martes, 28 de septiembre de 2010

MI HIJO? CAPITULO 18

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 18

EPOV


Observe a la enfermera salir de la habitación con una mezcla de emoción y miedo.

Por un lado, quería estar a solas con Bella, abrazarla y hablar de la alegría que me había dado ver la carita de mi hija.

Por otro, entendía que no quisiera estar conmigo. Había prometido protegerla, estar a su lado siempre y cuando más me necesitaba… la había decepcionado.

Si quería el divorcio, no pondría ninguna resistencia.

Después de intentar convencerla de todas las maneras posibles de que había una oportunidad para nosotros. Pero sabía lo testaruda que era Bella.

—Bella, yo…

—Edward…

Ella rió, nerviosa.

—Empieza tú.

Me se aclare la garganta.

—Mira, Bella, sé que tienes una lista de razones para divorciarnos, pero yo creo que te equivocas.

—Edward, yo…

—Espera, escúchame, por favor. Quiero que sepas todas las razones por las que deberíamos seguir casados.

—Pero…

—Bella, por favor. Dame una oportunidad.

—Muy bien.

—Las cosas van a ser más difíciles ahora. Aunque contratemos a alguien para que esté contigo durante el día, estos últimos meses de embarazo podrían ser duros para ti. Por supuesto, yo estaré contigo todas las noches y todos los fines de semana. Y en cuanto pueda escaparme del trabajo iré a casa para estar a tu lado.

La mire, para ver qué efecto ejercían mis palabras.

Por el momento, aparentemente, ninguno.

—Además, tienes que pensar en tu trabajo. Volturi podría usar nuestro divorcio en tu contra. Incluso podría usar que estés de baja. Tú no sabes de lo que es capaz.

—Sí, claro que lo sé.

—Pues eso.

—¿Y esas son las únicas razones para que sigamos casados?

—No, claro que no —conteste—. También está la niña.

—La niña.

—Sí, claro. Si cuidamos de ti, cuidamos de la niña al mismo tiempo. Y una niña sana es lo más importante, ¿no?

—Sí, por supuesto —contestó Bella, me fije en que estaba restregándose las manos—. Tienes toda la razón.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué?

—¿Vamos a seguir casados?

—No.

—¿No te he convencido? —murmure, sin poder disimular mi tristeza.

—Has sido muy persuasivo, pero la verdad es que por mucho que queramos a esta niña, no es base suficiente para un matrimonio, Edward. Al menos, no el matrimonio que yo quiero.

—¿Y qué clase de matrimonio quieres, Bella?

—Uno basado en el amor.

Sentí que mi corazón se detenía durante una décima de segundo.

—¿Estás diciendo que eso es lo que quieres de un matrimonio o de nuestro matrimonio?

—Las dos cosas. Me alegra mucho que quieras a la niña, pero no es suficiente. Necesito que me quieras a mí, Edward. Que me quieras de verdad. Porque yo te quiero. He intentado no quererte, pero…

No pudo terminar la frase porque la estreche entre mis brazos. La bese sin decir una palabra, con ternura, con amor. Porque yo quería que Bella, mi Bella, supiera cuánto la amo.

Luego tome su cara entre mis manos y la mire a los ojos.

—Claro que quiero a nuestra hija, pero la quiero más porque es nuestra. Es parte de nosotros. Y me encanta que sea parte de nosotros porque te quiero, Bella. Si no hubiera sido por ella, quizá no habría tenido la oportunidad de enamorarme de ti, pero te quiero… y te querré siempre. Por ti, no por la niña.

Bella se quedo callada, no sabía si decir algo más, pero no me lo permitio porque me echó los brazos al cuello y me besó..

—Creo que me has convencido.

—Sé que no confías en mí del todo, pero jamás volveré a fallarte, cariño. Te lo prometo.

—No me fallaste, Edward. Nadie puede proteger a otra persona de todo. Nadie puede hacer ese tipo de promesa.

—Bella, yo…

—Sé que me protegerás, cariño, sé que cuidarás de mí y yo cuidaré de ti. Pero tampoco yo podré protegerte de ciertas cosas. Lo importante es no dejar que esas cosas nos separen. Si seguimos casados y nos quedamos con nuestra hija, la vida podría ponernos por delante todo tipo de obstáculos. Pero también podría ofrecernos mucha felicidad. Y creo que estoy dispuesta a aceptar ambas posibilidades.

La mire tenia, sus ojos llenos de amor y esperanza.

—¿De verdad quieres que seamos una familia?

—Sí, quiero que seamos una familia. Tendremos que hablar con Alice y Jasper, naturalmente aunque no creo que eso sea un problema.

—Seguro que no.

—Edward, durante todo este tiempo pensaba que no era la mujer adecuada para ti porque querías alguien a quien poder rescatar.

—Pero…

Bella puso un dedo sobre mis labios.

—Y la verdad es que necesito que me rescates de mí misma. Sin ti, podría haberme pasado la vida escondiéndome de todo para evitar que me hiciera daño. Pero ahora estoy dispuesta a enfrentarme con lo que sea. Mientras estemos juntos.

Entonces sonó un golpecito en la puerta y el médico entró comprobando su informe.

—Parece que todo está bien, señora Cullen. Ah, ¿es usted el señor Cullen?

—Sí, es mi marido —contestó Bella, apretando mi mano con ternura, con este pequeño gesto me estaba demostrando su amor y su confianza que nuestro matrimonio funcionara.

MI HIJO? CAPITULO 17

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 17
BPOV


Estaba amaneciendo y los ruidos del hospital empezaban a filtrarse a través de la puerta. Me encontraba desde la cama, observando a Edward, que dormía en el sillón.


Intente convencerlo para que se fuera a casa, pero él se negó. Aunque debía estar agotado.


Había estado trabajando todo el día, luego tuvo que ir al hospital con la angustia de no saber qué había pasado, si habríamos perdido al niño… y, además, tuvo que soportar mi ataque de histeria.


Recorde los sucesos del día anterior; el miedo de perder al niño, el viaje al hospital en la ambulancia, esperando que Edward me llamara de un momento a otro para consolarme.


Pero los minutos se convirtieron en horas y él no apareció.


Ahora sabía por qué pero… absurdamente, me convencí a mí misma de que no había acudido al hospital porque no le parecía importante.


De todas formas, no quería pasar por esa angustia otra vez. No quería volver a necesitar a alguien de una forma tan desesperada, temiendo que no apareciera…


Lo mejor era terminar, me dije.


Suspirando, mire alrededor. Edward estaba dormido, de modo que no podía poner la televisión. Con cuidado, me levante de la cama y tome mi maletín. Dentro encontraría algo con lo que entretenerme. La única carpeta que contenía era la del caso Black y ya me sabía las notas de memoria. Además, no tenía sentido volver a leerlas porque había solicitado que me retirasen del caso.


Sin embargo, cuando volví a la cama, leí las notas con morbosa curiosidad. Ahora que no tenía que juzgar el caso me permití a mí misma ser parcial, involucrarme emocionalmente en aquella historia.


El divorcio de los Black no era diferente de otros que había llevado. Era una pareja que se casó muy joven, tenían unos hijos a los que adoraban y dinero a espuertas. Pero también había tragedias en su vida y la mala salud del pequeño parecía haber sido lo que deterioró la relación.


Al final, no se amaban lo suficiente como para soportar los golpes de la vida.


Por primera vez en mi carrera, estaba mirando un caso desde un punto de vista no profesional y me pregunte si los Black volverían a empezar si tuvieran oportunidad de hacerlo.


Nunca sabría la respuesta, naturalmente. Y, sin embargo, conocía las estadísticas mejor que nadie. Casi el cincuenta por ciento de los matrimonios terminaban en divorcio, pero muchas de esas personas volvían a casarse dos y tres veces más. Incluso después de un divorcio, la mayoría de los seres humanos se arriesgaba de nuevo.


¿Por qué no podía hacerlo yo?


Mire el sillón donde Edward dormía plácidamente.


Durante todos aquellos años me había creído tan lista por proteger mi corazón… Pero ahora me preguntaba: ¿había sido inteligente o una cobarde?


¿No le había dicho a Edward que intentaría confiar en él? Y, sin embargo, a la primera oportunidad lo echaba de mi vida sin contemplaciones.


Siempre había pensado que era una persona justa, pero no lo había sido con él. Y tampoco había sido sincera. Ni siquiera le dije que lo amaba.


Como si hubiera leído mis pensamientos, Edward despertó entonces. Tardó un momento en descifrar dónde estaba, pero en cuanto me vio se levantó del sillón como por un resorte.


—¿Cómo estás, Bella?


Nerviosa, confusa.


—Mejor.


—¿Has dormido bien?


—Sí —conteste—. Bueno, regular. Es una habitación extraña y…


—Y estabas preocupada —dijo Edward.


—Sí.


Aunque «preocupada» sólo empezaba a describir aquella maraña de emociones. Preocupada era la punta del iceberg.


Antes de que pudiéramos seguir hablando sonó un golpecito en la puerta. Una enfermera entró empujando un carrito con un aparato de ecografías.


—Ah, qué bien, ya está despierta. Tenemos que hacerle otro eco. Luego, cuando pase el médico, puede pedirle el alta.


—Pero… —empezó a protestar Edward.


—No pasa nada. Sólo querían que me quedase aquí esta noche. Ahora puedo irme a casa.


La enfermera conectó la máquina, me echó una especie de gel sobre el abdomen y empezó a pasarme el aparato mientras miraba la pantalla.


—¿Ha vuelto a tener contracciones?


—No —conteste, mirando a Edward. No sabía qué me hacía más ilusión, los movimientos del niño o la cara de perplejidad de mi marido.


—Dios mío… ¿eso es una mano?


—Sí —contestó la enfermera—. Y está moviendo los deditos, ¿no lo ve? Ésa es buena señal. El latido del corazón, bien, fuerte, rítmico.


—Ese es su corazón —murmuró Edward mirandome—. El corazón de nuestro niño.


Asentí, emocionada.


—142 pulsaciones por minuto, muy relajada después del susto de ayer. Parece que va a tener usted una niña muy fuerte, señora Cullen.


—¿Es una niña? —exclamó Edward.


—Sí… en fin, espero no haberles estropeado la sorpresa —se disculpó la enfermera.


—No, no, yo ya tenía un presentimiento —sonreí.


—¿Podemos verle la cara?


—Pues no sé… a ver… mire, está bostezando —rió la enfermera—. Ya les he dicho que va a ser una niña dura, está tan tranquila.


—¡Se ha metido un dedo en la boca! —exclamó Edward, incrédulo.


Mientras miraba a mi marido observando, atónito y emocionado, a nuestra hija chuparse un dedo, supe la respuesta a mi pregunta: era una cobarde.


O, más bien, lo había sido.


Pero no iba a serlo nunca más.

MI HIJO? CAPITULO 16

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 16

EPOV


Llegue al hospital con el corazón latiendo a mil por hora y el miedo casi ahogándome.

Nueve horas tarde.

Me sentía tan culpable mientras atravesaba las puertas del hospital…

Le había jurado a Bella que estaría a su lado, que la ayudaría en todo. Había empezado a confiar en mi y ahora… ¿qué pensaría?

