. Alguien nos habría visto cenando o en el cine.
—Sí, es verdad. Pero podríamos decir que íbamos a Austin.
—Entonces, manteníamos la relación en secreto. ¿Por qué?
—Porque… para proteger tu reputación.
Por alguna razón, eso me pareció divertido.
—Qué noble por tu parte —reí.
—¿Qué pasa? ¿No te parezco noble?
—Oye, vas a casarte conmigo para proteger mi reputación. No se puede ser más noble.
—Pues no lo olvides.
—No te preocupes. Te debo un favor.
—Hablando de la boda, estaba pensando dónde te apetecería pasar la luna de miel —dijo Edward entonces.
—¿La luna de miel? —repetí, atónita.
—Claro. La gente esperará que vayamos a algún sitio.
¿Luna de miel? ¿Por qué no se me había ocurrido? ¿Y por qué, ahora que Edward lo había mencionado, mi mente se llenaba de imágenes de nosotros dos solos en algún sitio romántico… como una playa exótica o un hotelito rural?
—No —dije bruscamente—. De eso nada.
Dejar volar mi imaginación era una cosa, llevar a cabo esas fantasías, otra muy distinta.
—Oye, que no pensaba llevarte al motel Bates —protestó Edward—. Yo estaba pensando en ir a Fredericksburg un par de días.
Ya. Un par de días con sus noches en una de las ciudades históricas más encantadoras de Texas. Prefería el motel de Psicosis (la película).
—No —dije firmemente—. No iremos a ningún sitio.
—Pero…
—Pasaremos el fin de semana colocando tus muebles como habíamos acordado. Podemos decirle a la gente que haremos un viaje en otoño.
Antes de que pudiera protestar, le di las buenas noches y colgué.
Capitulo 4
BPOV
En menos de una semana estaría casada. El viernes, en mi propio Juzgado, ni más ni menos. De modo que Volturi y el resto de los jueces se enterarían de inmediato.
Pero por mucho que se dijera a mi misma que aquélla era la única solución, no podía evitar una sensación de culpa… y tampoco podía dejar de darle vueltas a la cabeza.
Estaría casada. ¡Con Edward Cullen!
El domingo por la noche, mientras intentaba dormir, ese pensamiento daba vueltas y vueltas en mi cabeza.
Me había ido a la cama temprano, agotada después de vaciar la habitación de invitados para dejar sitio a las cosas de Edward. A pesar de mis protestas, Edward había insistido en dejar su apartamento ya que, según él, parecería un poco sospechoso seguir pagando el alquiler. De modo que todos sus muebles tendrían que caber en la habitación y en el garaje.
Después de trabajar durante horas, estaba segura de que el cansancio me vencería, pero aquí estaba, con los ojos abiertos como un búho y el corazón trepidante.
Estaba tan nerviosa que me incorpore de un salto cuando sonó el teléfono.
—¿Jasper?
—No, soy Edward.
—¿Te he asustado?
—No, no, qué va. Es que no estoy acostumbrada a que llamen a estas horas.
—No es tan tarde.
Mire el reloj de la mesilla. Eran las 21:23. Sí, tenía razón. La mayoría de la gente seguiría viendo la televisión a esta hora.
—Pero supongo que las mujeres embarazadas se van a la cama temprano. Tendré que acostumbrarme.
—¿Qué querías, Edward?
—Estaba pensando en nuestra historia.
—¿Nuestra historia?
—La historia que vamos a contarle a la gente. Tenemos que ponernos de acuerdo porque nos harán preguntas.
Lo imaginé tumbado en el sofá, en chándal o medio desnudo, viendo algún canal de deporte…
—Muy fácil. Nos conocimos en la boda de Alice y Jasper.
—¿Nos conocimos hace ocho años y ahora, de repente, nos da por casarnos? No, eso no tiene sentido —rió Edward—. Veo que mientes fatal.
Encendí la luz de la lamparita.
—Soy juez. Se supone que no debo mentir.
—Sí, bueno, ya me imagino.
—Mira, yo creo que lo mejor es que nos atengamos lo más posible a la verdad. Así no meteremos la pata.
—¿Cómo se conocieron Alice y Jasper?
—No lo sé —conteste—. Me parece que en el último año de universidad. Sí, mi hermana trabajaba en un restaurante enfrente del campus, donde Jasper iba a comer. Jasper es vegetariano, ya lo sabes, pero siempre pedía un filete con patatas porque tardaban en hacerlo y así tenía más tiempo para mirar a mi hermana —sonreí—. Pero supongo que eso ya lo sabes.
—Sí, claro, pero ¿ves como tenía razón? Todo el mundo tiene una historia. La gente nos preguntará y tenemos que ponernos de acuerdo.
—Si tú lo dices.
—¿Cómo se conocieron tus padres?
Me mordí los labios, me sentí insegura. «Mis padres» se habían conocido en un bar y nueve meses después, cuando nació yo, mi madre no recordaba el nombre de mi progenitor. Lo único que sabía era que «debía ser el policía de Austin o el comerciante de Dallas. O el camionero de Ohio».
Pero no pensaba contárselo a Edward.
—Se conocieron en el instituto y se casaron muy jóvenes. Su primera cita fue en la fiesta de graduación.
No era una mentira del todo. Más bien, una mezcla de las historias de mis padres de acogida.
—¿Y los tuyos? ¿Cómo se conocieron?
Edward no contestó enseguida y me pareció oír que abría y cerraba una puerta. La nevera, seguramente, pensé. Un segundo después lo escuche tomar un trago. Una cerveza, seguro. Inmediatamente, lo imagine apoyado en el quicio de la puerta…
¿Por qué tenía que tomar un trago de cerveza antes de contestar a una pregunta tan sencilla?
—¿Edward? ¿Estás ahí?
—Sí, sí.
—¿Y?
—Mi padre rescató a mi madre de un edificio en llamas. Le salvó la vida.
—¿En serio?
—Sí, fue…
—Muy romántico.
Podía imaginarlo. El terror de estar atrapada en un edificio en llamas, la proximidad de la muerte. Y entonces, entre el humo aparece un atractivo bombero, de hombros anchos, que salva del peligro a la damisela en apuros. Era como un cuento.
—¿Romántico? Sí, bueno. Mi padre resultó herido y tuvo que jubilarse. Y mi madre no le perdonó nunca que dejara de ser bombero y se convirtiera en un hombre normal y corriente.
Algo en su tono de voz hizo que se me encogiera el corazón. Y esa vulnerabilidad me desconcertaba. Edward no parecía un hombre vulnerable.
—Bueno, tengo que colgar. Es muy tarde para una mujer embarazada.
—Pero aún no tenemos una historia.
—¿No puede esperar hasta mañana?
—Para entonces será demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Si mañana vas a pedir hora para la ceremonia civil, supongo que tus compañeras te preguntarán.
—¿Qué quieres decir?
—No te hagas la ofendida. A las mujeres les encanta hablar de esas cosas.
Abrí la boca para llevarle la contraria, pero la cerré. Era verdad. En cuanto pidiera cita para casarme, mis compañeras, las secretarias, las alguaciles, todas me interrogarían. Por no hablar de los demás jueces. Y Mike.
¿Me atrevería a contarle la verdad?
—Estás muy callada. ¿Te has dormido?
Ojala.
—No, no. Bueno, vamos a ver, seguro que tú ya has inventado una historia, ¿no?
—¿Qué tal si nos conocimos en casa de Alice y Jasper, en la fiesta de fin de año? Podríamos decir que nos enamoramos de inmediato. Los dos estábamos en esa fiesta, ¿te acuerdas?
—Sí, claro.
Yo iba todos los años, aunque no solían gustarme las fiestas. Pero en Nochevieja no era plan quedarme en casa viendo Ley y Orden.
—Pero allí había por lo menos cincuenta personas y todos se acordarán de que apenas nos dirigimos la palabra.
—Nadie se acordará de eso. Era la fiesta de Nochevieja, mujer. La gente estaba borracha.
—Yo no —le recordé.
—No, claro, tú no.
—Oye…
—Seguro que nunca bebes en público. No estaría bien en una juez, ¿no?
En realidad, yo no bebía por miedo a acabar como mi madre. Pero eso no pensaba decírselo.
—Tú estabas sobria, ¿verdad?
—Claro.
—¿Y recuerdas lo que hacían los demás invitados?
En realidad, sólo recordaba el aburrimiento de escuchar a James, el contable de mi hermana y su cuñado, describir una excursión a un glaciar en Alaska. Pero, además de James, no recordaba a nadie más.
—Muy bien, entonces nos enamoramos en esa fiesta —suspiré.
—Habrá que inventarse más detalles, ¿no te parece?
—¿Qué detalles?
—Pues… no sé, creo que hacía una noche estupenda. Podríamos decir que salimos al jardín.
—Eso explicaría que la gente no nos hubiera visto juntos.
Alice y Jasper tienen una parcela de terreno muy grande. En las fiestas, colocan farolillos de papel en las ramas de los árboles y eso le da un toque romántico al jardín. El sitio ideal para enamorarse.
Aunque no había sido así, por supuesto.
—Suena bien. Para nuestra historia, quiero decir.
—Claro.
Parecía divertido, burlón. Como si intuyera que, momentáneamente, me había dejado llevar por esa fantasía.
—¿Y luego qué? —pregunté, un poco irritada.
—¿Qué?
—No podemos decir que empezamos a salir juntos. Alguien nos habría visto cenando o en el cine.
—Sí, es verdad. Pero podríamos decir que íbamos a Austin.
—Entonces, manteníamos la relación en secreto. ¿Por qué?
—Porque… para proteger tu reputación.
Por alguna razón, eso me pareció divertido.
—Qué noble por tu parte —reí.
—¿Qué pasa? ¿No te parezco noble?
—Oye, vas a casarte conmigo para proteger mi reputación. No se puede ser más noble.
—Pues no lo olvides.
—No te preocupes. Te debo un favor.
—Hablando de la boda, estaba pensando dónde te apetecería pasar la luna de miel —dijo Edward entonces.
—¿La luna de miel? —repetí, atónita.
—Claro. La gente esperará que vayamos a algún sitio.
¿Luna de miel? ¿Por qué no se me había ocurrido? ¿Y por qué, ahora que Edward lo había mencionado, mi mente se llenaba de imágenes de nosotros dos solos en algún sitio romántico… como una playa exótica o un hotelito rural?
—No —dije bruscamente—. De eso nada.
Dejar volar mi imaginación era una cosa, llevar a cabo esas fantasías, otra muy distinta.
—Oye, que no pensaba llevarte al motel Bates —protestó Edward—. Yo estaba pensando en ir a Fredericksburg un par de días.
Ya. Un par de días con sus noches en una de las ciudades históricas más encantadoras de Texas. Prefería el motel de Psicosis (la película).
—No —dije firmemente—. No iremos a ningún sitio.
—Pero…
—Pasaremos el fin de semana colocando tus muebles como habíamos acordado. Podemos decirle a la gente que haremos un viaje en otoño.
Antes de que pudiera protestar, le di las buenas noches y colgué.
MI HIJO? CAPITULO 3
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 3
BPOV
Llamé al timbre del apartamento de Edward y esperé, temblando como una hoja.
—¿Podemos hablar? —le espeté cuando abrió la puerta.
Edward me miró durante largo rato sin decir nada.
El suficiente para que recordara lo guapo que era. Lo masculino. Por supuesto, no me ayudó nada que hubiera salido a abrir con el torso desnudo.
Pero lo que realmente llamó mi atención, lo que hizo que mi corazón se detuviera durante una décima de segundo, fue que su estatura, la anchura de su torso y los marcados bíceps me hicieran sentir femenina. Delicada, frágil casi.
Y no me gustaba en absoluto. Alice y Jasper podrían haber elegido a otro donante de esperma. Alguien que no me hiciera sentir nada.
Alguien que no pareciera recién salido de la cama, despeinado, con esos ojitos verdes de sueño…
—Perdona. Volveré en otro momento. O mejor, olvida que he venido —murmuré, dándome media vuelta.
—Espera, espera. Ya me has sacado de la cama, así que dime lo que querías decir.
—Pues…
Edward tiró de mi brazo suavemente para obligarme a entrar en el apartamento.
—Pues verás…
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal o algo?
O algo.
—Sí, bueno, estoy un poco mareada.
No era mentira del todo. El torso desnudo de Edward me mareaba bastante.
—Siéntate. ¿Quieres un té, una manzanilla? No, espera, leche. ¿Quieres un vaso de leche?
Genial. Allí estaba yo luchando contra una repentina atracción y él insistía en hidratarme.
—No, nada. Mira, perdona que te haya interrumpido. Debería haber llamado antes de venir.
—No has interrumpido nada —contestó él, poniéndose una camisa—. Estaba durmiendo. Solo.
—Ah, ya veo.
Pero no veía. Era viernes por la noche. Las nueve y media exactamente. ¿Qué hacía durmiendo? ¿Solo?
—Tengo que ir al parque de bomberos muy temprano – dijo Madre mía este hombre me podía leer la mente.
—Ah, ya. Entonces, perdona…
—¿Por qué no dejas de disculparte y me cuentas qué querías?
Asentí con la cabeza.
—Pues verás, es que…
—Dilo de una vez.
—¿Quieres casarte conmigo?
EPOV
Pensé que era un sueño cuando abrí la puerta de mi departamento y encontré a Bella, estaba guapísima con ese traje blanco tan aburrido y su cabello recogido en un moño, parecía recién salida de una sala de corte.
Me quede atónito cuando la escuche decir "¿Quieres casarte conmigo? me quede helado.
—¿Qué? —pregunté, levantando la voz.
—Tengo que casarme y tú me ofreciste tu ayuda. Dijiste que harías todo lo estuviera en tu mano…
—Me refería a ayudarte con la colada, con las cenas. No pensé que querrías casarte.
—Pero dijiste que estabas dispuesto a ayudarme.
—Sí, ¿pero casarme? ¿Quieres casarte conmigo?
—Sería un matrimonio de conveniencia, un matrimonio en blanco, naturalmente. Sólo hasta que nazca el niño. Quizá ni siquiera hasta entonces.
—A ver si lo entiendo… ¿Hace cuatro días no aceptabas ni que te acompañara al supermercado y ahora quieres casarte conmigo?
—Sí. Bueno, no exactamente —suspiró Bella—. Verás, es que existe una pequeña posibilidad de que me despidan si tengo este niño sin estar casada.
—¿Una pequeña posibilidad? ¿Cómo de pequeña? Dame un porcentaje.
—Un cuarenta… un noventa por ciento.
—¿O sea, que hay un noventa por ciento de posibilidades de que te despidan y no se te ha ocurrido mencionarlo hasta ahora?
—Antes de que Alice y Jasper se quedaran embarazados, no era un problema —suspiró ella, que luego me contó brevemente sus problemas con el juez Volturi—. Así que ya ves, ser una madre de alquiler para una hermana que no puede quedar embarazada sería considerado un gesto noble, pero decir que eres una madre de alquiler para una hermana que está más embarazada que tú resultaría ligeramente sospechoso. Además, el juez Volturi va a por todas. Usará lo que tenga más a mano para destrozar mi reputación.
—¿Crees que alguien se daría cuenta de que Alice y tú están embarazadas al mismo tiempo?
—Te aseguro que sí. El juez Volturi es un buitre.
