Capitulo dos
Abrí los ojos, mire el reloj adormilada y maldije. Era tarde.
–¿Aún no estás levantada? –preguntó Alice, ya vestida para el trabajo y acercándose desde la cocina americana–. Creí que tenías esa presentación esta mañana. Ya sabes..., la que puede decidir tu futuro.
–Sí, es a las nueve – me senté en el sofá. Le agradecía mucho a mi amiga que me hubiera acogido cuando Edward me echo, pero este sofá no era especialmente cómodo para dormir.
–Dios, tienes un aspecto horrible –dijo Alice–. Creía que las náuseas matutinas solo duraban las primeras semanas.
–Eso creía yo –me moví e inspire lentamente, intentando controlar mi estómago.
–Toma –Alice puso un vaso de leche en la mesita de café–. Que tengas suerte esta mañana –me deseó, ya camino de la puerta.
Tome un sorbo de leche. Estaba fresca y me asentó el estómago lo suficiente para poder darme una ducha rápida y prepararme para el trabajo. Era una suerte que Alice hubiera recordado que una de sus colegas decía que la leche había sido milagrosa para controlar las náuseas durante su embarazo.
Cuarenta y cinco minutos después, baje de un taxi que no podía permitirme y, parada en la acera londinense, mire el imponente edificio de acero y cristal que era sede de Empresas C&H. Era una compañía subsidiaria del imperio Cullen, y me estremecí al pensar que Edward pudiera estar dentro. Pero si hubiera creído, ni siquiera un momento, que él podía estar cerca, no habría accedido a hacer la presentación.
Tome aire, aferre el asa del pesado maletín y entre al edificio. Un rizo castaño bailó ante mis ojos y me lo puse detrás de la oreja. Por falta de tiempo, me había conformado con recogerme el pelo en la nuca, pero ya empezaba a demostrar su rebeldía.
Era importante tener éxito esa mañana. Aún no había encontrado el trabajo fijo que necesitaba desesperadamente. Si tenía suerte, ése seria mi día. Mi antiguo jefe de la empresa de programas informáticos en la que había trabajado antes de conocer a Edward, me había ofrecido una oportunidad, como favor personal. Si podía venderle a Empresas C&H su programa de conferencias por web, me pagaría comisión y me buscaría un puesto fijo.
–¿No fue Jessica Stanley quien hizo la oferta? –había preguntado, pensando en la atractiva rubia que había ocupado mi puesto cuando renuncie para trasladarme a Venecia con Edward.
–Cierto –había concedido Emmett, mi antiguo jefe–. Pero, la verdad, Bella, ella fracasaría. Empresas C&H es dura de pelar. Créeme, Jess se alegrará de que hagas túla presentación, incluso intentó convencerme de que me encargara yo.
–¿Y por qué no lo haces? –había sonreído, comprendiendo que estaba arriesgando un posible empleo al decirlo.
–Porque tú eres mejor –había contestado Emmett con toda sinceridad. Aunque era un genio de la programación y su empresa era un éxito, las ventas no eran su fuerte–. Tú sabes lo que haces –me entregó todos los documentos necesarios para la presentación–. Y no dejarás que esos ejecutivos estirados te hagan perder el Norte.
Así que allí estaba, entrando en las oficinas de una empresa de Edward Cullen, el hombre que me había echado a las calles de Venecia, como si fuera basura, por haber cometido el error de quedarme embarazada.
Habían pasado seis largas semanas desde ese horrible día de marzo, pero seguía atónita por cómo me había tratado. Me había asombrado mi suerte por estar con un hombre tan maravilloso y había creído que todo iba bien entre nosotros. Hasta descubrir, de la peor manera, que no era en absoluto maravilloso, cuando me abandonó sin pensarlo en el momento en que necesite su apoyo.
Hice un esfuerzo para enterrar los recuerdos de Edward y de cómo me habia tratado. Me concentre en la tarea que tenía entre manos, fui al mostrador de recepción y di sus datos. Así había conseguido sobrevivir las últimas seis semanas, negándome a pensar en la brutal traición de Edward, hacia mi y a mi bebé.
No tenía otra opción. Necesitaba mantener la cordura porque necesitaba un trabajo para crear un hogar para y para mi hijo.
–La esperan –dijo la recepcionista sin sonreír, entregándome un pase de visitante–. Peter la llevará a la sala de reuniones.
–Gracias – sonreí y me puse la tarjeta en la solapa del traje de lino color marfil. Vi que un joven de cara seria se acercaba y supuse que era Peter.
Lo seguí hasta el ascensor, subimos a la planta ejecutiva y él me condujo a la sala de reuniones.
Edward había descrito Empresas C&H como uno de sus negocios menores. Pero la sala de paredes de cristal, con una enorme mesa con sobre de cristal ahumado y sillas de cuero negro no daba la impresión de algo en absoluto menor.
Acababa de acomodarme cuando escuche una voz.
–Parece que han decidido echar el resto, ¿eh?–sonrió Newton, sujetando mi mano más del tiempo estrictamente necesario.
–Podría decirse eso, supongo –sonreí. Una de las reglas más importantes en tratos comerciales era aparentar una gran confianza, incluso ante una broma de mal gusto. Retire la mano y controle el deseo de limpiármela en la falda– Empresas C&H es, potencialmente, un cliente muy importante, y yo tengo la experiencia necesaria para explicar nuestro producto en detalle.