Me necesitaba, mi hijo me necesitaba ¿y dónde estaba yo? Trabajando. Al otro lado de la ciudad, sin cobertura en el móvil.

Y era el último en llegar al hospital. Cuando llegue a su habitación, Alice y Jasper estaban allí, pero no veía a Bella por ninguna parte.

—¿Dónde está?

Alice estaba sentada en un sillón, con los ojos cerrados y una expresión de dolor en el rostro.

—Duchándose —contestó Jasper—. El médico le ha dado permiso para hacerlo porque no podía relajarse.

—¿Está bien?

—Sí, está bien. Y el niño también. Sólo ha sido una falsa alarma. ¿Dónde te habías metido?

—He venido en cuanto escuché el mensaje. Estaba trabajando en las lindes del condado y no había cobertura… He llamado a Bella varias veces, pero tenía el móvil apagado.

—Lo apagó la enfermera —sonrió Jasper—. Pero bueno, ahora que estás aquí puedo llevarme a Beth a casa. Ha sido un día muy largo.

Unos minutos después, Jasper se llevaba a su mujer, que me miró con una expresión mucho menos compasiva. No podía ni imaginar la reacción de Bella.

Pero lo importante era que ella estaba bien y que el niño estaba bien. Podía enfadarse conmigo, incluso tirarme algo a la cabeza, mientras estuviera a salvo, lo demás no importaba.

Diez minutos más tarde se abrió la puerta del baño y Bella apareció envuelta en un albornoz, muy pálida.

Al verla, algo dentro de mi se rompió y ni siquiera intente controlar mi deseo de abrazarla.

—Cariño… estaba tan preocupado. Pero Jasper me ha dicho que estás bien y el niño también.

—Sí, estoy bien —murmuró ella, apartándose—. Mi ginecólogo quiere que me quede a dormir aquí esta noche, por si acaso. Pero el niño está bien.

—Bella, no sabes cómo siento no haber estado aquí contigo. Vi tu mensaje hace menos de una hora… —intente disculparme.

—No pasa nada.

—Hubo un incendio a las afueras de Jarrell. Parece que alguien lo provocó para tapar un asesinato y hemos estado allí todo el día. No había cobertura, lo siento.

—No pasa nada —repitió Bella, tumbándose en la cama.

—Bells, de haberlo sabido habría venido enseguida. Pero no recibí el mensaje hasta hace una hora —insistí.

Por fin, Bella me miró. El brillo de sus ojos había desaparecido.

—No te preocupes. Mike estaba conmigo.

—A partir de ahora, quiero que lleves contigo el teléfono del jefe de bomberos. Él puede localizarme en cualquier sitio.

—No es necesario. No tienes por qué estar pendiente de mí.

Su frío tono de voz me dejó perplejo.

—Sí tengo que estar pendiente de ti. Para eso nos hemos casado.

—Nos casamos para que yo no perdiera mi trabajo —me recordó ella.

La miré, sin saber qué decir.

—Pensé que ahora las cosas eran diferentes.

—Y ya que hablamos de mi trabajo —siguió Bella, como si no me hubiera oído— ya no tienes que preocuparte.

—¿Por qué?

—El caso Black tendrá que llevarlo otro juez. Ni siquiera el juez Volturi se atrevería a despedir a una juez que está de baja y para cuando vuelva al despacho…

—¿El médico te ha dado la baja?

—Me ha dicho que no debo moverme durante unas semanas. Quizá durante el resto del embarazo.

—Pero Jasper me dijo que el niño y tú estabais bien.

—Estamos bien, pero no puedo seguir trabajando. Por eso he pedido que otro juez lleve el caso Black. No quiero que tengan que esperar por mí.

—No estoy preocupado por el caso, estoy preocupado por ti —suspire—. Sé que tu trabajo, y ese caso en particular, era muy importante para tu carrera.

—Ya, pero ahora no me parece tan importante —murmuró ella.

Aparté un rizo de su frente.

—Superaremos esto, Bella. Yo puedo tomarme unos días libres… o podemos contratar a alguien para que se quede contigo durante el día.

—No, Edward. Eso es lo que estoy intentando decirte. No tenemos que hacer nada.

—¿Por qué?

—Ya no hay ninguna razón para que sigamos juntos.

—Bella…

—Nos casamos para que yo no perdiera mi trabajo, pero mi trabajo está a salvo.

—¿Y nosotros?

—Nunca ha habido un nosotros, Edward.

—Eso no es verdad —replique—. Dijimos que seguiríamos juntos, que íbamos a ser una familia.

—Lo sé y lo siento —murmuró Bella.

—¿Por qué, Bella? ¿Qué ha pasado?

—Que yo no soy la mujer que quieres.

—Eso es ridículo.

—No, no lo es —los ojos de Bella se llenaron de lágrimas—. Sólo te casaste conmigo porque pensaste que era lo correcto. Tú quieres una mujer a la que puedas proteger, para quien puedas ser un héroe. Y yo no soy esa mujer.

—Te equivocas, Bella. Yo no quiero proteger a nadie.

—Rose me dijo…

—¡Olvídate de Rose, por Dios! Rosalie no sabe lo que yo quiero de la vida, ni la clase de mujer que necesito.

—¿Estás seguro de que tú sí lo sabes?

—Mira, puede que antes haya salido con mujeres muy diferentes a ti, pero, ¿qué tiene eso que ver? Yo no quiero casarme con una chica que espere a Superman. ¿Por qué iba a querer eso? Esa es la relación que tuvieron mis padres y no funcionó. La única mujer a la que quiero eres tú, Bella.

—No, tú quieres una mujer que sea una buena madre…

—Y tú lo serás.

—Yo no tengo instinto maternal. Y tampoco parece que tenga el material genético más adecuado.

—¿Por qué dices eso? Muchas mujeres tienen problemas durante el embarazo —insistí, desesperado.

—No es eso. Es que hoy, cuando sentí la primera contracción estuve a punto de no venir al hospital. Mike tuvo que convencerme porque yo quería entrar en la sala… El médico dijo que había llegado justo a tiempo. De haber esperado un poco más, habría sido demasiado tarde.

La angustia que había en su voz me partió el corazón.

—Pero no esperaste, Bella. Llegaste a tiempo.

—Porque me trajo Mike. Yo tenía tanto miedo… no quería que pasara nada, quería cerrar los ojos… Antes de esto, yo sabía lo que quería de la vida. Lo tenía todo planeado y todo funcionaba como yo esperaba. Y ahora…

—¿Y ahora qué?

—Ahora ya no sé. Lo único que sé es que no quiero volver a pasar por esto.

No sabía cómo calmar sus miedos. Ni siquiera si había algo que pudiera decir para consolarla.

—Yo lo único que sé es que te quiero, Bella. No puedo prometerte que no volverás a tener miedo. No puedo prometerte que las cosas serán fáciles a partir de ahora, pero creo que pase lo que pase podremos soportarlo si estamos juntos. Si confiaras en mí de verdad, me creerías.

MI HIJO? CAPITULO 15

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 15

BPOV


Nos habíamos acostado juntos todas las noches durante una semana, desde que Edward trajo a casa los resultados de la prueba.

Quería que confiase en él, me había dicho. Y, en parte, así era . Sabía que nunca le haría daño al niño, que nunca me haría daño a mi intencionadamente. Y confiaba también en que quisiera estar conmigo.

Pero sabía que el deseo podía desaparecer como había aparecido. Era tan transitorio como el afecto o el amor. En menos de cuatro meses daría a luz, Alice y Jasper pedirían la custodia del niño y todo habría terminado.

¿Cómo sería mi vida a partir de entonces?

Probablemente, el trabajo volvería a ser el centro de mi existencia. Y seguiría sola, como siempre. Completamente independiente, protegida de las decepciones de la vida porque no dejaba que nadie me acercara tanto como para hacerme daño.

Hubo un tiempo en el que habría jurado que así era como quería vivir para siempre, pero ahora…

Ahora me parecía una existencia terriblemente solitaria.

¿Cómo iba a volver a lo de antes después de haber tenido un hijo dentro de mi vientre? ¿Cómo iba a volver a dormir sola después de haber dormido con Edward?

Pensé entonces en los Black, que siempre habían parecido la pareja perfecta. Todo el mundo en Georgetown creía que lo eran. ¿Quién hubiera pensado que esa relación acabaría en divorcio?

Ese pensamiento me desconcertó de tal modo que el brazo de Edward sobre mi vientre empezó a ahogarme.

Intenté apartarlo para levantarme, pero Edward me sujetó.

—¿Adonde vas?

—¿Qué? Iba a… buscar un vaso de leche.

¿Qué podía decirle, que necesitaba un poco de aire, que quería estar sola?

—¿Tienes sed?

¿Sed? ¿Pánico?

—Sí.

—Voy a buscarlo —murmuró Edward, levantándose.

—No hace falta. Puedo ir yo.

—Quiero traerte el vaso de leche, Bella —sonrió Edward—. ¿Te apetece algo más?

«¿Qué tal tu amor?». ¿De dónde demonios había salido eso?

—No, sólo leche.

No quería que se enamorase de mi… ¿o sí? Y yo no estaba enamorada. ¿O lo estaba? No, no podía ser. No sería tan tonta.

—Aquí lo tienes.

—Gracias.

—¿Qué te pasa, Bella?

—Nada.

—¿Nada? Pareces preocupada. No, es que… estaba pensando que si no fuera por mí, tu vida sería mucho más sencilla.

EPOV

Aún no me había acostumbrado a la oscuridad de la habitación y no podía ver su cara, pero sabía que pasaba algo. Era una mujer tan compleja…

Podría decirle cien cosas, pero ella no estaba preparada para escucharlas.

—De no ser por ti, no estaría a punto de convertirme en padre.

—¿Estás pensando en quedarte con el niño? – Pregunto —Aunque lo criasen Alice y Jasper, yo seguiría siendo su padre, ¿no?

—Sí, pero…

—Además, quiero ser parte de su vida. ¿Y tú?

—Entonces, estás pensando en quedarte con el niño.

—¿No lo has pensado tú? —pregunte.

—Yo… no lo sé. Me pregunto qué debo hacer. Alice sería mejor madre que yo…

—No estoy de acuerdo.

—Yo creo que sí. Además, la situación ideal para criar a un niño es con un padre y una madre y yo estoy sola.

—¿Sola? ¿Y yo qué?

—¿Qué estás diciendo, Edward?

¿Qué estaba diciendo? ¿Que quería seguir viviendo con ella? Sí, eso era lo que quería, pero ¿lo querría Bella? «Vamos, Cullen, tú quieres quedarte con el niño. Díselo de una vez».

—¿Por qué no nos quedamos con él, Bella? ¿Por qué no seguimos casados?

Ella contuvo el aliento.

—No lo sé.

Asentí, decepcionado. No había esperado una declaración de amor, pero quizá cierto entusiasmo… Aunque Bella no había dicho que no. De modo que aún podía convencerla.

—¿Por qué no? Hacemos una buena pareja, ¿no crees?

—Sí, en la…

—No sólo en la cama. Te quiero y quiero al niño. Venga, Bella, a ti también te importa ese niño. No puedes negarlo. Es nuestro hijo y podemos formar una familia. ¿Qué dices?

Bella se lo pensó un momento. O quizá no, quizá ya lo había pensado, quizá ya lo había decidido.