—Pues entonces, lo mejor sería que explicaras la situación, ¿no?
—Eso no serviría de nada. Con sacar el tema ante los otros siete jueces del distrito y decir que yo sería un mal ejemplo, los demás se acobardarían. Nadie quiere parecer demasiado liberal cuando hay un candidato que defiende los valores morales de la familia.
—Yo no creo que ese tipo pueda echarte así como así.
—No debería, pero te aseguro que puede. Podría convocar una rueda de prensa y cuestionar mis valores morales. Un par de quejas de algunos ciudadanos ultraconservadores sería suficiente.
—¿Y tú crees que haría eso?
—Creo que es más que posible.
—Pero no se puede despedir a una mujer por estar embarazada, esté casada o no.
—Cuando hay por medio una campaña electoral basada en los supuestos valores morales, te aseguro que sí. Tendría que enfrentarme con él, contar mi vida públicamente… con la reelección a la vuelta de la esquina, ¿cuántos jueces crees que me apoyarían?
No conteste inmediatamente.
—Es una vergüenza.
—Desde luego que sí. Pero el condado de Williamson es uno de los más conservadores del país.
—Sigo sin entender de qué iba a servir que nos casáramos. ¿Qué pasará cuando nos divorciemos y tu hermana adopte a tu hijo? ¿No se cuestionarán entonces tus valores morales?
—Cuando tenga el niño, en noviembre, las elecciones habrán terminado y Volturi no tendrá que usarme como peón. Sólo será hasta noviembre, Edward.
Después de estudiarla un rato, sacudí la cabeza.
—Mira, ya sé que la situación es muy desagradable, pero…
—Dijiste que me ayudarías.
—Ya lo sé, pero…
—Dijiste que harías lo que hiciera falta —repitió Bella.
—Ya, y tú dijiste que no confiabas en mí, que te dejaría plantada a la primera de cambio.
—Pues demuéstrame lo contrario.
—¿Por qué crees que yo sería un marido decente?
—No tienes que ser un marido. Yo sólo necesito una ceremonia y un anillo.
Solté una carcajada esta mujer era increíble y muy convincente.
—Parece que has bajado mucho el listón, ¿eh?
—Por favor, no me lo pongas más difícil.
—¿Por que no? Tú no me lo pusiste fácil.
—Porque me sorprendió tu oferta.
—«¿Estás loco?» Me parece que dijiste eso exactamente —le recordé.
BPOV
No parecía dolido, ni enfadado. Todo lo contrario, parecía divertido.
—¿Es que no te tomas nada en serio?
—Muy pocas cosas —contestó él.
—¿Ni siquiera que alguien cuestione tu estabilidad mental?
—Me han dicho cosas peores.
Me di la vuelta.
—Mira, déjalo, esto no puede funcionar. No eres tú el que está loco, soy yo.
Pero antes de que pudiera salir, Edward me tomó del brazo y me obligó a sentarme de nuevo en el sofá.
—Cálmate, era una broma.
—Pero es que esto es muy serio.
—Si tú lo dices…
—¡Pues claro que es serio! Si vamos a hacer esto, tenemos que poner reglas, límites.
—Vaya, qué aburrimiento.
—Hablo en serio, Edward.
—Lo sé, lo sé. Por eso tiene tanta gracia.
—¿Qué tiene gracia? —replique.
—No te enfades.
—No me enfado.
—Estás enfadada.
—No estoy… mira, ésta es precisamente la razón por la que necesitamos establecer unas reglas.
—¿Por? —preguntó Edward, levantando una ceja.
—Esto —contesté, señalando a uno y a otro—. Si queremos que funcione no podemos seguir con este… coqueteo.
—¿Crees que estoy coqueteando contigo?
—Yo creo que lo haces con todas las mujeres —suspiré—. Pero no quiero que lo hagas conmigo. Eso le aportaría demasiada intimidad a nuestro matrimonio.
—Demasiada intimidad a nuestro matrimonio —repitió Edward—. Mira, ésa es una frase que no se escucha a menudo.
—Y ya que hablamos del tema… – me aclaré la garganta—. Por supuesto, no habría ninguna intimidad entre nosotros. Eso debe quedar claro.
Edward movió los labios como si estuviera intentando controlar la risa.
—¿Quieres decir que nada de coqueteos? Eso ya lo has dicho antes.
—No, me refiero a auténtica intimidad —conteste, poniéndome colorada. Maldición, ¿por qué me lo estaba poniendo tan difícil?
Lo dije como si no fuera nada importante, pero en mi mente se habían formado unas imágenes de los dos juntos, desnudos, revolcándonos entre las sábanas…Eso me sorprendió. Yo no deseaba a Edward Cullen. No podía desearlo. No en esta situación. Ni en ninguna.
Lo único que me sorprendió más que mi reacción fue el brillo en los ojos de Edward.
—¿Crees que no podríamos aguantar? ¿Crees que cuando estuviéramos viviendo juntos nos dejaríamos llevar por la tentación a menos que hubiéramos establecido unas reglas?
—Desde luego que no. Pero es que me parece más sensato… espera un momento. ¿Quién ha dicho nada de vivir juntos?
—¿Para qué vamos a casarnos entonces? —Preguntó Edward—. Lo malo es que en mi casa sólo hay una habitación. Y puede que esté dispuesto a dejar mi vida social durante unos meses, pero no estoy dispuesto a dejar mi cama.
¿Quería que viviéramos juntos? ¿Cómo iba a vivir con él? ¿Cómo iba a mantener el equilibrio y la sensatez viviendo bajo el mismo techo que Edward Cullen?
—No, de eso nada —conteste—. No podemos cohabitar.
—Pero si vamos a casarnos para que el juez Volturi te deje en paz, tendremos que hacerlo bien —protestó él—. Si nos casamos, pero cada uno vive en su casa parecerá sospechoso, ¿no crees? Volturi pensará que hay algo raro.
Me quede un momento pensando.
—Tienes razón —suspiré por fin—. Bueno, ¿entonces qué?
—Tendremos que casarnos.
—Sí, bueno, eso ya lo sé.
—No tiene que ser por la iglesia si no quieres, pero ha de ser una ceremonia con amigos. Tendremos que inventar una historia de cómo nos conocimos y por qué vamos a casarnos tan repentinamente… Podemos hablar del niño si quieres, pero no deberíamos decir que ésa es la única razón para casarnos.
—No esperarás que la gente crea que estamos enamorados, ¿verdad?
—Eso es exactamente lo que espero que crean. Si quieres que esto funcione, tenemos que hacer que lo crean.
Capitulo 3
BPOV
Llamé al timbre del apartamento de Edward y esperé, temblando como una hoja.
—¿Podemos hablar? —le espeté cuando abrió la puerta.
Edward me miró durante largo rato sin decir nada.
El suficiente para que recordara lo guapo que era. Lo masculino. Por supuesto, no me ayudó nada que hubiera salido a abrir con el torso desnudo.
Pero lo que realmente llamó mi atención, lo que hizo que mi corazón se detuviera durante una décima de segundo, fue que su estatura, la anchura de su torso y los marcados bíceps me hicieran sentir femenina. Delicada, frágil casi.
Y no me gustaba en absoluto. Alice y Jasper podrían haber elegido a otro donante de esperma. Alguien que no me hiciera sentir nada.
Alguien que no pareciera recién salido de la cama, despeinado, con esos ojitos verdes de sueño…
—Perdona. Volveré en otro momento. O mejor, olvida que he venido —murmuré, dándome media vuelta.
—Espera, espera. Ya me has sacado de la cama, así que dime lo que querías decir.
—Pues…
Edward tiró de mi brazo suavemente para obligarme a entrar en el apartamento.
—Pues verás…
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal o algo?
O algo.
—Sí, bueno, estoy un poco mareada.
No era mentira del todo. El torso desnudo de Edward me mareaba bastante.
—Siéntate. ¿Quieres un té, una manzanilla? No, espera, leche. ¿Quieres un vaso de leche?
Genial. Allí estaba yo luchando contra una repentina atracción y él insistía en hidratarme.
—No, nada. Mira, perdona que te haya interrumpido. Debería haber llamado antes de venir.
—No has interrumpido nada —contestó él, poniéndose una camisa—. Estaba durmiendo. Solo.
—Ah, ya veo.
Pero no veía. Era viernes por la noche. Las nueve y media exactamente. ¿Qué hacía durmiendo? ¿Solo?
—Tengo que ir al parque de bomberos muy temprano – dijo Madre mía este hombre me podía leer la mente.
—Ah, ya. Entonces, perdona…
—¿Por qué no dejas de disculparte y me cuentas qué querías?
Asentí con la cabeza.
—Pues verás, es que…
—Dilo de una vez.
—¿Quieres casarte conmigo?
EPOV
Pensé que era un sueño cuando abrí la puerta de mi departamento y encontré a Bella, estaba guapísima con ese traje blanco tan aburrido y su cabello recogido en un moño, parecía recién salida de una sala de corte.
Me quede atónito cuando la escuche decir "¿Quieres casarte conmigo? me quede helado.
—¿Qué? —pregunté, levantando la voz.
—Tengo que casarme y tú me ofreciste tu ayuda. Dijiste que harías todo lo estuviera en tu mano…
—Me refería a ayudarte con la colada, con las cenas. No pensé que querrías casarte.
—Pero dijiste que estabas dispuesto a ayudarme.
—Sí, ¿pero casarme? ¿Quieres casarte conmigo?
—Sería un matrimonio de conveniencia, un matrimonio en blanco, naturalmente. Sólo hasta que nazca el niño. Quizá ni siquiera hasta entonces.
—A ver si lo entiendo… ¿Hace cuatro días no aceptabas ni que te acompañara al supermercado y ahora quieres casarte conmigo?
—Sí. Bueno, no exactamente —suspiró Bella—. Verás, es que existe una pequeña posibilidad de que me despidan si tengo este niño sin estar casada.
—¿Una pequeña posibilidad? ¿Cómo de pequeña? Dame un porcentaje.
—Un cuarenta… un noventa por ciento.
—¿O sea, que hay un noventa por ciento de posibilidades de que te despidan y no se te ha ocurrido mencionarlo hasta ahora?
—Antes de que Alice y Jasper se quedaran embarazados, no era un problema —suspiró ella, que luego me contó brevemente sus problemas con el juez Volturi—. Así que ya ves, ser una madre de alquiler para una hermana que no puede quedar embarazada sería considerado un gesto noble, pero decir que eres una madre de alquiler para una hermana que está más embarazada que tú resultaría ligeramente sospechoso. Además, el juez Volturi va a por todas. Usará lo que tenga más a mano para destrozar mi reputación.
—¿Crees que alguien se daría cuenta de que Alice y tú están embarazadas al mismo tiempo?
—Te aseguro que sí. El juez Volturi es un buitre.
—Pues entonces, lo mejor sería que explicaras la situación, ¿no?
—Eso no serviría de nada. Con sacar el tema ante los otros siete jueces del distrito y decir que yo sería un mal ejemplo, los demás se acobardarían. Nadie quiere parecer demasiado liberal cuando hay un candidato que defiende los valores morales de la familia.
—Yo no creo que ese tipo pueda echarte así como así.
—No debería, pero te aseguro que puede. Podría convocar una rueda de prensa y cuestionar mis valores morales. Un par de quejas de algunos ciudadanos ultraconservadores sería suficiente.
—¿Y tú crees que haría eso?
—Creo que es más que posible.
—Pero no se puede despedir a una mujer por estar embarazada, esté casada o no.
—Cuando hay por medio una campaña electoral basada en los supuestos valores morales, te aseguro que sí. Tendría que enfrentarme con él, contar mi vida públicamente… con la reelección a la vuelta de la esquina, ¿cuántos jueces crees que me apoyarían?
No conteste inmediatamente.
—Es una vergüenza.
—Desde luego que sí. Pero el condado de Williamson es uno de los más conservadores del país.
—Sigo sin entender de qué iba a servir que nos casáramos. ¿Qué pasará cuando nos divorciemos y tu hermana adopte a tu hijo? ¿No se cuestionarán entonces tus valores morales?
—Cuando tenga el niño, en noviembre, las elecciones habrán terminado y Volturi no tendrá que usarme como peón. Sólo será hasta noviembre, Edward.
Después de estudiarla un rato, sacudí la cabeza.
—Mira, ya sé que la situación es muy desagradable, pero…
—Dijiste que me ayudarías.
—Ya lo sé, pero…
—Dijiste que harías lo que hiciera falta —repitió Bella.
—Ya, y tú dijiste que no confiabas en mí, que te dejaría plantada a la primera de cambio.
—Pues demuéstrame lo contrario.
—¿Por qué crees que yo sería un marido decente?
—No tienes que ser un marido. Yo sólo necesito una ceremonia y un anillo.
Solté una carcajada esta mujer era increíble y muy convincente.
—Parece que has bajado mucho el listón, ¿eh?
—Por favor, no me lo pongas más difícil.
—¿Por que no? Tú no me lo pusiste fácil.
—Porque me sorprendió tu oferta.
—«¿Estás loco?» Me parece que dijiste eso exactamente —le recordé.
BPOV
No parecía dolido, ni enfadado. Todo lo contrario, parecía divertido.
—¿Es que no te tomas nada en serio?
—Muy pocas cosas —contestó él.
—¿Ni siquiera que alguien cuestione tu estabilidad mental?
—Me han dicho cosas peores.
Me di la vuelta.
—Mira, déjalo, esto no puede funcionar. No eres tú el que está loco, soy yo.
Pero antes de que pudiera salir, Edward me tomó del brazo y me obligó a sentarme de nuevo en el sofá.
—Cálmate, era una broma.
—Pero es que esto es muy serio.
—Si tú lo dices…
—¡Pues claro que es serio! Si vamos a hacer esto, tenemos que poner reglas, límites.
—Vaya, qué aburrimiento.
—Hablo en serio, Edward.
—Lo sé, lo sé. Por eso tiene tanta gracia.
—¿Qué tiene gracia? —replique.
—No te enfades.
—No me enfado.
—Estás enfadada.
—No estoy… mira, ésta es precisamente la razón por la que necesitamos establecer unas reglas.
—¿Por? —preguntó Edward, levantando una ceja.
—Esto —contesté, señalando a uno y a otro—. Si queremos que funcione no podemos seguir con este… coqueteo.
—¿Crees que estoy coqueteando contigo?
—Yo creo que lo haces con todas las mujeres —suspiré—. Pero no quiero que lo hagas conmigo. Eso le aportaría demasiada intimidad a nuestro matrimonio.
—Demasiada intimidad a nuestro matrimonio —repitió Edward—. Mira, ésa es una frase que no se escucha a menudo.
—Y ya que hablamos del tema… – me aclaré la garganta—. Por supuesto, no habría ninguna intimidad entre nosotros. Eso debe quedar claro.
Edward movió los labios como si estuviera intentando controlar la risa.
—¿Quieres decir que nada de coqueteos? Eso ya lo has dicho antes.
—No, me refiero a auténtica intimidad —conteste, poniéndome colorada. Maldición, ¿por qué me lo estaba poniendo tan difícil?
Lo dije como si no fuera nada importante, pero en mi mente se habían formado unas imágenes de los dos juntos, desnudos, revolcándonos entre las sábanas…Eso me sorprendió. Yo no deseaba a Edward Cullen. No podía desearlo. No en esta situación. Ni en ninguna.
