Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .
Capitulo trece
EPOV
Mientras íbamos camino al hospital me convencí de lo importante que era Bella para mi, verla tan vulnerable y asustada me rompió el corazón, me jure a mismo no volver a ser el causante de su sufrimiento, ella era mi esposa sin importar los motivos, mi abuelo tenia razón debía comportarme como un verdadero marido y no como el canalla he había sido hasta hoy.
La acompañe durante todo el proceso del parto, intente darle animo, compartir este momento con ella me hizo admirarla, su embarazo lo vivió sola y traer al mundo a este pequeño fue muy doloroso para ella, esto solamente lo logra el amor de una madre por su hijo.
Aunque el pequeño ser que descasaba en los brazos de mi esposa, no llevaba mi sangre, seria mi hijo y querría como tal, me prometí a mismo cuando lo vi nacer que lo protegería y lo amaría incondicionalmente, ya me amaba a su madre, por fin podía admitirlo me enamore de Isabella Swan y al entrar de nuevo a la habitación donde encontraba mi esposa y mi hijo se lo diría.
Termine de llamar a mi abuelo como Bella me lo habia pedido y estaba entrando a la habitación cuando escuche la vos de ella, estaba abrasando al bebpe de forma protectora, su expresión era de pánico.
–No entiendo de qué me habla.
–Estaba explicándole lo de tu grupo sanguíneo –me dijo el medico.
–No me ha explicado nada –Bella me miró angustiada - ¡Sólo que debíamos averiguarlo por si algo iba mal!
–Sólo es una precaución –dijo el medico sentándose a su lado y poniendo los utensilios necesarios en una pequeña bandeja, en la mesilla.
–¿Por qué no me hablaste de esto? –Bella me miró de forma acusadora, manteniendo al bebé fuera del alcance del medico.
Me quede como quieto como un palo, con expresión inescrutable, pero Bella conocía la respuesta a su pregunta. No se lo había dicho porque que el bebé no llevaba mi sangre.
–Estoy seguro de que no quería preocuparle –dijo el medico – Es improbable que el bebé lo haya heredado.
–¿Y silo ha hecho? –preguntó Bella con miedo.
–Bueno, como ya habrá visto, su marido es fuerte como un toro. Solo seria un problema si necesitara una transfusión de sangre.
–¿Qué ocurriría entonces? –presionó Bella.
–Es más difícil encontrar un donante. Por eso queremos estar preparados, para evitar sorpresas innecesarias –se levantó y apartó la mantita que cubría al bebé–. Si lo sujetas, acabaremos enseguida.
–¿Y si no encontráis el tipo de sangre necesario? –preguntó Bella, cada vez más asustada.
–No hay razón para creer que vayamos a necesitar hacer una transfusión –afirmó el medico – Pero, si fuera así, la encontraremos. Es solo que tal vez habría que pedirla.
Bella inspiró con fuerza y puso el bebé en su regazo. Cuando la aguja atravesó su frágil piel, abrió los ojos con horror. Un momento después abrió la boca y empezó a llorar. Bella abrazó a su hijo, temblorosa; era insoportable verla sufrir.
–Llevaré la muestra al laboratorio –dijo el medico, marchándose.
–Bella... yo... – las palabras no me salían, no me podía mover quería abrasarla y consolarla decirle que todo iba a ir bien con el niño.
–Déjame sola –dijo.
Se desabrochó el camisón y se colocó al bebé al pecho, el bebé volvió a llorar.
Me arrodillé. Puso una mano en la cabeza del bebé y lo guió hacia el pecho de Bella, ayudándole a que cogiera el pezón.
Bella miró a su bebé chupar con fruición, apoyado en los talones, seguía mirando al niño, aun no había abierto sus ojos por lo que no sabia que color eran, su cabello era rubio, era piel blanca, era muy lindo rozar su piel fue una experiencia maravillosa, nunca antes la sentí.
–Te he pedido que me dejaras sola –dijo ella, alzando los ojos para mirarlo.
–Pero... – de nuevo las palabras no salían de mi boca.
–No te quiero aquí –dijo con voz helada. Tu orgullo te ha hecho egoísta. No puedo creer que fueras tan arrogante y testarudo para dejar que tu falta de confianza en mí te llevara a callar algo que podía afectar al bienestar de nuestro hijo.
Sus palabras me hicieron reaccionar, ella debía saber que la amaba y ya había comenzado a amar al pequeño bebé.
- Bella, cara yo… tengo algo que decirte.
- Vete Edward, no quiero escucharte, déjame sola.
- Amor, escúchame.
- Yo no soy ningún amor tuyo, no tienes nada que decirme, déjame sola – ella se estaba alterando y eso no le hacia bien al bebé.
- Esta bien me voy, regresare mañana,
- Vete.
- Solo quiero que sepas que te amo – le dije ella centro su atención en el pequeño inorándome completamente – te amo – le dije de nuevo antes de cerrar la puerta.
La reacción de Bella me desconcertó, ella parecía estar segura que el bebé fuera mío, y si esto fuera posible, si ese pequeño ser tan perfecto fuera mi hijo en realidad.
BPOV
Mire con éxtasis al bebé que dormía en mis brazos. Era una belleza. Se me encogió el corazón al ver lo pequeño y perfecto que era, no podía dejar de mirarlo.
Había llegado de repente. Para cuando llegamos al hospital ya había dilatado bastante. Todo había ido bien y el niño había nacido a las nueve y media de la noche, con un peso de dos kilos setecientos gramos.
Edward había estado increíble durante la dilatación y el parto; una torre de fuerza y ánimo. Había sabido exactamente cuándo sujetarme, frotarme la espalda o susurrarme palabras de ánimo al oído. No se había apartado de mi lado hasta hacia unos minutos, cuando yo le había pedido que telefoneara a su abuelo.
La puerta de la habitación se abrió y ella alce la mirada, esperando ver a Edward. Pero era el medico.
–Veo que el bebé ya ha mamado un poco –dijo – Eso es bueno. Es fuerte para su tamaño. Pero me temo que tengo que molestarlo para tomarle una muestra de sangre.
–¿Para qué? –pregunte, suponiendo que sería una prueba rutinaria – ¿Tiene que hacerlo ahora que está dormido?
–Creo que es mejor averiguar cuanto antes si ha heredado el poco frecuente grupo sanguíneo de su padre –contestó el medico, hablando como si yo supiera a qué se refería – Con treinta y seis semanas de gestación no hay por qué esperar problemas –siguió –Pero dadas la circunstancias es prudente saber qué tipo de sangre tiene.
–No entiendo de qué me habla –Bella abrace al bebé, protectora. En ese momento Edward regresó lo miré con expresión de pánico.
–Estaba explicándole lo de tu grupo sanguíneo –le dijo el medico a Edward.
–No me ha explicado nada – mire de un hombre al otro angustiada–. ¡Sólo que debíamos averiguarlo por si algo iba mal!
–Sólo es una precaución –dijo el medico sentándose a mi lado y poniendo los utensilios necesarios en una pequeña bandeja, en la mesilla.
–¿Por qué no me hablaste de esto? – Bella mire a Edward acusadora, manteniendo al bebé fuera del alcance del medico.
–Estoy seguro de que no quería preocuparle –dijo el medico–. Es improbable que el bebé lo haya heredado.
–¿Y silo ha hecho? –pregunte con miedo.
–Bueno, como ya habrá visto, su marido es fuerte como un toro. Solo seria un problema si necesitara una transfusión de sangre.
–¿Qué ocurriría entonces? –presione.
–Es más difícil encontrar un donante. Por eso queremos estar preparados, para evitar sorpresas innecesarias –se levantó y apartó la mantita que cubría al bebé–. Si lo sujetas, acabaremos enseguida.
–¿Y si no encontráis el tipo de sangre necesario? –pregunte, cada vez estaba más asustada. Todo le parecía complicado y preocupante.
–No hay razón para creer que vayamos a necesitar hacer una transfusión –afirmó el medico–. Pero, si fuera así, la encontraremos. Es solo que tal vez habría que pedirla.
Inspire con fuerza y puso el bebé en mi regazo. Cuando la aguja atravesó su frágil piel, abrió los ojos con horror. Un momento después abrió la boca y empezó a llorar. Abrace a mi bebé, me partió el corazón verlo sufrir.
–Llevaré la muestra al laboratorio –dijo el medico, marchándose.
–Bella... yo... –Edward estaba cerca de mi, pero no lo mire. Por primera vez, me pareció oír duda en su voz, pero en ese momento yo sólo tenia ojos para mi hijo recién nacido.
–Déjame sola –dije. Me sentía como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago.
Me desabroche el camisón y me coloque al bebé al pecho. Pero no estaba en la postura correcta y, tras un momento de silencio, el bebé volvió a llorar.
Sin decir una palabra, Edward se arrodilló ante nosotros. Puso una mano en la cabeza del bebé y lo guió hacia mi pecho. Justo cuando el bebé abría la boca para lanzar un grito, Edward empujó su cabeza hacia delante y el niño atrapó el pezón.
Mire a mi bebé chupar con fruición. Edward, apoyado en los talones, seguía mirando al niño.
–Te he pedido que me dejaras sola –dije, alzando los ojos para mirarlo. Edward parecía preocupado, pero estaba demasiado enfadada para pensar en eso.
–Pero...
–No te quiero aquí –dije, no podía escucharlo en este momento estaba demasiado enfadada lo único que quería era estar con mi hijo – Tu orgullo te ha hecho egoísta. No puedo creer que fueras tan arrogante y testarudo para dejar que tu falta de confianza en mí te llevara a callar algo que podía afectar al bienestar de nuestro hijo.
- Bella, cara yo… tengo algo que decirte – me dijo.
- Vete Edward, no quiero escucharte, déjame sola – no quería verlo.
- Amor, escúchame – amor? Me llamaba amor no lo entendía, pero tampoco quería intentar averiguarlo.
- Yo no soy ningún amor tuyo, no tienes nada que decirme, déjame sola – me sentía agotada
- Esta bien me voy, regresare mañana,
- Vete – le dije.
- Solo quiero que sepas que te amo – sus palabras me dejaron fría y sin palabras por lo que centre mi atención en mi hijo – te amo – escuche de nuevo antes de escuchar el sonido de la puerta cerrarse.
Esa noche fue la más larga de todas, me pase viendo a mi hijo dormir, las palabras de Edward venían una y otra vez a mi mente durante la noche “te amo”, me dijo que me amaba, una parte mi sabia que era cierto un hombre como Edward no dice esas palabras sino fueran ciertas, pero la otra parte estaba enojada con el por no haberse preocupado por la salud de nuestro hijo en el momento adecuado. Aunque también pesaba mucho la manera en que en se había comportado conmigo durante las ultimas horas que estuvimos juntos.
Unos golpes en la puerta me trajeron de vuelta a la realidad, pensé que era Edward pero el rostros que apareció me tranquilizo.
- Buenos Días Mi pequeña rosa inglesa, no sabes lo feliz que me has hecho.
- Buenos días André, ¿Qué haces aquí? Tu no puedes salir del palazzo – lo regañe.
- No te alegras de verme pequeña mía.
- Claro, que si, déjame pido a la enfermera que traiga al bebé para que lo conozcas, se lo llevaron para que yo descansara un momento.
- No hija, solo vine un momento a verte a ti, y si mi biznieto viene me entretendré mucho, mi medico me dio permiso de salir de casa pero el tiempo es corto y es un viejo cascarrabias que es capaz de prohibirme salir por lo que resta de vida.
Se acerco a mi y me vio a los ojos.
- Dime que sucede pequeña.
- Nada, estoy un poco cansada, tu biznieto es un poco demandante.
- Le dije al idiota de nieto que tengo, que se arreglara contigo, no lo ha hecho por lo que veo, pero como todo sucedió tan rápido creo que no han hablado.
- Edward estuvo conmigo durante el parto – le dije.
- Entonces en como suponía, aun no ha hablado contigo, quiero decirte que tienes todo mi apoyo. Pero hija quiero pedirte un favor – a el no podía negarle nada.
- Lo que querías – dije.
- Escúchalo, y si después decides no seguir con el, haremos lo que tu quieras, tu y mi biznieto pueden vivir conmigo aquí en Venecia o nos vamos a Inglaterra como tu quieras.
- ¿Harías eso por mi? – pregunte.
- Lo que sea, te has ganado mi corazón, te quiero como si fueras mi nieta.
- ¿Pero por que me ofreces todo esto?, no entiendo por que piensas que tengo problemas con Edward eso… - no me dejo terminar.
- Yo lo se todo hija, no me digas nada, tienes que descansar y yo también, este sera nuestro secreto - su comentario me sorprendio.
- Prométeme que lo escucharas, aunque es un idiota yo se te ama, si quieres hacerlo sufrir un poco, cuenta conmigo.
- Te lo prometo.
- Ahora me voy y no le digas a Edward que vine –me dio un beso en frente y se fue.
Lo escucharía si intentaba hablar conmigo, solo por que se lo prometí a André, para que me hago tonta, si que se lo amo y me muero por que me abrase, pero no se pondría tan fácil, Si Edward Cullen quiere algo conmigo lo hare sufrir un poco y tendrá que demostrarme que me ama.
HOLA
LO SIENTO NO PUDE SUBIR AYER, MIL GRACIAS POR SUS COMENTARIOS.
DEJENME SABER QUE LES PARECIO EN CAPI, EL COMPORTAMIENTO DE EDWARD Y ANDRE , QUE CREEN QUE PASARA EL PROXIMO CAPI, ESTE SE SUPONE QUE IBA A SER EL ULTIMO PERO SE ME ALARGO MUCHO, POR LO ME HABRA UNO O TALVES DOS MAS.
CARIÑOS
SC
martes, 19 de octubre de 2010
sábado, 16 de octubre de 2010
NO TE ENGAÑE CAPITULO 12
Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .
Capitulo doce
BPOV
Lo mire atónita. Tenía el rostro tenso. De pronto comprendí que, aunque yo sabía que si podía tener hijos, él creía que no era posible.
–Claro que puedes –dije – Lo has hecho. Estoy embarazada y el padre eres tú.
–¡Por Dios Santo! – exclamó Edward, poniéndose de pie y mesándose el cabello – Ya es hora de dejar esa ridícula charada.
Aún sentada en la manta, estudié su rostro atentamente, intentando ver qué ocultaba su expresión. La brisa hizo que el flequillo le cayera hacia delante y él lo apartó con impaciencia.
Me levanté y me situé ante él. Instintivamente, puse una mano en su antebrazo. Tenía la piel cálida y suave, pero los músculos estaban duros como el acero.
–No puedo dejarlo porque es la verdad.
Ví que él estaba a punto de explotar y lo haría si yo no conseguía templar su ira.
–¿Por qué crees eso? – pregunté con voz suave – ¿Te hicieron pruebas?
Edward tomó aire y miró el lago, sin verlo.
–Heidi y yo no tuvimos éxito cuando decidimos tener familia –empezó–. Tras un tiempo, decidimos hacemos pruebas de fertilidad –hizo una pausa–. Era yo quien no podía tener hijos.
–Cometieron un error –dije automáticamente.
–No hubo ningún error –dijo Edward, seco–. Siéntate y come algo. Luego nos iremos –sacó el móvil de el bolsillo y pulsó una tecla de llamada rápida. Se dio vuelta y se alejó unos pasos mientras hablaba.
Me senté y lo contemplé atribulada. Todo lo ocurrido empezaba a tener sentido. El se creía infértil y por eso asumió que le había sido infiel cuando me quede embarazada. En su mente, era lo lógico. Eso explicaba su ira, pero no la excusaba.
Si me hubiera dicho la verdad en Semana Santa, habría intentado razonar con él, convencerle de que había habido un error. Podría haberse hecho nuevas pruebas de fertilidad. Era obvio que se trataba de un error o que algo había cambiado. Yo estaba embarazada y solo él podía ser el padre.
Lo mire hablar por teléfono. Con las montañas detrás, tenía un aspecto imponente, pero también parecía tan frío y duro como los agudos picos que se alzaban sobre los verdes valles.
Entendía que debía haberle dolido creer que no podía tener hijos, sobre todo siendo el último hombre de su estirpe. Pero también me había herido, echándome a la calle cuando no había hecho nada, y coaccionándome para aceptar un matrimonio que él veía sólo como algo temporal.
Debería haberme dicho la verdad y me había engañado. Primero, pidiéndome que tomara anticonceptivos aun creyendo que no eran necesarios. Después acusándome aunque no le había dado razones para que dudara de mi. Finalmente, y eso era lo peor, había utilizado lo que sabia de mi infancia para manipularme.
Súbitamente, sentí una intensa oleada de ira. Había confiado más en un informe medico que en la mujer con quien estaba compartiendo su vida. Me había tratado de forma penosa y lo había permitido. Pero no lo haría más.
–No has comido –dijo él, cuando finalmente concluyó su conversación y volvió a sentarse.
Lo mire y una corriente eléctrica paso entre nosotros. El abrió los ojos con sorpresa y supe que había reconocido la cólera que crecía en mi interior.
–Cuando regresemos te harás de nuevo las pruebas de fertilidad –afirmó con determinación.
–¿Por qué iba a someterme a esa humillación? –ladró Edward – Dadas las circunstancias, ¿no crees que sería mejor dejar esto ya? ¿O eres tan masoquista que deseas pruebas irrefutables de tu infidelidad?
–¡Quiero pruebas de mi inocencia! – grité – Y si no te las haces, haré una prueba de ADN cuando nazca el bebé.
–¿Estás loca? Si me niego a una prueba de fertilidad, ¿por qué crees que me haré una de ADN?
–Se lo pediré a André – declare – Su ADN demostrará el vínculo familiar.
Edward maldijo en italiano, se levantó y tiró de ella.
–¡Vas demasiado lejos! –grito. Me estremecí al sentir la fuerza de su ira. Nunca haría nada que pudiese herir a André, pero que Edward se negara a escucharme me había llevado a decir eso.
El rodeo mi cintura con un brazo y empezó a conducirme hacia el telecilla. Sentía la atronadora energía de su cuerpo. Era como estar rodeada por una tormenta a punto de alcanzar la máxima intensidad.
Pronto llegamos al sendero principal y Edward aflojó el brazo cuando nos acercamos a dos jóvenes montañeros. Les dijo algo en ingles y luego cambió al alemán.
No entendí lo que decía, pero cuando les entregó unos billetes y señaló en dirección a la pradera, comprendí que les había pagado para que recogieran la cesta de picnic y lo limpiaran todo. Edward estaba acostumbrado a dar órdenes y a ser obedecido.
Volamos de vuelta a Venecia en silencio y los días siguientes fueron muy tristes para mi. Edward se negaba a hablar conmigo y se mantenía alejado. Se marchaba a trabajar temprano, volvía por la noche y me hablaba solo cuando era estrictamente necesario.