–Hum –Newton no pareció en absoluto impresionado–.
André Cullen siempre había sido importante en mi vida, cabeza de familia, modelo a seguir y, sobre todo, una figura paterna cuando mis padres en un accidente.
–Nonno, sabes que haría cualquier cosa por ti
Lo mire atónita.
Me quede sin respiración. Mi peor pesadilla se había hecho realidad: Edward estaba allí.
–¿Que...? –empezó Newton, pero calló al comprender que el intruso era su jefe veneciano.
Le devolví la mirada y un gélido escalofrío recorrió mi espalda al reconocer la ira de sus ojos. Solo la había visto antes aquel último día en Venecia. Era un brutal recordatorio de cómo habían acabado las cosas entre nosotros.
Me agarre las manos y mire a Edward con sorpresa. No había esperado eso. Había creído que me echaría o llamaría a Seguridad para que hiciera el trabajo sucio por él. No sabía qué pretendía, pero no tenía más opción que seguirle el juego. No iba salir corriendo con el rabo entre las piernas.
Yo sabia que mi padre era un hipócrita de primera categoría y cuando me hice mayor me dije que había sido una suerte no tenerlo conmigo. Pero había sido duro crecer sin padre. A mi madre le costaba apañarse y mi infancia había sido inestable y difícil.
–Pero... –durante un segundo Newton pareció irritado por la decisión de su jefe, pero después se puso de pie–. Por supuesto, será un placer hacer negocios con usted –dijo, ofreciéndome la mano con tono casi desesperado–. El sistema que ofrecen suena impresionante. Lo organizaré todo, nuestro departamento de compras se reunirá con el suyo y…
En otras circunstancias, ver cómo Newton pasaba de maleducado a amable me habría parecido divertido, pero Edward se limitó a clavar en mi, una mirada penetrante que me dejó sin aliento.
–Señorita Swan, usted vendrá conmigo –su voz sonó como un trueno. Temblé por dentro, nunca me había hablado así.
–Yo... debería organizar la operación con el señor Newton –me excuse. Una parte de mi anhelaba ir con Edward, pero la parte sensata de mi mente le decía que era mejor mantenerme lejos de él.
Gire para mirarlo y cualquier esperanza que hubiera podido alojar mi corazón se extinguió al sentir el cuchillo de su mirada. La ira de sus ojos verdes era tan fría y despiadada que fue como si dardos de hielo me atravesaran el alma.
Desee escapar, pero no había escapatoria. Desee correr hacia la puerta, dispuesta a sacrificar la venta y mi posible trabajo, pero Edward agarraba mi brazo.
Aunque sus ojos eran fríos, el calor de su mano empezaba a quemarme a través de la manga de la chaqueta de lino, extendiéndose por mis venas, haciéndome consciente de cada poro de mi piel.
Me sentía como si estuviera atrapada en una capsula totalmente saturada por su poderosa aura. El aire que pasaba alrededor de su cuerpo, entre su ropa de diseño y sobre su piel, también me acariciaba a mi. Cada bocanada de aire que respiraba estaba cargada con su familiar aroma, encendía mis nervios y hacía que el diminuto espacio que compartíamos fuera más real y vibrante que el mundo exterior.
–¿Qué es esto? –dije lo primero que me vino a la mente. El suelo estaba cubierto con una lujosa moqueta gris claro, pero no había muebles, excepto un imponente escritorio, junto a las ventanas que iban del suelo al techo.
–La suite de la última planta –contestó Edward–. No la utilizo; la están reconvirtiendo.
Mire a mi alrededor y recuperé un poco de estabilidad al alejarme de Edward. Era increíble cómo mi cuerpo habla respondido a estar a su lado.
Mire a mi alrededor y vi las marcas que habían dejado los muebles y sombras en los lugares donde habían colgado cuadros. Era un espacio sin alma, como una casa destripada.
No me gustaba estar en un sitio tan sombrío con Edward. Mis recuerdos lo asociaban al palazzo de Venecia, o a pasear con él. No echaba de menos la comodidad y el lujo, sino estar juntos. Estar con Edward había sido como estar en casa. Y yo ya no tenía hogar.
–En Londres –conteste, dado el modo en que me habia tratado, no veía razón para informarle de la precariedad de mi situación.
–¿Sola? –inquirió él.
–No es asunto tuyo –Me enfrente a su dura mirada. No quería que pensara que me intimidaba, aunque me sentía temblorosa e insegura. Y estaba segura de que él había percibido cómo me afectaba su proximidad en el ascensor.
–El padre del niño –masculló él–. ¿Vives con él?
–Has cometido un error –dije, intentando procesar sus palabras–. Sabes que solo he estado contigo.
–Puede que haya sido tu primer amante –dijo –. Pero no he sido el único.
–¿Por qué piensas eso? – gemí – No lo entiendo. ¿A1guien te ha dicho algo sobre mí?
–Dime si el padre lo sabe –gruñó Edward.
–¡Tú eres el padre! – grité – No hay nadie más, ni nunca lo ha habido.
–Es tuyo –musite, me sentía como si me estuvieran golpeando la cabeza contra una pared.
Edward asintió, sin dejar de mirarme.
–Nos casaremos inmediatamente –anunció.