Lo único que me sorprendió más que mi reacción fue el brillo en los ojos de Edward.
—¿Crees que no podríamos aguantar? ¿Crees que cuando estuviéramos viviendo juntos nos dejaríamos llevar por la tentación a menos que hubiéramos establecido unas reglas?
—Desde luego que no. Pero es que me parece más sensato… espera un momento. ¿Quién ha dicho nada de vivir juntos?
—¿Para qué vamos a casarnos entonces? —Preguntó Edward—. Lo malo es que en mi casa sólo hay una habitación. Y puede que esté dispuesto a dejar mi vida social durante unos meses, pero no estoy dispuesto a dejar mi cama.
¿Quería que viviéramos juntos? ¿Cómo iba a vivir con él? ¿Cómo iba a mantener el equilibrio y la sensatez viviendo bajo el mismo techo que Edward Cullen?
—No, de eso nada —conteste—. No podemos cohabitar.
—Pero si vamos a casarnos para que el juez Volturi te deje en paz, tendremos que hacerlo bien —protestó él—. Si nos casamos, pero cada uno vive en su casa parecerá sospechoso, ¿no crees? Volturi pensará que hay algo raro.
Me quede un momento pensando.
—Tienes razón —suspiré por fin—. Bueno, ¿entonces qué?
—Tendremos que casarnos.
—Sí, bueno, eso ya lo sé.
—No tiene que ser por la iglesia si no quieres, pero ha de ser una ceremonia con amigos. Tendremos que inventar una historia de cómo nos conocimos y por qué vamos a casarnos tan repentinamente… Podemos hablar del niño si quieres, pero no deberíamos decir que ésa es la única razón para casarnos.
—No esperarás que la gente crea que estamos enamorados, ¿verdad?
—Eso es exactamente lo que espero que crean. Si quieres que esto funcione, tenemos que hacer que lo crean.
MI HIJO? : CAPITULO2
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 2
EPOV
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —Ella río, pero yo estaba siendo serio, y mi rostro lo reflejaba—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuró—Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
Bella se echó hacia atrás en el asiento.
—¿Te has vuelto loco?
Sí, bueno, podía haber sido un poquito más amable.
—Escúchame…
—Bueno, yo ya sabía que estabas un poco loco. Eso de meterte en edificios en llamas y tal, pero esto…
Sí, seguía siendo muy amable, demasiado amable.
—¿O estás de broma? Porque esto no tiene ninguna gracia – me dijo.
—No estoy de broma. Y si dejas que te explique…
Pero antes de que pudiera explicar nada, se acercó la camarera con nuestra cena.
Bella se mantuvo en silencio mientras distribuían los platos, mirándome como si quisiera acusarme de desacato.
—Muy bien, habla —me espetó cuando se alejaba la camarera—. Pero no voy a creer que albergas el secreto deseo de atender a una embarazada.
La mire, muy serio, estudiándola, intentando averiguar cual era la razón para el temperamento de esta mujer… pero solo pude llegar a confirmar lo que ya sabia… que ella era hermosa, con su complexión de porcelana y el precioso cabello castaño que le caía en suaves ondas por sus hombros y aun con ese traje tan serio que llevaba estaba preciosa, tendría que estar muerto para no darme cuenta de lo guapa que era. No se parecía a las mujeres con las que solía salir pero, por alguna razón, despertaba mi interés. Inteligente, sexy, fieramente independiente… Era un reto, una mujer que siempre resultaría interesante sin ser exigente emocionalmente.
Aunque ni se me ocurriría intentar ligar con ella en ese momento.
—No tendríamos que vivir juntos, pero podría ayudarte. Alice y Jasper están preocupados por ti.
Ella levantó los ojos al cielo.
—Alice y Jasper siempre están preocupados por mí. Si no fuera por esto sería por otra cosa… el barrio en el que vivo, las horas que trabajo. Alice siempre se preocupa por todo.
—Pero esta vez se siente responsable. Te guste o no, tu vida va a cambiar y yo puedo ayudarte.
—¿Y en qué sentido crees que necesito ayuda?
—En lo que sea. Puedo ir a la compra, hacerte la colada, cocinar. No tienes que hacerlo todo sola por cabezonería – esta mujer era difícil de convencer, pero a partir de la llamada de Jasper informándome del embarazo de Alice, Bella y el bebé que esperaba eran mi responsabilidad, pero como hacerle entender a esta cabeza dura que no esta sola, que el bebé era de ambos.
—No estoy siendo cabezota, es que puedo cuidar de mí misma. No soy problema tuyo y… nada de esto tiene que ver contigo.
—Venga, por favor. Hasta tú tienes que admitir que esto tiene algo que ver conmigo – como se atrevía a decirme que yo no tenía nada que ver, si el ser que llevaba en su vientre era una parte mía y la otra de ella.
Ella hizo un gesto con la mano.
—Sí, sí, tú has colaborado, naturalmente. No quiero desdeñar tu contribución, que consistió en encerrarte en una habitación durante veinte minutos, con un vaso de plástico en una mano y en la otra… —¡Dios esta mujer era terrible!, casi causo que me sonrojara, pero no terminó la frase—. Pero yo diría que has hecho más que suficiente. Esto es responsabilidad mía.
—En serio, Bella, no tienes que hacerlo sola.
Ella se aclaró la garganta.
—Tengo que hacerlo.
—Pero…
—Mira, aunque tus intenciones sean buenas, estamos hablando de seis meses de tu vida. Te aburrirías de jugar a las casitas.
—No…
—No lo decía como un insulto —me aseguró ella—. Estamos hablando de medio año. Medio año dejando de hacer las cosas que haces normalmente para atender a una mujer embarazada. Tendrías que ser un santo y, seamos serios, no lo eres.
—No tienes ni idea —murmuré, incapaz de quitarme de la cabeza las cosas que le haría a esta charlatana.
—Precisamente. ¿De verdad crees que podrías pasar tus horas libres haciendo mi colada en lugar de salir por ahí con tus amigos? Ahora mismo, esto del embarazo te parece muy interesante, pero te aseguro que la novedad pasa pronto.
—Y crees que cuando haya pasado la novedad, no cumpliré con mi palabra.
—Mira, no me apetece depender de nadie que luego me deje colgada.
Me eché hacia atrás en el asiento.
—No tienes una buena opinión de mí, ¿eh?
—No te lo tomes como algo personal. No tengo una buena opinión de casi nadie.
—Ésa es una actitud muy cínica.
—Cínica no, realista. Veo lo peor todos los días en el Juzgado. Sé de lo que son capaces los seres humanos, cómo se hacen daño, cómo se traicionan, se matan… incluso entre personas que dicen quererse. Si he aprendido algo después de cuatro años como juez es que la única persona en la que realmente puedes confiar es en ti mismo.
—¿Y Alice y Jasper?
—Claro que confío en ellos. Pero no espero que cuiden de mí. Especialmente ahora que van a tener un hijo propio. No te preocupes, yo sé cuidarme, lo he hecho siempre.
Y, después de decir eso, sacó un billete de veinte dólares del bolso, lo dejó sobre la mesa y se levantó sin decir una palabra más.
Miré el billete, percatándome de la ironía. Aquélla era la primera vez que intentaba comprometerme con una mujer y ella ni siquiera me dejaba invitarla a cenar.
Sonriendo, saque el móvil del bolsillo y llamé a Jasper.
—Tenías razón.
—Ya te dije que no iba a aceptar.
—Yo creo que se ha sentido insultada.
Jasper soltó una risita.
—Pues claro. Básicamente, le has dicho a una mujer adulta, una juez nada menos, que no puede cuidar de sí misma.
—No exactamente. Pero yo creo que no le caigo bien.
—No, seguramente no.
Genial. De todas las mujeres que había conocido en mi vida la única a la que no caía bien era precisamente la que esperaba un hijo mío.
Cuando nos conocimos, ocho años atrás, yo era mucho más joven y mucho más tonto. Demasiado joven como para saber que a algunas mujeres la simpatía y la caballerosidad les parecía una mezcla sospechosa.
Bella se llevó una mala impresión entonces y yo nunca hice ningún esfuerzo para demostrarle que no era un completo imbécil.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó Jasper.
—No puedo hacer nada. La pelota está en su tejado. ¿Por qué no es como Alice? Alice habría aceptado mi oferta.
—Alice es una mujer de una sola cara.
Bella también, pensé, mientras volvía al coche.
Isabella Swan no se parecía a ninguna mujer que yo hubiera conocido. Dura, cínica, cabezota. Madre mía, qué cabezota era.
Sabía que ella necesitaría ayuda durante los últimos meses de embarazo, pero no tenía ni idea de cómo convencerla. Aun así, la admiraba por su independencia. Era una mujer compleja e interesante. Muy interesante.
En estas circunstancias, seguramente debería darle las gracias al cielo porque hubiera rechazado mi oferta. Lo había intentado, al menos. Jasper no podría echármelo en cara.
Entonces, ¿por qué no podía quitarme de encima la impresión de que algo se me había escapado de las manos?
No podía explicarme. No podía explicarme por qué quería estar con ella durante el embarazo.
Mientras volvía a casa, me decía a mí mismo que debería estar encantado de seguir siendo libre. Y no quise preguntarme por qué no lo estaba.
BPOV
La semana, que había empezado mal, continuó peor.
Primero, la noticia del embarazo de Alice, luego la extraña cena con Edward y ahora Esto: que me llamara el juez Volturi a su despacho el jueves por la mañana.
Dos años antes, el juez Volturi había sido elegido juez del distrito por una plataforma conservadora y eso lo convertía en mi jefe. No me hacía gracia porque, desde que trabajamos juntos en la oficina del fiscal del distrito, nunca nos habíamos llevado bien, pero como podía hacerme la vida imposible, solía apartarme de su camino. Hasta este momento.
Mientras atravesaba el laberinto de pasillos de vuelta a mi despacho intenté calmarme, pero no me resultó fácil. Mike Newton, otro de los jueces y mi amigo personal, estaba esperándome, echando un vistazo a los papeles que había sobre mi mesa.
—¿Qué tal ha ido?
—¿Cómo sabes que me ha llamado el juez Volturi?
—En este Juzgado las noticias vuelan.
Hice una mueca. No hacía falta que me lo recordara.
—¿Qué tal ha ido la reunión? ¿Sólo quería ponerte sobre la parrilla un ratito?
—Igual que en todas mis reuniones con él. El juez Volturi ha sido condescendiente y grosero y yo he mantenido la boca cerrada.
—Buena chica. Sé que te pone mala, pero lo mejor es callarse. Además, dentro de seis meses se habrá ido de aquí.
Me deje caer sobre la silla.
—Si se va de aquí, será juez del Tribunal Supremo de Texas. O sea, que no sé que es peor.
Mike se encogió de hombros.
—Cierto, pero al menos no tendremos que verle la cara. Desde que anunció que se presentaba a la elección ha sido como una patada en el trasero.
Suspiré. Ésa era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
—Quiere llevar personalmente el caso Black.
Mike lanzó un silbido.
—Deberíamos haberlo imaginado. ¿Y qué vas a hacer?
—Ese caso es mío. Llevo meses trabajando en él.
—¿Un divorcio tan escandaloso como ése? Pues me extraña que no te lo arrebatase desde el principio.
Jacob y Leah Black eran un matrimonio millonario, famoso en la ciudad, y todo el mundo quería conocer los detalles del jugoso divorcio.
—Hasta hace poco sólo salía en los periódicos locales, pero ahora que la historia ha salido en el Austin y el Houston Chronicle, Volturi quiere ponerle las manos encima. Supongo que pensará que es bueno para su campaña.
—¿Bueno para su campaña? Esa clase de cobertura vale una fortuna. Lo mejor es que le dejes el campo libre, Bella.
Lo miré, incrédula.
—¿Y dejar que esa víbora convierta el divorcio de esos dos pobres en un circo sobre los valores morales de la familia? Imagínate cómo los haría quedar. Y lo que sufrirían sus hijos. No pienso darle el caso a menos que no tenga más remedio.
Mike sacudió la cabeza.
—Mira, ten cuidado con él.
—No pienso dejar que me robe el caso. Sí, ya sé que puede hacerme la vida imposible, pero así no logrará llevar a cabo sus ambiciones políticas.
Mike levantó una ceja, como si yo hubiera olvidado algo fundamental.
—¿Qué puede hacerme?
—¿Tú qué crees?
—No puede despedirme —dije, con falsa despreocupación. Pero Mike no se estaba riendo—. ¿Crees que puede despedirme? Eso es ridículo. Ni siquiera él se atrevería. No se puede echar a un juez sin montar un escándalo… ¿o sí?
—Yo creo que si le das razones, es capaz de cualquier cosa. Especialmente si encuentra algo moralmente cuestionable en tu vida.
—¿Qué?
—Piénsalo, serías el primer juez despedido en cuarenta años. Saldría en todos los periódicos y él aprovecharía la oportunidad para recordarle a todo el mundo sus valores conservadores.
Estudié a mi amigo.
—¿Tú estás preocupado por tu puesto?
—¿Yo? No, yo tengo mucho cuidado. Además, tú eres la única que lo sabe —Mike no se atrevió a mencionar la palabra gay entre aquellas paredes tan conservadoras—. Además, a mí no me odia. Pero si se libra de ti, se quedaría con el caso Black y conseguiría salir en los periódicos todos los días.
Mientras escuchaba a Mike, empecé a experimentar una extraña sensación en el estómago. ¿Y si tenía razón? ¿Y si Volturi estaba buscando alguna razón para montar un escándalo y echarme del Juzgado?
Me comportaba perfectamente, soy una persona respetable. Pero…
Pero ahora estaba embarazada. Y no tenía planes de casarme.
Cuando acepte ser la madre de alquiler para Alice y Jasper todo me había parecido muy sencillo. Pero eso fue cinco meses antes de que Volturi anunciara sus planes de presentarse al puesto de juez del Tribunal Supremo. Sí, se me había ocurrido pensar que algunos de mis colegas más conservadores no verían mi embarazo con buenos ojos, pero nadie podría criticarme por ser madre de alquiler para mi hermana… ni aunque hubiera decidido tener un hijo sin casarme.
—¿O eso sería moralmente cuestionable en el caso de un juez?
Mike debió percatarse de mi preocupación porque se apresuró a tranquilizarme.
—No te preocupes, mujer. Tú eres demasiado lista como para darle una razón.
—¿Y si hubiera hecho algo que pudiera ser criticable o que Volturi pudiera utilizar en mi contra?
—¿Tú? —Rió Mike, escéptico—. ¿Doña Perfecta? Tú no has metido la pata en tu vida.
—Hablando hipotéticamente, si hubiera hecho algo… cuestionable o que no todo el mundo viera con buenos ojos… Volturi es sólo un juez. ¿No tendría que convencer a los otros siete jueces del distrito para echarme de aquí?
—Yo diría que depende.
—¿De qué?
—De que los otros piensen que tu comportamiento podría incapacitarte para una posición de autoridad. En este ambiente tan conservador, podría ser cualquier cosa. Especialmente con Volturi enfocando su campaña en los valores morales. Lo último que querrían los demás jueces es parecer demasiado liberales… Pero tú no has hecho nada cuestionable.
—Sí, claro —murmuré.