Me sentía como si estuviera atrapada en una pesadilla sin escapatoria. Al principio pensó en irse de Venecia, pero no era tan sencillo.
No se trataba sólo del dolor que sentía al pensar en dejar a Edward. Mi embarazo estaba demasiado avanzado para que viajar resultara sencillo, y la idea de llegar a Londres casi a punto de dar a luz me aterrorizaba. Al menos en Venecia tenía atención médica.
Además, mi marcha devastaría a André. Yo sabía que el bebé era su bisnieto, pero si me iba, no sabía qué le diría Edward. Aunque me sentía traicionada por cómo me había utilizado Edward, compartía su deseo de hacer feliz a su abuelo. Tendría que esperar a que naciera el bebé antes de hacer nada.
Según pasaban los días, la ira que había sentido hacia Edward en el pradera se fue apagando y empezó a sentirme rechazada y solitaria.
El tiempo se hacía eterno y tenía la sensación de que estaría embarazada para siempre. Aún me quedaba más de un mes y no sabía cómo sobrellevarlo.
Visitaba a André cada mañana, haciendo el recorrido en barco, y por la tarde me refugiaba en mis libros de bolsillo. Dormía mucho. Cuando no dormía, leía o visitaba a André, me sentaba en la habitación del niño, intentando no pensar en la asombrosa revelación de Edward, que se creía estéril.
Al principio había sido como si se hiciera la luz en mi mente, porque eso explicaba que me creyera infiel. Después me había encolerizado su falta de confianza en mi. Y en este momento sentía otra cosa.
Me sentía rechazada.
Si Edward no se hubiera creído estéril, nunca se habría casado conmigo.
Desde el primer momento había sabido que Edward no quería un compromiso serio. Entonces no me había importado. Adoraba estar con él y había supuesto que su norma de <> no tenía que ver conmigo, sino que era su forma de vivir.
Pero había comprendido que sí se refería a mi.
Había sido lo suficientemente buena para ser su amante, pero no para ser su esposa. Al menos hasta que le di la oportunidad de darle a su abuelo algo que no creía poder conseguir de nadie mas.
Y aun así, había sido el empeoramiento de la salud de su abuelo lo que le había llevado a tomar una decisión. En un primer momento me había echado de su vida sin pensarlo un momento.
Una vez casados, comprendí que lo amaba. Me aferré a la esperanza de que, si conseguía convencerlo que no le había sido infiel, empezaría a abrirme su corazón.
Sin embargo, desde que sabía que él se creía infértil, mi esperanza había desaparecido. Cuando descubriera que no era infértil, nada lo ataría mi. Podría elegir a la mujer que quisiera como esposa.
–Pareces cansada –dijo André, quitándose las gafas y poniéndolas a un lado, junto al periódico.
–Un poco –admití, sentándome en el sillón que había junto a la cama – No sé por qué. No hago mucho últimamente.
–¿Qué quieres decir? –Exclamó él– Estás llevando a mi bisnieto en tu interior, ¡eso es mucho!
Sonreí. Visitar a André siempre me levantaba el ánimo.
–No falta mucho, pronto lo conocerás –dije, esperando que fuera verdad. Los médicos estaban satisfechos porque la salud de André se había estabilizado, pero seguía siendo un anciano muy frágil.
–No lo veré crecer –dijo él–. Pero no pienso irme de aquí hasta haberlo visto con mis propios ojos.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Parpadeé para ocultarlas, pero André no se había dado cuenta. Miraba hacia el frente y sonreía.
–Te prometo que oirá todo lo que me has contado sobre tu vida y sobre Venecia –dije.
–Me has hecho un hombre muy feliz –dijo André, mirándome – Solo los muy afortunados viven para ver a sus bisnietos. No sé si te he dicho alguna vez cuánto me alegra que tú seas la madre.
–Gracias. Siempre has sido muy bueno conmigo –contesté con voz temblorosa por la emoción.
–La espera ha merecido la pena –dijo él con una sonrisa–. Después de Heidi, me preocupaba que mi nieto no tuviera buen gusto con las mujeres.
–¿En serio? – Me picó la curiosidad, aunque era un tema potencialmente controvertido – Pero si hubieran seguido juntos, y tenido familia, habrías tenido más tiempo para conocer a tus bisnietos.
–¿Los hijos de Heidi? –dijo André con desagrado–. Nunca entendí por qué se casó con ella. Era veneciana, pero no era una buena esposa para él. Y habría tardado mucho tiempo en acceder a ser madre.
–¿Qué quieres decir? – No podía evitar querer saber más sobre la primera esposa de Edward.
–Estaba demasiado ocupada viviendo la vida, disfrutando de su egoísta existencia, gastándose su dinero en cosas frívolas –dijo André–. Sigue siendo igual, excepto que ahora está en Río de Janeiro, gastándose el dinero de su amante brasileño, según me dicen mis contactos.
–¿Contactos? –sonreí.
–¿Qué creías? –André sonó ofendido–. ¿Que porque soy viejo y estoy en la cama no sé nada?
–Claro que no – Me reí, pero me pregunté sabia sobre Edward y sobre mi.
– Yo lo se todo… no te preocupes todo se solucionará, yo me encargare de ello.
– ¿Qué sabes? – me atreví a preguntar.
– Se que últimamente mi nieto no te dedica el tiempo que mereces, por eso pareces tan cansada. El te quiere mi pequeña. No pienses en Heidi –añadió André–. Edward nunca la quiso como te quiere a ti. Cualquiera vería que sois almas gemelas, como mi querida Anna María y yo.
Forcé una sonrisa y me miré las manos, que tenía sobre el regazo. Sabia que Edward no me amaba.
–Casi lo olvido, tengo una sorpresa para ti.
–¿Una sorpresa? –repetí, agradeciendo el cambio de tema. No quería estar triste en su presencia. Espere que André no fuera a hacerme otro regalo de la herencia familiar. Me había encantado el collar antiguo que me dio el primer día, pero no había vuelto a verlo desde que Edward me lo quito.
–Sí. Hablar de mi Anna María me lo recordó... –dijo con expresión soñadora–. Recordé cuál era su cosa favorita cuando estaba embarazada, y pensé que a ti tal vez también te gustaría.
Sonreí expectante, intrigada por saber más de la mujer que había capturado el corazón de André.
–No puedo acompañarte para ver si te gusta –dijo él, pulsando un timbre para llamar al personal – Tendrás que decírmelo cuando vengas mañana.
El ama de llaves entró en la habitación y André le pidió que me enseñara su sorpresa. Por su actitud, resultó obvio que estaba al tanto de todo. André inició su siesta y ella me condujo a una parte del palazzo que nunca habla visitado.
Bajamos dos tramos de escaleras, cruzamos un precioso patio con árboles cítricos en gigantescos maceteros de cerámica y cruzamos una puerta doble. Me encontré ante la escena más atractiva que había visto en muchos días.
Una piscina azul de aspecto refrescante.
–¡Oh, vaya! –suspire, anhelando sumergir mi cuerpo cansado en el agua.
El ama de llaves me explicó que André había hecho que repararan y llenaran la piscina. Me mostró dónde estaba el vestuario y la ducha y, finalmente, me ofreció una selección de trajes de baño premamá.
Pocos minutos después, flotaba de espaldas sobre el agua, deliciosa y refrescante. Me di la vuelta y nade lentamente, admirando los mosaicos que decoraban el suelo y las paredes.
El regalo de André era perfecto en todos los sentidos. De repente, mis ojos se llenaron de lágrimas.
El abuelo de Edward había sido más generoso y amable conmigo que nadie en mi vida. Me trataba con respeto y se interesaba realmente por mi y por mis intereses. Mi propio padre nunca lo había hecho; ni siquiera había querido conocerme.
Y Edward, mi esposo, tampoco quería hacerlo.
EPOV
Caminaba impaciente por las callejuelas venecianas. Era primera hora de la tarde y había regresado pronto de la oficina por tercer día consecutivo, para descubrir que Bella no estaba en el palazzo. Desde nuestro regreso de la montaña, había empezado a pasar más tiempo en Pallazo Cullen. De hecho, casi nunca estaba en casa, y eso empezaba a molestarme.
Ese día mi abuelo me había mandado a llamar para hablar conmigo, no entendía que era lo que quería si Bella esta con el.
- ¡Nonno!, estas despierto.
- Si pasa.
- ¿Pensé que Bella estaba aquí? – dije buscándola con la mirada dentro de la habitación.
- Esta en piscina.
- ¿En la piscina de la abuela?
- Si, la mande a restaurar para tu mujer, le dije que fuera para por que tengo que hablar contigo.
- Tú dirás – le dije.
- Seré directo, desde hace unos días noto una sombra en los ojos de Bella, se ve que esta muy cansada y eso me preocupa.
- Creo que eso es normal, digo el hecho que este cansada, su estado es muy avanzando.
- Por eso mismo me preocupo, tanto ella como mi biznieto deben de estar sanos, y siento que ella esta triste.
- ¿Ella te ha dicho algo? – pregunte cuidadosamente, acaso Bella le había dicho algo a mi abuelo.
- No, ella es muy dulce conmigo pero también es muy discreta, pero eso no me quita la seguridad que tu tienes que ver con su estado de animo.
- ¿Yo?
- Si, tu, ella necesita todo tu cariño y tu atención en este momento, Quizás le dedicas mucho tiempo a el trabajo, hijo lo primero es la familia – me aconsejo.
Sus palabras mi hicieron recordar lo poco que Bella y yo nos habíamos tratado en estos últimos días.
- Edward, Bella esta embarazada sensible, debes mimarla, tiene una vida dentro de su cuerpo imagínate lo importante que es eso.
- Entiendo abuelo – dije sinceramente.
Hasta este momento me detuve a pensar en lo que Bella sufrió con todo esto, es decir además que el padre de su bebé la abandono, yo la he sometido a una presión muy cruel desde que nos casamos, es cierto que ella me había sido infiel y aunque esto me dolió hasta el alma, también le había dado felicidad a mi abuelo y eso no tenia con que pagárselo, yo he sido un maldito con ella sin importarme que estuviera embarazada, ahora comprendo mi error, en este momento ella era mi pareja y mi deber era estar con ella dándole mi apoyo en lugar de atormentarla
- Mas te vale, por que si no borras la tristeza de su mirada, la hago que te abandone, y esta de mas decir que tendrá todo mi apoyo.
- No te preocupes abuelo, yo me encargo de cumplir.
- Una cosa mas… Bella no es Heidi… aleja de ti esa sombra de tu anterior matrimonio. Solo así podrás ser feliz, ahora vete por que quiero dormir.
Salí a buscar a mi esposa, necesitábamos hablar apartar de este momento intentaría llevar una relación real y intentar también crear un lazo con el que seria mi hijo.
El que mi abuelo llenara la piscina para ella, algo muy considerado de su parte. Y por lo visto Bella adoraba nadar, algo que yo no sabía. Pero dudaba que pudiera pasarse todo el día en la piscina.
Recordaba demasiado bien la expresión desdeñosa del rostro de Heidi cuando agitó el informe médico que me declaraba infértil ante mi rostro.
Había sido joven e ingenuo cuando me case con Heidi, creyendo que sería la perfecta esposa veneciana que daría a luz a la siguiente generación de Cullen´s. No había sido así. Pero creía haber aprendido algo de la experiencia: a proteger mi orgullo.
Mi infertilidad había abierto una brecha en mi matrimonio. Para aliviar su decepción, Heidi se había entregado a una ajetreada vida de reuniones sociales y viajes. Nos habíamos distanciado y yo no había hecho ningún esfuerzo por salvar el matrimonio. Cuando Heidi me dejó, me alegró. Así no habría nada que me recordara mi vergüenza.
Pero, por más que lo había intentado, no había podido olvidar. Estaba acostumbrado al éxito y mi fracaso como hombre seguía hiriéndome sin piedad, si tan solo el bebé que Bella esperaba fuera mío.
Enfrentarme a esa sensación de humillación fue el reto más difícil de mi vida. Así que me jure no volver a dejar que una relación seria debilitara mis defensas.
No podía engendrar un hijo, así que un compromiso a largo plazo no tenia sentido.
Sólo el deseo de satisfacer el último deseo de mi abuelo me había llevado a casarme con Bella.
Bella no era como Heidi, no había reaccionado con desdén al descubrir que era infértil. Pero la noticia le había hecho mostrar su auténtico carácter. Y su comportamiento desde entonces demostraba lo que pensaba de mi.
Sabía que le había quitado sus argumentos. Ya no podía aferrarse a su historia de no haberme sido infiel. Al principio había parecido atónita, pero eso pronto se había transformado en ira, seguramente porque había hecho que quedara como una tonta.
Inmerso en mis pensamientos, entré al patio. Bella dormía en una mecedora, bajo el pasadizo techado que conducía a la piscina.
Me detuve para contemplarla. Estaba preciosa, encantadora y al tiempo vulnerable. Tumbada hacia un lado, con el sedoso cabello extendido como alas de ángel y los brazos sobre el vientre. Mirándola, todos los malos sentimientos que habían crecido mientras iba hacia allí se disolvieron. Era imposible sentirse enfadado ante esa visión de belleza celestial.
La había echado de menos.
Me senté en una silla, dispuesto a esperar a que se despertara naturalmente. No debía de ser un sueño profundo, porque se movió poco después.
–Ciao –salude, poniéndole un mechón de pelo detrás de la oreja – Pensé que te encontrarla aquí.
–¿Cuánto tiempo llevas ahí sentado? –preguntó Bella, incorporándose.
–No mucho. Acabo de llegar – mire a mi alrededor–. Hacía años que no estaba en este patio. Solía jugar al fútbol aquí.
–¿En serio? –ella miró los cítricos y los bancos de mármol que rodeaban la fuente que había en el centro–. Hay muchos obstáculos.
–Eso era bueno para practicar el regateo – sonreí al recordarlo–. No hay nada como tropezar con un banco de mármol, destroza las espinillas.
–También hay muchas ventanas – me contesto.
–Sí, rompí bastantes –dijo Edward – Al principio el ama de llaves lo ocultaba, pero cuando mi abuelo se enteró me leyó bien la cartilla-
Bella se recostó, estaba paliada y parecía desvalida, su aspecto me recordaron la platica con mi abuelo, debía ser mas cariñoso con ella, en su estado no era favorable que ella se sintiera angustiada.
–¿Estás bien? –Edward sonó preocupado.
–Sí. Solo cansada –agarró su vaso de agua, sin mirarme.
–Pareces triste – le toque el brazo – ¿Por qué eres infeliz?
–Porque solo te casaste conmigo por el bebé que llevo dentro –dijo ella con sinceridad.
–Lo sabias, te lo dije desde el principio – dejó caer la mano – ¿Acaso creías que había otra razón? – necesitaba conocer que era lo que ella sentía para saber si nuestra relación tenia futuro.
–Pensé, deseé, que hubiera algo entre nosotros, además del niño que sigues negándote a creer que pueda ser tuyo –puso los pies en el suelo– Ahora se que me equivocaba. Para ti no soy más que una maquina de hacer bebés.
Metió los pies en las sandalias y se levantó.
De repente vi un charco a sus pies.
–Has roto aguas –la alzó en brazos y fue hacia la entrada del palazzo–. Vamos directos al hospital.
HOLA!!
SIENTO MUCHISMO LA TARDANZA, SI PUEDO SUBO OTRO CAPI EL LUNES, SOLO FALTA UNO PARA QUE SE ACABE LA HISTORIA.
QUE LES PARECE EL CAMBIO DE EDWARD, RECUERDEN QUE AUNQUE ESTA ES UNA ADAPTACION A MI ME ENCANTA JUGAR CON NUEVAS SITUACIONES QUE LES GUSTARIA QUE PASARA?
GRACIAS POR SU APOYO
DEJENME SABER SU OPINION...
CARIÑOS VANESSA
Capitulo doce
BPOV
Lo mire atónita. Tenía el rostro tenso. De pronto comprendí que, aunque yo sabía que si podía tener hijos, él creía que no era posible.
–Claro que puedes –dije – Lo has hecho. Estoy embarazada y el padre eres tú.
–¡Por Dios Santo! – exclamó Edward, poniéndose de pie y mesándose el cabello – Ya es hora de dejar esa ridícula charada.
Aún sentada en la manta, estudié su rostro atentamente, intentando ver qué ocultaba su expresión. La brisa hizo que el flequillo le cayera hacia delante y él lo apartó con impaciencia.
Me levanté y me situé ante él. Instintivamente, puse una mano en su antebrazo. Tenía la piel cálida y suave, pero los músculos estaban duros como el acero.
–No puedo dejarlo porque es la verdad.
Ví que él estaba a punto de explotar y lo haría si yo no conseguía templar su ira.
–¿Por qué crees eso? – pregunté con voz suave – ¿Te hicieron pruebas?
Edward tomó aire y miró el lago, sin verlo.
–Heidi y yo no tuvimos éxito cuando decidimos tener familia –empezó–. Tras un tiempo, decidimos hacemos pruebas de fertilidad –hizo una pausa–. Era yo quien no podía tener hijos.
–Cometieron un error –dije automáticamente.
–No hubo ningún error –dijo Edward, seco–. Siéntate y come algo. Luego nos iremos –sacó el móvil de el bolsillo y pulsó una tecla de llamada rápida. Se dio vuelta y se alejó unos pasos mientras hablaba.
Me senté y lo contemplé atribulada. Todo lo ocurrido empezaba a tener sentido. El se creía infértil y por eso asumió que le había sido infiel cuando me quede embarazada. En su mente, era lo lógico. Eso explicaba su ira, pero no la excusaba.
Si me hubiera dicho la verdad en Semana Santa, habría intentado razonar con él, convencerle de que había habido un error. Podría haberse hecho nuevas pruebas de fertilidad. Era obvio que se trataba de un error o que algo había cambiado. Yo estaba embarazada y solo él podía ser el padre.
Lo mire hablar por teléfono. Con las montañas detrás, tenía un aspecto imponente, pero también parecía tan frío y duro como los agudos picos que se alzaban sobre los verdes valles.
Entendía que debía haberle dolido creer que no podía tener hijos, sobre todo siendo el último hombre de su estirpe. Pero también me había herido, echándome a la calle cuando no había hecho nada, y coaccionándome para aceptar un matrimonio que él veía sólo como algo temporal.
Debería haberme dicho la verdad y me había engañado. Primero, pidiéndome que tomara anticonceptivos aun creyendo que no eran necesarios. Después acusándome aunque no le había dado razones para que dudara de mi. Finalmente, y eso era lo peor, había utilizado lo que sabia de mi infancia para manipularme.
Súbitamente, sentí una intensa oleada de ira. Había confiado más en un informe medico que en la mujer con quien estaba compartiendo su vida. Me había tratado de forma penosa y lo había permitido. Pero no lo haría más.
–No has comido –dijo él, cuando finalmente concluyó su conversación y volvió a sentarse.