—Muy bien, de acuerdo.

La abrace con fuerza. Bajo una de mis manos podía sentir los latidos de su corazón. Bajo la otra, al niño que nos había unido… el niño que había convencido a Bella para que se casara conmigo.

No quería manipularla, pero eso era mucho mejor que perderla para siempre.

BPOV

Era la primera vista en el caso de divorcio de los Black, el caso más importante de mi carrera profesional. Y en lo único que podía pensar era en Edward.

No me quería de verdad. Lo había dicho por decir.

¿Cómo iba a amar un hombre como él, un hombre que quería ser un héroe, a una mujer como yo? yo no necesitaba que me rescatasen.

Aceptar que siguiéramos casados había sido una estupidez. Pero, ¿cómo iba a decir que no si él pintaba un retrato tan hermoso de nuestro futuro?

Podía imaginarlo: perezosos sábados en la cama, domingos por la noche en la cocina, haciendo juntos el desayuno, con un niño, o una niña, sobre las rodillas comiéndose un hotcake…

Iba hacia la sala del Juzgado con una sonrisa en los labios cuando sentí la primera punzada de dolor. Inmediatamente, me apoye en la pared con una mano, mientras me llevaba la otra al abdomen, que parecía extrañamente duro.

El dolor pareció durar una eternidad, pero al fin desapareció mientras yo respiraba como me habían enseñado en las clases, rezando al mismo tiempo para que no fuera nada.

Pero el corazón me decía que pasaba algo malo. Algo horrible.

De inmediato, pense en llamar a Edward. Por supuesto, él iría a la carrera, pero ¿serviría de algo tenerlo allí? Quizá sólo había sido un calambre, un espasmo.

Entonces mire hacia la sala donde esperaban los Black, sus abogados, el juez Volturi y un montón de periodistas.

Sólo tenía que dar veinte pasos y estaría allí. Podría sentarme en una cómoda silla, tomar un vaso de agua…

Casi estaba convencida cuando Mike apareció a mi lado.

—¿Qué te pasa?

—Nada —conteste.

—¿Cómo que no te pasa nada? Estás pálida como una muerta.

—Es que he sentido un dolor… en el vientre. He tenido que pararme un momento.

—¿Qué clase de dolor?

—Un espasmo.

—¿No podría ser una contracción?

¿Podría serlo?

—No lo sé. ¿Cómo sabes tú eso?

—Tengo dos hermanas y cinco sobrinos —sonrió Mike—. Venga, vamos a tu despacho. Puedes tumbarte en el sofá mientras yo llamo al médico.

La idea de que me ocurriera algo malo de verdad me aterrorizó de tal modo que decidí olvidar el susto por completo.

—No, no, de verdad. Estoy bien. Ya se me ha pasado. Además, seguramente sería una de esas contracciones falsas. Ya sabes que las primerizas van al hospital un montón de veces antes de dar a luz de verdad.

—Es posible, pero tienes que ir al médico, cariño.

—Pero el juicio…

—Bella, no. El juicio puede esperar.

—No…

—¡No te pongas cabezota! Nada es más importante que esto.

Tenía razón, por supuesto. A pesar de ello, mientras entraba en mi despacho me daba más miedo llamar al ginecólogo que seguir adelante como si no hubiera pasado nada.

—¿Cuál es el número de tu médico?

se lo di mientras me tumbaba en el sofá, pero al hacerlo volvi a sentir un terrible dolor en el abdomen.

Mike llegó a mi lado de inmediato.

—¿Cuándo tuviste la primera contracción?

—No lo sé —conteste, casi sin voz—. ¿Qué hora es ahora?

—Las nueve y diez.

—Quizá diez minutos. A lo mejor un poco más.

—Seguramente no será nada, pero voy a llevarte al hospital ahora mismo —dijo Mike entonces.

Hubiera querido protestar, pero el dolor era insoportable. Además Mike tenía razón: no había nada más importante que el niño, que mi niño.

—Mi bolso y mi maletín están en el cajón del escritorio. Y tienes que buscar a mi alguacil, Celia, para contarle lo que ha pasado.

—Ahora mismo —murmuró Mike, sacando el bolso y el maletín del cajón—. ¿Qué más quieres que haga?

—Llama a Edward y dile que vaya al hospital.

MI HIJO? CAPITULO 14

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 14

EPOV


A no me gusta pensar que soy una persona débil. Bueno, seguramente a nadie le gusta pensar eso. Pero Bella… Bella era mi debilidad.

Ella hace que me cuestione decisiones que solía tomar con toda seguridad, sin pensarlo dos veces. Hace que desee cosas que no podía tener. Como a ella, por ejemplo. O el niño.

Por primera vez en mi vida, no deseaba a una mujer sólo sexualmente. Quería su amor. Su confianza.

Y Bella no confiaba en mi.

Eso había quedado claro la noche que sacó un preservativo de la mesilla cuando yo acababa de prometerle que no había estado con ninguna otra mujer desde que nos hicimos las pruebas para la inseminación.

Y no confiaba en mi lo suficiente como para sincerarse.

Cualquiera que la hubiese oído hablar la otra noche pensaría que ya estaba redactando los papeles del divorcio. Yo sabía que nos divorciaríamos en cuanto el juez Volturi fuera elegido para el Tribunal Supremo y su carrera estuviera a salvo. Incluso era posible que nuestra relación no significara nada para ella.

Sí, había sabido desde el principio que esta era una situación temporal, pero las cosas habían cambiado.

Hacer el amor con Bella lo había cambiado todo.

Pero tendría que convencerla. Tendría que demostrarle que podía confiar en mi. Y, maldición, pensaba hacerlo antes de hacer el amor con ella.

Al menos, ése había sido el plan el lunes por la mañana, cuando sali temprano de casa y pase por la consulta del médico. Pero el resultado de la prueba había tardado más de lo que esperaba. Tres días para ser exactos.

Pero el jueves por la tarde tenía en mis manos la prueba de que estaba sano. Lo que necesitaba para demostrarle a Bella que podía confiar en mi.

A las cinco y media entre en casa. Bella no había llegado todavía, pero eso no me preocupó en absoluto. Podría haberse quedado a trabajar en el Juzgado, podría estar en un atasco, podría haber ido a comprar algo…

Pero a las ocho y media empezaba a dejar una marca en la alfombra del salón de tanto pasear arriba y abajo. Sí, ella solía trabajar hasta tarde, pero aquello era demasiado. La llame al móvil varias veces, pero estaba fuera de cobertura.

A las nueve y media, estaba en la cocina con los codos apoyados en las rodillas, sin saber qué hacer.

Cuando por fin se abrió la puerta a las diez, ya no sabía lo que sentía: miedo, ansiedad o rabia.

—Es muy tarde —le espete, a modo de saludo.

Bella arrugó el ceño, sorprendida.

—He cenado en casa de mi hermana.

—Deberías haber llamado para decírmelo —replique, exasperado.

—No he llamado porque no sabía que estarías en casa.

—Aun así, deberías haber llamado.

—Tú no has llamado estos últimos días —me recordó ella, cruzándose de brazos.

—Estaba trabajando —me defendí —. Y sabías que llegaría tarde a casa.

¿Por qué estábamos discutiendo cuando lo que yo quería era tomarla entre mis brazos?

—Ya, claro, yo tenía que saber que llegarías tarde a casa tres días seguidos porque el lunes dejaste una nota diciendo que llegarías tarde.

Me pase una mano por el pelo, nervioso.

—Mira, no era de esto de lo que quería hablar contigo.

—¿Y de qué querías hablar entonces? Seguro que se te ocurrirá alguna otra crítica, pero esta noche no estoy de humor.

La mire, sorprendido. ¿Crítica? ¿Sentía que la criticaba? Pero no era eso…

Fuera lo que fuera, no pensaba dejar que saliera de la habitación sin aclarar las cosas.

—Espera, Bella.

—¿Qué?

—Yo no quería…

¿Qué?, me pregunte a mi mismo: «¿Portarme como un completo idiota? ¿Hacer que te enfadaras?»

Por fin, en lugar de admitir mi culpa, decidí explicárselo:

—Es que estaba muy preocupado por ti.

La expresión de Bella se suavizó un poco.

—No quiero que te preocupes por mí. Sé cuidar de mí misma.

—Eso ya lo sé.

Pero saberlo no impedía que quisiera protegerla, hacerla mía.

Aunque eso lo guarde para mí mismo. Ella era tan fuerte, tan independiente. Nunca aprobaría esos deseos tan cavernícolas. Tampoco yo los aprobada, pero no podía contenerlos.

—He ido al médico.

—¿Por qué? ¿Qué te pasa? —preguntó Bella.

—Nada, nada. Me he hecho la prueba otra vez.

—¿Qué prueba?

Le di el informe.

—Estoy como un roble —intenté bromear.

BPOV

No leí el informe porque ya imaginaba lo que era.

—¿Has hecho eso por mí?

—Quería que supieras que no te había mentido.

—¿Por qué?

—Porque quiero que confíes en mi, Bella.

—¿Por qué te importa tanto que confíe en ti?

—Porque me importas —contestó él—. ¿No vas a mirar el informe?

—No me hace falta —conteste, casi sin voz.

Le importaba. Edward me había dicho que le importaba.

Entonces pense en lo que Alice me había dicho, que era demasiado independiente, que los demás querían cuidar de mi, pero no me dejaba.

Después de tantos años confiando únicamente en mí misma, ¿podría confiar en otra persona? ¿Y podría perdonarme a mí misma si no lo intentaba al menos?

—Muy bien —murmure, devolviéndole el sobre.

—¿Muy bien?

—Lo intentaré. Intentaré confiar en ti.

Me habría gustado decir algo más concreto que «lo intentaré», pero él pareció aceptarlo como un paso adelante.

Y cuando me tomó entre sus brazos, sentí no sólo el familiar cosquilleo de deseo, sino un cierto miedo. Todo aquello era tan nuevo para mi . Pero aparte el miedo a un lado, decidida.

Sólo había dicho que intentaría confiar en él. Y podía hacerlo sin que me rompiera el corazón, estaba segura.

EPOV

Desperté con el olor del cabello de Bella en la almohada y el sonido de la ducha en el cuarto de baño.

Me quede en la cama durante unos minutos, escuchando y recordando. Mi erección se hizo más patente bajo los calzoncillos de algodón al recordar lo apasionada que había sido Bella por la noche, al recordar sus gemidos cada vez que chupaba sus pezones, como repetía mi nombre una y otra vez mientras llegaba al éxtasis.

Nunca olvidare lo hermoso que era hacer el amor con Bella. Pero había un recuerdo que atesoraría más que ningún otro: su sonrisa cuando me dijo que intentaría confiar en mi.

No entendía, por mucho que lo intentara, por qué me afectaba tanto, más que ninguna otra mujer en toda mi vida. Quizá porque era la madre de mi hijo. Pero estaba seguro de que no era eso.

Aquel deseo loco de hacerle el amor, de protegerla, de estar con ella, de conocerla profundamente, eso era lo que yo no podía entender.