Cuando Mike salió del despacho, no dejaba de darme vueltas a la cabeza. Miraba mi escritorio preguntándome una y otra vez si podía tener razón…
Desgraciadamente, la única respuesta que se me ocurría era sí.
Pronto, todo el mundo sabría que estaba embarazada y eso era algo que un sinvergüenza como Volturi podría usar contra mí.
Capitulo 2
EPOV
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —Ella río, pero yo estaba siendo serio, y mi rostro lo reflejaba—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuró—Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
Bella se echó hacia atrás en el asiento.
—¿Te has vuelto loco?
Sí, bueno, podía haber sido un poquito más amable.
—Escúchame…
—Bueno, yo ya sabía que estabas un poco loco. Eso de meterte en edificios en llamas y tal, pero esto…
Sí, seguía siendo muy amable, demasiado amable.
—¿O estás de broma? Porque esto no tiene ninguna gracia – me dijo.
—No estoy de broma. Y si dejas que te explique…
Pero antes de que pudiera explicar nada, se acercó la camarera con nuestra cena.
Bella se mantuvo en silencio mientras distribuían los platos, mirándome como si quisiera acusarme de desacato.
—Muy bien, habla —me espetó cuando se alejaba la camarera—. Pero no voy a creer que albergas el secreto deseo de atender a una embarazada.
La mire, muy serio, estudiándola, intentando averiguar cual era la razón para el temperamento de esta mujer… pero solo pude llegar a confirmar lo que ya sabia… que ella era hermosa, con su complexión de porcelana y el precioso cabello castaño que le caía en suaves ondas por sus hombros y aun con ese traje tan serio que llevaba estaba preciosa, tendría que estar muerto para no darme cuenta de lo guapa que era. No se parecía a las mujeres con las que solía salir pero, por alguna razón, despertaba mi interés. Inteligente, sexy, fieramente independiente… Era un reto, una mujer que siempre resultaría interesante sin ser exigente emocionalmente.
Aunque ni se me ocurriría intentar ligar con ella en ese momento.
—No tendríamos que vivir juntos, pero podría ayudarte. Alice y Jasper están preocupados por ti.
Ella levantó los ojos al cielo.
—Alice y Jasper siempre están preocupados por mí. Si no fuera por esto sería por otra cosa… el barrio en el que vivo, las horas que trabajo. Alice siempre se preocupa por todo.
—Pero esta vez se siente responsable. Te guste o no, tu vida va a cambiar y yo puedo ayudarte.
—¿Y en qué sentido crees que necesito ayuda?
—En lo que sea. Puedo ir a la compra, hacerte la colada, cocinar. No tienes que hacerlo todo sola por cabezonería – esta mujer era difícil de convencer, pero a partir de la llamada de Jasper informándome del embarazo de Alice, Bella y el bebé que esperaba eran mi responsabilidad, pero como hacerle entender a esta cabeza dura que no esta sola, que el bebé era de ambos.
—No estoy siendo cabezota, es que puedo cuidar de mí misma. No soy problema tuyo y… nada de esto tiene que ver contigo.
—Venga, por favor. Hasta tú tienes que admitir que esto tiene algo que ver conmigo – como se atrevía a decirme que yo no tenía nada que ver, si el ser que llevaba en su vientre era una parte mía y la otra de ella.
Ella hizo un gesto con la mano.
—Sí, sí, tú has colaborado, naturalmente. No quiero desdeñar tu contribución, que consistió en encerrarte en una habitación durante veinte minutos, con un vaso de plástico en una mano y en la otra… —¡Dios esta mujer era terrible!, casi causo que me sonrojara, pero no terminó la frase—. Pero yo diría que has hecho más que suficiente. Esto es responsabilidad mía.
—En serio, Bella, no tienes que hacerlo sola.
Ella se aclaró la garganta.
—Tengo que hacerlo.
—Pero…
—Mira, aunque tus intenciones sean buenas, estamos hablando de seis meses de tu vida. Te aburrirías de jugar a las casitas.
—No…
—No lo decía como un insulto —me aseguró ella—. Estamos hablando de medio año. Medio año dejando de hacer las cosas que haces normalmente para atender a una mujer embarazada. Tendrías que ser un santo y, seamos serios, no lo eres.
—No tienes ni idea —murmuré, incapaz de quitarme de la cabeza las cosas que le haría a esta charlatana.
—Precisamente. ¿De verdad crees que podrías pasar tus horas libres haciendo mi colada en lugar de salir por ahí con tus amigos? Ahora mismo, esto del embarazo te parece muy interesante, pero te aseguro que la novedad pasa pronto.
—Y crees que cuando haya pasado la novedad, no cumpliré con mi palabra.
—Mira, no me apetece depender de nadie que luego me deje colgada.
Me eché hacia atrás en el asiento.
—No tienes una buena opinión de mí, ¿eh?
—No te lo tomes como algo personal. No tengo una buena opinión de casi nadie.
—Ésa es una actitud muy cínica.
—Cínica no, realista. Veo lo peor todos los días en el Juzgado. Sé de lo que son capaces los seres humanos, cómo se hacen daño, cómo se traicionan, se matan… incluso entre personas que dicen quererse. Si he aprendido algo después de cuatro años como juez es que la única persona en la que realmente puedes confiar es en ti mismo.
—¿Y Alice y Jasper?
—Claro que confío en ellos. Pero no espero que cuiden de mí. Especialmente ahora que van a tener un hijo propio. No te preocupes, yo sé cuidarme, lo he hecho siempre.
Y, después de decir eso, sacó un billete de veinte dólares del bolso, lo dejó sobre la mesa y se levantó sin decir una palabra más.
Miré el billete, percatándome de la ironía. Aquélla era la primera vez que intentaba comprometerme con una mujer y ella ni siquiera me dejaba invitarla a cenar.
Sonriendo, saque el móvil del bolsillo y llamé a Jasper.
—Tenías razón.
—Ya te dije que no iba a aceptar.
—Yo creo que se ha sentido insultada.
Jasper soltó una risita.
—Pues claro. Básicamente, le has dicho a una mujer adulta, una juez nada menos, que no puede cuidar de sí misma.
—No exactamente. Pero yo creo que no le caigo bien.
—No, seguramente no.
Genial. De todas las mujeres que había conocido en mi vida la única a la que no caía bien era precisamente la que esperaba un hijo mío.
Cuando nos conocimos, ocho años atrás, yo era mucho más joven y mucho más tonto. Demasiado joven como para saber que a algunas mujeres la simpatía y la caballerosidad les parecía una mezcla sospechosa.
Bella se llevó una mala impresión entonces y yo nunca hice ningún esfuerzo para demostrarle que no era un completo imbécil.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó Jasper.
—No puedo hacer nada. La pelota está en su tejado. ¿Por qué no es como Alice? Alice habría aceptado mi oferta.
—Alice es una mujer de una sola cara.
Bella también, pensé, mientras volvía al coche.
Isabella Swan no se parecía a ninguna mujer que yo hubiera conocido. Dura, cínica, cabezota. Madre mía, qué cabezota era.
Sabía que ella necesitaría ayuda durante los últimos meses de embarazo, pero no tenía ni idea de cómo convencerla. Aun así, la admiraba por su independencia. Era una mujer compleja e interesante. Muy interesante.
En estas circunstancias, seguramente debería darle las gracias al cielo porque hubiera rechazado mi oferta. Lo había intentado, al menos. Jasper no podría echármelo en cara.
Entonces, ¿por qué no podía quitarme de encima la impresión de que algo se me había escapado de las manos?
No podía explicarme. No podía explicarme por qué quería estar con ella durante el embarazo.
Mientras volvía a casa, me decía a mí mismo que debería estar encantado de seguir siendo libre. Y no quise preguntarme por qué no lo estaba.
BPOV
La semana, que había empezado mal, continuó peor.
Primero, la noticia del embarazo de Alice, luego la extraña cena con Edward y ahora Esto: que me llamara el juez Volturi a su despacho el jueves por la mañana.
Dos años antes, el juez Volturi había sido elegido juez del distrito por una plataforma conservadora y eso lo convertía en mi jefe. No me hacía gracia porque, desde que trabajamos juntos en la oficina del fiscal del distrito, nunca nos habíamos llevado bien, pero como podía hacerme la vida imposible, solía apartarme de su camino. Hasta este momento.
Mientras atravesaba el laberinto de pasillos de vuelta a mi despacho intenté calmarme, pero no me resultó fácil. Mike Newton, otro de los jueces y mi amigo personal, estaba esperándome, echando un vistazo a los papeles que había sobre mi mesa.
—¿Qué tal ha ido?
—¿Cómo sabes que me ha llamado el juez Volturi?
—En este Juzgado las noticias vuelan.
Hice una mueca. No hacía falta que me lo recordara.
—¿Qué tal ha ido la reunión? ¿Sólo quería ponerte sobre la parrilla un ratito?
—Igual que en todas mis reuniones con él. El juez Volturi ha sido condescendiente y grosero y yo he mantenido la boca cerrada.
—Buena chica. Sé que te pone mala, pero lo mejor es callarse. Además, dentro de seis meses se habrá ido de aquí.
Me deje caer sobre la silla.
—Si se va de aquí, será juez del Tribunal Supremo de Texas. O sea, que no sé que es peor.
Mike se encogió de hombros.
—Cierto, pero al menos no tendremos que verle la cara. Desde que anunció que se presentaba a la elección ha sido como una patada en el trasero.
Suspiré. Ésa era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
—Quiere llevar personalmente el caso Black.
Mike lanzó un silbido.
—Deberíamos haberlo imaginado. ¿Y qué vas a hacer?
—Ese caso es mío. Llevo meses trabajando en él.
—¿Un divorcio tan escandaloso como ése? Pues me extraña que no te lo arrebatase desde el principio.
Jacob y Leah Black eran un matrimonio millonario, famoso en la ciudad, y todo el mundo quería conocer los detalles del jugoso divorcio.
—Hasta hace poco sólo salía en los periódicos locales, pero ahora que la historia ha salido en el Austin y el Houston Chronicle, Volturi quiere ponerle las manos encima. Supongo que pensará que es bueno para su campaña.
—¿Bueno para su campaña? Esa clase de cobertura vale una fortuna. Lo mejor es que le dejes el campo libre, Bella.
Lo miré, incrédula.
—¿Y dejar que esa víbora convierta el divorcio de esos dos pobres en un circo sobre los valores morales de la familia? Imagínate cómo los haría quedar. Y lo que sufrirían sus hijos. No pienso darle el caso a menos que no tenga más remedio.
Mike sacudió la cabeza.
—Mira, ten cuidado con él.
—No pienso dejar que me robe el caso. Sí, ya sé que puede hacerme la vida imposible, pero así no logrará llevar a cabo sus ambiciones políticas.
Mike levantó una ceja, como si yo hubiera olvidado algo fundamental.
—¿Qué puede hacerme?
—¿Tú qué crees?
—No puede despedirme —dije, con falsa despreocupación. Pero Mike no se estaba riendo—. ¿Crees que puede despedirme? Eso es ridículo. Ni siquiera él se atrevería. No se puede echar a un juez sin montar un escándalo… ¿o sí?
—Yo creo que si le das razones, es capaz de cualquier cosa. Especialmente si encuentra algo moralmente cuestionable en tu vida.
—¿Qué?
—Piénsalo, serías el primer juez despedido en cuarenta años. Saldría en todos los periódicos y él aprovecharía la oportunidad para recordarle a todo el mundo sus valores conservadores.
Estudié a mi amigo.
—¿Tú estás preocupado por tu puesto?
—¿Yo? No, yo tengo mucho cuidado. Además, tú eres la única que lo sabe —Mike no se atrevió a mencionar la palabra gay entre aquellas paredes tan conservadoras—. Además, a mí no me odia. Pero si se libra de ti, se quedaría con el caso Black y conseguiría salir en los periódicos todos los días.
Mientras escuchaba a Mike, empecé a experimentar una extraña sensación en el estómago. ¿Y si tenía razón? ¿Y si Volturi estaba buscando alguna razón para montar un escándalo y echarme del Juzgado?
Me comportaba perfectamente, soy una persona respetable. Pero…
Pero ahora estaba embarazada. Y no tenía planes de casarme.
Cuando acepte ser la madre de alquiler para Alice y Jasper todo me había parecido muy sencillo. Pero eso fue cinco meses antes de que Volturi anunciara sus planes de presentarse al puesto de juez del Tribunal Supremo. Sí, se me había ocurrido pensar que algunos de mis colegas más conservadores no verían mi embarazo con buenos ojos, pero nadie podría criticarme por ser madre de alquiler para mi hermana… ni aunque hubiera decidido tener un hijo sin casarme.
—¿O eso sería moralmente cuestionable en el caso de un juez?
Mike debió percatarse de mi preocupación porque se apresuró a tranquilizarme.
—No te preocupes, mujer. Tú eres demasiado lista como para darle una razón.
—¿Y si hubiera hecho algo que pudiera ser criticable o que Volturi pudiera utilizar en mi contra?
—¿Tú? —Rió Mike, escéptico—. ¿Doña Perfecta? Tú no has metido la pata en tu vida.
—Hablando hipotéticamente, si hubiera hecho algo… cuestionable o que no todo el mundo viera con buenos ojos… Volturi es sólo un juez. ¿No tendría que convencer a los otros siete jueces del distrito para echarme de aquí?
—Yo diría que depende.
—¿De qué?
—De que los otros piensen que tu comportamiento podría incapacitarte para una posición de autoridad. En este ambiente tan conservador, podría ser cualquier cosa. Especialmente con Volturi enfocando su campaña en los valores morales. Lo último que querrían los demás jueces es parecer demasiado liberales… Pero tú no has hecho nada cuestionable.
—Sí, claro —murmuré.
Cuando Mike salió del despacho, no dejaba de darme vueltas a la cabeza. Miraba mi escritorio preguntándome una y otra vez si podía tener razón…
Desgraciadamente, la única respuesta que se me ocurría era sí.
Pronto, todo el mundo sabría que estaba embarazada y eso era algo que un sinvergüenza como Volturi podría usar contra mí.
MI HIJO? : CAPITULO 1
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
BPOV
—Estamos embarazados.
Intenté no levantar los ojos al cielo ante la absurdez del comentario de mi hermana.
—¿No me digas
Como madre de alquiler para mi hermana, Alice, y mi cuñado, Japer, sabía mejor que nadie que estaban "embarazados". Mi mano se deslizó hasta mi abdomen, donde el niño empezaba ya a notarse. Pero en ese preciso instante se me revolvió el estómago, haciendo que maldijera el primer trimestre de embarazo.
Alice tomó mi mano cuando iba a tomar la taza de poleo.
—¿Qué?
—Que estamos embarazados, Jasper y yo - dejé la taza.
—¿Jasper y tú?
—Si.
—¿Embarazados?
Alice asintió, con su sonrisa beatíficamente maternal, sus ojos brillantes de felicidad.
Mi estómago volvió a dar un salto, pero intenté contener las náuseas.
—¿Vais a tener un hijo? ¿Además del que yo voy a tener para vosotros?
—Sí.
Salté de la silla y corrí al cuarto de baño. Apenas me dio tiempo a inclinarme sobre el inodoro para vomitar el desayuno.
Estuve de rodillas en el suelo del baño largo rato, con los ojos cerrados, angustiada y atónita. Sólo la voz de Alice al otro lado de la puerta me sacó de mi estupor.