Lo mire y una corriente eléctrica paso entre nosotros. El abrió los ojos con sorpresa y supe que había reconocido la cólera que crecía en mi interior.
–Cuando regresemos te harás de nuevo las pruebas de fertilidad –afirmó con determinación.
–¿Por qué iba a someterme a esa humillación? –ladró Edward – Dadas las circunstancias, ¿no crees que sería mejor dejar esto ya? ¿O eres tan masoquista que deseas pruebas irrefutables de tu infidelidad?
–¡Quiero pruebas de mi inocencia! – grité – Y si no te las haces, haré una prueba de ADN cuando nazca el bebé.
–¿Estás loca? Si me niego a una prueba de fertilidad, ¿por qué crees que me haré una de ADN?
–Se lo pediré a André – declare – Su ADN demostrará el vínculo familiar.
Edward maldijo en italiano, se levantó y tiró de ella.
–¡Vas demasiado lejos! –grito. Me estremecí al sentir la fuerza de su ira. Nunca haría nada que pudiese herir a André, pero que Edward se negara a escucharme me había llevado a decir eso.
El rodeo mi cintura con un brazo y empezó a conducirme hacia el telecilla. Sentía la atronadora energía de su cuerpo. Era como estar rodeada por una tormenta a punto de alcanzar la máxima intensidad.
Pronto llegamos al sendero principal y Edward aflojó el brazo cuando nos acercamos a dos jóvenes montañeros. Les dijo algo en ingles y luego cambió al alemán.
No entendí lo que decía, pero cuando les entregó unos billetes y señaló en dirección a la pradera, comprendí que les había pagado para que recogieran la cesta de picnic y lo limpiaran todo. Edward estaba acostumbrado a dar órdenes y a ser obedecido.
Volamos de vuelta a Venecia en silencio y los días siguientes fueron muy tristes para mi. Edward se negaba a hablar conmigo y se mantenía alejado. Se marchaba a trabajar temprano, volvía por la noche y me hablaba solo cuando era estrictamente necesario.
Me sentía como si estuviera atrapada en una pesadilla sin escapatoria. Al principio pensó en irse de Venecia, pero no era tan sencillo.
No se trataba sólo del dolor que sentía al pensar en dejar a Edward. Mi embarazo estaba demasiado avanzado para que viajar resultara sencillo, y la idea de llegar a Londres casi a punto de dar a luz me aterrorizaba. Al menos en Venecia tenía atención médica.
Además, mi marcha devastaría a André. Yo sabía que el bebé era su bisnieto, pero si me iba, no sabía qué le diría Edward. Aunque me sentía traicionada por cómo me había utilizado Edward, compartía su deseo de hacer feliz a su abuelo. Tendría que esperar a que naciera el bebé antes de hacer nada.
Según pasaban los días, la ira que había sentido hacia Edward en el pradera se fue apagando y empezó a sentirme rechazada y solitaria.
El tiempo se hacía eterno y tenía la sensación de que estaría embarazada para siempre. Aún me quedaba más de un mes y no sabía cómo sobrellevarlo.
Visitaba a André cada mañana, haciendo el recorrido en barco, y por la tarde me refugiaba en mis libros de bolsillo. Dormía mucho. Cuando no dormía, leía o visitaba a André, me sentaba en la habitación del niño, intentando no pensar en la asombrosa revelación de Edward, que se creía estéril.
Al principio había sido como si se hiciera la luz en mi mente, porque eso explicaba que me creyera infiel. Después me había encolerizado su falta de confianza en mi. Y en este momento sentía otra cosa.
Me sentía rechazada.
Si Edward no se hubiera creído estéril, nunca se habría casado conmigo.
Desde el primer momento había sabido que Edward no quería un compromiso serio. Entonces no me había importado. Adoraba estar con él y había supuesto que su norma de <
Pero había comprendido que sí se refería a mi.
Había sido lo suficientemente buena para ser su amante, pero no para ser su esposa. Al menos hasta que le di la oportunidad de darle a su abuelo algo que no creía poder conseguir de nadie mas.
Y aun así, había sido el empeoramiento de la salud de su abuelo lo que le había llevado a tomar una decisión. En un primer momento me había echado de su vida sin pensarlo un momento.
Una vez casados, comprendí que lo amaba. Me aferré a la esperanza de que, si conseguía convencerlo que no le había sido infiel, empezaría a abrirme su corazón.
Sin embargo, desde que sabía que él se creía infértil, mi esperanza había desaparecido. Cuando descubriera que no era infértil, nada lo ataría mi. Podría elegir a la mujer que quisiera como esposa.
–Pareces cansada –dijo André, quitándose las gafas y poniéndolas a un lado, junto al periódico.
–Un poco –admití, sentándome en el sillón que había junto a la cama – No sé por qué. No hago mucho últimamente.
–¿Qué quieres decir? –Exclamó él– Estás llevando a mi bisnieto en tu interior, ¡eso es mucho!
Sonreí. Visitar a André siempre me levantaba el ánimo.
–No falta mucho, pronto lo conocerás –dije, esperando que fuera verdad. Los médicos estaban satisfechos porque la salud de André se había estabilizado, pero seguía siendo un anciano muy frágil.
–No lo veré crecer –dijo él–. Pero no pienso irme de aquí hasta haberlo visto con mis propios ojos.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Parpadeé para ocultarlas, pero André no se había dado cuenta. Miraba hacia el frente y sonreía.
–Te prometo que oirá todo lo que me has contado sobre tu vida y sobre Venecia –dije.
–Me has hecho un hombre muy feliz –dijo André, mirándome – Solo los muy afortunados viven para ver a sus bisnietos. No sé si te he dicho alguna vez cuánto me alegra que tú seas la madre.
–Gracias. Siempre has sido muy bueno conmigo –contesté con voz temblorosa por la emoción.
–La espera ha merecido la pena –dijo él con una sonrisa–. Después de Heidi, me preocupaba que mi nieto no tuviera buen gusto con las mujeres.
–¿En serio? – Me picó la curiosidad, aunque era un tema potencialmente controvertido – Pero si hubieran seguido juntos, y tenido familia, habrías tenido más tiempo para conocer a tus bisnietos.
–¿Los hijos de Heidi? –dijo André con desagrado–. Nunca entendí por qué se casó con ella. Era veneciana, pero no era una buena esposa para él. Y habría tardado mucho tiempo en acceder a ser madre.
–¿Qué quieres decir? – No podía evitar querer saber más sobre la primera esposa de Edward.
–Estaba demasiado ocupada viviendo la vida, disfrutando de su egoísta existencia, gastándose su dinero en cosas frívolas –dijo André–. Sigue siendo igual, excepto que ahora está en Río de Janeiro, gastándose el dinero de su amante brasileño, según me dicen mis contactos.
–¿Contactos? –sonreí.
–¿Qué creías? –André sonó ofendido–. ¿Que porque soy viejo y estoy en la cama no sé nada?
–Claro que no – Me reí, pero me pregunté sabia sobre Edward y sobre mi.
– Yo lo se todo… no te preocupes todo se solucionará, yo me encargare de ello.
– ¿Qué sabes? – me atreví a preguntar.
– Se que últimamente mi nieto no te dedica el tiempo que mereces, por eso pareces tan cansada. El te quiere mi pequeña. No pienses en Heidi –añadió André–. Edward nunca la quiso como te quiere a ti. Cualquiera vería que sois almas gemelas, como mi querida Anna María y yo.
Forcé una sonrisa y me miré las manos, que tenía sobre el regazo. Sabia que Edward no me amaba.
–Casi lo olvido, tengo una sorpresa para ti.
–¿Una sorpresa? –repetí, agradeciendo el cambio de tema. No quería estar triste en su presencia. Espere que André no fuera a hacerme otro regalo de la herencia familiar. Me había encantado el collar antiguo que me dio el primer día, pero no había vuelto a verlo desde que Edward me lo quito.
–Sí. Hablar de mi Anna María me lo recordó... –dijo con expresión soñadora–. Recordé cuál era su cosa favorita cuando estaba embarazada, y pensé que a ti tal vez también te gustaría.
Sonreí expectante, intrigada por saber más de la mujer que había capturado el corazón de André.
–No puedo acompañarte para ver si te gusta –dijo él, pulsando un timbre para llamar al personal – Tendrás que decírmelo cuando vengas mañana.
El ama de llaves entró en la habitación y André le pidió que me enseñara su sorpresa. Por su actitud, resultó obvio que estaba al tanto de todo. André inició su siesta y ella me condujo a una parte del palazzo que nunca habla visitado.
Bajamos dos tramos de escaleras, cruzamos un precioso patio con árboles cítricos en gigantescos maceteros de cerámica y cruzamos una puerta doble. Me encontré ante la escena más atractiva que había visto en muchos días.
Una piscina azul de aspecto refrescante.
–¡Oh, vaya! –suspire, anhelando sumergir mi cuerpo cansado en el agua.
El ama de llaves me explicó que André había hecho que repararan y llenaran la piscina. Me mostró dónde estaba el vestuario y la ducha y, finalmente, me ofreció una selección de trajes de baño premamá.
Pocos minutos después, flotaba de espaldas sobre el agua, deliciosa y refrescante. Me di la vuelta y nade lentamente, admirando los mosaicos que decoraban el suelo y las paredes.
El regalo de André era perfecto en todos los sentidos. De repente, mis ojos se llenaron de lágrimas.
El abuelo de Edward había sido más generoso y amable conmigo que nadie en mi vida. Me trataba con respeto y se interesaba realmente por mi y por mis intereses. Mi propio padre nunca lo había hecho; ni siquiera había querido conocerme.
Y Edward, mi esposo, tampoco quería hacerlo.
EPOV
Caminaba impaciente por las callejuelas venecianas. Era primera hora de la tarde y había regresado pronto de la oficina por tercer día consecutivo, para descubrir que Bella no estaba en el palazzo. Desde nuestro regreso de la montaña, había empezado a pasar más tiempo en Pallazo Cullen. De hecho, casi nunca estaba en casa, y eso empezaba a molestarme.
Ese día mi abuelo me había mandado a llamar para hablar conmigo, no entendía que era lo que quería si Bella esta con el.
- ¡Nonno!, estas despierto.
- Si pasa.
- ¿Pensé que Bella estaba aquí? – dije buscándola con la mirada dentro de la habitación.
- Esta en piscina.
- ¿En la piscina de la abuela?
- Si, la mande a restaurar para tu mujer, le dije que fuera para por que tengo que hablar contigo.
- Tú dirás – le dije.
- Seré directo, desde hace unos días noto una sombra en los ojos de Bella, se ve que esta muy cansada y eso me preocupa.
- Creo que eso es normal, digo el hecho que este cansada, su estado es muy avanzando.
- Por eso mismo me preocupo, tanto ella como mi biznieto deben de estar sanos, y siento que ella esta triste.
- ¿Ella te ha dicho algo? – pregunte cuidadosamente, acaso Bella le había dicho algo a mi abuelo.
- No, ella es muy dulce conmigo pero también es muy discreta, pero eso no me quita la seguridad que tu tienes que ver con su estado de animo.
- ¿Yo?
- Si, tu, ella necesita todo tu cariño y tu atención en este momento, Quizás le dedicas mucho tiempo a el trabajo, hijo lo primero es la familia – me aconsejo.
Sus palabras mi hicieron recordar lo poco que Bella y yo nos habíamos tratado en estos últimos días.
- Edward, Bella esta embarazada sensible, debes mimarla, tiene una vida dentro de su cuerpo imagínate lo importante que es eso.
- Entiendo abuelo – dije sinceramente.
Hasta este momento me detuve a pensar en lo que Bella sufrió con todo esto, es decir además que el padre de su bebé la abandono, yo la he sometido a una presión muy cruel desde que nos casamos, es cierto que ella me había sido infiel y aunque esto me dolió hasta el alma, también le había dado felicidad a mi abuelo y eso no tenia con que pagárselo, yo he sido un maldito con ella sin importarme que estuviera embarazada, ahora comprendo mi error, en este momento ella era mi pareja y mi deber era estar con ella dándole mi apoyo en lugar de atormentarla
- Mas te vale, por que si no borras la tristeza de su mirada, la hago que te abandone, y esta de mas decir que tendrá todo mi apoyo.
- No te preocupes abuelo, yo me encargo de cumplir.
- Una cosa mas… Bella no es Heidi… aleja de ti esa sombra de tu anterior matrimonio. Solo así podrás ser feliz, ahora vete por que quiero dormir.
Salí a buscar a mi esposa, necesitábamos hablar apartar de este momento intentaría llevar una relación real y intentar también crear un lazo con el que seria mi hijo.
El que mi abuelo llenara la piscina para ella, algo muy considerado de su parte. Y por lo visto Bella adoraba nadar, algo que yo no sabía. Pero dudaba que pudiera pasarse todo el día en la piscina.
Recordaba demasiado bien la expresión desdeñosa del rostro de Heidi cuando agitó el informe médico que me declaraba infértil ante mi rostro.
Había sido joven e ingenuo cuando me case con Heidi, creyendo que sería la perfecta esposa veneciana que daría a luz a la siguiente generación de Cullen´s. No había sido así. Pero creía haber aprendido algo de la experiencia: a proteger mi orgullo.
Mi infertilidad había abierto una brecha en mi matrimonio. Para aliviar su decepción, Heidi se había entregado a una ajetreada vida de reuniones sociales y viajes. Nos habíamos distanciado y yo no había hecho ningún esfuerzo por salvar el matrimonio. Cuando Heidi me dejó, me alegró. Así no habría nada que me recordara mi vergüenza.
Pero, por más que lo había intentado, no había podido olvidar. Estaba acostumbrado al éxito y mi fracaso como hombre seguía hiriéndome sin piedad, si tan solo el bebé que Bella esperaba fuera mío.
Enfrentarme a esa sensación de humillación fue el reto más difícil de mi vida. Así que me jure no volver a dejar que una relación seria debilitara mis defensas.
No podía engendrar un hijo, así que un compromiso a largo plazo no tenia sentido.
Sólo el deseo de satisfacer el último deseo de mi abuelo me había llevado a casarme con Bella.
Bella no era como Heidi, no había reaccionado con desdén al descubrir que era infértil. Pero la noticia le había hecho mostrar su auténtico carácter. Y su comportamiento desde entonces demostraba lo que pensaba de mi.
Sabía que le había quitado sus argumentos. Ya no podía aferrarse a su historia de no haberme sido infiel. Al principio había parecido atónita, pero eso pronto se había transformado en ira, seguramente porque había hecho que quedara como una tonta.
Inmerso en mis pensamientos, entré al patio. Bella dormía en una mecedora, bajo el pasadizo techado que conducía a la piscina.
Me detuve para contemplarla. Estaba preciosa, encantadora y al tiempo vulnerable. Tumbada hacia un lado, con el sedoso cabello extendido como alas de ángel y los brazos sobre el vientre. Mirándola, todos los malos sentimientos que habían crecido mientras iba hacia allí se disolvieron. Era imposible sentirse enfadado ante esa visión de belleza celestial.
La había echado de menos.
Me senté en una silla, dispuesto a esperar a que se despertara naturalmente. No debía de ser un sueño profundo, porque se movió poco después.
–Ciao –salude, poniéndole un mechón de pelo detrás de la oreja – Pensé que te encontrarla aquí.
–¿Cuánto tiempo llevas ahí sentado? –preguntó Bella, incorporándose.
–No mucho. Acabo de llegar – mire a mi alrededor–. Hacía años que no estaba en este patio. Solía jugar al fútbol aquí.
–¿En serio? –ella miró los cítricos y los bancos de mármol que rodeaban la fuente que había en el centro–. Hay muchos obstáculos.
–Eso era bueno para practicar el regateo – sonreí al recordarlo–. No hay nada como tropezar con un banco de mármol, destroza las espinillas.
–También hay muchas ventanas – me contesto.
–Sí, rompí bastantes –dijo Edward – Al principio el ama de llaves lo ocultaba, pero cuando mi abuelo se enteró me leyó bien la cartilla-
Bella se recostó, estaba paliada y parecía desvalida, su aspecto me recordaron la platica con mi abuelo, debía ser mas cariñoso con ella, en su estado no era favorable que ella se sintiera angustiada.
–¿Estás bien? –Edward sonó preocupado.
–Sí. Solo cansada –agarró su vaso de agua, sin mirarme.
–Pareces triste – le toque el brazo – ¿Por qué eres infeliz?
–Porque solo te casaste conmigo por el bebé que llevo dentro –dijo ella con sinceridad.
–Lo sabias, te lo dije desde el principio – dejó caer la mano – ¿Acaso creías que había otra razón? – necesitaba conocer que era lo que ella sentía para saber si nuestra relación tenia futuro.
–Pensé, deseé, que hubiera algo entre nosotros, además del niño que sigues negándote a creer que pueda ser tuyo –puso los pies en el suelo– Ahora se que me equivocaba. Para ti no soy más que una maquina de hacer bebés.
Metió los pies en las sandalias y se levantó.
De repente vi un charco a sus pies.
–Has roto aguas –la alzó en brazos y fue hacia la entrada del palazzo–. Vamos directos al hospital.
HOLA!!
SIENTO MUCHISMO LA TARDANZA, SI PUEDO SUBO OTRO CAPI EL LUNES, SOLO FALTA UNO PARA QUE SE ACABE LA HISTORIA.
QUE LES PARECE EL CAMBIO DE EDWARD, RECUERDEN QUE AUNQUE ESTA ES UNA ADAPTACION A MI ME ENCANTA JUGAR CON NUEVAS SITUACIONES QUE LES GUSTARIA QUE PASARA?
GRACIAS POR SU APOYO
DEJENME SABER SU OPINION...
CARIÑOS VANESSA
viernes, 1 de octubre de 2010
NO TE ENGAÑE CAPITULO 11
Ni los personajes ni la historia me pertenecen, yo solo realizo la adaptación, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia a Natalie Rivers .
Capitulo once
BPOV
Gracias por acompañarme –dije, cuando salíamos del hospital tras la ecografía.
–No tienes por qué agradecérmelo –Edward me dio la mano para ayudarme a bajar al barco – Era mi deber.
Lo mire, pero el destello del agua me deslumbró y no pude leer su expresión. Durante la ecografía había estado frío y distante, una actitud muy distinta a la de las dos últimas semanas. Desde que habíamos hecho el amor apenas existía tensión entre nosotros.
Pensé, con tristeza, que seguramente era porque lo único que hacíamos juntos era hacer el amor. Al principio me había alegrado por nuestra nueva intimidad y disfrute mutuo. Era un amante sorprendente y generoso que me trataba como a una princesa.
Cada vez que lo miraba el corazón me daba un vuelco y mi amor por él había seguido creciendo, un preciado secreto de mi corazón. Pero el tiempo pasaba y necesitaba más. Quería poder compartir con él algo más que el sexo.