Hasta que lo hiciera, estaba más que dispuesto a sublimar todo lo demás y quedarme con lo que conocía bien: Bella en mi cama. Quería dejar una huella en ella, en su cuerpo, en su alma…

Me levante de un salto. No podía esperar más. Algún día, cuando tuviera el niño, le haría el amor en un baño de burbujas pero, por el momento, la ducha tendría que valer.

Nunca olvidare su cara de sorpresa cuando me vio apartar la cortina. Tenía el cabello lleno de espuma y el agua acariciaba sus pechos, sus pezones, de un tono rosado oscuro en contraste con su piel blanca, sus caderas estrechas a pesar del abultado abdomen, sus largas piernas…

Estaba preciosa.

No lo hubiera creído posible, pero mi erección aumentó de tamaño. Sólo entonces me di cuenta de que nunca la había visto desnuda a la luz del día.

Y sentí una ridícula punzada de orgullo al mirar aquel vientre abultado tras el que mi hijo dormía tranquilamente…

—Lo creas o no, solía estar en forma —dijo ella entonces.

Su inseguridad me hizo gracia. Sobre todo, porque a mi me parecía preciosa. Pero no era un crío y sabía que no debía reírme o Bella me echaría de la ducha a patadas.

—Ninguna mujer me ha parecido más preciosa que tú ahora mismo.

—Sí, seguro, una modelo de calendario. Caderas anchas, vientre abultado…

La interrumpí con un beso.

—Dijiste que confiarías en mí.

—Sí.

—Pues entonces, hazlo. Nunca te mentiría, Bella. Jamás.

Ella me miró a los ojos, como buscando allí la verdad, o una mentira que yo sabía que no podría encontrar.

—No te imaginas cómo me excita verte desnuda. Verte así, saber que éste es nuestro niño… es lo más erótico que he visto en toda mi vida.

Bella sonrió tímidamente y eso me pareció aún más erótico. De nuevo, la apreté contra mi pecho y volqué todas sus emociones en un beso para hacerle saber lo que sentía por ella.

Con ternura, levante su cara con las dos manos y empece a aclararle el cabello y a besar su cuello al mismo tiempo. Podría pasarme la vida entera besándola, sintiendo el pulso que latía en su garganta, oyéndola murmurar mi nombre, deslizando las manos por mi espalda…

Quería que aquel momento durase para siempre. Quería grabarlo en mi memoria, pero una fuerza más poderosa me pedía que la hiciera mía, que me enterrara en ella.

Deslice una mano por su vientre hasta encontrar el triángulo de rizos que escondía su intimidad.

Ella abrió las piernas un poco y enseguida encontré el receptivo capullo. Masajeándolo con el pulgar, introduje un dedo en su interior. La escuche gemir y vi que cerraba los ojos mientras el placer crecía con cada caricia.

La sostuve entre mis brazos mientras se convulsionaba, observando sus gestos, el éxtasis que distorsionaba sus facciones. Saber que yo la había llevado allí me proporcionaba un placer inaudito.

—Quiero estar dentro de ti.

—Sí —murmuro ella—. Sí, ahora.

Iba a cerrar el grifo, pero antes de que pudiera hacerlo, Bella se volvió y apoyó las manos en la pared.

No me hizo falta ninguna otra indicación. Abriendo sus piernas con la rodilla, busque y encontré la entrada y la penetre con una sola embestida. Los dos dejamos escapar un gemido de ansia.

El placer era tan intenso que al principio no podía moverme. Bella arqueó la espalda, empujando hacia atrás, y yo coloque la mano entre sus piernas para acariciarla mientras empujaba una y otra vez. Sus húmedos pliegues internos parecían masajear mi miembro, proporcionándome un goce incomparable, un placer que jamás había sentido con otra mujer.

Aunque ya no recordaba a ninguna otra mujer. Con Bella, sólo existía Bella. Sólo ella y el agua cayendo sobre su espalda, sólo los movimientos de sus caderas llevándome al éxtasis, haciendo que perdiera la cabeza.

La intensidad del orgasmo me dejó temblando.

Porque con ella no era suficiente.

Nunca sería suficiente.

MI HIJO? CAPITULO 13

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 13

BPOV


El lunes por la mañana, encontré una nota de Edward en la mesa de la cocina diciendo que lo habían llamado por la noche para un servicio urgente y no había querido despertarme. En cierto sentido, fue un alivio. Después de la discusión de la noche anterior, no sabía muy bien qué decirle o cómo portarme.

Al día siguiente ocurrió lo mismo, pero Edward no dejó una nota.

El tercer día, mis miedos e inseguridades afloraron de tal modo que olvide lo que me decía el sentido común: que Edward sólo estaba haciendo su trabajo.

Aunque tenía dudas sobre nuestra relación, estaba enfadada conmigo misma ese comportamiento tan infantil, tan inseguro, era algo que despreciaba. Yo soy mucho más lista que eso. Al menos, siempre había pensado que lo era.

Qué decepcionante descubrir que no era así.

Si Edward me había estado evitando, era también cierto que yo estaba evitando a mi hermana. Pero ya no podía seguir haciéndolo.

Tenía que hablar con Alice.

De modo que el jueves, después de trabajar, me dirigí a la comunidad de pequeños ranchos a las afueras de la ciudad donde vivía mi hermana.

Alice estaba en la cocina, cortando verduras para una ensalada y, al verla, se me encogió el corazón. Antes de la inseminación, solía cenar muchas veces con Alice y mi cuñado…

Alice levantó la mirada y cruzó la habitación para darme un abrazo.

—Has estado evitándome, bruja.

—Es que he estado ocup…

—Siempre estás ocupada, pero nunca has estado tanto tiempo sin llamarme. Si Jasper no hubiera hablado con Edward todos los días, me habría preocupado.

—¿Jasper habla con Edward de mí?

—Nos mantiene informados, sí.

—Pero…

—Un par de semanas después de la boda, cuando me di cuenta de que intentabas evitarme, tuve que pedirle a mi marido que hablase con Edward para que le diera el parte.

Lo decía tan tranquila, como si fuera lo más normal del mundo. Pero en fin, el amor fraternal, pensé, resignada.

—Es que las cosas están siendo…

—¿Complicadas?

—Sí, supongo que sí.

—Déjalo, no tienes que darme explicaciones. Entiendo perfectamente que estés resentida.

—No estoy resentida, Alice —protesté. Pero me encontre mutilando a un pobre pimiento en lugar de mirar a mi hermana.

—Si lo estás y con toda la razón. Después de todo lo que has hecho por nosotros, tendrías que ser una santa para no estar enfadada.

Alice no parecía enfadada, ni dolida. Y eso hizo que me sintiera peor.

—Sí, bueno, supongo que me sentía un poco resentida, sí.

—¿Sólo un poco?

—Alice…

—Bella, por favor, tienes que dedicarnos un año entero de tu vida. Vas a tener un niño por nosotros, te has casado con un extraño porque estar embarazada podría causarte problemas profesionales y, al final, todo era innecesario. Es normal que estés resentida. Incluso furiosa —Alice dejó escapar un suspiro—. Y encima yo lo he hecho fatal, me he portado como una egoísta. Cuando descubrí que estaba embarazada me sentí tan feliz que sólo pensé en mí misma. Se me olvidó que mi sueño sería una pesadilla para ti.

—Yo no usaría el término pesadilla —sonreí—. No todo ha sido malo.

Durante los últimos meses había vivido experiencias muy positivas; lo asombroso de tener un niño creciendo dentro de mi, ver la primera ecografía, vivir con Edward, conocerlo y entender que era mucho más profundo, mucho mejor persona de lo que había pensado, dormir con él, hacer el amor con él… cosas que no habría experimentado de no haberme convertido en madre de alquiler.

¿Cómo iba a estar resentida con Alice por ponerme en esa posición? ¿Y cómo podía ella pensar que el niño era innecesario?

Amaba a mi niño y jamás lamentaría todo lo que estaba pasando para traerlo al mundo.

—Ha habido muchos cambios en mi vida, es verdad, pero no todos han sido malos. En absoluto.

—Me alegro de que digas eso —sonrió mi hermana—. ¿Y el trabajo qué tal?

—Aún no he hecho el anuncio oficial en el Juzgado.

—¿Y qué dice el juez Volturi?

—Volturi está tan ocupado con su campaña que apenas se acuerda de mí. Sigue dando vueltas como un buitre alrededor del caso Black, pero la vista no empezará hasta la semana que viene, así que ya veremos qué pasa.

Lo curioso era que el caso Black había dejado de importarme. El trabajo en general había dejado de importarme. Nueve meses antes era lo único importante en mi vida, era vital para mi. Ahora el trabajo era sólo eso, trabajo.

Me lo tomaba en serio; un juez tenía que tomarse muy en serio su trabajo, naturalmente, pero ya no era el centro de mi vida. Otras cosas habían ocupado ese lugar: el niño, Edward.

Lo cual me llevaba al propósito de mi visita.

Le conté a mi hermana lo que había ocurrido entre Edward y yo y Alice me escuchó en silencio.

—Y ahora crees que te evita.

—No lo creo, es que lleva tres días fuera de casa. Es evidente que intenta evitarme a toda costa.

—A lo mejor tiene mucho trabajo. A ti a veces te ha pasado. Te pones a trabajar como una posesa y no hay quien te localice en varios días.

—Sí, pero… estoy convencida de que está enfadado conmigo y no sabe cómo salir de esta situación.

—No te preocupes, Edward es…

—Lo sé, un chico estupendo —termine la frase por ella—. Lo sé y ése es el problema. Sé que no querría hacerme daño y que se siente obligado. Y yo no quiero que se sienta obligado a nada.

Por una vez en mi vida, quería que alguien me quisiera por mi misma.

—No soporto estar todo el día pensando en él, necesitarlo de esta forma…

Alice tuvo la cara de soltar una risita.

—¿Esto te hace gracia?

—Hija, perdona. No es que quiera que lo pases mal, es que… me alegra comprobar que eres un ser humano.

—¡Alice!

—Quiero decir que no siempre tienes todas las repuestas —se apresuró a explicar mi hermana.

—¿Qué significa eso?

—Bella, eres mi hermana y no podría quererte más, así que no te lo tomes a mal, pero siempre has sido tan autosuficiente… Siempre sabías qué había que hacer, cómo solucionarlo todo. Incluso de niña no necesitabas a nadie.

—Eso no es verdad.

—Sí lo es. Es una de las cosas que más admiraba de ti, pero…

—¿Pero qué?

—Pero da un poco de miedo, la verdad. Siempre me ha hecho sentir… no sé… débil por comparación.

Hice una mueca.

—Tu no eres débil, Alice. Eres la persona más generosa y más encantadora que conozco.

—Gracias. Pero me gusta que hayas venido a pedirme consejo. Me hace sentir importante. Llevo toda mi vida queriendo ayudarte, hacer de hermana mayor.

—¿De hermana mayor?

—Como siempre has sido tan independiente, tan segura de ti misma, nunca he tenido oportunidad de hacer nada por ti. Y me gustaría mucho hacerlo.

—Yo… no sé que decir. Lo siento, supongo.

—No, no, no tienes que sentir nada. Pero a veces dejar que otros cuiden de ti está bien. No es un signo de debilidad. Es una forma de equilibrar las relaciones.

Cuando salí de su casa, no estaba más tranquila sobre mi situación con Edward, pero sentía como si mi relación con mi hermana hubiera cambiado para siempre.