—Bella, ¿estás bien?
¿Que si estaba bien? Bueno, sentía como si el mundo estuviera girando en dirección contraria… junto con mi estómago. Por lo demás, estaba estupenda. Después de lavarme la cara y las manos en el lavabo, abrí la puerta y me quedé mirando a mi hermana.
—¿Cómo es posible?
Alice me tomó del brazo.
—Ven a la cocina. Voy a hacerte otro té.
Me dejé llevar hasta la silla y observé a mi hermana dando vueltas por la sencilla y hogareña cocina.
—Nosotros nos quedamos tan sorprendidos como tú.
—Pero Jasper y tú no podéis tener niños. Es imposible, ¿no?
—Era muy improbable, pero no imposible.
De hecho, tenían tan pocas posibilidades de concebir que el médico había recomendado no usar el esperma de Japer para inseminarme y usaron el de un amigo de Jasper, Edward.
—¿No habías dicho que sólo había un 0,2% de posibilidades de que quedaras embarazada?
—Y así es. Pero hemos tenido una suerte inmensa —suspiró Alice, poniendo una taza sobre la mesa—. ¿Poleo o té?
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —exclamé al borde la histeria.
—Supongo que porque he tenido más tiempo para acostumbrarme a la idea…
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde hace una semana. Llevaba algún tiempo sospechándolo, pero no me atrevía a confiar en que hubiera habido un milagro. Como mis períodos siempre han sido tan irregulares y después de tantos años intentándolo… en fin, que no quería hacerme ilusiones aunque no me hubiera venido el período.
—¿En cuánto tiempo?
—Cuatro meses.
—¿Cuatro meses? ¿De cuánto estás?
—De dieciocho semanas.
—¿Dieciocho semanas? Yo estoy sólo de tres meses —exclamó de nuevo—. O sea, que los síntomas que tenías, esos que creíamos que eran por simpatía… eran reales.
Alice sonrió tímidamente.
—Es verdad, no había pensado en eso, qué tonta. Mira, sé que esto lo complica todo, pero Jasper y yo siempre hemos querido ser padres…
—Y seguís queriendo este niño, ¿no?
—Jasper y yo lo hemos hablado y hemos decidido que ésa es una decisión que debéis tomar Edward y tú.
—¿Edward y yo? ¿Qué quieres decir?
—Técnicamente, el niño es vuestro…
—¡No, de eso nada! —la interrumpí. Sí, bueno, técnicamente el niño era mío y de Edward, pero yo no había querido ser madre—. Este niño es tuyo. Tuyo y de Jasper. Ése era el acuerdo.
Luego me levanté y empecé a pasear por la cocina, mirando a mi hermana con incredulidad. En aquellas circunstancias, Alice no parecía tan trastornada como debería.
—Sí, ya sé que ése era el acuerdo. Pero las cosas han cambiado.
—No puedes negarte a hacerte cargo de este niño. No te lo permitiré —replique, fulminando a mi hermana con la mirada. Al menos, intenté fulminarla con la mirada, pero otra ola de náuseas me obligó a agarrarme a la encimera, arruinando el efecto.
Alice corrió a mi lado.
—Siéntate, cariño. No deberías ponerte así. No puede ser bueno para el niño.
—¿Tú sabes lo que no es bueno para el niño? Esta conversación —le espeté
—Naturalmente, Jasper y yo nos haremos cargo del niño si decides que no lo quieres. Pero queremos que, al menos, te lo pienses. Es tu hijo biológico y quieras admitirlo o no, ya has establecido una conexión con él.
Me quedé sin palabras. ¿De qué estaba hablando mi hermana? ¿No entendía que la única forma de hacer esto era no tener conexión alguna con el bebé?
—Yo no…
—Sé que la tienes —me interrumpió Alice—. Así que no tiene sentido discutir. Lo importante es que ahora estamos esperando dos niños. A Jasper y a mí nos encantaría quedarnos con los dos, pero si Edward y tú…
—¿Qué tiene que ver Edward con esto?
Alice suspiró, exasperada.
—El niño que llevas ahí dentro también es suyo. Si alguno de los dos decide quedárselo, Jasper y yo estamos dispuestos a aceptar.
Aturdida por la absurdez de la situación, enterré la cara entre mis manos para controlar un ataque de risa histérica.
—¿Si alguno de los decide quedarse con el niño? Te das cuenta de lo ridículo que es eso, ¿no?
Pero Alice, que me miraba con el ceño fruncido, no parecía darse cuenta de nada.
—¿Por qué?
—Yo tengo el instinto maternal de una grapadora. Lo único más absurdo que esperar que yo quiera al niño es esperar que lo quiera Edward Cullen.
—Edward no es tan malo.
—Puede que sea un buen tipo, pero estamos hablando de un hombre que se mete en edificios en llamas cuando todos los demás salen corriendo.
—En realidad, ahora es investigador, o sea que ya no entra en edificios en llamas. Ahora entra cuando sólo quedan los rescoldos.
—Muy bien, cuando quedan los rescoldos. Da igual.
—Bueno, al menos su hijo no jugará con cerillas —dijo Alice, intentando animarme.
Señalé a mi hermana con el dedo.
—Puedes reírte ahora, pero esos son los genes que heredará tu hijo.
Alice soltó una risita.
—No me preocupan los genes de Edward. Es guapo, encantador, listo y…
—Exactamente. Es una de esas personas que cree que puede hacer lo que le dé la gana sólo porque es guapo, encantador y listo.
—¿Por qué eres tan dura con él? Tú no sueles juzgar a la gente.
—Soy juez, Alice. Mi trabajo consiste en juzgar a la gente. Además, sé que tengo razón. Con las familias rotas y los malos padres que veo en el Juzgado todos los días, mi trabajo consiste en separar el grano de la paja. Y te aseguro que ni Edward Cullen ni yo queremos tener este niño.
—Piénsatelo. A lo mejor cambias de opinión.
—Sí. Y también podría convertirme en un cerdo con alas. No es imposible, pero yo diría que es altamente improbable.
A pesar de mi determinación de olvidar el asunto, seguía pensando en la conversación con mi hermana al día siguiente, mientras intentaba terminar un informe. Eran más de las seis y casi todo el mundo había salido del Juzgado, pero ni siquiera el silencio me permitía concentrarme.
¿Cómo no iba a pensar la oferta de Alice de quedarme con el niño? me llevé una mano al abdomen, pensativa.
Mi hijo.
Se me hizo un nudo en la garganta y, por una vez, no intenté contener esa emoción. ¿Qué pasaría si me quedaba con el niño?
Inexplicablemente, no me parecía tan horrible. Era como si quedarme con mi hijo hubiera sido lo que, inconsciente, deseaba hacer, aunque la lógica me decía que eso sería una irresponsabilidad.
Pero amaba a este bebé que crecía dentro de mi. Aunque aún no sabíamos si era niño o niña, el instinto me decía que iba a ser una niña. Y había seguido a pies juntillas los consejos de mi ginecólogo para asegurarme de que nacía sana. Sí, aquella iba a ser la niña más sana del mundo. Y, si estaba en mis manos, tendría siempre lo mejor.
Eso incluía los mejores padres. sabía, sin la menor duda, que Alice sería mucho mejor madre que yo. Algunas mujeres, como mi hermana, estaban más capacitadas para ser madres que otras. Y estaba segura de que yo era de las segundas.
De repente, enfadada conmigo misma por darle tantas vueltas al asunto, guardé los papeles en el maletín y salí del despacho. Pero el rápido paseo hasta el aparcamiento no alivió mi irritación.
Y cuando me encontré con Edward apoyado en su Volvo, la irritación se convirtió en enfado.
No sabía qué era, pero había algo en Edward que me sacaba de quicio. No era sólo la seguridad en sí mismo, un rasgo del que había aprendido a desconfiar mucho tiempo atrás. Quizá era su mirada sensual, que parecía desnudar a una mujer y hacerle el amor al mismo tiempo, quizá la testosterona que parecía emanar por todos sus poros.
Era demasiado todo. Demasiado masculino, demasiado encantador, demasiado guapo. Y demasiado engreído.
—¿Qué haces aquí?
Edward llevaba unos vaqueros gastados que se ajustaban a sus prietos muslos. Su única defensa contra el inusual frío de aquel día de mayo, una camisa de franela sobre una camiseta.
Muy típico. Probablemente, pensaba que era demasiado hombre como para ponerse una chaqueta. O a lo mejor sabía lo guapo que estaba con esa camisa de leñador y no quería estropear el efecto.
—He venido a verte.
—Ya me lo imaginaba. ¿Siempre esperas a las mujeres medio escondido en un aparcamiento? Cualquiera podría pensar que eres un acosador.
Edward sonrió, irónico.
—Tú siempre fingiendo que no tienes sentido del humor.
—No me gusta bromear sobre estas cosas.
—No, claro que no —dijo él, poniéndose serio—. Es que cuando llegué ya habían cerrado el Juzgado.
—El guardia suele irse a las cinco y media.
—Ya me lo imaginaba. Pero esta es mi única tarde libre en toda la semana y tenemos que hablar.
—¿Por qué?
—No me mires con esa cara. Sólo quiero hablar de la situación.
—Pues habla.
—¿Quieres que hablemos en el aparcamiento? Aquí cerca hay un restaurante. Además, hace frío.
La idea de compartir una cena con Edward hizo que sintiera un escalofrío de aprensión. Georgetown, en otros tiempos una tranquila ciudad universitaria, se había convertido, como muchos otros lugares de Texas, en una capital abarrotada de gente. La histórica plaza, situada frente a los Juzgados, con sus tiendecitas y restaurantes típicos, era una de las zonas que la distinguía de la menos elegante y mucho más grande ciudad de Austin.
Además, no quería cenar con Edward. Demasiado íntimo, demasiado parecido a una cita.
—Pues deberías haberte puesto una chaqueta.
—Me refería a ti. Estás temblando.
Sí, desde que me quedé embarazada siempre tenía frío. Pero eso era algo que no pensaba contarle. Hablar de los síntomas del embarazo era más íntimo que cenar juntos.
De repente, me di cuenta de lo íntima que era nuestra relación, me gustase o no. El lazo que compartíamos era más profundo que el lazo sexual que solía acompañar a la intimidad. Habíamos creado una vida juntos.
Una parte de Edward estaba creciendo dentro de mí.
Esa idea me puso de los nervios. No quería cenar con él, no quería hablar con él siquiera, pero probablemente había cosas de las que debíamos hablar.
—Muy bien, cenemos juntos entonces.
Quince minutos después me encontré sentada frente a Edward Cullen en un restaurante de la plaza, con una taza de té frente a mi, esperando un plato de enchiladas.
Mientras tomaba el té estudiaba a mi acompañante, que tenía una mano apoyada en el respaldo del sofá. En esa postura, sus hombros parecían ocupar todo el espacio.
Edward era diferente de los demás hombres que conocía. Hombres con trajes de chaqueta hechos a medida para que sus hombros parecieran más anchos de lo que eran en realidad. Mire sus manos, grandes, casi musculosas, de dedos largos y uñas cortas. Eran unas manos muy masculinas. Duras, casi.
¿Me había fijado alguna vez en las manos de otro hombre? No, seguramente no. Había algo muy personal en mirar las manos de Edward, algo que me hacía sentir un cosquilleo.
—Bueno, vamos a ser sinceros, sé que te no te gusto —dijo él entonces.
—No te conozco lo suficiente como para decidir si me gustas o no.
—Bueno, no te caigo demasiado bien.
No podía discutir eso porque era verdad. Sólo nos habíamos visto en un par de ocasiones y nunca había podido relajarme cuando Edward estaba presente. No me caía exactamente mal, pero no sabía dónde colocarlo. Y eso me ponía muy nerviosa. Además, si era sincera conmigo misma, no podía negar que me sentía ligeramente atraída por él.
¿Por qué? ¿Por qué Edward Cullen?
Quizá esa repentina atracción era debida al niño. Quizá mi cuerpo sabía de alguna forma que aquel hombre era su padre. Si ése era el caso, más razón para mantener las distancias.
—No, no me caes demasiado bien.
—Pero estamos juntos en esto.
—No estoy de acuerdo. Los que están en esto son Jasper y Alice. Tu parte en el asunto ya ha terminado.
—Eso era cierto antes, pero ahora…
—Nada ha cambiado.
—No puedes ser tan ingenua.
—Te aseguro que soy de todo menos ingenua —replique.
—Muy bien, no eres ingenua. Pero tendrás que admitir que las cosas ahora son diferentes.
—Sí, son diferentes, pero ya encontraremos una solución.
—Pero tú contabas con que Alice y Japer pudieran cuidar de ti, ayudarte durante los últimos meses del embarazo. Y ahora Alice tiene que cuidar de sí misma.
—¿Crees que no puedo cuidarme yo sólita? Perdona, pero llevo años haciéndolo. Mucho más tiempo que la mayoría de las mujeres de mi edad.
—No me refería a eso.
—Entonces, ¿a qué te referías?
—Por lo que me ha dicho Alice, no has tenido un primer trimestre muy agradable y la cosa va a peor. El segundo trimestre no será tan malo, pero cuando estés de seis o siete meses…
—¿Eres un experto en embarazos? —lo interrumpí.
Edward hizo una mueca.
—No, pero cinco de mis compañeros han tenido hijos en el último año y medio. He tenido que oír todo tipo de quejas sobre antojos, dolores de riñones, mujeres que no pueden atarse los cordones de las zapatillas…
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —reí, irónica. Pero la risa murió al comprobar que él estaba muy serio—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuré, esperando que él soltase una carcajada—. Pero no, ni parpadeó siquiera—. Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
Capitulo 1
BPOV
—Estamos embarazados.
Intenté no levantar los ojos al cielo ante la absurdez del comentario de mi hermana.
—¿No me digas
Como madre de alquiler para mi hermana, Alice, y mi cuñado, Japer, sabía mejor que nadie que estaban "embarazados". Mi mano se deslizó hasta mi abdomen, donde el niño empezaba ya a notarse. Pero en ese preciso instante se me revolvió el estómago, haciendo que maldijera el primer trimestre de embarazo.
Alice tomó mi mano cuando iba a tomar la taza de poleo.
—¿Qué?
—Que estamos embarazados, Jasper y yo - dejé la taza.
—¿Jasper y tú?
—Si.
—¿Embarazados?
Alice asintió, con su sonrisa beatíficamente maternal, sus ojos brillantes de felicidad.
Mi estómago volvió a dar un salto, pero intenté contener las náuseas.
—¿Vais a tener un hijo? ¿Además del que yo voy a tener para vosotros?
—Sí.
Salté de la silla y corrí al cuarto de baño. Apenas me dio tiempo a inclinarme sobre el inodoro para vomitar el desayuno.
Estuve de rodillas en el suelo del baño largo rato, con los ojos cerrados, angustiada y atónita. Sólo la voz de Alice al otro lado de la puerta me sacó de mi estupor.
—Bella, ¿estás bien?
¿Que si estaba bien? Bueno, sentía como si el mundo estuviera girando en dirección contraria… junto con mi estómago. Por lo demás, estaba estupenda. Después de lavarme la cara y las manos en el lavabo, abrí la puerta y me quedé mirando a mi hermana.
—¿Cómo es posible?