Sería fantástico poder hablar con él, mantener una conversación real. En cuanto iniciaba algo que no fuera una conversación de cama, él me silenciaba. Con un beso, una caricia o sugiriendo algo deliciosamente exquisito que deseaba hacer con mi cuerpo.
–¿Te molestó que preguntara el sexo del bebé? –saque las gafas de sol del bolso. Quería poder interpretar su expresión, saber cómo se sentía.
–A mi abuelo le agradara que sea un niño –el tono de su voz no reveló su estado de ánimo.
–¿Quieres alguna? –pregunte, alzando las fotos del feto que me había dado el ecógrafo.
–Estoy seguro de que a mi abuelo le gustará verlas todas –sacó el móvil del bolsillo y lo encendió para ver si había recibido alguna llamada o mensaje mientras estábamos en el hospital–. Guárdalas.
Lo mire en silencio. La brisa alborotaba su pelo cobrizo y hacia que su chaqueta se agitara, pero tenía el rostro rígido como una estatua. No parecía enfadado, sino más bien carente de toda emoción.
Sabía que debía ser duro para él creer que el niño no era suyo. Seguía sin saber por qué, pero tras la intimidad que habíamos adquirido últimamente, al menos en el dormitorio, me parecía fatal que siguiera creyendo algo que no era cierto.
Unos minutos después nos encontrábamos en el Gran Canal. Aunque había estado allí multitud de veces, no pude evitar sentirme impresionada por los magníficos edificios que bordeaban el agua. André había empezado a contarme la fascinante historia de los palazzi que se veían desde su dormitorio.
–He pensado que tal vez te gustaría pasar por Palazzo Cullen –dijo Edward–. A no ser que estés cansada y prefieras que te deje en casa antes de ir a la oficina.
–Prefiero visitar a André –dije – Quiero ver su rostro cuando sepa que tendrá un bisnieto –mire a Edward de reojo, incómoda al comparar el placer de su abuelo con el obvio desinterés de Edward.
–Seguramente empezará a elegir nombres. Nombres tradicionales, adecuados para el nuevo Cullen –contestó Edward – Pero no te preocupes. No le pondremos al niño un nombre que no te guste.
Me aparte el pelo de la cara y lo miré con interés. Justo cuando pensaba que mostraba tanta emoción y comprensión como una estatua de mármol, volvía a sorprenderme. Era la primera vez que expresaba que tendría en cuenta mis sentimientos.
–Me gustaría elegir un nombre que haga feliz a André – dije. Lo cierto era que me emocionaba saber que el bisabuelo de mi hijo lo quería de verdad y quería llamarlo siguiendo la tradición familiar. Pero era un pensamiento agridulce, dado que Edward no sentía lo mismo que su abuelo.
–Esta noche volveré tarde –dijo Edward, saltando del barco para ayudarme a bajar ante el embarcadero de Palazzo Cullen – Tengo trabajo retrasado.
Observe como el barco se reincorporaba al Gran Canal. Me había sentido muy feliz en la ecografía, viendo las imágenes de mi bebé. Pero el peso de la tristeza empezaba a descender sobre mi.
Había sido maravilloso volver a pasar tiempo con Edward durante las últimas dos semanas. Había intentado no pensar en el futuro, diciéndome que la intimidad que habíamos redescubierto me ayudaría a restablecer la confianza de él en mi.
Pero su reacción a la ecografía había dejado claro que no había cambiado nada. Ni siquiera ver el diminuto bebé lo había ablandado.
Las semanas siguientes siguieron la misma pauta. Parecía imposible que pasara tiempo con Edward sin terminar en sus brazos.
Cada vez se enamoraba más de él y una diminuta semilla de esperanza había arraigado en mi corazón. Si pudiera convencerlo de mi inocencia, tal vez todo iría bien entre nosotros, dentro y fuera del dormitorio.
Según avanzó el embarazo, mi vida adoptó una rutina similar a la que había seguido cuando llegue a Venecia a vivir con Edward. Empezo a pasear conmigo por la ciudad y a llevarme a restaurantes, dándome por fin la oportunidad de hablar con él.
Pero, aunque era lo que llevaba deseando semanas, sabía que tenia que ir despacio, mantener las conversaciones en terreno neutral. Estaba intentando cimentar lo que sería la vida futura de mi hijo mientras tuviera la oportunidad. No podía arriesgarme a estropearlo todo con un comentario desafortunado.
Una noche, él me sorprendió llevándome a Marco’s. Era la primera vez desde la terrible discusión en la que Edward había expresado sus sospechas sobre él.
Me tensé inconscientemente cuando entramos. Era terrible que me hubiera llevado allí, sobre todo cuando últimamente nos llevabamos tan bien. Marco haría algún comentario y no sabía cómo reaccionaría Edward.
–¡Bella, Edward! –Marco fue hacia nosotros e hizo una extravagante reverencia–. Me alegra veros después de tanto tiempo.
–Marco –Edward saludó al dueño del restaurante con voz neutra.
–Mamma mia! ¡Enhorabuena! –exclamó, contemplando mi abultado vientre.
–Gracias –Edward me condujo a la mesa y me apartó la silla él mismo.
–Me alegra verte de nuevo en Venecia tras la última vez –dijo Marco, dirigiéndose a mi. Luego miró a Edward y sus ojos destellaron con un brillo protector–. Debió de preocuparte mucho pensar en tu amor recorriendo sola las calles una noche fría y neblinosa.
Era el comentario que tanto había temido. Me había esforzado mucho para arreglar las cosas con Edward, por el bien de mi hijo nonato y por mi propia felicidad. En ese momento, me pareció más fácil asumir la culpa para que Marco no pensara lo peor de Edward.
–Fue un tonto malentendido – dije.
–No, era mi responsabilidad –dijo Edward con calma, poniendo su mano sobre las mías – Quiero darte las gracias por cuidar de Bella cuando yo no lo hice.
–Debes de estar encantado de tenerla de vuelta –dijo Marco. Seguía teniendo una mirada suspicaz yo deseé poder cambiar de tema.
–Es... fantástico estar aquí –balbuceé.
–Ahora es mi esposa –añadió Edward, con voz grave.
–Molte congratulazioni! –Marco sonrió de oreja a oreja y su severidad se esfumó. Llamó a un camarero para que llevara una botella de Prosecco.
Sentí la presión de la mano de Edward y miré su rostro. Estaba tan guapo como siempre, pero no pude leer su expresión. ¿Intentaba decirme que no creía que hubiera tenido una aventura con Marco?
Tal vez solo quería que entendiera que, a pesar de que me consideraba infiel, si no con Marco con otro, simularía para garantizar la felicidad de su abuelo.
Nos sirvieron vino y siguió una serie de brindis por los recién casados, así que dejé de pensar en eso.
–Tienes un aspecto terrible –dijo Edward, ayudándome a subir los últimos escalones y conduciéndome al sofá del estudio.
–Gracias – intente sonreír, pero no me sentía bien.
–Llamaré al medico –dijo Edward, arrodillándose ante mi para mirarme bien.
–No hace falta. Fui a revisión hace dos días. Todo va bien, me acaloré volviendo de visitar a André.
Edward juró entre dientes y fue a la zona del bar para prepararme un vaso de agua mineral con hielo.
–Perdona –dijo, ofreciéndomelo – Debí pensar en traerte algo de beber inmediatamente.
–No importa – me emocionó su preocupación – Necesitaba sentarme antes que nada.
–No deberías caminar con este calor. Tienes que descansar unos días. Cuando te recuperes, si quiere ir a visitar a mi abuelo, debes hacerlo en barco.
–No necesito descansar unos días –protesté – Mañana estaré bien. Y necesito andar para hacer algo de ejercicio, eso es bueno.
–Voy a llamar al medico –afirmó él–. Quiero enterarme yo mismo de lo que te conviene. No permitiré que hagas más de lo necesario.
Lo miré con asombro y consternación. Embarazada de siete meses aún estaría trabajando a tiempo completo, si no tuviera el privilegio de estar casada con un hombre rico.
–Tienes los tobillos hinchados –Edward se inclinó para quitarme las sandalias – ¿Eso es normal?
–Creo que sí –dije. Edward empezó a masajearme los pies para borrar las marcas dejadas por las tiras de las sandalias y luego siguió subiendo hasta las rodillas – A no ser que sea excesivo. La comadrona siempre lo comprueba, pero no sé qué significa.
–Se lo preguntaré al medico.
–En serio, ya estoy bien –proteste de nuevo. El vaso e agua me había refrescado y me sentía mejor. Más que mejor. Sentir los dedos de Edward empezaba a disparar mi libido. Estar en el tercer trimestre de embarazo no había disminuido mi deseo físico por él – Pero creo que estaría mejor si me refrescara en la ducha.
Edward me alzó en sus fuertes brazos y me subió al dormitorio. Me llevó al cuarto de baño y me dejó en el suelo de mármol. Estaba deliciosamente frío y, como siempre que estaba junto a Edward, senti plena conciencia de mi propio cuerpo. Cada milímetro de mi piel anhelaba tocarlo o ser tocado por él.
–¿Necesitas ayuda? –preguntó él. Sus ojos se oscurecieron y adivine que sabía exactamente lo que necesitaba.
–Me encantaría algo de ayuda –tragué aire mientras él abría la ducha. Luego, se agachó, agarró el bajo del amplio vestido de verano y me lo sacó por la cabeza.
Él se libró de su ropa rápidamente y la lanzó hacia el dormitorio de un puntapié.
–Eres bellísima –dijo, acariciando el vientre hinchado al tiempo que empezaba a quitarme las braguitas.
Me apoye en sus hombros para ayudarlo. El seguía adorando mi cuerpo, a pesar de lo avanzado de mi embarazado. Era muy inventivo a la hora de encontrar formas de disfrutar haciendo el amor a pesar de los cambios de mi cuerpo. Su modo de tratarme me daba esperanzas con respecto al futuro.
Me desabrochó el sujetador y luego, desnudos, entramos juntos a la ducha. Suspire cuando Edward empezó a aplicarme gel. Estar con él era increíble.
Esa tarde Edward me llevó a su casa en las montañas Dolomite. En cuanto descendi del helicóptero, noté que mi cuerpo se relajaba con el frescor. No me había dado cuenta de que siempre tenia calor en Venecia; el palazzo tenía aire acondicionado, pero el aire de la montaña era mucho más refrescante.
–Es increíble –dije, mirando las vistas.
–El chalé es un refugio muy útil –dijo Edward – Y será un buen lugar para que descanses.
–No se puede decir que haga mucho en Venecia –proteste, volviéndome para mirar lo que suponía era el chalé de Edward. No encajaba con mi idea de lo que era un chalé, basada en las pequeñas casitas de vacaciones en las que a veces nos habíamos alojado mi mamá y yo en verano. No en un impresionante edificio de madera que parecía un exclusivo centro de esquí alpino – Estoy embarazada, no inválida.
–El medico dijo que te iría bien salir de la ciudad – Edward tomó mi mano y subimos los escalones de madera hasta el un impresionante balcón corrido que parecía rodear todo el edificio – Y estoy de acuerdo.
Entramos en la zona de estar de la planta baja, organizada para sacar el máximo partido a las increíbles vistas.
–Siéntate y descansa mientras hablo con el ama de llaves sobre la cena.
Me hundí en un cómodo sillón. Mis pies me lo agradecieron, a pesar de que acababa de bajar del helicóptero. Y había pasado casi toda la tarde durmiendo, hasta que Edward me despertó porque había llegado el medico.
El diagnostico fue que todo iba bien, y que podía salir de la ciudad unos días. Cuando se marchó, le dije a Edward que no quería interferir con su trabajo, pero descubrí que Edward había hecho el equipaje mientras yo dormía.
Sabía que, cuando Edward decidía algo, era imposible hacer que cambiara de opinión. Y me emocionó que se hubiera molestado en hacer mi equipaje. Nadie me había hecho una maleta en mi vida. Si hacia un breve viaje con Renée, era yo quien comprobaba que no olvidáramos nada esencial.
EPOV
–Te he traído una bebida – me detuve en el umbral con un vaso de agua con hielo en la mano, y la contemple admirando las vistas.
Estaba preciosa. Sus mejillas tenían un suave resplandor, llevaba el pelo recogido en la nuca, pero algunos rizos castaños se habían escapado y se arremolinaban junto a un lado de su rostro.
–Gracias –se volvió hacia mi y sonrió, iluminando aún más su ya radiante rostro. Me alegre de haberla sacado de la ciudad. Podía tenerla entera para mi, sin distracciones. Pronto nacería el niño y nada sería igual. Bella tendría otro centro de interés en su vida y la agradable rutina que habíamos establecido cambiaría.
–He supuesto que querrías beber algo, últimamente siempre tienes sed –le pasé el vaso y me senté frente a ella.
–No sabía que tenías esta casa –dijo Bella, tras tomar un largo trago de agua–¿La usas a menudo?
–Para esquiar en invierno –dije, recordando que había pasado casi dos semanas, tras la marcha de Bella, lanzándome por las pistas – Y es un sitio tranquilo para alejarse del bullicio en verano.
–Nunca me habías traído aquí –dijo Bella.
–No nevó hasta tarde este año, y para entonces ya tenías lo que creímos era un virus estomacal.
–Ah –Bella se llevó la mano al cabello. Se dio cuenta de que era una masa de rizos, tras haber hecho el amor en la ducha. Yo la había dejado durmiendo en la cama y después no había tenido tiempo de alisárselo de la forma habitual antes de salir de la ciudad.
–Si recuerdo haberte dicho que me gustaba tu cabello liso –dije de repente–. Tiene un brillo precioso cuando lo alisas, pero me encantan como cae en ondas cuando no lo haces.
Bella me miró, atónita por mi confesión.
–Entonces, ¿por qué dijiste que no te gustaba liso?
–No quería decir eso –conteste, deseando no haber sacado el tema – Es solo que lo prefiero rizado.
–Bueno, me alegro –dejó el vaso en la mesita de café y se levantó para venir hacia mi. Eche la cabeza hacia atrás para mirarla mientras se sentaba en el brazo del sillón y me pasaba los dedos por el cabello – Porque ése es su estilo natural.
Mi cuerpo reaccionó de inmediato, como siempre. Sólo mirarla era suficiente para excitarme. Era maravillosa. Incluso con el cambio de su cuerpo, no me cansaba de ella.
–Te he traído aquí para descansar –alce la mano y acaricié su pómulo con los dedos.
–Pues será mejor que me enseñes el dormitorio – me dijo. Sus ojos brillaron con una invitación sexual.
BPOV
Durante los dos días siguientes, llegue a pensar que no había sido tan feliz en toda mi vida. Había decidido no preocuparme por el futuro y me concentre por completo en el presente, consciente de que podría ser mi última oportunidad de estar a solas con Edward.
Nunca había pasado tanto tiempo seguido con él. El había ignorado su móvil y su ordenador portátil para concentrarse en mi. Era el paraíso.
Edward era maravilloso. Atento a todas mis necesidades, me cuidaba y me llevaba a visitar sitios bonitos durante el día. Por la noche me hacía el amor de forma exquisita.
–Tienes suerte de haber crecido cerca de aquí –suspire, admirando el paisaje. Edward me había llevado a una bonita pradera alpina, cubierta de flores silvestres, para hacer una comida campestre.
–Siéntate y descansa –dijo él, extendiendo una manta sobre la hierba–. Aún tienes que regresar al telecilla andando.
–Estoy algo cansada – admití, pasándome una mano protectora por el vientre y curvando la espalda para frotarme las lumbares.
–Deja que lo haga yo –Edward se agacho a mi lado y empezó a masajear el punto exacto que me dolía.
–Ah, qué maravilla –murmuré inspirando con deleite y disfrutando de la presión de su mano – Ojala tuviera energía suficiente para bajar allí –añadí, mirando el cristalino lago de montaña.
–Te llevaré mañana –ofreció Edward – Conozco una ruta diferente y más corta.
–Me mimas demasiado –Me volví para mirarlo – ¿No tienes que regresar a la ciudad?
–Los negocios pueden esperar –Edward encogió los hombros–. Pronto acabará el verano, y aunque esto es precioso en invierno, hace demasiado frío para comer fuera. Vamos a disfrutarlo –Edward abrió la cesta y sacó una botella de agua mineral, zumo de frutas y la deliciosa comida que había preparado el ama de llaves.
–Creo que no deberíamos pasar demasiado tiempo fuera – dije – Odio pensar que André esté solo, sin visitas.
–Tiene visitas –contradijo Edward, con voz seca – No era un recluso antes de que llegaras tú.
–No he dicho que lo fuera –dije, molesta por la súbita brusquedad de Edward – Creí que te gustaba que le hiciera compañía.
–Y yo creí que eras feliz aquí –dijo Edward – Pero si prefieres volver a casa, volaremos esta tarde.
–¿Por qué siempre tiene que ser todo o nada contigo? – exprese mi frustración sin pensarlo. Me gustaba que Edward fuera fuerte y decisivo, pero a veces deseaba que no lo viera todo blanco o negro.
–No entiendo lo que quieres decir –me paso un plato de comida, lo acepte con cierta desgana.
–Quiero decir que he sido feliz aquí, muchísimo – explique - Eso no impide que piense en André. Pero no quería decir que nos fuéramos de inmediato.
–Tiene a gente que se ocupa de él veinticuatro horas al día –Edward mordió el pan con furia.
EPOV
Pensé en mi abuelo. Le debía hacer felices sus últimos días. Y, aunque en cierto sentido me irritaba, sabia cuánto lo alegraban las visitas de Bella.
Maldije mi egoísmo por querer mantener a Bella alejada de la ciudad por mi propio placer. Tendrían que volver a Venecia.
–Quiero a tu abuelo –dijo Bella de repente – Me acepta y no me juzga.
–No sabe lo que has hecho –dije con voz controlada pero tensa, deseando que Bella no me hubiera recordado su traición – Yo sí lo sé, pero no soy quien sigue sacando el tema. Conozco la verdad.
–Nuestro hijo crecerá sin conocer a su bisabuelo –dijo Bella como si, pérdida en sus pensamientos, no me hubiera oído – Pero André quiere que crezca conociendo la historia de su familia, sabiendo de dónde viene y a lo que pertenece.
La miré, incapaz de creer que siguiera hablando así. Apreté los puños e intenté controlar mi creciente ira. ¿Por qué se empeñaba en decir cosas que me recordaban su infidelidad?
–Yo nunca sentí que perteneciera a nada. Mi padre no me quería y mi madre apenas conseguía salir adelante – dijo – Por encima de todo, quiero que nuestro hijo sepa que es deseado y querido de verdad. Que sepa que pertenece a su familia.
–Mi abuelo es viejo ahora –dije apretando los dientes – No te habría parecido tan agradable hace unos años. Era un hombre formidable.
–Ya lo sé. Sigue siéndolo –contestó ella rápidamente–. Obviamente, es cosa de familia.