Nunca se me había ocurrido pensar que Alice quisiera cuidar de mi. Ni que mi independencia privase a los demás de algo.

Nunca había querido mostrarme distante o fría, era más bien una defensa natural. En las primeras casas de acogida, había deseado cariño y atención, pero no tarde mucho en darme cuenta de que no iba a conseguir nada de eso. Los abrazos y los besos eran todos para las niñas como Alice; niñas encantadoras, de ojos claros pelito siempre arreglado, niñas que nunca daban problemas.

De hecho, en algunas casas de acogida no nos habrían tenido juntas si el juez no hubiera insistido en que Alice y yo no podíamos separarnos.

Por eso aprendí muy pronto que la única persona en la que podía confiar era yo misma. Yeso era lo que había hecho desde siempre. Mi independencia, mi negativa a confiar en los demás, me habían protegido.

Pero ahora empezaba preguntarme cuánto me había costado eso.

MI HIJO? CAPITULO 12

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 12

EPOV


—¿Lo has pasado bien? —le pregunte.

—Muy bien.

Habíamos vuelto a casa una hora antes y Bella sólo contestaba a mis preguntas con monosílabos o frases cortas mientras tomaba un vaso de leche. En el coche, pensé que estaba cansada, pero ahora me daba cuenta de que ocurría algo más.

—Parece que te llevabas bien con las demás mujeres.

—Sí.

Incluso cuando no estaba a su lado, estaba pendiente de ella para ver cómo le iba. Y parecía haberle ido bien, sin problemas.

—A Rose le has caído estupendamente.

Esta vez, Bella no contestó en absoluto y se limitó a seguir moviendo el azúcar con renovada energía. Cuando intente tocar su brazo, ella se apartó.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—Nada.

—¿Nada?

—¿Quieres saber por qué estoy enfadada?

—Si no te importa…

—Estoy enfadada porque deberías haberme dicho que querías casarte.

—¿Qué?

—Si querías casarte, deberías habérmelo dicho. No me ha hecho ninguna gracia enterarme por Rose.

—Pero estamos casados —le recordé, sorprendido.

—No me refiero a eso. Me refiero a antes. Rose me ha dicho que tú siempre has querido casarte.

—¿Y qué?

—Pues que yo pensaba que no estabas interesado en el matrimonio.

—Sigo sin entender.

—Que si hubiera sabido que querías casarte no te habría pedido que te casaras conmigo.

BPOV

—¿Por qué no? No estaba saliendo con nadie, no tenía novia… - me dijo.

Suspire, deseando poder explicárselo. O rebobinar toda la conversación y empezar otra vez.

La verdad era que no importaba en absoluto que él hubiera querido casarse o no. No, mi enfado era debido a algo mucho más complicado. Me sentía traicionada. Le había creído cuando me dijo que admiraba mi fuerza y mi independencia. Pero ¿de qué servía su admiración si no eran esas las cualidades que él encontraba atractivas? ¿Y por qué me importaba tanto lo que Edward pensara de mi?

Descubrir que no era su tipo había despertado todas mis inseguridades. Era como entrar en una nueva casa de acogida, toda llena de esperanzas, y ver cómo esas esperanzas se iban derrumbando. Pero no pensaba contarle eso a Edward.

—Deberías habérmelo dicho, de todas formas.

—No te entiendo, Bella. Todo esto ocurrió muy rápido y fuiste tú quien sugirió que nos casáramos…

—No tienes que recordármelo.

—¿Pues entonces por qué me lo echas en cara?

—Porque nuestro matrimonio ahora es más inconveniente de lo que yo pensaba.

—¿Inconveniente para quién?

—Para ti.

—¿Eso es lo que crees?

—No lo niegues. Has tenido que dejar tu apartamento, contarle a todo el mundo una historia que no es verdad, dejar de salir con tus amigos…

—¿Y por eso estás tan enfadada, porque crees que has interrumpido mi vida?

—Sí, no sé.

—Bella, no he hecho nada que no quisiera hacer. No me has obligado a nada.

Exactamente. Él me había rescatado, como haría un héroe. Y no tenía ni idea de cuánto me molestaba eso.

—Podría haber dicho que no.

—No, no podrías —replique—. No está en tu naturaleza.

—¿Y tú? Tampoco esto es muy conveniente para ti. Eres tú la que está embarazada y tu trabajo corría peligro. Y, seamos sinceros, ninguno de los dos esperaba esto cuando aceptamos hacerles un favor a tu hermana y a Jasper.

—No, desde luego, pero no te preocupes por…

—¿Por qué?

No sabía cómo terminar la frase. ¿No te preocupes por mí? ¿No te preocupes por el niño? Ese niño, esa niña, que ya había empezado a meterse en mi corazón. Y Edward parecía ser su cómplice.

No sabía cómo evitar que entre los dos me robaran el corazón.

—Mira, déjalo, me voy a la cama. Estoy agotada.

—Deberías dormir en la mía. Estarás más cómoda.

Sus palabras me helaron el corazón. No lo decía porque quisiera tenerme a su lado, sino porque le parecía su obligación de héroe.

—No, gracias. Dormiré en mi habitación.

Me volví para mirarlo y lo vi con los codos apoyados en la mesa, la cabeza inclinada. Y tuvo la impresión de que le había hecho daño con mis palabras.

Pero yo no quería hacerle daño por nada del mundo.

MI HIJO? CAPITULO 11

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 11
EPOV



—¿No crees que se me nota mucho el embarazo? frené en un semáforo y giré la cabeza para mirarla. Llevaba unos jeans que quizá había comprado después de la discusión sobre el tamaño de su trasero y el embarazo estaba escondido bajo una ancha camisa de lino que llevaba abierta sobre una camiseta roja, el pelo cayendo en ondas sobre sus hombros. Estaba preciosa.


Tuve que hacer un esfuerzo para no dar la vuelta y llevarla a casa para .hacerle el amor otra vez. Cómo desearía hacer eso.


¿Cómo podía desearla tanto? ¿Cómo podía desearla si era todo lo contrario de lo que siempre había buscado en una mujer?


Pero la deseaba. Desesperadamente. Y no era un mero deseo sexual. Era algo más. Algo que no había sentido nunca.


Lo supe por la noche, cuando la miré a los ojos y le dije que no había estado con nadie. En ese momento quise que me creyera, que confiara en mi por completo.


Y aunque entendía que no hubiera confiado del todo, algo dentro de mi se rompió cuando sacó el preservativo.


El semáforo se puso en verde y pise el acelerador.


—Estás muy guapa. No te preocupes.


—Ya, claro, pero todos tus amigos estarán en la barbacoa.


—¿Y qué? Les gustarás a todos, a los que te conocen y a los que no.


—Lo dudo.


—¿Por qué?


—Porque no siempre caigo bien a la primera. No suelo dar una buena impresión.


—¿En serio?


—En serio. Alice dice que me ven fría y que pongo nerviosa a la gente.


—Sólo tienes que relajarte. No te pongas nerviosa, sé tú misma.


—¿De verdad tenemos que ir?


—Es sólo una barbacoa, Bella. No tienes por qué temer nada. Los McCarty la hacen todos los años.


—Pero podrías haber ido solo.


—Sí, claro. Y los dos sabemos que eso parecería un poco raro, ¿no? Al fin y al cabo, somos recién casados.


—¿Y no parezco demasiado embarazada? —Insistió Bella—. Ya sé que tendremos que decirlo en algún momento, pero cuanta menos gente sepa que estoy embarazada menos confusión habrá cuando nos divorciemos y Alice y Jasper se queden con el niño.


—Sí, claro —murmure, sin mirarla. —Aunque se van a quedar de piedra de todas formas cuando se enteren. Pero no quiero que tus amigos piensen que te has casado conmigo porque estoy embarazada.


—No creo que lo piensen porque no estamos en 1952. Además, seguramente lo que se preguntarían es cómo demonios me he ligado a una juez.


Bella soltó una carcajada.


—Sí, sí.


—Estás preciosa, Bella, no te preocupes.


—¿Por qué todo el mundo le dice a las mujeres embarazadas que están preciosas? Es como si temieran que nuestra autoestima estuviera por los suelos.


La mire. No sabía si las demás embarazadas estaban preciosas, pero desde luego mi Bella lo estaba.


Quizá porque por fin había conseguido dormir ocho horas seguidas. O quizá porque estaba esperando un niño. Pero yo sospechaba que tenía mucho que ver con lo que había pasado por la noche. Y por la mañana.


Fuera cual fuera la razón, estaba más guapa que nunca.


Bella podría estar preocupada por impresionar a mis amigos, pero lo único que me preocupaba era impresionarla a ella.


BPOV


¿Que me relajase? ¿Que fuera yo misma? Sí, estaba funcionando, seguro.


Apreté la lata de refresco y sonreí al grupo de mujeres que me rodeaba. Al menos, media docena de mujeres me habían acorralado en el jardín para interrogarme sobre mi boda con Edward. Ahora que se habían quitado eso de encima, estaban hablando de los niños, del colegio, de los impuestos, de los programas de televisión.


Y todas parecían… felices. Busque señales de frustración o de rabia, pero no encontré ninguna. Estas mujeres parecían enamoradas de sus maridos, contentas con sus hijos y, en general, satisfechas con sus vidas.


¿Los años que había pasado en la judicatura me habrían convertido en una cínica?, me pregunté si. ¿Existía la posibilidad de ser feliz? Mi infancia había sido para un trauma, pero ya lo había superado. ¿O no?


En ese momento, una de las mujeres, la anfitriona, se me llevó aparte.


—Yo creo que necesitas otro perrito caliente —dijo en voz alta.


—Ah, gracias.


Pero cuando nos acercábamos a la barbacoa, alejadas de las otras mujeres, me dijo:


—En realidad, lo que pareces necesitar es un respiro.


—¿Por qué dices eso?


—Las chicas son encantadoras, pero supongo que esto tiene que ser un poco abrumador para ti. Has conocido a cincuenta personas esta tarde y todo el mundo siente tanta curiosidad… Seguro que no te acuerdas de mi nombre.


—Pues…


—Rosalie Hale McCarty.


—Ah, es verdad —hice una mueca—. Olvidar el nombre de la anfitriona no me hace quedar nada bien, ¿no?


—No te preocupes, es normal. Tú has tenido que aprenderte cincuenta nombres y yo sólo uno; al fin y al cabo, tú eres la invitada de honor —rió Rosalie—. Mira, quedan muchos perritos calientes, pero si te apetece otra cosa hay ensalada de patata. La pasta ni la toques. No sé quien la ha traído, pero es horrorosa… ay, Dios mío, no la habrás traído tú, ¿verdad?


—No, yo he traído una ensalada de judías verdes. Y no sabía que fuera la invitada de honor.


—Pues claro que sí. Hacemos esto cada vez que se casa algún miembro del parque de bomberos.


—Ah. Pero Edward me dijo que hacíais esto todos los años…


—Seguramente no querría ponerte nerviosa. Además, con todos los que se han casado, creo que en realidad hacemos esto todos los años. Y es curioso que Edward siga acudiendo a estas fiestas.


—¿Por qué?