Alice me tomó del brazo.
—Ven a la cocina. Voy a hacerte otro té.
Me dejé llevar hasta la silla y observé a mi hermana dando vueltas por la sencilla y hogareña cocina.
—Nosotros nos quedamos tan sorprendidos como tú.
—Pero Jasper y tú no podéis tener niños. Es imposible, ¿no?
—Era muy improbable, pero no imposible.
De hecho, tenían tan pocas posibilidades de concebir que el médico había recomendado no usar el esperma de Japer para inseminarme y usaron el de un amigo de Jasper, Edward.
—¿No habías dicho que sólo había un 0,2% de posibilidades de que quedaras embarazada?
—Y así es. Pero hemos tenido una suerte inmensa —suspiró Alice, poniendo una taza sobre la mesa—. ¿Poleo o té?
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —exclamé al borde la histeria.
—Supongo que porque he tenido más tiempo para acostumbrarme a la idea…
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde hace una semana. Llevaba algún tiempo sospechándolo, pero no me atrevía a confiar en que hubiera habido un milagro. Como mis períodos siempre han sido tan irregulares y después de tantos años intentándolo… en fin, que no quería hacerme ilusiones aunque no me hubiera venido el período.
—¿En cuánto tiempo?
—Cuatro meses.
—¿Cuatro meses? ¿De cuánto estás?
—De dieciocho semanas.
—¿Dieciocho semanas? Yo estoy sólo de tres meses —exclamó de nuevo—. O sea, que los síntomas que tenías, esos que creíamos que eran por simpatía… eran reales.
Alice sonrió tímidamente.
—Es verdad, no había pensado en eso, qué tonta. Mira, sé que esto lo complica todo, pero Jasper y yo siempre hemos querido ser padres…
—Y seguís queriendo este niño, ¿no?
—Jasper y yo lo hemos hablado y hemos decidido que ésa es una decisión que debéis tomar Edward y tú.
—¿Edward y yo? ¿Qué quieres decir?
—Técnicamente, el niño es vuestro…
—¡No, de eso nada! —la interrumpí. Sí, bueno, técnicamente el niño era mío y de Edward, pero yo no había querido ser madre—. Este niño es tuyo. Tuyo y de Jasper. Ése era el acuerdo.
Luego me levanté y empecé a pasear por la cocina, mirando a mi hermana con incredulidad. En aquellas circunstancias, Alice no parecía tan trastornada como debería.
—Sí, ya sé que ése era el acuerdo. Pero las cosas han cambiado.
—No puedes negarte a hacerte cargo de este niño. No te lo permitiré —replique, fulminando a mi hermana con la mirada. Al menos, intenté fulminarla con la mirada, pero otra ola de náuseas me obligó a agarrarme a la encimera, arruinando el efecto.
Alice corrió a mi lado.
—Siéntate, cariño. No deberías ponerte así. No puede ser bueno para el niño.
—¿Tú sabes lo que no es bueno para el niño? Esta conversación —le espeté
—Naturalmente, Jasper y yo nos haremos cargo del niño si decides que no lo quieres. Pero queremos que, al menos, te lo pienses. Es tu hijo biológico y quieras admitirlo o no, ya has establecido una conexión con él.
Me quedé sin palabras. ¿De qué estaba hablando mi hermana? ¿No entendía que la única forma de hacer esto era no tener conexión alguna con el bebé?
—Yo no…
—Sé que la tienes —me interrumpió Alice—. Así que no tiene sentido discutir. Lo importante es que ahora estamos esperando dos niños. A Jasper y a mí nos encantaría quedarnos con los dos, pero si Edward y tú…
—¿Qué tiene que ver Edward con esto?
Alice suspiró, exasperada.
—El niño que llevas ahí dentro también es suyo. Si alguno de los dos decide quedárselo, Jasper y yo estamos dispuestos a aceptar.
Aturdida por la absurdez de la situación, enterré la cara entre mis manos para controlar un ataque de risa histérica.
—¿Si alguno de los decide quedarse con el niño? Te das cuenta de lo ridículo que es eso, ¿no?
Pero Alice, que me miraba con el ceño fruncido, no parecía darse cuenta de nada.
—¿Por qué?
—Yo tengo el instinto maternal de una grapadora. Lo único más absurdo que esperar que yo quiera al niño es esperar que lo quiera Edward Cullen.
—Edward no es tan malo.
—Puede que sea un buen tipo, pero estamos hablando de un hombre que se mete en edificios en llamas cuando todos los demás salen corriendo.
—En realidad, ahora es investigador, o sea que ya no entra en edificios en llamas. Ahora entra cuando sólo quedan los rescoldos.
—Muy bien, cuando quedan los rescoldos. Da igual.
—Bueno, al menos su hijo no jugará con cerillas —dijo Alice, intentando animarme.
Señalé a mi hermana con el dedo.
—Puedes reírte ahora, pero esos son los genes que heredará tu hijo.
Alice soltó una risita.
—No me preocupan los genes de Edward. Es guapo, encantador, listo y…
—Exactamente. Es una de esas personas que cree que puede hacer lo que le dé la gana sólo porque es guapo, encantador y listo.
—¿Por qué eres tan dura con él? Tú no sueles juzgar a la gente.
—Soy juez, Alice. Mi trabajo consiste en juzgar a la gente. Además, sé que tengo razón. Con las familias rotas y los malos padres que veo en el Juzgado todos los días, mi trabajo consiste en separar el grano de la paja. Y te aseguro que ni Edward Cullen ni yo queremos tener este niño.
—Piénsatelo. A lo mejor cambias de opinión.
—Sí. Y también podría convertirme en un cerdo con alas. No es imposible, pero yo diría que es altamente improbable.
A pesar de mi determinación de olvidar el asunto, seguía pensando en la conversación con mi hermana al día siguiente, mientras intentaba terminar un informe. Eran más de las seis y casi todo el mundo había salido del Juzgado, pero ni siquiera el silencio me permitía concentrarme.
¿Cómo no iba a pensar la oferta de Alice de quedarme con el niño? me llevé una mano al abdomen, pensativa.
Mi hijo.
Se me hizo un nudo en la garganta y, por una vez, no intenté contener esa emoción. ¿Qué pasaría si me quedaba con el niño?
Inexplicablemente, no me parecía tan horrible. Era como si quedarme con mi hijo hubiera sido lo que, inconsciente, deseaba hacer, aunque la lógica me decía que eso sería una irresponsabilidad.
Pero amaba a este bebé que crecía dentro de mi. Aunque aún no sabíamos si era niño o niña, el instinto me decía que iba a ser una niña. Y había seguido a pies juntillas los consejos de mi ginecólogo para asegurarme de que nacía sana. Sí, aquella iba a ser la niña más sana del mundo. Y, si estaba en mis manos, tendría siempre lo mejor.
Eso incluía los mejores padres. sabía, sin la menor duda, que Alice sería mucho mejor madre que yo. Algunas mujeres, como mi hermana, estaban más capacitadas para ser madres que otras. Y estaba segura de que yo era de las segundas.
De repente, enfadada conmigo misma por darle tantas vueltas al asunto, guardé los papeles en el maletín y salí del despacho. Pero el rápido paseo hasta el aparcamiento no alivió mi irritación.
Y cuando me encontré con Edward apoyado en su Volvo, la irritación se convirtió en enfado.
No sabía qué era, pero había algo en Edward que me sacaba de quicio. No era sólo la seguridad en sí mismo, un rasgo del que había aprendido a desconfiar mucho tiempo atrás. Quizá era su mirada sensual, que parecía desnudar a una mujer y hacerle el amor al mismo tiempo, quizá la testosterona que parecía emanar por todos sus poros.
Era demasiado todo. Demasiado masculino, demasiado encantador, demasiado guapo. Y demasiado engreído.
—¿Qué haces aquí?
Edward llevaba unos vaqueros gastados que se ajustaban a sus prietos muslos. Su única defensa contra el inusual frío de aquel día de mayo, una camisa de franela sobre una camiseta.
Muy típico. Probablemente, pensaba que era demasiado hombre como para ponerse una chaqueta. O a lo mejor sabía lo guapo que estaba con esa camisa de leñador y no quería estropear el efecto.
—He venido a verte.
—Ya me lo imaginaba. ¿Siempre esperas a las mujeres medio escondido en un aparcamiento? Cualquiera podría pensar que eres un acosador.
Edward sonrió, irónico.
—Tú siempre fingiendo que no tienes sentido del humor.
—No me gusta bromear sobre estas cosas.
—No, claro que no —dijo él, poniéndose serio—. Es que cuando llegué ya habían cerrado el Juzgado.
—El guardia suele irse a las cinco y media.
—Ya me lo imaginaba. Pero esta es mi única tarde libre en toda la semana y tenemos que hablar.
—¿Por qué?
—No me mires con esa cara. Sólo quiero hablar de la situación.
—Pues habla.
—¿Quieres que hablemos en el aparcamiento? Aquí cerca hay un restaurante. Además, hace frío.
La idea de compartir una cena con Edward hizo que sintiera un escalofrío de aprensión. Georgetown, en otros tiempos una tranquila ciudad universitaria, se había convertido, como muchos otros lugares de Texas, en una capital abarrotada de gente. La histórica plaza, situada frente a los Juzgados, con sus tiendecitas y restaurantes típicos, era una de las zonas que la distinguía de la menos elegante y mucho más grande ciudad de Austin.
Además, no quería cenar con Edward. Demasiado íntimo, demasiado parecido a una cita.
—Pues deberías haberte puesto una chaqueta.
—Me refería a ti. Estás temblando.
Sí, desde que me quedé embarazada siempre tenía frío. Pero eso era algo que no pensaba contarle. Hablar de los síntomas del embarazo era más íntimo que cenar juntos.
De repente, me di cuenta de lo íntima que era nuestra relación, me gustase o no. El lazo que compartíamos era más profundo que el lazo sexual que solía acompañar a la intimidad. Habíamos creado una vida juntos.
Una parte de Edward estaba creciendo dentro de mí.
Esa idea me puso de los nervios. No quería cenar con él, no quería hablar con él siquiera, pero probablemente había cosas de las que debíamos hablar.
—Muy bien, cenemos juntos entonces.
Quince minutos después me encontré sentada frente a Edward Cullen en un restaurante de la plaza, con una taza de té frente a mi, esperando un plato de enchiladas.
Mientras tomaba el té estudiaba a mi acompañante, que tenía una mano apoyada en el respaldo del sofá. En esa postura, sus hombros parecían ocupar todo el espacio.
Edward era diferente de los demás hombres que conocía. Hombres con trajes de chaqueta hechos a medida para que sus hombros parecieran más anchos de lo que eran en realidad. Mire sus manos, grandes, casi musculosas, de dedos largos y uñas cortas. Eran unas manos muy masculinas. Duras, casi.
¿Me había fijado alguna vez en las manos de otro hombre? No, seguramente no. Había algo muy personal en mirar las manos de Edward, algo que me hacía sentir un cosquilleo.
—Bueno, vamos a ser sinceros, sé que te no te gusto —dijo él entonces.
—No te conozco lo suficiente como para decidir si me gustas o no.
—Bueno, no te caigo demasiado bien.
No podía discutir eso porque era verdad. Sólo nos habíamos visto en un par de ocasiones y nunca había podido relajarme cuando Edward estaba presente. No me caía exactamente mal, pero no sabía dónde colocarlo. Y eso me ponía muy nerviosa. Además, si era sincera conmigo misma, no podía negar que me sentía ligeramente atraída por él.
¿Por qué? ¿Por qué Edward Cullen?
Quizá esa repentina atracción era debida al niño. Quizá mi cuerpo sabía de alguna forma que aquel hombre era su padre. Si ése era el caso, más razón para mantener las distancias.
—No, no me caes demasiado bien.
—Pero estamos juntos en esto.
—No estoy de acuerdo. Los que están en esto son Jasper y Alice. Tu parte en el asunto ya ha terminado.
—Eso era cierto antes, pero ahora…
—Nada ha cambiado.
—No puedes ser tan ingenua.
—Te aseguro que soy de todo menos ingenua —replique.
—Muy bien, no eres ingenua. Pero tendrás que admitir que las cosas ahora son diferentes.
—Sí, son diferentes, pero ya encontraremos una solución.
—Pero tú contabas con que Alice y Japer pudieran cuidar de ti, ayudarte durante los últimos meses del embarazo. Y ahora Alice tiene que cuidar de sí misma.
—¿Crees que no puedo cuidarme yo sólita? Perdona, pero llevo años haciéndolo. Mucho más tiempo que la mayoría de las mujeres de mi edad.
—No me refería a eso.
—Entonces, ¿a qué te referías?
—Por lo que me ha dicho Alice, no has tenido un primer trimestre muy agradable y la cosa va a peor. El segundo trimestre no será tan malo, pero cuando estés de seis o siete meses…
—¿Eres un experto en embarazos? —lo interrumpí.
Edward hizo una mueca.
—No, pero cinco de mis compañeros han tenido hijos en el último año y medio. He tenido que oír todo tipo de quejas sobre antojos, dolores de riñones, mujeres que no pueden atarse los cordones de las zapatillas…
—Pues a menos que estés pensando mudarte a mi casa, no veo cómo vas a ayudarme —reí, irónica. Pero la risa murió al comprobar que él estaba muy serio—. Lo dirás de broma ¿no? —Murmuré, esperando que él soltase una carcajada—. Pero no, ni parpadeó siquiera—. Lo dices en serio. Crees que deberíamos vivir juntos.
MI HIJO?: SUMARIO
Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptacion de la historia original Madre Alquier de Emily McKay.
Sumario:
Había sido Edward Cullen el causante del embarazo de Isabella Swan, pero ella no era más que la madre de alquiler… hasta que surgió la inesperada oportunidad de quedarse con el niño.
Edward se había casado con Bella, pero sólo para salvar su carrera profesional de mentiras inventadas por motivos políticos. Sin embargo, todavía no habían compartido cama.
Entonces ocurrió lo más inesperado: Bella empezó a enamorarse de su marido y deseó que su matrimonio no fuera sólo una farsa.
Sumario:
Había sido Edward Cullen el causante del embarazo de Isabella Swan, pero ella no era más que la madre de alquiler… hasta que surgió la inesperada oportunidad de quedarse con el niño.
Edward se había casado con Bella, pero sólo para salvar su carrera profesional de mentiras inventadas por motivos políticos. Sin embargo, todavía no habían compartido cama.
Entonces ocurrió lo más inesperado: Bella empezó a enamorarse de su marido y deseó que su matrimonio no fuera sólo una farsa.
lunes, 27 de septiembre de 2010
NO TE ENGAÑE CAPITULO 10
Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .
Capitulo diez
EPOV
Bella seguía dormida cuando me vestí para ir a trabajar. Me moví sin hacer ruido para no despertarla. Era la primera vez desde que volvió a Venecia que la veía dormir profundamente. La mayoría de las mañanas ya se había levantado cuando me preparaba para ir a trabajar. Y la mayoría de las noches, aunque estuviera en la cama simulando dormir, estaba inquieta.
Se dio la vuelta, llevó la mano a la almohada y le dio la vuelta para acurrucarse de nuevo. Sonreí. Incluso dormida le gustaba el lado frío de la almohada. Era una criatura de sangre tan caliente que siempre buscaba cosas frías. Agua con hielo, helado.