–Sabe que le queda poco tiempo –dije – Creo que eso ha intensificado sus deseos.
–Estoy de acuerdo. De eso estamos hablando.
–Estamos hablando de su deseo de un bisnieto.
–Y es lo que vamos a darle –dijo Bella.
–Es lo que él cree que vamos a darle – masculle – El hecho de que esté dispuesto a reconocer al niño como mío, por la felicidad de mí abuelo, no implica que haya olvidado la verdad.
–Yo tampoco la he olvidado –Bella se apartó el pelo de la cara con un gesto de exasperación.
–Déjalo ya –dije – Puedes simular que el niño es mío ante el resto del mundo, pero no me insultes hablándome como si yo no supiera la verdad.
–No pareces saberla. Y no sé por qué no me das una oportunidad. Accedí a no volver a mencionarlo porque sabía que no arreglaríamos nada Si seguíamos discutiendo. Pero creía que habíamos empezado a crear un vínculo y no entiendo por qué sigues negándote a escucharme.
Apreté mas los puños. Me sacaba de quicio que siguiera alegando inocencia. No lo soportaba más.
–Se que no es mío porque no puedo tener hijos
HOLA
hoy no me tarde tanto... estoy intentando a marchas forzadas terminar esta historia pronto para enforcarme en la otra historia!!
muchas gracias por su apoyo! y por sus comentarios... dejenme saber que les parece el comportamiento de Edward...
cariños
Vanessa
Capitulo once
BPOV
Gracias por acompañarme –dije, cuando salíamos del hospital tras la ecografía.
–No tienes por qué agradecérmelo –Edward me dio la mano para ayudarme a bajar al barco – Era mi deber.
Lo mire, pero el destello del agua me deslumbró y no pude leer su expresión. Durante la ecografía había estado frío y distante, una actitud muy distinta a la de las dos últimas semanas. Desde que habíamos hecho el amor apenas existía tensión entre nosotros.
Pensé, con tristeza, que seguramente era porque lo único que hacíamos juntos era hacer el amor. Al principio me había alegrado por nuestra nueva intimidad y disfrute mutuo. Era un amante sorprendente y generoso que me trataba como a una princesa.
Cada vez que lo miraba el corazón me daba un vuelco y mi amor por él había seguido creciendo, un preciado secreto de mi corazón. Pero el tiempo pasaba y necesitaba más. Quería poder compartir con él algo más que el sexo.
Sería fantástico poder hablar con él, mantener una conversación real. En cuanto iniciaba algo que no fuera una conversación de cama, él me silenciaba. Con un beso, una caricia o sugiriendo algo deliciosamente exquisito que deseaba hacer con mi cuerpo.
–¿Te molestó que preguntara el sexo del bebé? –saque las gafas de sol del bolso. Quería poder interpretar su expresión, saber cómo se sentía.
–A mi abuelo le agradara que sea un niño –el tono de su voz no reveló su estado de ánimo.
–¿Quieres alguna? –pregunte, alzando las fotos del feto que me había dado el ecógrafo.
–Estoy seguro de que a mi abuelo le gustará verlas todas –sacó el móvil del bolsillo y lo encendió para ver si había recibido alguna llamada o mensaje mientras estábamos en el hospital–. Guárdalas.
Lo mire en silencio. La brisa alborotaba su pelo cobrizo y hacia que su chaqueta se agitara, pero tenía el rostro rígido como una estatua. No parecía enfadado, sino más bien carente de toda emoción.
Sabía que debía ser duro para él creer que el niño no era suyo. Seguía sin saber por qué, pero tras la intimidad que habíamos adquirido últimamente, al menos en el dormitorio, me parecía fatal que siguiera creyendo algo que no era cierto.
Unos minutos después nos encontrábamos en el Gran Canal. Aunque había estado allí multitud de veces, no pude evitar sentirme impresionada por los magníficos edificios que bordeaban el agua. André había empezado a contarme la fascinante historia de los palazzi que se veían desde su dormitorio.
–He pensado que tal vez te gustaría pasar por Palazzo Cullen –dijo Edward–. A no ser que estés cansada y prefieras que te deje en casa antes de ir a la oficina.
–Prefiero visitar a André –dije – Quiero ver su rostro cuando sepa que tendrá un bisnieto –mire a Edward de reojo, incómoda al comparar el placer de su abuelo con el obvio desinterés de Edward.
–Seguramente empezará a elegir nombres. Nombres tradicionales, adecuados para el nuevo Cullen –contestó Edward – Pero no te preocupes. No le pondremos al niño un nombre que no te guste.
Me aparte el pelo de la cara y lo miré con interés. Justo cuando pensaba que mostraba tanta emoción y comprensión como una estatua de mármol, volvía a sorprenderme. Era la primera vez que expresaba que tendría en cuenta mis sentimientos.
–Me gustaría elegir un nombre que haga feliz a André – dije. Lo cierto era que me emocionaba saber que el bisabuelo de mi hijo lo quería de verdad y quería llamarlo siguiendo la tradición familiar. Pero era un pensamiento agridulce, dado que Edward no sentía lo mismo que su abuelo.
–Esta noche volveré tarde –dijo Edward, saltando del barco para ayudarme a bajar ante el embarcadero de Palazzo Cullen – Tengo trabajo retrasado.
Observe como el barco se reincorporaba al Gran Canal. Me había sentido muy feliz en la ecografía, viendo las imágenes de mi bebé. Pero el peso de la tristeza empezaba a descender sobre mi.
Había sido maravilloso volver a pasar tiempo con Edward durante las últimas dos semanas. Había intentado no pensar en el futuro, diciéndome que la intimidad que habíamos redescubierto me ayudaría a restablecer la confianza de él en mi.
Pero su reacción a la ecografía había dejado claro que no había cambiado nada. Ni siquiera ver el diminuto bebé lo había ablandado.
Las semanas siguientes siguieron la misma pauta. Parecía imposible que pasara tiempo con Edward sin terminar en sus brazos.
Cada vez se enamoraba más de él y una diminuta semilla de esperanza había arraigado en mi corazón. Si pudiera convencerlo de mi inocencia, tal vez todo iría bien entre nosotros, dentro y fuera del dormitorio.
Según avanzó el embarazo, mi vida adoptó una rutina similar a la que había seguido cuando llegue a Venecia a vivir con Edward. Empezo a pasear conmigo por la ciudad y a llevarme a restaurantes, dándome por fin la oportunidad de hablar con él.
Pero, aunque era lo que llevaba deseando semanas, sabía que tenia que ir despacio, mantener las conversaciones en terreno neutral. Estaba intentando cimentar lo que sería la vida futura de mi hijo mientras tuviera la oportunidad. No podía arriesgarme a estropearlo todo con un comentario desafortunado.
Una noche, él me sorprendió llevándome a Marco’s. Era la primera vez desde la terrible discusión en la que Edward había expresado sus sospechas sobre él.
Me tensé inconscientemente cuando entramos. Era terrible que me hubiera llevado allí, sobre todo cuando últimamente nos llevabamos tan bien. Marco haría algún comentario y no sabía cómo reaccionaría Edward.
–¡Bella, Edward! –Marco fue hacia nosotros e hizo una extravagante reverencia–. Me alegra veros después de tanto tiempo.
–Marco –Edward saludó al dueño del restaurante con voz neutra.
–Mamma mia! ¡Enhorabuena! –exclamó, contemplando mi abultado vientre.
–Gracias –Edward me condujo a la mesa y me apartó la silla él mismo.
–Me alegra verte de nuevo en Venecia tras la última vez –dijo Marco, dirigiéndose a mi. Luego miró a Edward y sus ojos destellaron con un brillo protector–. Debió de preocuparte mucho pensar en tu amor recorriendo sola las calles una noche fría y neblinosa.
Era el comentario que tanto había temido. Me había esforzado mucho para arreglar las cosas con Edward, por el bien de mi hijo nonato y por mi propia felicidad. En ese momento, me pareció más fácil asumir la culpa para que Marco no pensara lo peor de Edward.
–Fue un tonto malentendido – dije.
–No, era mi responsabilidad –dijo Edward con calma, poniendo su mano sobre las mías – Quiero darte las gracias por cuidar de Bella cuando yo no lo hice.
–Debes de estar encantado de tenerla de vuelta –dijo Marco. Seguía teniendo una mirada suspicaz yo deseé poder cambiar de tema.
–Es... fantástico estar aquí –balbuceé.
–Ahora es mi esposa –añadió Edward, con voz grave.
–Molte congratulazioni! –Marco sonrió de oreja a oreja y su severidad se esfumó. Llamó a un camarero para que llevara una botella de Prosecco.
Sentí la presión de la mano de Edward y miré su rostro. Estaba tan guapo como siempre, pero no pude leer su expresión. ¿Intentaba decirme que no creía que hubiera tenido una aventura con Marco?
Tal vez solo quería que entendiera que, a pesar de que me consideraba infiel, si no con Marco con otro, simularía para garantizar la felicidad de su abuelo.
Nos sirvieron vino y siguió una serie de brindis por los recién casados, así que dejé de pensar en eso.
–Tienes un aspecto terrible –dijo Edward, ayudándome a subir los últimos escalones y conduciéndome al sofá del estudio.
–Gracias – intente sonreír, pero no me sentía bien.
–Llamaré al medico –dijo Edward, arrodillándose ante mi para mirarme bien.
–No hace falta. Fui a revisión hace dos días. Todo va bien, me acaloré volviendo de visitar a André.
Edward juró entre dientes y fue a la zona del bar para prepararme un vaso de agua mineral con hielo.
–Perdona –dijo, ofreciéndomelo – Debí pensar en traerte algo de beber inmediatamente.
–No importa – me emocionó su preocupación – Necesitaba sentarme antes que nada.
–No deberías caminar con este calor. Tienes que descansar unos días. Cuando te recuperes, si quiere ir a visitar a mi abuelo, debes hacerlo en barco.
–No necesito descansar unos días –protesté – Mañana estaré bien. Y necesito andar para hacer algo de ejercicio, eso es bueno.
–Voy a llamar al medico –afirmó él–. Quiero enterarme yo mismo de lo que te conviene. No permitiré que hagas más de lo necesario.
Lo miré con asombro y consternación. Embarazada de siete meses aún estaría trabajando a tiempo completo, si no tuviera el privilegio de estar casada con un hombre rico.
–Tienes los tobillos hinchados –Edward se inclinó para quitarme las sandalias – ¿Eso es normal?
–Creo que sí –dije. Edward empezó a masajearme los pies para borrar las marcas dejadas por las tiras de las sandalias y luego siguió subiendo hasta las rodillas – A no ser que sea excesivo. La comadrona siempre lo comprueba, pero no sé qué significa.
–Se lo preguntaré al medico.
–En serio, ya estoy bien –proteste de nuevo. El vaso e agua me había refrescado y me sentía mejor. Más que mejor. Sentir los dedos de Edward empezaba a disparar mi libido. Estar en el tercer trimestre de embarazo no había disminuido mi deseo físico por él – Pero creo que estaría mejor si me refrescara en la ducha.
Edward me alzó en sus fuertes brazos y me subió al dormitorio. Me llevó al cuarto de baño y me dejó en el suelo de mármol. Estaba deliciosamente frío y, como siempre que estaba junto a Edward, senti plena conciencia de mi propio cuerpo. Cada milímetro de mi piel anhelaba tocarlo o ser tocado por él.
–¿Necesitas ayuda? –preguntó él. Sus ojos se oscurecieron y adivine que sabía exactamente lo que necesitaba.
–Me encantaría algo de ayuda –tragué aire mientras él abría la ducha. Luego, se agachó, agarró el bajo del amplio vestido de verano y me lo sacó por la cabeza.
Él se libró de su ropa rápidamente y la lanzó hacia el dormitorio de un puntapié.
–Eres bellísima –dijo, acariciando el vientre hinchado al tiempo que empezaba a quitarme las braguitas.
Me apoye en sus hombros para ayudarlo. El seguía adorando mi cuerpo, a pesar de lo avanzado de mi embarazado. Era muy inventivo a la hora de encontrar formas de disfrutar haciendo el amor a pesar de los cambios de mi cuerpo. Su modo de tratarme me daba esperanzas con respecto al futuro.
Me desabrochó el sujetador y luego, desnudos, entramos juntos a la ducha. Suspire cuando Edward empezó a aplicarme gel. Estar con él era increíble.
Esa tarde Edward me llevó a su casa en las montañas Dolomite. En cuanto descendi del helicóptero, noté que mi cuerpo se relajaba con el frescor. No me había dado cuenta de que siempre tenia calor en Venecia; el palazzo tenía aire acondicionado, pero el aire de la montaña era mucho más refrescante.
–Es increíble –dije, mirando las vistas.
–El chalé es un refugio muy útil –dijo Edward – Y será un buen lugar para que descanses.
–No se puede decir que haga mucho en Venecia –proteste, volviéndome para mirar lo que suponía era el chalé de Edward. No encajaba con mi idea de lo que era un chalé, basada en las pequeñas casitas de vacaciones en las que a veces nos habíamos alojado mi mamá y yo en verano. No en un impresionante edificio de madera que parecía un exclusivo centro de esquí alpino – Estoy embarazada, no inválida.
–El medico dijo que te iría bien salir de la ciudad – Edward tomó mi mano y subimos los escalones de madera hasta el un impresionante balcón corrido que parecía rodear todo el edificio – Y estoy de acuerdo.
Entramos en la zona de estar de la planta baja, organizada para sacar el máximo partido a las increíbles vistas.
–Siéntate y descansa mientras hablo con el ama de llaves sobre la cena.
Me hundí en un cómodo sillón. Mis pies me lo agradecieron, a pesar de que acababa de bajar del helicóptero. Y había pasado casi toda la tarde durmiendo, hasta que Edward me despertó porque había llegado el medico.
El diagnostico fue que todo iba bien, y que podía salir de la ciudad unos días. Cuando se marchó, le dije a Edward que no quería interferir con su trabajo, pero descubrí que Edward había hecho el equipaje mientras yo dormía.
Sabía que, cuando Edward decidía algo, era imposible hacer que cambiara de opinión. Y me emocionó que se hubiera molestado en hacer mi equipaje. Nadie me había hecho una maleta en mi vida. Si hacia un breve viaje con Renée, era yo quien comprobaba que no olvidáramos nada esencial.
EPOV
–Te he traído una bebida – me detuve en el umbral con un vaso de agua con hielo en la mano, y la contemple admirando las vistas.
Estaba preciosa. Sus mejillas tenían un suave resplandor, llevaba el pelo recogido en la nuca, pero algunos rizos castaños se habían escapado y se arremolinaban junto a un lado de su rostro.
–Gracias –se volvió hacia mi y sonrió, iluminando aún más su ya radiante rostro. Me alegre de haberla sacado de la ciudad. Podía tenerla entera para mi, sin distracciones. Pronto nacería el niño y nada sería igual. Bella tendría otro centro de interés en su vida y la agradable rutina que habíamos establecido cambiaría.
–He supuesto que querrías beber algo, últimamente siempre tienes sed –le pasé el vaso y me senté frente a ella.
–No sabía que tenías esta casa –dijo Bella, tras tomar un largo trago de agua–¿La usas a menudo?
–Para esquiar en invierno –dije, recordando que había pasado casi dos semanas, tras la marcha de Bella, lanzándome por las pistas – Y es un sitio tranquilo para alejarse del bullicio en verano.
–Nunca me habías traído aquí –dijo Bella.
–No nevó hasta tarde este año, y para entonces ya tenías lo que creímos era un virus estomacal.
–Ah –Bella se llevó la mano al cabello. Se dio cuenta de que era una masa de rizos, tras haber hecho el amor en la ducha. Yo la había dejado durmiendo en la cama y después no había tenido tiempo de alisárselo de la forma habitual antes de salir de la ciudad.
–Si recuerdo haberte dicho que me gustaba tu cabello liso –dije de repente–. Tiene un brillo precioso cuando lo alisas, pero me encantan como cae en ondas cuando no lo haces.
Bella me miró, atónita por mi confesión.
–Entonces, ¿por qué dijiste que no te gustaba liso?
–No quería decir eso –conteste, deseando no haber sacado el tema – Es solo que lo prefiero rizado.
–Bueno, me alegro –dejó el vaso en la mesita de café y se levantó para venir hacia mi. Eche la cabeza hacia atrás para mirarla mientras se sentaba en el brazo del sillón y me pasaba los dedos por el cabello – Porque ése es su estilo natural.
Mi cuerpo reaccionó de inmediato, como siempre. Sólo mirarla era suficiente para excitarme. Era maravillosa. Incluso con el cambio de su cuerpo, no me cansaba de ella.
–Te he traído aquí para descansar –alce la mano y acaricié su pómulo con los dedos.
–Pues será mejor que me enseñes el dormitorio – me dijo. Sus ojos brillaron con una invitación sexual.
BPOV
Durante los dos días siguientes, llegue a pensar que no había sido tan feliz en toda mi vida. Había decidido no preocuparme por el futuro y me concentre por completo en el presente, consciente de que podría ser mi última oportunidad de estar a solas con Edward.
Nunca había pasado tanto tiempo seguido con él. El había ignorado su móvil y su ordenador portátil para concentrarse en mi. Era el paraíso.
Edward era maravilloso. Atento a todas mis necesidades, me cuidaba y me llevaba a visitar sitios bonitos durante el día. Por la noche me hacía el amor de forma exquisita.
–Tienes suerte de haber crecido cerca de aquí –suspire, admirando el paisaje. Edward me había llevado a una bonita pradera alpina, cubierta de flores silvestres, para hacer una comida campestre.
–Siéntate y descansa –dijo él, extendiendo una manta sobre la hierba–. Aún tienes que regresar al telecilla andando.
–Estoy algo cansada – admití, pasándome una mano protectora por el vientre y curvando la espalda para frotarme las lumbares.
–Deja que lo haga yo –Edward se agacho a mi lado y empezó a masajear el punto exacto que me dolía.
–Ah, qué maravilla –murmuré inspirando con deleite y disfrutando de la presión de su mano – Ojala tuviera energía suficiente para bajar allí –añadí, mirando el cristalino lago de montaña.
–Te llevaré mañana –ofreció Edward – Conozco una ruta diferente y más corta.
–Me mimas demasiado –Me volví para mirarlo – ¿No tienes que regresar a la ciudad?
–Los negocios pueden esperar –Edward encogió los hombros–. Pronto acabará el verano, y aunque esto es precioso en invierno, hace demasiado frío para comer fuera. Vamos a disfrutarlo –Edward abrió la cesta y sacó una botella de agua mineral, zumo de frutas y la deliciosa comida que había preparado el ama de llaves.
–Creo que no deberíamos pasar demasiado tiempo fuera – dije – Odio pensar que André esté solo, sin visitas.
–Tiene visitas –contradijo Edward, con voz seca – No era un recluso antes de que llegaras tú.