—Porque ya no es bombero. Ahora es investigador, desde hace dos años más o menos. Entonces le dije a Emmett que dejaría de salir con nosotros. Nuevo trabajo, nuevos amigos, pero no ha sido así.


—Ahora que lo dices, creo que sólo conozco a uno de sus compañeros nuevos. James me parece que se llama. Vino a la boda.


—Y James también trabajaba antes en el parque de bomberos. Él fue quien le recomendó que se hiciera investigador cuando llegó a teniente. Edward es muy ambicioso, pero no se olvida de los amigos.


Asentí. No se me había ocurrido pensar que era relativamente joven para el puesto que ocupaba. O que hubiera llegado a teniente antes de hacerse investigador.


Pero sí sabía que era una persona leal y de confianza. Una persona que haría cualquier cosa por un amigo.


—Edward es un buen tipo —siguió Rosalie—. Por eso, Emmett y yo estamos muy contentos de que haya encontrado a su media naranja.


¿Cómo podía contestar a eso sin mentir?, me pregunte. En realidad, me sentía como un fraude desde que llegue a la fiesta. No, desde que me puse el vestido blanco y me casó con Edward delante de todos sus amigos.


—Pues… sí, claro, lo entiendo. Edward no es de los que se casan. Antes de conocernos, claro.


—¿Eso es lo que te ha dicho? Los hombres tienen una memoria selectiva, me parece a mí. Edward siempre había dicho que quería casarse.


—¿Ah, sí?


—Claro. Ya sabes cómo es.


Me obligue a mi misma a sonreír. Si no tenía cuidado, Rosalie descubriría que, en realidad, sabía muy poco sobre Edward Cullen. Y ése sí sería un cotilleo interesante.


—Antes de ti, siempre salía con chicas que eran…


—¿Cómo?


—No sé, diferentes.


—¿En qué sentido?


—Más débiles. Mujeres que salían con él sólo porque era bombero. Hay mujeres así, ¿sabes?


—Sí, me imagino.


—Son de las que siempre están buscando alguien que las rescate.


—Ya.


—Edward es un buen chico y siempre caía en la trampa. Quizá les pasa a todos los bomberos. Les encanta hacerse los héroes. Afortunadamente, a la mayoría se les pasa con el tiempo.


—¿Y a Edward no?


—Hasta que apareciste tú, no —sonrió Rosalie.


«Hasta que apareciste tú».


Casándose conmigo, Edward me había rescatado. Como si me hubiera sacado de un edificio en llamas.


Desde mi punto de vista, necesitaba que alguien me rescatara. Como las otras mujeres que se habían sentido atraídas por él. Pero cuando todo hubiera terminado y mi trabajo estuviera seguro, ya no tendría que seguir rescatándome. Y entonces, ¿qué sería de nuestra relación?


Intente seguir la conversación de Rose como me pidió que la llamara, pero por dentro mi corazón… bueno, no se estaba rompiendo, nada tan dramático, pero sí se me estaba desgarrando un poco. Y no sabía por qué.


Mi matrimonio era un acuerdo mutuo, algo temporal. Nada más.


Ésta era la regla que yo misma había establecido.


Y no tenía ninguna esperanza secreta de que durase más de seis meses.


¿O sí?


¿Importaba que el ideal de mujer de Edward fuera lo opuesto a mí?


No. Absolutamente no.


En absoluto.


Pero podría habérselo dicho.

MI HIJO? CAPITULO 10

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 10

EPOV


Bella se había mostrado distante desde que se levantó de la cama el sábado por la mañana. Había desayunado fuera y luego estuvo todo el día en su oficina. Mi único consuelo era que había aceptado ir a una barbacoa en casa de unos amigos el domingo. Así podría pasar todo el día con ella. Un día entero para poder tocarla, tomarla por la cintura, besarla…

Cuando por fin volvió a casa por la noche, se negó a dormir de nuevo en mi cama. Incluso cuando me ofrecí a dormir en el sofá, una oferta más que generosa por mi parte.

Después de varias horas mirando al techo, echando de menos a Bella en mi cama después de una sola noche, estaba a punto de quedarme dormido cuando oí un gemido en la otra habitación.

En un segundo, todos mis sentidos se pusieron alerta y salté de la cama como en mi mejor época de bombero.

La puerta estaba cerrada y, sin pensar, la empuje con el hombro mientras giraba el picaporte. La puerta se abrió de golpe y golpeó la pared con estruendo.

No me moleste en buscar el interruptor de la luz, no hacía falta. La luz que entraba por la ventana me ofreció la imagen de Bella sentada en la cama, con una pierna doblada.

—¿Qué pasa? —pregunté, frenético.

—Se me ha dormido una pierna —contestó ella.

Suspiré, aliviado. Bella estaba bien, el niño estaba bien. No había pasado nada, sólo un calambre en la pierna.

—Deja que te ayude.

—No hace falta, ya casi se me ha pasado.

—Deja que te ayude, no seas cabezota —insistí, sujetando su pierna para darle un masaje—. ¿Esto te pasa a menudo?

—De vez en cuando.

—Es falta de potasio.

—¿Qué?

—Que los calambres se producen por falta de potasio —insistí, que tenía que hablar de algo, lo que fuera, para olvidar que estaba acariciándola, a oscuras, en su habitación—. ¿Te hago daño?

—No.

—Voy a estirar el músculo. Dime si te duele.

Ella asintió con la cabeza, sin hacer el menor gesto de dolor. La admire por su valentía. Es una chica dura, desde luego. Dura, segura de sí misma, independiente. Cualidades admirables todas ellas, pero que nunca antes había buscado en una mujer.

—¿Mejor?

—Sí. Lamento haberte despertado.

—No te disculpes, no pasa nada. ¿El niño ha vuelto a moverse?

—Hoy estaba un poquito más activa.

—¿Activa? ¿Crees que va a ser una niña?

—No sé, es una premonición.

Estábamos muy cerca el uno del otro. A la luz de la luna, podía ver el brillo de sus ojos. Deseaba besarla, pero sabía que no debía hacerlo. Habíamos establecido unas reglas y debía respetarlas.

Aunque, por primera vez en mi vida, estando con una mujer en un dormitorio deseé estar rodeado de gente.

Y tuve que hacer un esfuerzo para apartar las manos. Si pudiera me obligaria a mi mismo a salir de la habitación, a darle las buenas noches… Pero yo no soy un santo.

—¿En qué piensas? —preguntó Bella entonces.

—En nada.

—¿No? Pues has puesto una cara muy rara.

Sonreí.

—Sí, estaba pensando… en que ojala estuviéramos rodeados de gente. Si fuera así, tendría una excusa para besarte.

—Pues tú no pareces la clase de hombre que necesite una excusa para hacer algo que le apetece hacer.

¿Había dicho eso de verdad o era mi imaginación? ¿Había una invitación en sus ojos? Pero no, no podía ser. Si lo hacía, la perdería, estaba seguro. Y no quería destruir su confianza.

—No me tientes, Bella.

Ella se echó hacia atrás, como si la hubiera abofeteado.

—No sé por qué dices eso.

—Sí lo sabes. Me hiciste prometer que este sería un matrimonio en blanco. Nada de intimidades. Esas eran las reglas.

—¿Y?

—Si quieres cambiar las reglas, dímelo. Yo no pienso hacerlo.

Aunque me habría gustado.

—¿Y si quisiera? —preguntó Bella, sin mirarme.

Mi corazón empezó a trepidar dentro de mi pecho. Sería tan fácil dar un paso adelante… pero me resultaría imposible encontrar una justificación para mi conciencia.

A menos que estuviera seguro de que era eso lo que ella quería.

—Son tus reglas. Tú eres la única que puede cambiarlas.

BPOV

Tenía razón, por supuesto. Eran mis reglas. Fue yo quien insistió en que no hubiera intimidad entre nosotros. Y, francamente, empezaba a arrepentirme de ser tan estricta.

¿Sería mucho pedir que me tomara entre sus brazos y me besara hasta dejarme sin sentido? ¿Tan difícil era?

Por una vez en mi vida, no quería pensar. No quería sentirme responsable, no quería tener que tomar una decisión.

Sabía que Edward me deseaba, pero quería algo más que deseo. Quería una completa y total rendición. Quería que no fuera capaz de resistirse.

Éramos incompatibles en muchos sentidos, pero quería que hubiera uno, solo uno, en el que estuvieramos completamente de acuerdo, completamente en sintonía.

Despacio, me levanté de la cama. Estaba tan cerca que podía ver el vello de su torso, tan cerca que podía oler su colonia.

¿Era tan malo desearlo?

A mí no me parecía mal. De hecho, nada me había parecido mejor. ¿Qué podría ser mejor que hacer el amor con el padre de mi hijo? ¿Que podía ser más natural?

Cuando levanté la mano para acariciar su cara noté la dureza de la barba, que ya empezaba a crecer.

—No lo hagas, Bella.

—¿Que no haga qué? —Murmuré, poniéndome de puntillas—. ¿Que no haga esto?

Tenía la piel caliente. La barba dura al contacto con mis labios.

—¿O que no haga esto? —pregunté con voz ronca, besando su cuello.

Pero Edward seguía sin moverse. Y supe entonces que tenía más carácter del que había imaginado, más personalidad de la que creía. Su actitud relajada y bromista me había hecho creer que era un hombre menos fuerte, con menos convicciones.

—¿Por qué no, Edward?

—Porque es muy tarde y la gente hace tonterías a las tres de la mañana.

El argumento era muy razonable, pero había percibido un leve temblor en su voz.

—Tienes razón —admití—. A veces la gente hace tonterías a las tres de la mañana, pero a veces también hacen cosas valientes, cosas que no se atreverían a hacer en otro momento, a la luz del día.

—Bella, tú eres la última mujer que necesitaría una inyección de valor para hacer algo.

—Pues eso demuestra lo bien que engaño a los demás —la admisión pareció quitarme un peso de encima—. Siempre estoy preocupada por no meter la pata, por hacer lo correcto. Pero el único error que no pienso cometer es el de no admitir que estaba equivocada contigo.

—¿Qué significa eso?

—Sé que había dicho que no habría intimidad entre nosotros, pero es que no sabía lo difícil que sería vivir contigo. Nunca imaginé cómo desearía estar entre tus brazos.

La admisión dio en la diana porque Edward, de repente, estaba a mi merced.

Esta vez, cuando me puso de puntillas para besarlo, él inclinó la cabeza para buscar mis labios. Enrede los brazos en su cuello. Sólo nos separaba una delgada capa de tela, pero hasta eso me parecía demasiado. Y como si Edward hubiera leído mis pensamientos, empezó a tirar del camisón. Lo hacía muy despacio y yo empecé a impacientarme. Quería sus manos por todas partes, ya.

De modo que yo misma me quité el camisón y lo tiré al suelo. Edward dio un paso atrás y, por un momento, temí que se fuera. Pero su expresión me dijo que no iba a ir a ninguna parte. Sencillamente, estaba estudiándome. Y su mirada estaba cargada de deseo. Me deseaba y no intentaba disimularlo.

—Eres preciosa —dijo con voz ronca. Lo había dicho muy bajito, casi como si hablara consigo mismo.

Mis pechos eran tan sensibles que cuando empezó a rozar uno de los pezones con la punta del dedo, dejé escapar un gemido de placer.

—¿Demasiado?