Desde que estaba embarazada, era como si un horno diminuto brillara en su interior. Me pregunté cómo aguantaría cuando llegara el verano. Tendría que llevarla a la finca de Veneto. O incluso a mi refugio en las montañas. Pero sin perder de vista la atención médica, no podía permitir que les ocurriera nada a ella y al bebe, aunque no fuere mió, no quería que dada les pasara
Por primera vez en meses me permití contemplarla de verdad, sabiendo que ella no me vería. Estaba de costado, con una pierna encogida y la otra estirada. Parecía una gacela en el punto más alto de un grácil salto.
Sentí una inesperada desazón y reconocí a que se debía: había echado de menos a Bella y lo que creía que habíamos compartido antes de descubrir su traición.
Este matrimonio tenía el único fin de satisfacer el deseo de mi abuelo: morir sabiendo que su legado no moriría con él. Pero si seguía el curso de la noche anterior, iba a ser mucho más placentero de lo que había esperado.
BPOV
Dormí hasta tarde y me desperté envuelta en un resplandor de lánguida satisfacción sensual. Me estiré y me sorprendió al ver la hora que era. Tras la total desinhibición que le había mostrado a Edward la noche anterior, me alegró que ya no estuviera aquí. No sabía si estaba lista para verlo cara a cara.
Llené la bañera, me recogí el pelo sobre la cabeza y me sumergí en un sensual baño de burbujas. Me sonrojé al pensar en lo apasionada que había sido con él. Sus caricias me habían encendido. Habíamos hecho el amor muchas veces antes, pero nunca había sido tan intenso. Tal vez mi cuerpo había querido hacerle saber que lo amaba.
Hasta la noche anterior mi mente había rechazado esa realidad. Pero era imposible cambiar la realidad de mis sentimientos diciéndome lo que debía creer. Mi corazón seguía sabiendo la verdad.
Sin embargo, amarlo me hacia vulnerable. Suspiré y salí de la bañera. No podía permitir que él conociera mis auténticos sentimientos.
Me sequé y vestí para ir a ver a André . Me gustaba ponerse guapa para él. No veía a demasiada gente y solía alabar mi apariencia.
Capté mi imagen en el espejo y me detuve. Miss ojos brillaban, tenía las mejillas encendidas y mi pelo caía sobre mis hombros en un alboroto de rizos.
¡No podía ir a ver a André así! El astuto anciano adivinaría de inmediato a qué se debía mi cambio. Me sentiría como una virgen después de la noche de bodas, preguntándome si todo el mundo adivinaría lo que había experimentado solo con verme.
Se senté ante el tocador para alisarme el pelo. Edward había dicho que le gustaba rizado y, si volvía a alisarlo, podía darle la impresión de que su opinión me daba igual. Por otro lado, no quería que pensara que me lo dejaba al natural para complacerlo.
Al final opté por peinarme como había hecho desde que regrese a Venecia. No podía perder tiempo pensando en tonterías. Era más importante prepararme por si André me preguntaba si había aclarado las cosas con Edward y puesto punto final a la tensión.
Por suerte, André estaba cansado, y pasó gran parte de la visita dormitando. Cuando se despertaba me hablaba de la inundación de 1966. Habían pasado más de cuarenta años, pero describió con viveza y todo lujo de detalles cómo el nivel del mar había subido dos metros, inundando la planta baja de Palazzo Cullen y causando grandes daños en la ciudad.
Mientras volvía a casa, Bella reflexioné sobre mi amistad con André. Según sus médicos, no viviría mucho, pero yo daba gracias por cada minuto que pasaba con él. Me había aceptado en su familia y sus historias sobre su vida y la ciudad significaban mucho para mi.
Pasara lo que pasara con Edward, en el futuro le contaría a mi hijo lo feliz que había sido André al saber que su bisnieto estaba en camino. Le contaría sus historias para que supiera cosas de su familia italiana, incluso si Edward se negaba a reconocerlo.
EPOV
Me paseaba impaciente por el despacho. Había vuelto a casa para ver a Bella, pero ella no había regresado de visitar a mi abuelo. Se retrasaba y necesitaba verla de inmediato.
Había pasado la mañana distraído y al final me había rendido al deseo de volver a casa y seducirla.
El sexo con Bella siempre había sido bueno, la noche anterior me había llevado a otro nivel. Había sido increíble y no podía dejar de rememorarlo. Fui hacia la ventana y me maldije por mi falta de control.
Me pregunte por qué permitía que Bella me afectara tanto. Tal vez se debiera a que llevaba demasiado tiempo sin una mujer y la noche anterior había recordado a mi cuerpo lo que me estaba perdiendo.
Miró mi reloj, preguntándome cuándo regresaría. Pensé en salir a buscarla, pero podía regresar por Varios caminos distintos. De repente, me pregunté por qué visitaba a mi abuelo a diario, sabiendo que eso no incidiría en su futuro. ¿Que pretendía ganar con eso?
No había impedido las visitas porque mi abuelo disfrutaba con ellas. Pero lo sorprendía que Bella pareciera disfrutar tanto como él.
No era como ninguna otra mujer a la que hubiera conocido. No parecía interesada en mi riqueza ni en mi estatus; solo me pedía que pasara tiempo con ella. Como eso me hacía cuestionarme ciertas cosas, enterré el pensamiento en lo más profundo de mi cerebro.
BPOV
Llegue a casa más tarde de lo habitual. Cuando subía las escaleras hacia el palazzo, tuve la sensación de que estaba siendo observada.
–Te he estado esperando.
Sobresaltada, me detuve y alce la cabeza. Edward estaba en la puerta de su despacho. Verlo apoyado en el umbral, rezumando seguridad y atractivo sexual por cada poro de su increíble cuerpo, me aceleró el pulso. Una bandada de mariposas aleteó dentro de mi estómago.
–He ido a visitar a tu abuelo –trague saliva al notar que mi voz sonaba ronca.
–¿Cómo estaba? –el sedoso acento italiano fue como una caricia para mi, que senti que mi compostura se fundía y disolvía, llevándose mis defensas.
–Bien, pero muy cansado. Me ha hablado de la riada –empece a subir la escalera hacia él, sin dejar de mirarlo.
Contemple cómo se quitaba la chaqueta oscura y se aflojaba la corbata. No parecía dispuesto a mantener su aspecto inmaculado mucho tiempo. Se paso los dedos por el pelo y lo apartó de su rostro perfecto y levemente bronceado. Era la viva imagen de la salud y el vigor. Sus intensos ojos verdes me escrutaban sentí que mi piel se templaba con la caricia de sus ojos. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Llegue al último escalón y él no se movió. Me planteé si evitarlo y seguir andando, pero era difícil moverme o pensar en algo que no fuera Edward. El calor de su cuerpo traspasaba la tela del vestido y su respiración me acariciaba los oídos.
Su aroma me envolvía como un velo. Una potente mezcla de masculinidad y colonia exótica, pura esencia de hombre, que me mareaba.
El puso las manos en mi cintura y el impacto fue instantáneo. Una corriente de electricidad que pasó de uno a otro. Eche la cabeza hacia atrás y abrí los ojos de par en par. El descendió hacia mi boca, expresando sus intenciones sin dejar lugar a duda.
Mi respiración se volvió entrecortada. Asome la punta de la lengua y me humedecí los labios, ya rojos y sensibles, anticipando su beso.
–He vuelto a casa para hacerte el amor.
Sus palabras fueron como fuego que fundió mis últimas defensas y azuzaron las llamas de mi deseo. Alce la mirada hacia él, consciente de que debía llevar lo que deseaba escrito en la cara.
Edward dio un paso atrás y me hizo entrar en el estudio. La puerta se cerró de golpe y él echo el pestillo.
–No he podido dejar de pensar en ayer por la noche –dijo, abrazándome.
–Yo también he pensado en eso – me tembló la voz. El ya había encontrado los diminutos botones de perla que cerraban la delantera de mi vestido y empezaba a desabrocharlos.
–Fue increíble –Edward agarró el bajo del vestido y me lo sacó por la cabeza. Lo dejó a un lado y empezó a acariciar mi piel desnuda, haciéndome temblar.
Lo miré con ojos nublados por la excitación. Ese hombre increíble iba a hacerme el amor. Tenía el corazón desbocado y me temblaban las piernas, igual que la noche anterior. Sólo había hecho falta que me tocara para encender un fuego en mi interior.
Alce las manos y empecé a tirar de su ropa. El, sabiendo lo que quería, se desnudó rápidamente.
Admiré su magnífico cuerpo, pura perfección masculina, antes de que su erección me atrajera como un imán. Quería y necesitaba tocarlo. Rodeé su miembro con los dedos y empecé a mover la mano como sabía que a él le gustaba.
La respiración de él se agitó de inmediato, adquiriendo un ritmo irregular. Ladeó la cabeza al ver que se lamía los labios, sentí un irresistible deseo de besarlo. Sin soltarlo, me acerque más. Me puse de puntillas y lo atraje hacia mi boca.
El me besó con hambre y pasión, devastando mi boca con intimidad erótica, mientras yo seguía acariciándolo y percibiendo su reacción al movimiento de mis dedos a través de su beso. De repente, él se apartó, tomó aire y agarró mi muñeca para detenerme.
–No más. Ahora no –jadeó. Entendí lo que quería decir. Quería que durase más para ambos.
–Eres bellísima –murmuró antes de lamer el lóbulo de mi oreja–. Mírate en el espejo. Quiero que veas lo mismo que yo.
Alce la mirada y contemplé mi reflejo. El estaba detrás de mi rodeándome posesivamente; solo llevaba un sujetador y braguitas de encaje.
Vi como las manos de él se movían hacia la parte delante de mi cuerpo. Observar y sentir al mismo tiempo era muy extraño. El deslizó una gran mano bajo el encaje de mi sujetador. El pezón se tensó contra la palma de su mano y él bajó el encaje para liberar mi seno.
Sentí una corriente erótica. Moldeado desde abajo, mi seno se alzó hacia el espejo; el pezón era un capullo rosado y tenso que atraía la mirada.
–¿Te hago daño? –susurró él contra mi oreja, haciéndome cosquillas con el aliento.
–No –moví la cabeza, consciente de mi seno, de la tensión del pezón que anhelaba ser tocado.
El deslizó la mano bajo el otro pecho y lo liberó también. Los dos pechos se alzaron, tensos y llenos, esperando la caricia de las manos de Edward.
No tuve que esperar mucho. Edward empezó a masajearlos con las palmas de las manos, haciéndome gemir y arquear la espalda animándolo. Cuando apretó mis pezones, gemí y cerre los ojos, apoyando la cabeza en sus hombros.
–Mírate –ronroneó él–. Eres bellísima.
Abrí los ojos a tiempo de ver como su mano derecha soltaba un pecho y se deslizaba por encima de mi estómago y seguía hacia abajo.
Contuve el aliento, esperando su diestra caricia. Tenía la piel sonrosada y mis ojos brillaban. El introdujo los dedos bajo el encaje de mis braguitas y localizó el punto central de mi deseo.
Un instante después mi cuerpo se perdió en un estallido de maravillosas sensaciones. Gemí y me apoye contra él mientras seguía acariciándome.
Basculé las caderas, restregándome contra su mano mientras las sensaciones se intensificaban. Me removí en sus brazos, casi como si quisiera detenerlo, pero eso era lo último que quería. Me había llevado casi hasta la cima y necesitaba llegar al final para liberar la tensión que se volvía insoportable.
Como si quisiera demostrar lo bien sincronizados que estaban nuestros cuerpos, me soltó un momento para bajarme las braguitas del todo. Después me dobló sobre el enorme escritorio forrado de cuero.
Aún no había captado su intención cuando lo sentí empujar desde atrás. Tenía las piernas entreabiertas y me dejé caer hacia delante, apoyando los antebrazos en el escritorio. El agarró mis caderas para equilibrarme y me penetró con un movimiento fluido.
Deje escapar el aire de golpe al sentir una oleada de placer. Me sentía viva y todo mi cuerpo pulsaba. Cuando él empezó a moverse, retirándose y entrando de nuevo, me perdí en la marea de sensaciones. Mi corazón latía desbocado y en mis oídos tronaba el rumor de la sangre. Era imposible pensar cuando me dominaba la increíble experiencia de sentir a Edward moviéndose dentro de mi.
Me eche sobre el escritorio y apoye la cabeza en los brazos. Edward me sujetaba desde atrás, buscando el mayor contacto posible con cada movimiento. Las piernas no me sostenían, era Edward quien lo hacía.
Inicié un vuelo en espiral ascendente hacia el éxtasis, hasta que de repente mi mundo estalló convirtiéndose en un universo tachonado de estrellas.
Edward me acompañó un segundo después, gritando mi nombre y apretándome mas fuerte mientras se convulsionaba con un poderoso orgasmo.
Estaba sobre su pecho en el sofá de cuero del estudio, envuelta en el glorioso resplandor de la satisfacción sexual. No había esperado volver a casa y encontrarme con eso, pero no tenía ninguna queja.
–Hemos perdido demasiado tiempo –dijo Edward, pasando los dedos por mi muslo.
–Podemos compensarlo – le sonreí con timidez – Sobre todo si vienes a casa a comer a diario.
–No he venido a comer –dijo Edward acariciando mi cuerpo con la vista. Deslizó una mano bajo mi muslo coloque la pierna sobre su regazo, de modo que volví a estar abierta a sus caricias – Hoy no volveré a la oficina. Me he tornado la tarde libre.
Sentí otro pinchazo de deseo, a pesar de que había estado totalmente satisfecha un momento antes.
–¿Cómo puedes hacerme eso, con solo una mirada? –susurre, consciente de que mi piel volvía a sonrojarse con un rubor de excitación.
–¿Hacerte qué? –bromeó él, alzando la mano para apartar mi cabello y dejar mis senos a la vista. Los pezones se tensaron como si buscaran su atención.
–Encenderme –musite – Hacer que te desee con cada fibra de mí ser.
–Tal vez porque eso es lo mismo que me ocurre a mí cuando te miro –tocó mi rostro con ternura y vi en sus ojos que decía la verdad.
En ese segundo, supe que acabábamos de compartir un momento poderoso. Parecía que fuera la primera vez que habíamos sido totalmente sinceros el uno con el otro.
Sólo se trataba de un aspecto de nuestra relación, la parte física. Pero era importante. Me sentía mucho más unida a Edward que el día anterior. Y tal vez siguiéramos acercándonos cada vez que hiciéramos el amor.
–Ni siquiera necesito verte para desearte –dijo Edward – Pensar en ti basta para excitarme. Esta mañana no he podido trabajar ni un momento.
–¿En serio? –pregunte con timidez siempre había pensado que Edward siempre mantenía el control en cualquier situación.
–Basta de conversación –la voz de Edward sonó ronca y grave mientras me sentaba sobre él – Esta vez iremos mucho más lento.
hola!! lo siento! me tarde mucho les dejo el capi ya falta poco para el fina dejenme saber su opinion
cariños
SC
Capitulo diez
EPOV
Bella seguía dormida cuando me vestí para ir a trabajar. Me moví sin hacer ruido para no despertarla. Era la primera vez desde que volvió a Venecia que la veía dormir profundamente. La mayoría de las mañanas ya se había levantado cuando me preparaba para ir a trabajar. Y la mayoría de las noches, aunque estuviera en la cama simulando dormir, estaba inquieta.