–No he dicho que lo fuera –dije, molesta por la súbita brusquedad de Edward – Creí que te gustaba que le hiciera compañía.
–Y yo creí que eras feliz aquí –dijo Edward – Pero si prefieres volver a casa, volaremos esta tarde.
–¿Por qué siempre tiene que ser todo o nada contigo? – exprese mi frustración sin pensarlo. Me gustaba que Edward fuera fuerte y decisivo, pero a veces deseaba que no lo viera todo blanco o negro.
–No entiendo lo que quieres decir –me paso un plato de comida, lo acepte con cierta desgana.
–Quiero decir que he sido feliz aquí, muchísimo – explique - Eso no impide que piense en André. Pero no quería decir que nos fuéramos de inmediato.
–Tiene a gente que se ocupa de él veinticuatro horas al día –Edward mordió el pan con furia.
EPOV
Pensé en mi abuelo. Le debía hacer felices sus últimos días. Y, aunque en cierto sentido me irritaba, sabia cuánto lo alegraban las visitas de Bella.
Maldije mi egoísmo por querer mantener a Bella alejada de la ciudad por mi propio placer. Tendrían que volver a Venecia.
–Quiero a tu abuelo –dijo Bella de repente – Me acepta y no me juzga.
–No sabe lo que has hecho –dije con voz controlada pero tensa, deseando que Bella no me hubiera recordado su traición – Yo sí lo sé, pero no soy quien sigue sacando el tema. Conozco la verdad.
–Nuestro hijo crecerá sin conocer a su bisabuelo –dijo Bella como si, pérdida en sus pensamientos, no me hubiera oído – Pero André quiere que crezca conociendo la historia de su familia, sabiendo de dónde viene y a lo que pertenece.
La miré, incapaz de creer que siguiera hablando así. Apreté los puños e intenté controlar mi creciente ira. ¿Por qué se empeñaba en decir cosas que me recordaban su infidelidad?
–Yo nunca sentí que perteneciera a nada. Mi padre no me quería y mi madre apenas conseguía salir adelante – dijo – Por encima de todo, quiero que nuestro hijo sepa que es deseado y querido de verdad. Que sepa que pertenece a su familia.
–Mi abuelo es viejo ahora –dije apretando los dientes – No te habría parecido tan agradable hace unos años. Era un hombre formidable.
–Ya lo sé. Sigue siéndolo –contestó ella rápidamente–. Obviamente, es cosa de familia.
–Sabe que le queda poco tiempo –dije – Creo que eso ha intensificado sus deseos.
–Estoy de acuerdo. De eso estamos hablando.
–Estamos hablando de su deseo de un bisnieto.
–Y es lo que vamos a darle –dijo Bella.
–Es lo que él cree que vamos a darle – masculle – El hecho de que esté dispuesto a reconocer al niño como mío, por la felicidad de mí abuelo, no implica que haya olvidado la verdad.
–Yo tampoco la he olvidado –Bella se apartó el pelo de la cara con un gesto de exasperación.
–Déjalo ya –dije – Puedes simular que el niño es mío ante el resto del mundo, pero no me insultes hablándome como si yo no supiera la verdad.
–No pareces saberla. Y no sé por qué no me das una oportunidad. Accedí a no volver a mencionarlo porque sabía que no arreglaríamos nada Si seguíamos discutiendo. Pero creía que habíamos empezado a crear un vínculo y no entiendo por qué sigues negándote a escucharme.
Apreté mas los puños. Me sacaba de quicio que siguiera alegando inocencia. No lo soportaba más.
–Se que no es mío porque no puedo tener hijos
HOLA
hoy no me tarde tanto... estoy intentando a marchas forzadas terminar esta historia pronto para enforcarme en la otra historia!!
muchas gracias por su apoyo! y por sus comentarios... dejenme saber que les parece el comportamiento de Edward...
cariños
Vanessa
martes, 28 de septiembre de 2010
MI HIJO? CAPITULO 18
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 18
EPOV
Observe a la enfermera salir de la habitación con una mezcla de emoción y miedo.
Por un lado, quería estar a solas con Bella, abrazarla y hablar de la alegría que me había dado ver la carita de mi hija.
Por otro, entendía que no quisiera estar conmigo. Había prometido protegerla, estar a su lado siempre y cuando más me necesitaba… la había decepcionado.
Si quería el divorcio, no pondría ninguna resistencia.
Después de intentar convencerla de todas las maneras posibles de que había una oportunidad para nosotros. Pero sabía lo testaruda que era Bella.
—Bella, yo…
—Edward…
Ella rió, nerviosa.
—Empieza tú.
Me se aclare la garganta.
—Mira, Bella, sé que tienes una lista de razones para divorciarnos, pero yo creo que te equivocas.
—Edward, yo…
—Espera, escúchame, por favor. Quiero que sepas todas las razones por las que deberíamos seguir casados.
—Pero…
—Bella, por favor. Dame una oportunidad.
—Muy bien.
—Las cosas van a ser más difíciles ahora. Aunque contratemos a alguien para que esté contigo durante el día, estos últimos meses de embarazo podrían ser duros para ti. Por supuesto, yo estaré contigo todas las noches y todos los fines de semana. Y en cuanto pueda escaparme del trabajo iré a casa para estar a tu lado.
La mire, para ver qué efecto ejercían mis palabras.
Por el momento, aparentemente, ninguno.
—Además, tienes que pensar en tu trabajo. Volturi podría usar nuestro divorcio en tu contra. Incluso podría usar que estés de baja. Tú no sabes de lo que es capaz.
—Sí, claro que lo sé.
—Pues eso.
—¿Y esas son las únicas razones para que sigamos casados?
—No, claro que no —conteste—. También está la niña.
—La niña.
—Sí, claro. Si cuidamos de ti, cuidamos de la niña al mismo tiempo. Y una niña sana es lo más importante, ¿no?
—Sí, por supuesto —contestó Bella, me fije en que estaba restregándose las manos—. Tienes toda la razón.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Vamos a seguir casados?
—No.
—¿No te he convencido? —murmure, sin poder disimular mi tristeza.
—Has sido muy persuasivo, pero la verdad es que por mucho que queramos a esta niña, no es base suficiente para un matrimonio, Edward. Al menos, no el matrimonio que yo quiero.
—¿Y qué clase de matrimonio quieres, Bella?
—Uno basado en el amor.
Sentí que mi corazón se detenía durante una décima de segundo.
—¿Estás diciendo que eso es lo que quieres de un matrimonio o de nuestro matrimonio?
—Las dos cosas. Me alegra mucho que quieras a la niña, pero no es suficiente. Necesito que me quieras a mí, Edward. Que me quieras de verdad. Porque yo te quiero. He intentado no quererte, pero…
No pudo terminar la frase porque la estreche entre mis brazos. La bese sin decir una palabra, con ternura, con amor. Porque yo quería que Bella, mi Bella, supiera cuánto la amo.
Luego tome su cara entre mis manos y la mire a los ojos.
—Claro que quiero a nuestra hija, pero la quiero más porque es nuestra. Es parte de nosotros. Y me encanta que sea parte de nosotros porque te quiero, Bella. Si no hubiera sido por ella, quizá no habría tenido la oportunidad de enamorarme de ti, pero te quiero… y te querré siempre. Por ti, no por la niña.
Bella se quedo callada, no sabía si decir algo más, pero no me lo permitio porque me echó los brazos al cuello y me besó..
—Creo que me has convencido.
—Sé que no confías en mí del todo, pero jamás volveré a fallarte, cariño. Te lo prometo.
—No me fallaste, Edward. Nadie puede proteger a otra persona de todo. Nadie puede hacer ese tipo de promesa.
—Bella, yo…
—Sé que me protegerás, cariño, sé que cuidarás de mí y yo cuidaré de ti. Pero tampoco yo podré protegerte de ciertas cosas. Lo importante es no dejar que esas cosas nos separen. Si seguimos casados y nos quedamos con nuestra hija, la vida podría ponernos por delante todo tipo de obstáculos. Pero también podría ofrecernos mucha felicidad. Y creo que estoy dispuesta a aceptar ambas posibilidades.
La mire tenia, sus ojos llenos de amor y esperanza.
—¿De verdad quieres que seamos una familia?
—Sí, quiero que seamos una familia. Tendremos que hablar con Alice y Jasper, naturalmente aunque no creo que eso sea un problema.
—Seguro que no.
—Edward, durante todo este tiempo pensaba que no era la mujer adecuada para ti porque querías alguien a quien poder rescatar.
—Pero…
Bella puso un dedo sobre mis labios.
—Y la verdad es que necesito que me rescates de mí misma. Sin ti, podría haberme pasado la vida escondiéndome de todo para evitar que me hiciera daño. Pero ahora estoy dispuesta a enfrentarme con lo que sea. Mientras estemos juntos.
Entonces sonó un golpecito en la puerta y el médico entró comprobando su informe.
—Parece que todo está bien, señora Cullen. Ah, ¿es usted el señor Cullen?
—Sí, es mi marido —contestó Bella, apretando mi mano con ternura, con este pequeño gesto me estaba demostrando su amor y su confianza que nuestro matrimonio funcionara.
Capitulo 18
EPOV
Observe a la enfermera salir de la habitación con una mezcla de emoción y miedo.
Por un lado, quería estar a solas con Bella, abrazarla y hablar de la alegría que me había dado ver la carita de mi hija.
Por otro, entendía que no quisiera estar conmigo. Había prometido protegerla, estar a su lado siempre y cuando más me necesitaba… la había decepcionado.
Si quería el divorcio, no pondría ninguna resistencia.
Después de intentar convencerla de todas las maneras posibles de que había una oportunidad para nosotros. Pero sabía lo testaruda que era Bella.
—Bella, yo…
—Edward…
Ella rió, nerviosa.
—Empieza tú.
Me se aclare la garganta.
—Mira, Bella, sé que tienes una lista de razones para divorciarnos, pero yo creo que te equivocas.
—Edward, yo…
—Espera, escúchame, por favor. Quiero que sepas todas las razones por las que deberíamos seguir casados.
—Pero…
—Bella, por favor. Dame una oportunidad.
—Muy bien.
—Las cosas van a ser más difíciles ahora. Aunque contratemos a alguien para que esté contigo durante el día, estos últimos meses de embarazo podrían ser duros para ti. Por supuesto, yo estaré contigo todas las noches y todos los fines de semana. Y en cuanto pueda escaparme del trabajo iré a casa para estar a tu lado.
La mire, para ver qué efecto ejercían mis palabras.
Por el momento, aparentemente, ninguno.
—Además, tienes que pensar en tu trabajo. Volturi podría usar nuestro divorcio en tu contra. Incluso podría usar que estés de baja. Tú no sabes de lo que es capaz.
—Sí, claro que lo sé.
—Pues eso.
—¿Y esas son las únicas razones para que sigamos casados?
—No, claro que no —conteste—. También está la niña.
—La niña.
—Sí, claro. Si cuidamos de ti, cuidamos de la niña al mismo tiempo. Y una niña sana es lo más importante, ¿no?
—Sí, por supuesto —contestó Bella, me fije en que estaba restregándose las manos—. Tienes toda la razón.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Vamos a seguir casados?
—No.
—¿No te he convencido? —murmure, sin poder disimular mi tristeza.
—Has sido muy persuasivo, pero la verdad es que por mucho que queramos a esta niña, no es base suficiente para un matrimonio, Edward. Al menos, no el matrimonio que yo quiero.
—¿Y qué clase de matrimonio quieres, Bella?
—Uno basado en el amor.
Sentí que mi corazón se detenía durante una décima de segundo.
—¿Estás diciendo que eso es lo que quieres de un matrimonio o de nuestro matrimonio?
—Las dos cosas. Me alegra mucho que quieras a la niña, pero no es suficiente. Necesito que me quieras a mí, Edward. Que me quieras de verdad. Porque yo te quiero. He intentado no quererte, pero…
No pudo terminar la frase porque la estreche entre mis brazos. La bese sin decir una palabra, con ternura, con amor. Porque yo quería que Bella, mi Bella, supiera cuánto la amo.
Luego tome su cara entre mis manos y la mire a los ojos.
—Claro que quiero a nuestra hija, pero la quiero más porque es nuestra. Es parte de nosotros. Y me encanta que sea parte de nosotros porque te quiero, Bella. Si no hubiera sido por ella, quizá no habría tenido la oportunidad de enamorarme de ti, pero te quiero… y te querré siempre. Por ti, no por la niña.
Bella se quedo callada, no sabía si decir algo más, pero no me lo permitio porque me echó los brazos al cuello y me besó..
—Creo que me has convencido.
—Sé que no confías en mí del todo, pero jamás volveré a fallarte, cariño. Te lo prometo.
—No me fallaste, Edward. Nadie puede proteger a otra persona de todo. Nadie puede hacer ese tipo de promesa.
—Bella, yo…
—Sé que me protegerás, cariño, sé que cuidarás de mí y yo cuidaré de ti. Pero tampoco yo podré protegerte de ciertas cosas. Lo importante es no dejar que esas cosas nos separen. Si seguimos casados y nos quedamos con nuestra hija, la vida podría ponernos por delante todo tipo de obstáculos. Pero también podría ofrecernos mucha felicidad. Y creo que estoy dispuesta a aceptar ambas posibilidades.
La mire tenia, sus ojos llenos de amor y esperanza.
—¿De verdad quieres que seamos una familia?
—Sí, quiero que seamos una familia. Tendremos que hablar con Alice y Jasper, naturalmente aunque no creo que eso sea un problema.
—Seguro que no.
—Edward, durante todo este tiempo pensaba que no era la mujer adecuada para ti porque querías alguien a quien poder rescatar.
—Pero…
Bella puso un dedo sobre mis labios.
—Y la verdad es que necesito que me rescates de mí misma. Sin ti, podría haberme pasado la vida escondiéndome de todo para evitar que me hiciera daño. Pero ahora estoy dispuesta a enfrentarme con lo que sea. Mientras estemos juntos.
Entonces sonó un golpecito en la puerta y el médico entró comprobando su informe.
—Parece que todo está bien, señora Cullen. Ah, ¿es usted el señor Cullen?
—Sí, es mi marido —contestó Bella, apretando mi mano con ternura, con este pequeño gesto me estaba demostrando su amor y su confianza que nuestro matrimonio funcionara.
MI HIJO? CAPITULO 17
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 17
BPOV
Estaba amaneciendo y los ruidos del hospital empezaban a filtrarse a través de la puerta. Me encontraba desde la cama, observando a Edward, que dormía en el sillón.
Intente convencerlo para que se fuera a casa, pero él se negó. Aunque debía estar agotado.
Había estado trabajando todo el día, luego tuvo que ir al hospital con la angustia de no saber qué había pasado, si habríamos perdido al niño… y, además, tuvo que soportar mi ataque de histeria.
Recorde los sucesos del día anterior; el miedo de perder al niño, el viaje al hospital en la ambulancia, esperando que Edward me llamara de un momento a otro para consolarme.
Pero los minutos se convirtieron en horas y él no apareció.
Ahora sabía por qué pero… absurdamente, me convencí a mí misma de que no había acudido al hospital porque no le parecía importante.
De todas formas, no quería pasar por esa angustia otra vez. No quería volver a necesitar a alguien de una forma tan desesperada, temiendo que no apareciera…
Lo mejor era terminar, me dije.
Suspirando, mire alrededor. Edward estaba dormido, de modo que no podía poner la televisión. Con cuidado, me levante de la cama y tome mi maletín. Dentro encontraría algo con lo que entretenerme. La única carpeta que contenía era la del caso Black y ya me sabía las notas de memoria. Además, no tenía sentido volver a leerlas porque había solicitado que me retirasen del caso.
Sin embargo, cuando volví a la cama, leí las notas con morbosa curiosidad. Ahora que no tenía que juzgar el caso me permití a mí misma ser parcial, involucrarme emocionalmente en aquella historia.
El divorcio de los Black no era diferente de otros que había llevado. Era una pareja que se casó muy joven, tenían unos hijos a los que adoraban y dinero a espuertas. Pero también había tragedias en su vida y la mala salud del pequeño parecía haber sido lo que deterioró la relación.
Al final, no se amaban lo suficiente como para soportar los golpes de la vida.
Por primera vez en mi carrera, estaba mirando un caso desde un punto de vista no profesional y me pregunte si los Black volverían a empezar si tuvieran oportunidad de hacerlo.
Nunca sabría la respuesta, naturalmente. Y, sin embargo, conocía las estadísticas mejor que nadie. Casi el cincuenta por ciento de los matrimonios terminaban en divorcio, pero muchas de esas personas volvían a casarse dos y tres veces más. Incluso después de un divorcio, la mayoría de los seres humanos se arriesgaba de nuevo.
¿Por qué no podía hacerlo yo?
Mire el sillón donde Edward dormía plácidamente.
Durante todos aquellos años me había creído tan lista por proteger mi corazón… Pero ahora me preguntaba: ¿había sido inteligente o una cobarde?
¿No le había dicho a Edward que intentaría confiar en él? Y, sin embargo, a la primera oportunidad lo echaba de mi vida sin contemplaciones.
Siempre había pensado que era una persona justa, pero no lo había sido con él. Y tampoco había sido sincera. Ni siquiera le dije que lo amaba.
Como si hubiera leído mis pensamientos, Edward despertó entonces. Tardó un momento en descifrar dónde estaba, pero en cuanto me vio se levantó del sillón como por un resorte.
—¿Cómo estás, Bella?
Nerviosa, confusa.
—Mejor.
—¿Has dormido bien?
—Sí —conteste—. Bueno, regular. Es una habitación extraña y…
—Y estabas preocupada —dijo Edward.
—Sí.
Aunque «preocupada» sólo empezaba a describir aquella maraña de emociones. Preocupada era la punta del iceberg.
Antes de que pudiéramos seguir hablando sonó un golpecito en la puerta. Una enfermera entró empujando un carrito con un aparato de ecografías.
—Ah, qué bien, ya está despierta. Tenemos que hacerle otro eco. Luego, cuando pase el médico, puede pedirle el alta.
—Pero… —empezó a protestar Edward.
—No pasa nada. Sólo querían que me quedase aquí esta noche. Ahora puedo irme a casa.
La enfermera conectó la máquina, me echó una especie de gel sobre el abdomen y empezó a pasarme el aparato mientras miraba la pantalla.
—¿Ha vuelto a tener contracciones?
—No —conteste, mirando a Edward. No sabía qué me hacía más ilusión, los movimientos del niño o la cara de perplejidad de mi marido.
—Dios mío… ¿eso es una mano?
—Sí —contestó la enfermera—. Y está moviendo los deditos, ¿no lo ve? Ésa es buena señal. El latido del corazón, bien, fuerte, rítmico.
—Ese es su corazón —murmuró Edward mirandome—. El corazón de nuestro niño.
Asentí, emocionada.