Negué con la cabeza.

—Perfecto. Sencillamente perfecto.

Había tantas cosas que me gustaría decirle. Cómo había soñado con aquel momento. Cómo lo había temido. Cómo había permanecido despierta en mi cama no sólo porque no pudiera dormir sino porque quería que él estuviera a mi lado. Tocándome como lo estaba haciendo en aquel momento.

Edward se sentó al borde de la cama y tiró de mi para colocarme entre sus piernas. Al principio, sólo acarició suavemente mis pechos, chupando suavemente los pezones. Incapaz de soportarlo, enredé los dedos en su pelo, empujando su cabeza hacia mi.

Entonces Edward empezó a chupar con fuerza y el placer fue tan delicioso que me temblaron las piernas y tuvo que agarrarme a sus hombros para no perder el equilibrio.

Pero pronto incluso aquel intenso placer me sabía a poco. Quería, necesitaba, sentirlo dentro de mí. Necesitaba que aliviase la tensión que crecía entre mis piernas.

Pero no pensaba suplicar.

De modo que, en lugar de hacerlo, decidí tomar el control.

Empujándolo suavemente, lo tiré sobre el colchón y, después de quitarme las braguitas, me coloque encima.

Por un momento, tuve que cerrar los ojos. Su erección, intentando salirse del pijama, rozaba los pliegues de mi piel y la sensación era deliciosa.

Lo besé entonces, poniendo en aquel beso todo el deseo que no me atrevía a expresar con palabras. No sólo lo deseaba, quería hacer que perdiera la cabeza. Quería que perdiera el control.

Empecé a mover la mano sobre su torso, disfrutando de la dureza de sus pectorales, de los latidos de su corazón. Luego baje hasta la cinturilla del pijama… Percatándose de mis intenciones, Edward levantó las caderas para que le bajara el pantalón.

No le di oportunidad de hacer mucho más porque inmediatamente empecé a frotarme contra sus muslos, contra su ardiente erección…

—Espera—dijo Edward entonces. —¿Voy demasiado aprisa? —No, no, es perfecto… demasiado perfecto. Quiero estar dentro de ti, pero necesito un preservativo…

—Edward, estoy embarazada y los dos nos hemos hecho la prueba del SIDA. A menos que desde entonces…

—No, no he estado con nadie —me interrumpió él. ¿No había estado con nadie en cinco meses? Quería creerlo. Y mi intuición, por no hablar de mi experiencia, me decía que no esta mintiendo. Que podía confiar en él.

Pero toda una vida siendo juiciosa evitó que diera el salto. De modo que abrí el cajón de la mesilla y saque un preservativo. Mientras lo abría, lo miraba a los ojos. En ellos vi un brillo que no pude reconocer, pero desapareció antes de que pudiera adivinar qué estaba pensando.

—¿He estropeado el momento?

Espere la respuesta conteniendo el aliento. Y, durante unos segundos, pensé que Edward no iba a contestar. Pero entonces él se sentó sobre la cama, me tomó por la cintura y buscó mis labios en un beso apasionado.

Fue un beso largo, profundo, como una invasión íntima de su alma. Cuando nos apartamos, no vi ningún reproche en sus ojos.

—Eres una mujer muy inteligente, Bella. Tan independiente, tan fuerte, tan apasionada. Eso es lo que más admiro de ti. Así que no, no has estropeado el momento. No esperaría menos de una mujer como tú.

Después de colocar el preservativo en su sitio, me deslice sobre él. La sensación fue tan intensa que tuve que echar la cabeza hacia atrás para buscar aire. Me sentía completamente llena de él.

Cuando Edward empezó a besar mis pechos, deje de pensar. Incluso olvidé mis planes de hacer que perdiera la cabeza. En lugar de eso, me moví con él, al mismo ritmo, recordando lo que había dicho: que admiraba mi fuerza, mi independencia. Mi pasión.

Luego, todas y cada una de las moléculas de mi ser parecieron contraerse y expandirse en ola tras ola de placer; un placer desconocido. Y, un momento después, disfruté del orgasmo más intenso de mi vida. Al mismo tiempo que Edward.

MI HIJO? CAPITULO 9

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 9

BPOV


Cuando llegue a casa el viernes por la tarde, Edward se había ido a trabajar y no volvería hasta medianoche. Normalmente, trabajaba con horario de mañana, pero aquel día estaba haciendo el turno de un amigo.

Paseé por la casa, inquieta, sin saber qué hacer. Me sorprendió haberme acostumbrado a su presencia. Aunque no pasábamos mucho tiempo juntos, me acostumbre a verlo por allí.

¿Qué pasaría cuando todo aquello terminara y Edward se fuera para siempre?, me pregunté.

No tendría al niño, no lo tendría a él…

Esa idea me entristeció de forma inexplicable.

Por mucho que me recordara a mi misma que ni el niño ni Edward eran míos, no podía dejar de desear… ¿desear qué?

Quedarme con el niño estaba fuera de la cuestión, aunque secretamente lo anhelaba. Además, había sido independiente toda mi vida. No me apoyaba en nadie más que en mí misma y así era como me gustaba. Era la única forma de saber que nadie iba a engañarme, que nadie iba a hacerme daño.

De eso ya había tenido más que suficiente durante mi infancia.

Pero no podía dejar de preguntarme cómo sería si Edward y yo fuéramos una pareja de verdad. Sin duda, lo esperaría despierta y prepararía algo romántico para cuando volviera del trabajo, me pondría un conjunto sexy de ropa interior…

Dejé escapar un suspiro. No tenía sentido soñar despierta, pensé, mientras abría la nevera. Había pensado hacerme un sándwich, pero encontré una fiambrera con una nota de Edward:

No te preocupes, esto es muy sano: lasaña de verduras. Pero podrías tomarte el bollo de chocolate como postre.

Sonreí. El hombre estaba empeñado en cuidar de mí. Además, eso era mucho más sano que un sándwich, me dije. De modo que metí la fiambrera en el microondas y me tomé un plato de lasaña con un vaso de leche mientras leía los periódicos.

Después, intenté dormir un rato en el sofá, pero no podía ponerme cómoda. Y mi cama era peor… entonces recordé lo que Edward había dicho de su colchón de látex.

Decidida, tome la almohada de mi cama y entré en su habitación.

No había entrado allí desde que Edward llevó sus cosas, pero su cama era enorme, ocupaba casi toda la habitación. No la había hecho esa mañana, de modo que el edredón azul marino estaba echado a un lado, dejando al descubierto unas sábanas de color crema algo arrugadas.

Había libros, discos, un sillón de cuero… Todo muy masculino. Definitivamente, era su espacio. Y yo estaba invadiéndolo.

Si no necesitara unas horas de sueño desesperadamente nunca se me habría ocurrido hacerlo, me dije.

Edward no volvería hasta muy tarde y no tendría por qué enterarse. Lo dejaría todo tal y como estaba, como si no hubiera entrado nadie.

Suspirando, me tumbé de lado y enterré la cara en la almohada. Las sábanas olían a Edward, a esa colonia suya tan agradable…

Y, por primera vez en mucho tiempo, me quede profundamente dormida.

EPOV

Cuando llegue a casa después de medianoche, todas las luces estaban apagadas.

La casa estaba en silencio y la puerta del dormitorio de Bella estaba cerrada. Quizá, por fin, había logrado conciliar el sueño, pensé.

Para no despertarla, entré en la cocina de puntillas y me hizo un sándwich. Sonriendo, comprobé que se había comido la lasaña… pero no el bollo. En fin, al menos estaba haciendo ciertos progresos.

Después de darme una ducha rápida pensaba leer un rato antes de cerrar los ojos, pero cuando entré en mi habitación me encontré con algo completamente inesperado: un bulto en mi cama.

Bella.

No, no iba a poder leer un rato.

Me acerque con cuidado para no despertarla. Estaba hecha una bola a un lado, la mano metida bajo la barbilla, como una niña. Su pelo castaño extendido sobre la almohada. Sólo podía ver su hombro desnudo y la tirita de un camisón blanco.

Era mi mujer.

Estaba esperando un hijo mío.

Y estaba durmiendo en mi cama.

La misma cama en la que yo había estado despierto innumerables noches, pensando en ella. Y, si era sincero conmigo mismo, deseándola.

Sin hacer ruido, me desnude y me puse el pantalón del pijama. Iba a salir por la puerta cuando la escuche emitir un sonido suave, como un quejido.

Me di media vuelta para comprobar si la había despertado… Aún no estaba despierta del todo, pero cuando iba a tumbarse de espaldas abrió los ojos. Y me vio allí, al lado de la cama.

—Ay, perdona…

—No pasa nada.

—No, es que… no quería quedarme dormida, sólo quería descansar un rato y como me dijiste que tu cama era tan cómoda…

—No te preocupes, no importa.

Se había puesto colorada y tenía un aspecto delicioso.

—Pero yo no…

—En serio, no pasa nada —sonreí, sentándome a su lado.

—¿Qué hora es?

—La una.

—He dormido cuatro horas. ¿Cómo puedo seguir tan cansada?

Sin pensar, levanté una mano para acariciar su pelo.

—¿Desde cuándo no duermes ocho horas seguidas?

—Hace semanas —suspiró ella, levantándose—. Bueno, me voy a mi habitación.

—Espera —dije, tomándola por la muñeca—. Puedes quedarte aquí. Parece que aquí duermes mejor que en tu propia cama.

—Pero… ¿dónde vas a dormir tú?

—Ya veré.

—Pero si tú no duermes bien, yo no podré pegar ojo.

—Bueno, si no te duermes enseguida nos iremos a bailar.

Ella rió bajito mientras volvía a meterse en la cama. En cuanto puso la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos se quedó dormida de nuevo.

Me quede mirándola un momento. Había algo muy íntimo en mirar a una persona dormida. En ese momento, estaba viendo una parte de Bella que poca gente habría visto.

Suspirando, iba a tomar un libro de la estantería cuando ella volvió a abrir los ojos.

—¿Lo ves? Ya te dije que no podría dormir.

—Te has despertado otra vez al darte la vuelta.

Ella enterró la cara en la almohada.

—Es una tontería que me preocupe tanto por dormir de espaldas, ¿verdad? Al niño no le puede pasar nada malo.

—No, pero supongo que la advertencia del ginecólogo se te ha quedado grabada a fuego.

—¿Cuánto tiempo he estado dormida esta vez?

—Nada, diez minutos.

Entonces tuve una inspiración. Me metí en la cama con ella y la abrace por la espalda.

—Edward!

—Calla, tonta. Sólo quiero ayudar. Así podrás dormir sin miedo a tumbarte de espaldas, ¿no?

—Pero…

—Nada de peros. Duérmete.

—Pero es que…

—Te aseguro que puedes confiar en mí. Prometo no aprovecharme.

—Eso no me preocupa —replicó Bella—. Ningún hombre decente se aprovecharía de una mujer que está embarazada de cinco meses. Pero ésta es la clase de intimidad que no deberíamos tener.

—Yo no se lo contaré a nadie —sonreí.

Sacudiendo la cabeza, ella cerró los ojos y, poco a poco, empezó a relajarse.

—Es que quiero hacer las cosas bien.

—Ya lo sé.