Se dio la vuelta, llevó la mano a la almohada y le dio la vuelta para acurrucarse de nuevo. Sonreí. Incluso dormida le gustaba el lado frío de la almohada. Era una criatura de sangre tan caliente que siempre buscaba cosas frías. Agua con hielo, helado.
Desde que estaba embarazada, era como si un horno diminuto brillara en su interior. Me pregunté cómo aguantaría cuando llegara el verano. Tendría que llevarla a la finca de Veneto. O incluso a mi refugio en las montañas. Pero sin perder de vista la atención médica, no podía permitir que les ocurriera nada a ella y al bebe, aunque no fuere mió, no quería que dada les pasara
Por primera vez en meses me permití contemplarla de verdad, sabiendo que ella no me vería. Estaba de costado, con una pierna encogida y la otra estirada. Parecía una gacela en el punto más alto de un grácil salto.
Sentí una inesperada desazón y reconocí a que se debía: había echado de menos a Bella y lo que creía que habíamos compartido antes de descubrir su traición.
Este matrimonio tenía el único fin de satisfacer el deseo de mi abuelo: morir sabiendo que su legado no moriría con él. Pero si seguía el curso de la noche anterior, iba a ser mucho más placentero de lo que había esperado.
BPOV
Dormí hasta tarde y me desperté envuelta en un resplandor de lánguida satisfacción sensual. Me estiré y me sorprendió al ver la hora que era. Tras la total desinhibición que le había mostrado a Edward la noche anterior, me alegró que ya no estuviera aquí. No sabía si estaba lista para verlo cara a cara.
Llené la bañera, me recogí el pelo sobre la cabeza y me sumergí en un sensual baño de burbujas. Me sonrojé al pensar en lo apasionada que había sido con él. Sus caricias me habían encendido. Habíamos hecho el amor muchas veces antes, pero nunca había sido tan intenso. Tal vez mi cuerpo había querido hacerle saber que lo amaba.
Hasta la noche anterior mi mente había rechazado esa realidad. Pero era imposible cambiar la realidad de mis sentimientos diciéndome lo que debía creer. Mi corazón seguía sabiendo la verdad.
Sin embargo, amarlo me hacia vulnerable. Suspiré y salí de la bañera. No podía permitir que él conociera mis auténticos sentimientos.
Me sequé y vestí para ir a ver a André . Me gustaba ponerse guapa para él. No veía a demasiada gente y solía alabar mi apariencia.
Capté mi imagen en el espejo y me detuve. Miss ojos brillaban, tenía las mejillas encendidas y mi pelo caía sobre mis hombros en un alboroto de rizos.
¡No podía ir a ver a André así! El astuto anciano adivinaría de inmediato a qué se debía mi cambio. Me sentiría como una virgen después de la noche de bodas, preguntándome si todo el mundo adivinaría lo que había experimentado solo con verme.
Se senté ante el tocador para alisarme el pelo. Edward había dicho que le gustaba rizado y, si volvía a alisarlo, podía darle la impresión de que su opinión me daba igual. Por otro lado, no quería que pensara que me lo dejaba al natural para complacerlo.
Al final opté por peinarme como había hecho desde que regrese a Venecia. No podía perder tiempo pensando en tonterías. Era más importante prepararme por si André me preguntaba si había aclarado las cosas con Edward y puesto punto final a la tensión.
Por suerte, André estaba cansado, y pasó gran parte de la visita dormitando. Cuando se despertaba me hablaba de la inundación de 1966. Habían pasado más de cuarenta años, pero describió con viveza y todo lujo de detalles cómo el nivel del mar había subido dos metros, inundando la planta baja de Palazzo Cullen y causando grandes daños en la ciudad.
Mientras volvía a casa, Bella reflexioné sobre mi amistad con André. Según sus médicos, no viviría mucho, pero yo daba gracias por cada minuto que pasaba con él. Me había aceptado en su familia y sus historias sobre su vida y la ciudad significaban mucho para mi.
Pasara lo que pasara con Edward, en el futuro le contaría a mi hijo lo feliz que había sido André al saber que su bisnieto estaba en camino. Le contaría sus historias para que supiera cosas de su familia italiana, incluso si Edward se negaba a reconocerlo.
EPOV
Me paseaba impaciente por el despacho. Había vuelto a casa para ver a Bella, pero ella no había regresado de visitar a mi abuelo. Se retrasaba y necesitaba verla de inmediato.
Había pasado la mañana distraído y al final me había rendido al deseo de volver a casa y seducirla.
El sexo con Bella siempre había sido bueno, la noche anterior me había llevado a otro nivel. Había sido increíble y no podía dejar de rememorarlo. Fui hacia la ventana y me maldije por mi falta de control.
Me pregunte por qué permitía que Bella me afectara tanto. Tal vez se debiera a que llevaba demasiado tiempo sin una mujer y la noche anterior había recordado a mi cuerpo lo que me estaba perdiendo.
Miró mi reloj, preguntándome cuándo regresaría. Pensé en salir a buscarla, pero podía regresar por Varios caminos distintos. De repente, me pregunté por qué visitaba a mi abuelo a diario, sabiendo que eso no incidiría en su futuro. ¿Que pretendía ganar con eso?
No había impedido las visitas porque mi abuelo disfrutaba con ellas. Pero lo sorprendía que Bella pareciera disfrutar tanto como él.
No era como ninguna otra mujer a la que hubiera conocido. No parecía interesada en mi riqueza ni en mi estatus; solo me pedía que pasara tiempo con ella. Como eso me hacía cuestionarme ciertas cosas, enterré el pensamiento en lo más profundo de mi cerebro.
BPOV
Llegue a casa más tarde de lo habitual. Cuando subía las escaleras hacia el palazzo, tuve la sensación de que estaba siendo observada.
–Te he estado esperando.
Sobresaltada, me detuve y alce la cabeza. Edward estaba en la puerta de su despacho. Verlo apoyado en el umbral, rezumando seguridad y atractivo sexual por cada poro de su increíble cuerpo, me aceleró el pulso. Una bandada de mariposas aleteó dentro de mi estómago.
–He ido a visitar a tu abuelo –trague saliva al notar que mi voz sonaba ronca.
–¿Cómo estaba? –el sedoso acento italiano fue como una caricia para mi, que senti que mi compostura se fundía y disolvía, llevándose mis defensas.
–Bien, pero muy cansado. Me ha hablado de la riada –empece a subir la escalera hacia él, sin dejar de mirarlo.
Contemple cómo se quitaba la chaqueta oscura y se aflojaba la corbata. No parecía dispuesto a mantener su aspecto inmaculado mucho tiempo. Se paso los dedos por el pelo y lo apartó de su rostro perfecto y levemente bronceado. Era la viva imagen de la salud y el vigor. Sus intensos ojos verdes me escrutaban sentí que mi piel se templaba con la caricia de sus ojos. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Llegue al último escalón y él no se movió. Me planteé si evitarlo y seguir andando, pero era difícil moverme o pensar en algo que no fuera Edward. El calor de su cuerpo traspasaba la tela del vestido y su respiración me acariciaba los oídos.
Su aroma me envolvía como un velo. Una potente mezcla de masculinidad y colonia exótica, pura esencia de hombre, que me mareaba.
El puso las manos en mi cintura y el impacto fue instantáneo. Una corriente de electricidad que pasó de uno a otro. Eche la cabeza hacia atrás y abrí los ojos de par en par. El descendió hacia mi boca, expresando sus intenciones sin dejar lugar a duda.
Mi respiración se volvió entrecortada. Asome la punta de la lengua y me humedecí los labios, ya rojos y sensibles, anticipando su beso.
–He vuelto a casa para hacerte el amor.
Sus palabras fueron como fuego que fundió mis últimas defensas y azuzaron las llamas de mi deseo. Alce la mirada hacia él, consciente de que debía llevar lo que deseaba escrito en la cara.
Edward dio un paso atrás y me hizo entrar en el estudio. La puerta se cerró de golpe y él echo el pestillo.
–No he podido dejar de pensar en ayer por la noche –dijo, abrazándome.
–Yo también he pensado en eso – me tembló la voz. El ya había encontrado los diminutos botones de perla que cerraban la delantera de mi vestido y empezaba a desabrocharlos.
–Fue increíble –Edward agarró el bajo del vestido y me lo sacó por la cabeza. Lo dejó a un lado y empezó a acariciar mi piel desnuda, haciéndome temblar.
Lo miré con ojos nublados por la excitación. Ese hombre increíble iba a hacerme el amor. Tenía el corazón desbocado y me temblaban las piernas, igual que la noche anterior. Sólo había hecho falta que me tocara para encender un fuego en mi interior.
Alce las manos y empecé a tirar de su ropa. El, sabiendo lo que quería, se desnudó rápidamente.
Admiré su magnífico cuerpo, pura perfección masculina, antes de que su erección me atrajera como un imán. Quería y necesitaba tocarlo. Rodeé su miembro con los dedos y empecé a mover la mano como sabía que a él le gustaba.
La respiración de él se agitó de inmediato, adquiriendo un ritmo irregular. Ladeó la cabeza al ver que se lamía los labios, sentí un irresistible deseo de besarlo. Sin soltarlo, me acerque más. Me puse de puntillas y lo atraje hacia mi boca.
El me besó con hambre y pasión, devastando mi boca con intimidad erótica, mientras yo seguía acariciándolo y percibiendo su reacción al movimiento de mis dedos a través de su beso. De repente, él se apartó, tomó aire y agarró mi muñeca para detenerme.
–No más. Ahora no –jadeó. Entendí lo que quería decir. Quería que durase más para ambos.
–Eres bellísima –murmuró antes de lamer el lóbulo de mi oreja–. Mírate en el espejo. Quiero que veas lo mismo que yo.
Alce la mirada y contemplé mi reflejo. El estaba detrás de mi rodeándome posesivamente; solo llevaba un sujetador y braguitas de encaje.
Vi como las manos de él se movían hacia la parte delante de mi cuerpo. Observar y sentir al mismo tiempo era muy extraño. El deslizó una gran mano bajo el encaje de mi sujetador. El pezón se tensó contra la palma de su mano y él bajó el encaje para liberar mi seno.
Sentí una corriente erótica. Moldeado desde abajo, mi seno se alzó hacia el espejo; el pezón era un capullo rosado y tenso que atraía la mirada.
–¿Te hago daño? –susurró él contra mi oreja, haciéndome cosquillas con el aliento.
–No –moví la cabeza, consciente de mi seno, de la tensión del pezón que anhelaba ser tocado.
El deslizó la mano bajo el otro pecho y lo liberó también. Los dos pechos se alzaron, tensos y llenos, esperando la caricia de las manos de Edward.
No tuve que esperar mucho. Edward empezó a masajearlos con las palmas de las manos, haciéndome gemir y arquear la espalda animándolo. Cuando apretó mis pezones, gemí y cerre los ojos, apoyando la cabeza en sus hombros.
–Mírate –ronroneó él–. Eres bellísima.
Abrí los ojos a tiempo de ver como su mano derecha soltaba un pecho y se deslizaba por encima de mi estómago y seguía hacia abajo.
Contuve el aliento, esperando su diestra caricia. Tenía la piel sonrosada y mis ojos brillaban. El introdujo los dedos bajo el encaje de mis braguitas y localizó el punto central de mi deseo.
Un instante después mi cuerpo se perdió en un estallido de maravillosas sensaciones. Gemí y me apoye contra él mientras seguía acariciándome.
Basculé las caderas, restregándome contra su mano mientras las sensaciones se intensificaban. Me removí en sus brazos, casi como si quisiera detenerlo, pero eso era lo último que quería. Me había llevado casi hasta la cima y necesitaba llegar al final para liberar la tensión que se volvía insoportable.
Como si quisiera demostrar lo bien sincronizados que estaban nuestros cuerpos, me soltó un momento para bajarme las braguitas del todo. Después me dobló sobre el enorme escritorio forrado de cuero.
Aún no había captado su intención cuando lo sentí empujar desde atrás. Tenía las piernas entreabiertas y me dejé caer hacia delante, apoyando los antebrazos en el escritorio. El agarró mis caderas para equilibrarme y me penetró con un movimiento fluido.
Deje escapar el aire de golpe al sentir una oleada de placer. Me sentía viva y todo mi cuerpo pulsaba. Cuando él empezó a moverse, retirándose y entrando de nuevo, me perdí en la marea de sensaciones. Mi corazón latía desbocado y en mis oídos tronaba el rumor de la sangre. Era imposible pensar cuando me dominaba la increíble experiencia de sentir a Edward moviéndose dentro de mi.
Me eche sobre el escritorio y apoye la cabeza en los brazos. Edward me sujetaba desde atrás, buscando el mayor contacto posible con cada movimiento. Las piernas no me sostenían, era Edward quien lo hacía.
Inicié un vuelo en espiral ascendente hacia el éxtasis, hasta que de repente mi mundo estalló convirtiéndose en un universo tachonado de estrellas.
Edward me acompañó un segundo después, gritando mi nombre y apretándome mas fuerte mientras se convulsionaba con un poderoso orgasmo.
Estaba sobre su pecho en el sofá de cuero del estudio, envuelta en el glorioso resplandor de la satisfacción sexual. No había esperado volver a casa y encontrarme con eso, pero no tenía ninguna queja.
–Hemos perdido demasiado tiempo –dijo Edward, pasando los dedos por mi muslo.
–Podemos compensarlo – le sonreí con timidez – Sobre todo si vienes a casa a comer a diario.
–No he venido a comer –dijo Edward acariciando mi cuerpo con la vista. Deslizó una mano bajo mi muslo coloque la pierna sobre su regazo, de modo que volví a estar abierta a sus caricias – Hoy no volveré a la oficina. Me he tornado la tarde libre.
Sentí otro pinchazo de deseo, a pesar de que había estado totalmente satisfecha un momento antes.
–¿Cómo puedes hacerme eso, con solo una mirada? –susurre, consciente de que mi piel volvía a sonrojarse con un rubor de excitación.
–¿Hacerte qué? –bromeó él, alzando la mano para apartar mi cabello y dejar mis senos a la vista. Los pezones se tensaron como si buscaran su atención.
–Encenderme –musite – Hacer que te desee con cada fibra de mí ser.
–Tal vez porque eso es lo mismo que me ocurre a mí cuando te miro –tocó mi rostro con ternura y vi en sus ojos que decía la verdad.
En ese segundo, supe que acabábamos de compartir un momento poderoso. Parecía que fuera la primera vez que habíamos sido totalmente sinceros el uno con el otro.
Sólo se trataba de un aspecto de nuestra relación, la parte física. Pero era importante. Me sentía mucho más unida a Edward que el día anterior. Y tal vez siguiéramos acercándonos cada vez que hiciéramos el amor.
–Ni siquiera necesito verte para desearte –dijo Edward – Pensar en ti basta para excitarme. Esta mañana no he podido trabajar ni un momento.
–¿En serio? –pregunte con timidez siempre había pensado que Edward siempre mantenía el control en cualquier situación.
–Basta de conversación –la voz de Edward sonó ronca y grave mientras me sentaba sobre él – Esta vez iremos mucho más lento.
hola!! lo siento! me tarde mucho les dejo el capi ya falta poco para el fina dejenme saber su opinion
cariños
SC
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)