—142 pulsaciones por minuto, muy relajada después del susto de ayer. Parece que va a tener usted una niña muy fuerte, señora Cullen.
—¿Es una niña? —exclamó Edward.
—Sí… en fin, espero no haberles estropeado la sorpresa —se disculpó la enfermera.
—No, no, yo ya tenía un presentimiento —sonreí.
—¿Podemos verle la cara?
—Pues no sé… a ver… mire, está bostezando —rió la enfermera—. Ya les he dicho que va a ser una niña dura, está tan tranquila.
—¡Se ha metido un dedo en la boca! —exclamó Edward, incrédulo.
Mientras miraba a mi marido observando, atónito y emocionado, a nuestra hija chuparse un dedo, supe la respuesta a mi pregunta: era una cobarde.
O, más bien, lo había sido.
Pero no iba a serlo nunca más.
Capitulo 17
BPOV
Estaba amaneciendo y los ruidos del hospital empezaban a filtrarse a través de la puerta. Me encontraba desde la cama, observando a Edward, que dormía en el sillón.
Intente convencerlo para que se fuera a casa, pero él se negó. Aunque debía estar agotado.
Había estado trabajando todo el día, luego tuvo que ir al hospital con la angustia de no saber qué había pasado, si habríamos perdido al niño… y, además, tuvo que soportar mi ataque de histeria.
Recorde los sucesos del día anterior; el miedo de perder al niño, el viaje al hospital en la ambulancia, esperando que Edward me llamara de un momento a otro para consolarme.
Pero los minutos se convirtieron en horas y él no apareció.
Ahora sabía por qué pero… absurdamente, me convencí a mí misma de que no había acudido al hospital porque no le parecía importante.
De todas formas, no quería pasar por esa angustia otra vez. No quería volver a necesitar a alguien de una forma tan desesperada, temiendo que no apareciera…
Lo mejor era terminar, me dije.
Suspirando, mire alrededor. Edward estaba dormido, de modo que no podía poner la televisión. Con cuidado, me levante de la cama y tome mi maletín. Dentro encontraría algo con lo que entretenerme. La única carpeta que contenía era la del caso Black y ya me sabía las notas de memoria. Además, no tenía sentido volver a leerlas porque había solicitado que me retirasen del caso.
Sin embargo, cuando volví a la cama, leí las notas con morbosa curiosidad. Ahora que no tenía que juzgar el caso me permití a mí misma ser parcial, involucrarme emocionalmente en aquella historia.
El divorcio de los Black no era diferente de otros que había llevado. Era una pareja que se casó muy joven, tenían unos hijos a los que adoraban y dinero a espuertas. Pero también había tragedias en su vida y la mala salud del pequeño parecía haber sido lo que deterioró la relación.
Al final, no se amaban lo suficiente como para soportar los golpes de la vida.
Por primera vez en mi carrera, estaba mirando un caso desde un punto de vista no profesional y me pregunte si los Black volverían a empezar si tuvieran oportunidad de hacerlo.
Nunca sabría la respuesta, naturalmente. Y, sin embargo, conocía las estadísticas mejor que nadie. Casi el cincuenta por ciento de los matrimonios terminaban en divorcio, pero muchas de esas personas volvían a casarse dos y tres veces más. Incluso después de un divorcio, la mayoría de los seres humanos se arriesgaba de nuevo.
¿Por qué no podía hacerlo yo?
Mire el sillón donde Edward dormía plácidamente.
Durante todos aquellos años me había creído tan lista por proteger mi corazón… Pero ahora me preguntaba: ¿había sido inteligente o una cobarde?
¿No le había dicho a Edward que intentaría confiar en él? Y, sin embargo, a la primera oportunidad lo echaba de mi vida sin contemplaciones.
Siempre había pensado que era una persona justa, pero no lo había sido con él. Y tampoco había sido sincera. Ni siquiera le dije que lo amaba.
Como si hubiera leído mis pensamientos, Edward despertó entonces. Tardó un momento en descifrar dónde estaba, pero en cuanto me vio se levantó del sillón como por un resorte.
—¿Cómo estás, Bella?
Nerviosa, confusa.
—Mejor.
—¿Has dormido bien?
—Sí —conteste—. Bueno, regular. Es una habitación extraña y…
—Y estabas preocupada —dijo Edward.
—Sí.
Aunque «preocupada» sólo empezaba a describir aquella maraña de emociones. Preocupada era la punta del iceberg.
Antes de que pudiéramos seguir hablando sonó un golpecito en la puerta. Una enfermera entró empujando un carrito con un aparato de ecografías.
—Ah, qué bien, ya está despierta. Tenemos que hacerle otro eco. Luego, cuando pase el médico, puede pedirle el alta.
—Pero… —empezó a protestar Edward.
—No pasa nada. Sólo querían que me quedase aquí esta noche. Ahora puedo irme a casa.
La enfermera conectó la máquina, me echó una especie de gel sobre el abdomen y empezó a pasarme el aparato mientras miraba la pantalla.
—¿Ha vuelto a tener contracciones?
—No —conteste, mirando a Edward. No sabía qué me hacía más ilusión, los movimientos del niño o la cara de perplejidad de mi marido.
—Dios mío… ¿eso es una mano?
—Sí —contestó la enfermera—. Y está moviendo los deditos, ¿no lo ve? Ésa es buena señal. El latido del corazón, bien, fuerte, rítmico.
—Ese es su corazón —murmuró Edward mirandome—. El corazón de nuestro niño.
Asentí, emocionada.
—142 pulsaciones por minuto, muy relajada después del susto de ayer. Parece que va a tener usted una niña muy fuerte, señora Cullen.
—¿Es una niña? —exclamó Edward.
—Sí… en fin, espero no haberles estropeado la sorpresa —se disculpó la enfermera.
—No, no, yo ya tenía un presentimiento —sonreí.
—¿Podemos verle la cara?
—Pues no sé… a ver… mire, está bostezando —rió la enfermera—. Ya les he dicho que va a ser una niña dura, está tan tranquila.
—¡Se ha metido un dedo en la boca! —exclamó Edward, incrédulo.
Mientras miraba a mi marido observando, atónito y emocionado, a nuestra hija chuparse un dedo, supe la respuesta a mi pregunta: era una cobarde.
O, más bien, lo había sido.
Pero no iba a serlo nunca más.
MI HIJO? CAPITULO 16
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 16
EPOV
Llegue al hospital con el corazón latiendo a mil por hora y el miedo casi ahogándome.
Nueve horas tarde.
Me sentía tan culpable mientras atravesaba las puertas del hospital…
Le había jurado a Bella que estaría a su lado, que la ayudaría en todo. Había empezado a confiar en mi y ahora… ¿qué pensaría?
Me necesitaba, mi hijo me necesitaba ¿y dónde estaba yo? Trabajando. Al otro lado de la ciudad, sin cobertura en el móvil.
Y era el último en llegar al hospital. Cuando llegue a su habitación, Alice y Jasper estaban allí, pero no veía a Bella por ninguna parte.
—¿Dónde está?
Alice estaba sentada en un sillón, con los ojos cerrados y una expresión de dolor en el rostro.
—Duchándose —contestó Jasper—. El médico le ha dado permiso para hacerlo porque no podía relajarse.
—¿Está bien?
—Sí, está bien. Y el niño también. Sólo ha sido una falsa alarma. ¿Dónde te habías metido?
—He venido en cuanto escuché el mensaje. Estaba trabajando en las lindes del condado y no había cobertura… He llamado a Bella varias veces, pero tenía el móvil apagado.
—Lo apagó la enfermera —sonrió Jasper—. Pero bueno, ahora que estás aquí puedo llevarme a Beth a casa. Ha sido un día muy largo.
Unos minutos después, Jasper se llevaba a su mujer, que me miró con una expresión mucho menos compasiva. No podía ni imaginar la reacción de Bella.
Pero lo importante era que ella estaba bien y que el niño estaba bien. Podía enfadarse conmigo, incluso tirarme algo a la cabeza, mientras estuviera a salvo, lo demás no importaba.
Diez minutos más tarde se abrió la puerta del baño y Bella apareció envuelta en un albornoz, muy pálida.
Al verla, algo dentro de mi se rompió y ni siquiera intente controlar mi deseo de abrazarla.
—Cariño… estaba tan preocupado. Pero Jasper me ha dicho que estás bien y el niño también.
—Sí, estoy bien —murmuró ella, apartándose—. Mi ginecólogo quiere que me quede a dormir aquí esta noche, por si acaso. Pero el niño está bien.
—Bella, no sabes cómo siento no haber estado aquí contigo. Vi tu mensaje hace menos de una hora… —intente disculparme.
—No pasa nada.
—Hubo un incendio a las afueras de Jarrell. Parece que alguien lo provocó para tapar un asesinato y hemos estado allí todo el día. No había cobertura, lo siento.
—No pasa nada —repitió Bella, tumbándose en la cama.
—Bells, de haberlo sabido habría venido enseguida. Pero no recibí el mensaje hasta hace una hora —insistí.
Por fin, Bella me miró. El brillo de sus ojos había desaparecido.
—No te preocupes. Mike estaba conmigo.
—A partir de ahora, quiero que lleves contigo el teléfono del jefe de bomberos. Él puede localizarme en cualquier sitio.
—No es necesario. No tienes por qué estar pendiente de mí.
Su frío tono de voz me dejó perplejo.
—Sí tengo que estar pendiente de ti. Para eso nos hemos casado.
—Nos casamos para que yo no perdiera mi trabajo —me recordó ella.
La miré, sin saber qué decir.
—Pensé que ahora las cosas eran diferentes.
—Y ya que hablamos de mi trabajo —siguió Bella, como si no me hubiera oído— ya no tienes que preocuparte.
—¿Por qué?
—El caso Black tendrá que llevarlo otro juez. Ni siquiera el juez Volturi se atrevería a despedir a una juez que está de baja y para cuando vuelva al despacho…
—¿El médico te ha dado la baja?
—Me ha dicho que no debo moverme durante unas semanas. Quizá durante el resto del embarazo.
—Pero Jasper me dijo que el niño y tú estabais bien.
—Estamos bien, pero no puedo seguir trabajando. Por eso he pedido que otro juez lleve el caso Black. No quiero que tengan que esperar por mí.
—No estoy preocupado por el caso, estoy preocupado por ti —suspire—. Sé que tu trabajo, y ese caso en particular, era muy importante para tu carrera.
—Ya, pero ahora no me parece tan importante —murmuró ella.
Aparté un rizo de su frente.
—Superaremos esto, Bella. Yo puedo tomarme unos días libres… o podemos contratar a alguien para que se quede contigo durante el día.
—No, Edward. Eso es lo que estoy intentando decirte. No tenemos que hacer nada.
—¿Por qué?
—Ya no hay ninguna razón para que sigamos juntos.
—Bella…
—Nos casamos para que yo no perdiera mi trabajo, pero mi trabajo está a salvo.
—¿Y nosotros?
—Nunca ha habido un nosotros, Edward.
—Eso no es verdad —replique—. Dijimos que seguiríamos juntos, que íbamos a ser una familia.
—Lo sé y lo siento —murmuró Bella.
—¿Por qué, Bella? ¿Qué ha pasado?
—Que yo no soy la mujer que quieres.
—Eso es ridículo.
—No, no lo es —los ojos de Bella se llenaron de lágrimas—. Sólo te casaste conmigo porque pensaste que era lo correcto. Tú quieres una mujer a la que puedas proteger, para quien puedas ser un héroe. Y yo no soy esa mujer.
—Te equivocas, Bella. Yo no quiero proteger a nadie.
—Rose me dijo…
—¡Olvídate de Rose, por Dios! Rosalie no sabe lo que yo quiero de la vida, ni la clase de mujer que necesito.
—¿Estás seguro de que tú sí lo sabes?
—Mira, puede que antes haya salido con mujeres muy diferentes a ti, pero, ¿qué tiene eso que ver? Yo no quiero casarme con una chica que espere a Superman. ¿Por qué iba a querer eso? Esa es la relación que tuvieron mis padres y no funcionó. La única mujer a la que quiero eres tú, Bella.
—No, tú quieres una mujer que sea una buena madre…
—Y tú lo serás.
—Yo no tengo instinto maternal. Y tampoco parece que tenga el material genético más adecuado.
—¿Por qué dices eso? Muchas mujeres tienen problemas durante el embarazo —insistí, desesperado.
—No es eso. Es que hoy, cuando sentí la primera contracción estuve a punto de no venir al hospital. Mike tuvo que convencerme porque yo quería entrar en la sala… El médico dijo que había llegado justo a tiempo. De haber esperado un poco más, habría sido demasiado tarde.
La angustia que había en su voz me partió el corazón.
—Pero no esperaste, Bella. Llegaste a tiempo.
—Porque me trajo Mike. Yo tenía tanto miedo… no quería que pasara nada, quería cerrar los ojos… Antes de esto, yo sabía lo que quería de la vida. Lo tenía todo planeado y todo funcionaba como yo esperaba. Y ahora…
—¿Y ahora qué?
—Ahora ya no sé. Lo único que sé es que no quiero volver a pasar por esto.
No sabía cómo calmar sus miedos. Ni siquiera si había algo que pudiera decir para consolarla.
—Yo lo único que sé es que te quiero, Bella. No puedo prometerte que no volverás a tener miedo. No puedo prometerte que las cosas serán fáciles a partir de ahora, pero creo que pase lo que pase podremos soportarlo si estamos juntos. Si confiaras en mí de verdad, me creerías.
Capitulo 16
EPOV
Llegue al hospital con el corazón latiendo a mil por hora y el miedo casi ahogándome.
Nueve horas tarde.
Me sentía tan culpable mientras atravesaba las puertas del hospital…
Le había jurado a Bella que estaría a su lado, que la ayudaría en todo. Había empezado a confiar en mi y ahora… ¿qué pensaría?
Me necesitaba, mi hijo me necesitaba ¿y dónde estaba yo? Trabajando. Al otro lado de la ciudad, sin cobertura en el móvil.
Y era el último en llegar al hospital. Cuando llegue a su habitación, Alice y Jasper estaban allí, pero no veía a Bella por ninguna parte.
—¿Dónde está?
Alice estaba sentada en un sillón, con los ojos cerrados y una expresión de dolor en el rostro.
—Duchándose —contestó Jasper—. El médico le ha dado permiso para hacerlo porque no podía relajarse.
—¿Está bien?
—Sí, está bien. Y el niño también. Sólo ha sido una falsa alarma. ¿Dónde te habías metido?
—He venido en cuanto escuché el mensaje. Estaba trabajando en las lindes del condado y no había cobertura… He llamado a Bella varias veces, pero tenía el móvil apagado.
—Lo apagó la enfermera —sonrió Jasper—. Pero bueno, ahora que estás aquí puedo llevarme a Beth a casa. Ha sido un día muy largo.
Unos minutos después, Jasper se llevaba a su mujer, que me miró con una expresión mucho menos compasiva. No podía ni imaginar la reacción de Bella.
Pero lo importante era que ella estaba bien y que el niño estaba bien. Podía enfadarse conmigo, incluso tirarme algo a la cabeza, mientras estuviera a salvo, lo demás no importaba.
Diez minutos más tarde se abrió la puerta del baño y Bella apareció envuelta en un albornoz, muy pálida.
Al verla, algo dentro de mi se rompió y ni siquiera intente controlar mi deseo de abrazarla.
—Cariño… estaba tan preocupado. Pero Jasper me ha dicho que estás bien y el niño también.
—Sí, estoy bien —murmuró ella, apartándose—. Mi ginecólogo quiere que me quede a dormir aquí esta noche, por si acaso. Pero el niño está bien.
—Bella, no sabes cómo siento no haber estado aquí contigo. Vi tu mensaje hace menos de una hora… —intente disculparme.
—No pasa nada.
—Hubo un incendio a las afueras de Jarrell. Parece que alguien lo provocó para tapar un asesinato y hemos estado allí todo el día. No había cobertura, lo siento.
—No pasa nada —repitió Bella, tumbándose en la cama.
—Bells, de haberlo sabido habría venido enseguida. Pero no recibí el mensaje hasta hace una hora —insistí.
Por fin, Bella me miró. El brillo de sus ojos había desaparecido.
—No te preocupes. Mike estaba conmigo.
—A partir de ahora, quiero que lleves contigo el teléfono del jefe de bomberos. Él puede localizarme en cualquier sitio.
—No es necesario. No tienes por qué estar pendiente de mí.
Su frío tono de voz me dejó perplejo.
—Sí tengo que estar pendiente de ti. Para eso nos hemos casado.
—Nos casamos para que yo no perdiera mi trabajo —me recordó ella.
La miré, sin saber qué decir.
—Pensé que ahora las cosas eran diferentes.
—Y ya que hablamos de mi trabajo —siguió Bella, como si no me hubiera oído— ya no tienes que preocuparte.
—¿Por qué?
—El caso Black tendrá que llevarlo otro juez. Ni siquiera el juez Volturi se atrevería a despedir a una juez que está de baja y para cuando vuelva al despacho…
—¿El médico te ha dado la baja?
—Me ha dicho que no debo moverme durante unas semanas. Quizá durante el resto del embarazo.
—Pero Jasper me dijo que el niño y tú estabais bien.
—Estamos bien, pero no puedo seguir trabajando. Por eso he pedido que otro juez lleve el caso Black. No quiero que tengan que esperar por mí.
—No estoy preocupado por el caso, estoy preocupado por ti —suspire—. Sé que tu trabajo, y ese caso en particular, era muy importante para tu carrera.
—Ya, pero ahora no me parece tan importante —murmuró ella.
Aparté un rizo de su frente.
—Superaremos esto, Bella. Yo puedo tomarme unos días libres… o podemos contratar a alguien para que se quede contigo durante el día.
—No, Edward. Eso es lo que estoy intentando decirte. No tenemos que hacer nada.
—¿Por qué?
—Ya no hay ninguna razón para que sigamos juntos.
—Bella…
—Nos casamos para que yo no perdiera mi trabajo, pero mi trabajo está a salvo.
—¿Y nosotros?
—Nunca ha habido un nosotros, Edward.
—Eso no es verdad —replique—. Dijimos que seguiríamos juntos, que íbamos a ser una familia.
—Lo sé y lo siento —murmuró Bella.
—¿Por qué, Bella? ¿Qué ha pasado?
—Que yo no soy la mujer que quieres.
—Eso es ridículo.
—No, no lo es —los ojos de Bella se llenaron de lágrimas—. Sólo te casaste conmigo porque pensaste que era lo correcto. Tú quieres una mujer a la que puedas proteger, para quien puedas ser un héroe. Y yo no soy esa mujer.
—Te equivocas, Bella. Yo no quiero proteger a nadie.
—Rose me dijo…
—¡Olvídate de Rose, por Dios! Rosalie no sabe lo que yo quiero de la vida, ni la clase de mujer que necesito.