—Quiero que el niño nazca sano… y fuerte. No quiero que Alice y Jasper se lleven… una desilusión —ya le costaba trabajo formular una frase completa—. Y tú tampoco.

¿Una desilusión, yo? Espere para ver si explicaba aquel críptico comentario, pero Bella se había quedado dormida.

Intente relajarme, pero no era capaz. Con el olor de su pelo, el calor de su cuerpo, su redondo trasero apretado contra mi entrepierna, dormir era completamente imposible.

Iba a ser una noche muy larga.

BPOV

Desperté sintiéndome completamente descansada por primera vez en semanas. No sólo descansada, sino con una sensación de seguridad, de paz.

Poco a poco, miré alrededor… y recordé dónde estaba.

Y dónde estaba Edward.

Y lo peor fue que no salté de la cama inmediatamente para preservar mi dignidad. Estar tumbada al lado de Edward era más que agradable.

Con la espalda apoyada sobre su torso, los brazos de él descansando sobre mi abdomen y aquel peculiar olor suyo tan masculino mareándome, mi fuerza de voluntad me abandonó por completo.

Lo oí respirar rítmicamente, note su aliento en mi cuello… y también note algo más: que sus brazos y su torso no eran las únicas partes duras de su cuerpo.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que me desperté al lado de un hombre? En ese momento me parecían años. O a lo mejor eran años de verdad. Tanto tiempo que había olvidado cómo era dormir con otra persona.

El sexo de los sábados por la mañana siempre había sido mi favorito. Sin prisas, relajado, tomándome mi tiempo…

Antes de poder dejarme llevar por la tentación empecé a moverme, pero Edward me sujetó entre sus brazos.

—No te vayas.

—¿Estás despierto?

—A medias.

Sonaba medio dormido, pero no como si acabara de despertarse en ese mismo instante.

—¿Desde cuándo estás despierto?

—Desde que te has despertado tú.

—¿Y por qué no has dicho nada?

—Porque estaba muy cómodo.

—Pues deberías…

Justo en ese momento el niño dio una patada, justo bajo las manos de Edward.

—Ay, Dios mío. ¿Eso ha sido…?

De nuevo, intenté apartarse.

—Mira, tengo que…

Pero Edward me tumbó de espaldas y puso la oreja sobre mi abdomen, como si fuera un apache.

—No vas a poder oír nada.

—Calla.

—Se supone que no debo estar tumbada de espaldas.

—Sólo será un segundo.

Tenía las manos apoyadas en mi abdomen. Si las bajaba un poco, cinco o seis centímetros, me estaría tocando íntimamente. Y mi cuerpo traidor deseaba desesperadamente que lo hiciera.

Sería tan fácil levantar las caderas…

—Edward, de verdad no creo que…

El niño volvió a moverse y aquella vez los dos contuvimos el aliento.

—Lo he sentido.

—Y yo —dije.

—¿Era la primera vez?

—No, qué va.

—¿Desde cuándo se mueve?

—Desde hace tres semanas. Quizá cuatro, no me acuerdo.

El ginecólogo había dicho que sentiría como un cosquilleo, como un aleteo de mariposas, pero no era así en absoluto.

—¿Y cómo es?

Me miraba tan de cerca que tuve que tragar saliva.

—Pues es… como un espasmo muscular. ¿Sabes cuando estás muy nervioso o has corrido mucho y tu corazón late con tanta fuerza que casi puedes verlo saliéndose del pecho? Pues así.

—Sí, te entiendo.

Por un momento, se me quedó la mente completamente en blanco, perdida en su mirada. Toda mi existencia pareció concentrarse en él. En aquel momento. En la mano de Edward sobre mi abdomen, en el brillo de sus ojos, en los latidos de su corazón.

—Así es, como los latidos del corazón, pero no de una forma rítmica.

—Es asombroso —murmuró él.

—Sí, asombroso.

Lo era. No sólo la sensación de tener un niño moviéndose dentro de mi, sino cómo me miraba Edward.

Nadie me había mirado así nunca. Como si yo fuera asombrosa. Y nunca en toda mi vida me había sentido tan cerca de otro ser humano.

Me sentía parte de algo más grande, más trascendental que cualquier otra cosa en la vida, más que el deber, la justicia, el honor. Cosas que, para mi, siempre habían sido las más importantes, pero que parecían nimias en comparación con el niño y la conexión que había creado entre Edward y yo.

Casi se me rompió el corazón al pensar que todo aquello no era más que una ilusión. La conexión que sentía era falsa.

Porque el niño no era mio. Y tampoco era de Edward.

MI HIJO? CAPITULO 8

Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.


Capitulo 8

BPOV


Le había mentido. No tenía sueño. El vaso de leche caliente no me había ayudado nada. Y estuve despierta durante horas, mirando por la ventana, intentando entender cómo habíamos acabado discutiendo.

—Parece que has tenido una infancia difícil, Edward —murmuré para mí misma—. ¿Por qué no me lo cuentas todo mientras yo te pincho con un palo afilado?

Levanté los ojos al cielo. ¿Quién me creía que era, una psicoanalista?

Los padres podían ser espantosos, abusivos, malvados y, sin embargo, nada podía evitar que un niño necesitara su amor. Y si ese amor se terminaba, el niño acababa por sentirse culpable.

Yo misma había tenido que luchar contra esa situación durante años antes de admitir que era normal estar furiosa con mi madre por abandonarnos y con mi madre adoptiva porque, desde el primer día, había mostrado su preferencia por Alice. Al hacer eso, había conseguido hacer las paces con Renée.

Por supuesto, estar en paz con mis sentimientos y obligar a Edward a que me contara su vida eran dos cosas muy distintas. Además, supuestamente debía mantener las distancias. Aunque fuera el padre de mi hijo.

Me lleve una mano al vientre. Aunque no tenía intención de quedarme con el niño, resultaba difícil no sentirme atada a él, no encariñarme.

Aunque era mejor dejarme de tonterías. ¿Qué esperaba, que Edward y yo nos enamoráramos y viviéramos felices para siempre?

Eso sólo pasaba en las novelas.

La lección que había aprendido de mi madre y de los trabajadores de los Servicios Sociales, que nos mandaron de una familia a otra durante años, se veía reforzada por los hombres que había conocido en mi vida. Hombres que no podían soportar que yo fuera tan independiente.

Y Edward no sería de otro modo.

No, había aprendido mucho tiempo atrás que lo mejor era no depender de nadie. Era la única forma de ser feliz.

De modo que mantener las distancias con Edward era fundamental. Porque los lazos que hay entre nosotros son ya demasiado fuertes.

Por la mañana, estaba exhausta. Llevaba muchos días durmiendo apenas unas horas y el embarazo en sí era agotador. Pero tenía que ir a trabajar.

Encontré a Edward en la cocina, haciendo el desayuno.

—Buenos días.

—Buenos días. Te he traído magdalenas de melocotón. Kate, la chica de la panadería, me ha dicho que son tus favoritas.

El inesperado gesto me sorprendió. La noche anterior me había metido en su vida sin que Edward me invitara y, sin embargo, él se tomaba la molestia de ir a comprarme el desayuno…

—Muchas gracias.

Además de las magdalenas, había bollos con chocolate y un par de donas.

—Es que no sabía qué te apetecería esta mañana —sonrió Edward.

—No tenías por qué haberte molestado. Además, no puedo comer chocolate, no quiero engordar.

—No es molestia. Y los bollos de la panadería no llevan conservantes ni nada de eso. Son muy sanos.

—Ya —murmuré, perpleja.

—Te estás tomando esto de la maternidad muy en serio, ¿no?

—Pues claro. Es una responsabilidad muy grande.

—Desde luego que sí. Pero de vez en cuando no está mal darse un capricho, ¿no crees?

Sonreí.

—Oye, quería hablar de lo de anoche.

—¿De qué?

—Tengo que pedirte disculpas. No quería meterme en cosas que no son de mi incumbencia.

—Pues yo iba a disculparme por ponerme a la defensiva. Es que no estoy acostumbrado a hablar de ella, aunque ahora nos llevamos bien.

Levanté una ceja.

—¿Ah, sí? ¿No le guardas rencor?

—No —contestó él—. Cuando era joven sí, pero ahora nos entendemos bastante bien.

—Tu madre te abandonó y tú… ¿la has perdonado?

—¿Por qué te parece tan extraño?

—Porque lo es —contesté levantándome.

Entonces me di cuenta de que, para ser una disculpa, me estaba saliendo fatal.

—Bueno, lo que quiero decir es que si sientes rencor por ella lo mejor es reconocerlo. Los padres también son imperfectos, Edward. No pasa nada por enfadarse con ellos.

—Y tampoco pasa nada por perdonarlos.

Lo había dicho de una forma…

—¿Qué quieres decir?

—Tú nunca has intentado hacer las paces con tu madre, ¿verdad?

—¿Hacer las paces con ella? No, gracias. No puedo.

—Pero…

—Los Servicios Sociales tuvieron que hacerse cargo de Alice y de mí cuando ella tenía diez años y yo ocho. Mi madre ni siquiera intentó recuperarnos —lo interrumpí—. ¿Qué quieres, que le dé las gracias?

—Pero después de todos estos años sigues dejando que tu madre influya en tu vida.

—Mi madre no influye en mi vida para nada.

—Yo creo que sí.

—Ya, claro. Ahora vas a decir que Alice ha logrado superarlo, que ella ha conseguido confiar en alguien otra vez.

—No, no iba a decir eso. No estamos hablando de Alice, estamos hablando de ti.

Me apoyé en la encimera, agotada. No me gustaba estar así: amargada y resentida. Y no sólo con mi madre, sino con los empleados de los Servicios Sociales, con los padres de acogida que no entendían mi dolor…

A veces, aunque me daba un poco de vergüenza admitirlo, incluso me sentía furiosa con Alice, para quien todo había sido mucho más fácil porque, de inmediato, se convertía en la favorita.

—Sí, supongo que tienes razón. No es sobre Alice, pero…

—¿Pero?

—A veces me gustaría parecerme un poco a ella. Pero nuestra experiencia en la vida ha sido muy diferente. Ella se enamoró de Jasper muy joven y desde entonces tuvo a alguien a su lado, alguien en quien apoyarse. Yo no he tenido esa suerte —incómoda con el giro de la conversación, aparté la mirada—. Yo siempre he sido la fuerte, la responsable, la autosuficiente. Y me gusta que sea así. Yo soy la única persona en la que puedo confiar.

Iba a salir de la cocina, pero Edward me tomó del brazo y, sin que pudiera evitarlo, me apretó contra su pecho.

—Eres una persona muy fuerte. Y muy valiente. Y eso es admirable. Pero ya no estás sola. Yo estoy aquí para ayudarte, Bella. Puedes confiar en mí.

Me gustaba tanto que me abrazara, sentir su calor, su fuerza. Su torso era tan sólido que parecía una pared, sus hombros tan anchos. Cerrando los ojos, me deje llevar un momento. Edward Cullen era todo lo que siempre había querido y no había encontrado jamás.

Cómo me gustaría creerlo. Fingir, aunque fuera durante unos minutos, que podía compartir mi carga con alguien. Que la presencia de Edward en mi vida no era sólo temporal.

Lo hacía con buena intención, estaba segura, pero al final se iría.

Como todos.