—¿Estás seguro de que tú sí lo sabes?
—Mira, puede que antes haya salido con mujeres muy diferentes a ti, pero, ¿qué tiene eso que ver? Yo no quiero casarme con una chica que espere a Superman. ¿Por qué iba a querer eso? Esa es la relación que tuvieron mis padres y no funcionó. La única mujer a la que quiero eres tú, Bella.
—No, tú quieres una mujer que sea una buena madre…
—Y tú lo serás.
—Yo no tengo instinto maternal. Y tampoco parece que tenga el material genético más adecuado.
—¿Por qué dices eso? Muchas mujeres tienen problemas durante el embarazo —insistí, desesperado.
—No es eso. Es que hoy, cuando sentí la primera contracción estuve a punto de no venir al hospital. Mike tuvo que convencerme porque yo quería entrar en la sala… El médico dijo que había llegado justo a tiempo. De haber esperado un poco más, habría sido demasiado tarde.
La angustia que había en su voz me partió el corazón.
—Pero no esperaste, Bella. Llegaste a tiempo.
—Porque me trajo Mike. Yo tenía tanto miedo… no quería que pasara nada, quería cerrar los ojos… Antes de esto, yo sabía lo que quería de la vida. Lo tenía todo planeado y todo funcionaba como yo esperaba. Y ahora…
—¿Y ahora qué?
—Ahora ya no sé. Lo único que sé es que no quiero volver a pasar por esto.
No sabía cómo calmar sus miedos. Ni siquiera si había algo que pudiera decir para consolarla.
—Yo lo único que sé es que te quiero, Bella. No puedo prometerte que no volverás a tener miedo. No puedo prometerte que las cosas serán fáciles a partir de ahora, pero creo que pase lo que pase podremos soportarlo si estamos juntos. Si confiaras en mí de verdad, me creerías.
MI HIJO? CAPITULO 15
Ni los personajes ni las historia me pertenecen yo solo realizo la adaptación.
Capitulo 15
BPOV
Nos habíamos acostado juntos todas las noches durante una semana, desde que Edward trajo a casa los resultados de la prueba.
Quería que confiase en él, me había dicho. Y, en parte, así era . Sabía que nunca le haría daño al niño, que nunca me haría daño a mi intencionadamente. Y confiaba también en que quisiera estar conmigo.
Pero sabía que el deseo podía desaparecer como había aparecido. Era tan transitorio como el afecto o el amor. En menos de cuatro meses daría a luz, Alice y Jasper pedirían la custodia del niño y todo habría terminado.
¿Cómo sería mi vida a partir de entonces?
Probablemente, el trabajo volvería a ser el centro de mi existencia. Y seguiría sola, como siempre. Completamente independiente, protegida de las decepciones de la vida porque no dejaba que nadie me acercara tanto como para hacerme daño.
Hubo un tiempo en el que habría jurado que así era como quería vivir para siempre, pero ahora…
Ahora me parecía una existencia terriblemente solitaria.
¿Cómo iba a volver a lo de antes después de haber tenido un hijo dentro de mi vientre? ¿Cómo iba a volver a dormir sola después de haber dormido con Edward?
Pensé entonces en los Black, que siempre habían parecido la pareja perfecta. Todo el mundo en Georgetown creía que lo eran. ¿Quién hubiera pensado que esa relación acabaría en divorcio?
Ese pensamiento me desconcertó de tal modo que el brazo de Edward sobre mi vientre empezó a ahogarme.
Intenté apartarlo para levantarme, pero Edward me sujetó.
—¿Adonde vas?
—¿Qué? Iba a… buscar un vaso de leche.
¿Qué podía decirle, que necesitaba un poco de aire, que quería estar sola?
—¿Tienes sed?
¿Sed? ¿Pánico?
—Sí.
—Voy a buscarlo —murmuró Edward, levantándose.
—No hace falta. Puedo ir yo.
—Quiero traerte el vaso de leche, Bella —sonrió Edward—. ¿Te apetece algo más?
«¿Qué tal tu amor?». ¿De dónde demonios había salido eso?
—No, sólo leche.
No quería que se enamorase de mi… ¿o sí? Y yo no estaba enamorada. ¿O lo estaba? No, no podía ser. No sería tan tonta.
—Aquí lo tienes.
—Gracias.
—¿Qué te pasa, Bella?
—Nada.
—¿Nada? Pareces preocupada. No, es que… estaba pensando que si no fuera por mí, tu vida sería mucho más sencilla.
EPOV
Aún no me había acostumbrado a la oscuridad de la habitación y no podía ver su cara, pero sabía que pasaba algo. Era una mujer tan compleja…
Podría decirle cien cosas, pero ella no estaba preparada para escucharlas.
—De no ser por ti, no estaría a punto de convertirme en padre.
—¿Estás pensando en quedarte con el niño? – Pregunto —Aunque lo criasen Alice y Jasper, yo seguiría siendo su padre, ¿no?
—Sí, pero…
—Además, quiero ser parte de su vida. ¿Y tú?
—Entonces, estás pensando en quedarte con el niño.
—¿No lo has pensado tú? —pregunte.
—Yo… no lo sé. Me pregunto qué debo hacer. Alice sería mejor madre que yo…
—No estoy de acuerdo.
—Yo creo que sí. Además, la situación ideal para criar a un niño es con un padre y una madre y yo estoy sola.
—¿Sola? ¿Y yo qué?
—¿Qué estás diciendo, Edward?
¿Qué estaba diciendo? ¿Que quería seguir viviendo con ella? Sí, eso era lo que quería, pero ¿lo querría Bella? «Vamos, Cullen, tú quieres quedarte con el niño. Díselo de una vez».
—¿Por qué no nos quedamos con él, Bella? ¿Por qué no seguimos casados?
Ella contuvo el aliento.
—No lo sé.
Asentí, decepcionado. No había esperado una declaración de amor, pero quizá cierto entusiasmo… Aunque Bella no había dicho que no. De modo que aún podía convencerla.
—¿Por qué no? Hacemos una buena pareja, ¿no crees?
—Sí, en la…
—No sólo en la cama. Te quiero y quiero al niño. Venga, Bella, a ti también te importa ese niño. No puedes negarlo. Es nuestro hijo y podemos formar una familia. ¿Qué dices?
Bella se lo pensó un momento. O quizá no, quizá ya lo había pensado, quizá ya lo había decidido.
—Muy bien, de acuerdo.
La abrace con fuerza. Bajo una de mis manos podía sentir los latidos de su corazón. Bajo la otra, al niño que nos había unido… el niño que había convencido a Bella para que se casara conmigo.
No quería manipularla, pero eso era mucho mejor que perderla para siempre.
BPOV
Era la primera vista en el caso de divorcio de los Black, el caso más importante de mi carrera profesional. Y en lo único que podía pensar era en Edward.
No me quería de verdad. Lo había dicho por decir.
¿Cómo iba a amar un hombre como él, un hombre que quería ser un héroe, a una mujer como yo? yo no necesitaba que me rescatasen.
Aceptar que siguiéramos casados había sido una estupidez. Pero, ¿cómo iba a decir que no si él pintaba un retrato tan hermoso de nuestro futuro?
Podía imaginarlo: perezosos sábados en la cama, domingos por la noche en la cocina, haciendo juntos el desayuno, con un niño, o una niña, sobre las rodillas comiéndose un hotcake…
Iba hacia la sala del Juzgado con una sonrisa en los labios cuando sentí la primera punzada de dolor. Inmediatamente, me apoye en la pared con una mano, mientras me llevaba la otra al abdomen, que parecía extrañamente duro.
El dolor pareció durar una eternidad, pero al fin desapareció mientras yo respiraba como me habían enseñado en las clases, rezando al mismo tiempo para que no fuera nada.
Pero el corazón me decía que pasaba algo malo. Algo horrible.
De inmediato, pense en llamar a Edward. Por supuesto, él iría a la carrera, pero ¿serviría de algo tenerlo allí? Quizá sólo había sido un calambre, un espasmo.
Entonces mire hacia la sala donde esperaban los Black, sus abogados, el juez Volturi y un montón de periodistas.
Sólo tenía que dar veinte pasos y estaría allí. Podría sentarme en una cómoda silla, tomar un vaso de agua…
Casi estaba convencida cuando Mike apareció a mi lado.
—¿Qué te pasa?
—Nada —conteste.
—¿Cómo que no te pasa nada? Estás pálida como una muerta.
—Es que he sentido un dolor… en el vientre. He tenido que pararme un momento.
—¿Qué clase de dolor?
—Un espasmo.
—¿No podría ser una contracción?
¿Podría serlo?
—No lo sé. ¿Cómo sabes tú eso?
—Tengo dos hermanas y cinco sobrinos —sonrió Mike—. Venga, vamos a tu despacho. Puedes tumbarte en el sofá mientras yo llamo al médico.
La idea de que me ocurriera algo malo de verdad me aterrorizó de tal modo que decidí olvidar el susto por completo.
—No, no, de verdad. Estoy bien. Ya se me ha pasado. Además, seguramente sería una de esas contracciones falsas. Ya sabes que las primerizas van al hospital un montón de veces antes de dar a luz de verdad.
—Es posible, pero tienes que ir al médico, cariño.
—Pero el juicio…
—Bella, no. El juicio puede esperar.
—No…
—¡No te pongas cabezota! Nada es más importante que esto.
Tenía razón, por supuesto. A pesar de ello, mientras entraba en mi despacho me daba más miedo llamar al ginecólogo que seguir adelante como si no hubiera pasado nada.
—¿Cuál es el número de tu médico?
se lo di mientras me tumbaba en el sofá, pero al hacerlo volvi a sentir un terrible dolor en el abdomen.
Mike llegó a mi lado de inmediato.
—¿Cuándo tuviste la primera contracción?
—No lo sé —conteste, casi sin voz—. ¿Qué hora es ahora?
—Las nueve y diez.
—Quizá diez minutos. A lo mejor un poco más.
—Seguramente no será nada, pero voy a llevarte al hospital ahora mismo —dijo Mike entonces.
Hubiera querido protestar, pero el dolor era insoportable. Además Mike tenía razón: no había nada más importante que el niño, que mi niño.
—Mi bolso y mi maletín están en el cajón del escritorio. Y tienes que buscar a mi alguacil, Celia, para contarle lo que ha pasado.
—Ahora mismo —murmuró Mike, sacando el bolso y el maletín del cajón—. ¿Qué más quieres que haga?
—Llama a Edward y dile que vaya al hospital.
Capitulo 15
BPOV
Nos habíamos acostado juntos todas las noches durante una semana, desde que Edward trajo a casa los resultados de la prueba.
Quería que confiase en él, me había dicho. Y, en parte, así era . Sabía que nunca le haría daño al niño, que nunca me haría daño a mi intencionadamente. Y confiaba también en que quisiera estar conmigo.
Pero sabía que el deseo podía desaparecer como había aparecido. Era tan transitorio como el afecto o el amor. En menos de cuatro meses daría a luz, Alice y Jasper pedirían la custodia del niño y todo habría terminado.
¿Cómo sería mi vida a partir de entonces?
Probablemente, el trabajo volvería a ser el centro de mi existencia. Y seguiría sola, como siempre. Completamente independiente, protegida de las decepciones de la vida porque no dejaba que nadie me acercara tanto como para hacerme daño.
Hubo un tiempo en el que habría jurado que así era como quería vivir para siempre, pero ahora…
Ahora me parecía una existencia terriblemente solitaria.
¿Cómo iba a volver a lo de antes después de haber tenido un hijo dentro de mi vientre? ¿Cómo iba a volver a dormir sola después de haber dormido con Edward?
Pensé entonces en los Black, que siempre habían parecido la pareja perfecta. Todo el mundo en Georgetown creía que lo eran. ¿Quién hubiera pensado que esa relación acabaría en divorcio?
Ese pensamiento me desconcertó de tal modo que el brazo de Edward sobre mi vientre empezó a ahogarme.
Intenté apartarlo para levantarme, pero Edward me sujetó.
—¿Adonde vas?
—¿Qué? Iba a… buscar un vaso de leche.
¿Qué podía decirle, que necesitaba un poco de aire, que quería estar sola?
—¿Tienes sed?
¿Sed? ¿Pánico?
—Sí.
—Voy a buscarlo —murmuró Edward, levantándose.
—No hace falta. Puedo ir yo.
—Quiero traerte el vaso de leche, Bella —sonrió Edward—. ¿Te apetece algo más?
«¿Qué tal tu amor?». ¿De dónde demonios había salido eso?
—No, sólo leche.
No quería que se enamorase de mi… ¿o sí? Y yo no estaba enamorada. ¿O lo estaba? No, no podía ser. No sería tan tonta.
—Aquí lo tienes.
—Gracias.
—¿Qué te pasa, Bella?
—Nada.
—¿Nada? Pareces preocupada. No, es que… estaba pensando que si no fuera por mí, tu vida sería mucho más sencilla.
EPOV
Aún no me había acostumbrado a la oscuridad de la habitación y no podía ver su cara, pero sabía que pasaba algo. Era una mujer tan compleja…
Podría decirle cien cosas, pero ella no estaba preparada para escucharlas.
—De no ser por ti, no estaría a punto de convertirme en padre.
—¿Estás pensando en quedarte con el niño? – Pregunto —Aunque lo criasen Alice y Jasper, yo seguiría siendo su padre, ¿no?
—Sí, pero…
—Además, quiero ser parte de su vida. ¿Y tú?
—Entonces, estás pensando en quedarte con el niño.
—¿No lo has pensado tú? —pregunte.
—Yo… no lo sé. Me pregunto qué debo hacer. Alice sería mejor madre que yo…
—No estoy de acuerdo.
—Yo creo que sí. Además, la situación ideal para criar a un niño es con un padre y una madre y yo estoy sola.
—¿Sola? ¿Y yo qué?
—¿Qué estás diciendo, Edward?
¿Qué estaba diciendo? ¿Que quería seguir viviendo con ella? Sí, eso era lo que quería, pero ¿lo querría Bella? «Vamos, Cullen, tú quieres quedarte con el niño. Díselo de una vez».
—¿Por qué no nos quedamos con él, Bella? ¿Por qué no seguimos casados?
Ella contuvo el aliento.
—No lo sé.
Asentí, decepcionado. No había esperado una declaración de amor, pero quizá cierto entusiasmo… Aunque Bella no había dicho que no. De modo que aún podía convencerla.
—¿Por qué no? Hacemos una buena pareja, ¿no crees?
—Sí, en la…
—No sólo en la cama. Te quiero y quiero al niño. Venga, Bella, a ti también te importa ese niño. No puedes negarlo. Es nuestro hijo y podemos formar una familia. ¿Qué dices?
Bella se lo pensó un momento. O quizá no, quizá ya lo había pensado, quizá ya lo había decidido.
—Muy bien, de acuerdo.
La abrace con fuerza. Bajo una de mis manos podía sentir los latidos de su corazón. Bajo la otra, al niño que nos había unido… el niño que había convencido a Bella para que se casara conmigo.
No quería manipularla, pero eso era mucho mejor que perderla para siempre.
BPOV
Era la primera vista en el caso de divorcio de los Black, el caso más importante de mi carrera profesional. Y en lo único que podía pensar era en Edward.
No me quería de verdad. Lo había dicho por decir.
¿Cómo iba a amar un hombre como él, un hombre que quería ser un héroe, a una mujer como yo? yo no necesitaba que me rescatasen.
Aceptar que siguiéramos casados había sido una estupidez. Pero, ¿cómo iba a decir que no si él pintaba un retrato tan hermoso de nuestro futuro?
Podía imaginarlo: perezosos sábados en la cama, domingos por la noche en la cocina, haciendo juntos el desayuno, con un niño, o una niña, sobre las rodillas comiéndose un hotcake…
Iba hacia la sala del Juzgado con una sonrisa en los labios cuando sentí la primera punzada de dolor. Inmediatamente, me apoye en la pared con una mano, mientras me llevaba la otra al abdomen, que parecía extrañamente duro.
El dolor pareció durar una eternidad, pero al fin desapareció mientras yo respiraba como me habían enseñado en las clases, rezando al mismo tiempo para que no fuera nada.
Pero el corazón me decía que pasaba algo malo. Algo horrible.
De inmediato, pense en llamar a Edward. Por supuesto, él iría a la carrera, pero ¿serviría de algo tenerlo allí? Quizá sólo había sido un calambre, un espasmo.
Entonces mire hacia la sala donde esperaban los Black, sus abogados, el juez Volturi y un montón de periodistas.
Sólo tenía que dar veinte pasos y estaría allí. Podría sentarme en una cómoda silla, tomar un vaso de agua…
Casi estaba convencida cuando Mike apareció a mi lado.
—¿Qué te pasa?
—Nada —conteste.
—¿Cómo que no te pasa nada? Estás pálida como una muerta.
—Es que he sentido un dolor… en el vientre. He tenido que pararme un momento.
—¿Qué clase de dolor?
—Un espasmo.
—¿No podría ser una contracción?
¿Podría serlo?
—No lo sé. ¿Cómo sabes tú eso?
—Tengo dos hermanas y cinco sobrinos —sonrió Mike—. Venga, vamos a tu despacho. Puedes tumbarte en el sofá mientras yo llamo al médico.
La idea de que me ocurriera algo malo de verdad me aterrorizó de tal modo que decidí olvidar el susto por completo.
—No, no, de verdad. Estoy bien. Ya se me ha pasado. Además, seguramente sería una de esas contracciones falsas. Ya sabes que las primerizas van al hospital un montón de veces antes de dar a luz de verdad.
—Es posible, pero tienes que ir al médico, cariño.
—Pero el juicio…
—Bella, no. El juicio puede esperar.
—No…
—¡No te pongas cabezota! Nada es más importante que esto.
Tenía razón, por supuesto. A pesar de ello, mientras entraba en mi despacho me daba más miedo llamar al ginecólogo que seguir adelante como si no hubiera pasado nada.
—¿Cuál es el número de tu médico?
se lo di mientras me tumbaba en el sofá, pero al hacerlo volvi a sentir un terrible dolor en el abdomen.
Mike llegó a mi lado de inmediato.
—¿Cuándo tuviste la primera contracción?
—No lo sé —conteste, casi sin voz—. ¿Qué hora es ahora?
—Las nueve y diez.
—Quizá diez minutos. A lo mejor un poco más.
—Seguramente no será nada, pero voy a llevarte al hospital ahora mismo —dijo Mike entonces.
Hubiera querido protestar, pero el dolor era insoportable. Además Mike tenía razón: no había nada más importante que el niño, que mi niño.
—Mi bolso y mi maletín están en el cajón del escritorio. Y tienes que buscar a mi alguacil, Celia, para contarle lo que ha pasado.
—Ahora mismo —murmuró Mike, sacando el bolso y el maletín del cajón—. ¿Qué más quieres que haga?
—Llama a Edward y dile que vaya al hospital.
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